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miércoles, 28 de mayo de 2008

IX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo A: NO TODO EL QUE DICE: “SEÑOR, SEÑOR”


1. - En las tardes lluviosas y tristes de invierno, en algunos pueblos de la montaña de León, las mujeres se reunían, en torno al brasero, para hilar y charlar. Tardes de filandón. Cuando una mujer hablaba y hablaba y se olvidaba de hilar, otra le decía: dímelo hilando. Las palabras debían acompañar a las obras, no sustituirlas. Cuando las palabras no van acompañadas de las obras, son palabras vacías que no llevan dentro ningún mensaje de verdad. Hace muchos años yo recuerdo una canción que decía, más o menos, así: que todas las palabras son mentira, si no llevan como el pájaro su grano. Las palabras vacías, como las hojas que van y vienen, juguetes del viento son. Ya nos decía el Papa Juan Pablo que la sociedad de hoy, en la evangelización, prefiere a los ejecutores antes que a los simples predicadores. Cuando uno habla y habla del evangelio de Cristo, pero después no se ve por ningún lado en su comportamiento una actitud basada en los auténticos valores del evangelio, decimos simplemente que esa persona es un hipócrita. Si predicamos paz, amor, trabajo, defensa de la justicia y de los más pobres, fraternidad, solidaridad, y después se ve que vivimos como burgueses acomodados, siempre del brazo de los poderosos y de los más fuertes, pues, evidentemente, la gente no nos va a creer. Si rezamos mucho y nos pasamos el día diciendo Señor, Señor, y después nos olvidamos olímpicamente del hermano más necesitado, seguro que, en el día final, el Señor nos dirá: No os he conocido.

2.- Meteos mis palabras en el corazón y en el alma. Las palabras escritas en el corazón y en el alma son palabras que empujan a la acción, son una fuerza y una pasión interior que marcan un comportamiento y una vida. Cuando las palabras que nos arden en el corazón son las palabras del Señor no nos desviaremos del camino y de la vocación que el Señor nos ha marcado. En este texto del Deuteronomio, Moisés, en nombre de Dios, nos dice que si escuchamos los preceptos del Señor, si los tenemos en el corazón y en alma, tendremos siempre su bendición. No iremos detrás de dioses extraños, ni nos dejaremos embaucar por palabras de embaucadores de palabra fácil y vida regalada y vacía.

3.- Por la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen. Aquí San Pablo, una vez más, dice a loa primeros cristianos de Roma que lo que de verdad les salva es la fe en Cristo, no el cumplimiento de la Ley de Moisés. La fe en Cristo es, para San Pablo, fidelidad y compromiso con el evangelio de Cristo, es una fe con obras. La fe no es sólo una creencia racional, sino, principalmente, un compromiso vital. Creer en Cristo es apostar por él, tener su evangelio como libro de cabecera, tratar de vivir a su estilo, defender los valores que él defendió e intentar vivir como él vivió. No se trata tanto de la fidelidad a unas normas, a unos ritos, a unas tradiciones, sino de la fidelidad a una vida, a unos valores, a los valores y a la vida de Cristo.

4.- El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Una casa sin fundamento es fácil presa de los vientos y de las lluvias. Las personas con fundamento son personas equilibradas, resistentes, siempre generosas y vacunadas contra el desánimo. Las personas sin fundamento son personas frágiles y vacilantes, que necesitan el apoyo y el halago constante de otras personas. Si nuestro fundamento es Cristo, aceptaremos el dolor y la pasión de la vida como él lo aceptó, haciendo del dolor instrumento de salvación y redención. Nuestro fundamento es la vida de Cristo, una vida vivida en el amor y por amor, una vida entregada al servicio de los demás. Si intentamos vivir como Cristo vivió, quizá no hagamos milagros, ni seremos aplaudidos por los hombres, pero en el día final él sí nos reconocerá y nos pondrá a su lado, muy cerca de él, para siempre.

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