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viernes, 23 de mayo de 2008

Santa María de Mayo. Una síntesis mariana

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Con flores a María, así se decía y cantaba, cuando yo era pequeño, en las plegarias vespertinas del mes de María (que en el hemisferio norte era mayo, en el sur septiembre). Íbamos entonces a llevarle “loratxu eder bana” (cada uno una florecita preciosa). Hoy, víspera de sábado de mayo y de María Auxiliadora, quiero ofrecer a los amigos de mi blog una pequeña “síntesis mariana”, que he preparado para el Diccionario de las Tres Religiones, que presentaré con V. Haya (él ha desarrollado la visión de Mariam en el Corán, que, con su permiso, puedo reproducir un día). Podría haber buscado con este motivo algún poema, pero lo mío es más la reflexión y así quiero reflexionar hoy al servició de la visión mariana del catolicismo. Ofrezco una síntesis un poco larga. No es para leerla entera.

1. María, una mujer judía

María ha sido una figura histórica concreta, que ha vivido en un momento y lugar determinado, dentro de un contexto cultural, social y familiar muy definido. No es un puro signo sagrado, una idea general (el eterno femenino), ni una diosa. Ella ha sido y sigue siendo una mujer judía, de Nazaret de Galilea, madre y seguidora de un pretendiente mesiánico judío. Así la recuerdan los cristianos, como mujer judía, por la tarea única e irrepetible que ha realizado, vinculada a la historia de Jesús, su hijo, y del cristianismo primitivo. Ninguna otra mujer de la historia puede ocupar su puesto, ni realizar lo que ella hizo como madre de Jesús, llamado el Cristo, a quien millones de personas veneran como Hijo de Dios. Ella, la madre de Jesús, puede ser una mujer muy importante para el judaísmo (como ha puesto de relieve J. GARCÍA PAREDES, Mariología, BAC, Madrid, 1995).

Los seguidores de Jesús no sólo han seguido recordando a María, sino que han agrandado su recuerdo al presentarla como Gebirá, madre mesiánica del Seños (cf. Lc 1, 43). María parece vinculada a la comunidad judeo-cristiana de los hermanos de Jesús, pues tanto Mc 3, 31-35 como Hech 1, 13-14 suponen que ella forma parte del grupo o iglesia dirigida por Santiago y los parientes del Señor en Jerusalén. Es normal que esos judeo-cristianos la presenten así como gebirá o Señora-Madre de las tradiciones reales de Israel (cf. 2 Rey 1l, 1 ss; 5, 21). La esposa o esposas del rey pertenecen a su mundo privado, carecen de rango oficial sobre el pueblo. Por el contrario, la madre del rey ocupa un lugar especial en la corte y el reino. El varón israelita se vuelve gabar por la guerra o por las acciones exteriores. Por el contrario, la mujer es gabar por maternidad. Pues bien, la madre de Jesús aparece de esa forma, como la Señora, en el fondo de la narración de Mt 2 (Jesús está en sus manos), y recibe expresamente ese nombre en Lc 1, 43 (¿de dónde a mí que venga a visitarme la madre de mi Señor?). También Jn 2, 1-11 presenta a María como Madre mesiánica, pues, pues ella puede pedirle a Jesús que actúe, como indicando lo que ha de hacer. En todo esto, la madre de Jesús pertenece al mundo israelita.

En el nivel de la historia (accesible de algún modo a todos los testigos) María ha sido mujer mediterránea, de origen galileo, madre conflictiva de un pretendiente mesiánico judío y luego miembro de su Iglesia. Ella no es por tanto una nueva versión del mito femenino de Dios, ni mujer eterna o avatara intemporalmente hermosa, como una de las diosas de oriente. Sobre la base firme de su historia concreta de mujer y persona judía se funda y recibe sentido lo que sigue. Si en un momento dado olvidamos esta base destruimos el sentido cristiano de María como ser humano verdadero, mujer y persona. Pero los cristianos han recreado simbólicamente su figura de María, descubriendo y/o expresando en ella signos fuertes de la religiosidad del entorno, con las novedades de la nueva experiencia evangélica del Cristo. Ella ha recibido así un profundo significado dentro del espacio de la confesión creyente, como veremos, empezando por la Biblia y la tradición, para fijarnos después en el dogma mariano de la Iglesia.

2. María, un símbolo cristiano.

La mariología cristiana constituye el descubrimiento y cultivo creyente (consecuente) de la hondura simbólica de la historia de María. Para los creyentes cristianos, María es más que una persona del pasado, más que objeto de argumentación o prueba discursiva; ella es elemento constante de la confesión cristiana, que la introduce en su credo, diciendo que ella es Madre del Hijo de Dios.

1. El punto de partida: los datos bíblicos. Como he dicho, María fue una mujer galilea y judía de comienzos de nuestra era. Todo lo que ha vivido y sentido ha de entenderse en ese fondo. (a) Fue esposa de José y madre de Jesús, un pretendiente mesiánico judío. La tradición de Mc 6, 1-6 supone que tuvo más hijos e hijas. (b) Mantuvo relaciones complejas con Jesús y parece que al principio no aceptó su medianidad (cf. Mc 3, 31-35; 6, 1-6). Pero el conjunto del Nuevo Testamento añade que ella se integró en la iglesia o comunidad de los discípulos de su hijo, entre los que jugó un papel importante, como muestran, sobre todo, Lc 1-2 y Jn 19, 25-27 (con Hech 1, 13-14). Ésta es la base de la mariología. (c) Sobre esa base han de entenderse las diferencias posteriores. Pablo no alude a María, aunque dice que Jesús “nació de mujer” (Gal 4, 4). Marcos la vincula, de un modo que parece crítico, a la comunidad judeo-cristiana (Mc (Mc 3, 31-35; 6, 1-6), aunque es posible que la presente a los pies de la cruz, acompañando a su hijo en la muerte y en la experiencia pascual (cf. Mc 15, 40.47; 16, 1). Los evangelios de Mateo y Lucas (Mt 1-2 y Lc 1-2) han desarrollado el tema del nacimiento virginal, confesando, en un plano de fe, que María ha concebido a su hijo por obra del Espíritu Santo. El evangelio de Juan no se preocupa por el nacimiento humano de Jesús, pero presenta a María como madre mesiánica del Cristo y como figura importante en la Iglesia (Jn 2, 1-11 y 19, 25-27).

2. La transformación en y por la piedad popular y la reflexión teológica. El imperio romano había alcanzado su cumbre política, unificando, de algún modo, la ecumene. Externamente podía mostrarse invencible, como apareció en la guerra contra los judíos (67-70 d. C.) y en la superación de las crisis posteriores. Sin embargo, las señales de crisis y ruptura podían observarse por doquier, tanto en el juicio durísimo del Apocalipsis (el Imperio-Bestia sería muy pronto destruido), como en los gestos de huída interior de los gnósticos. Muchos buscaban seguridades interiores y sociales, vinculadas a la Diosa o a los cultos orientales de salvación (vinculados sobre todo a Mitra). Es evidente que ese contexto no es suficiente para explicar el despliegue del signo de María, Madre de Jesús, pero ayuda a interpretarlo, pues resultaba necesaria o más urgente, una figura que ofreciera seguridad y confianza desde abajo, sobre la base de la misma vida humana, oponiéndose a los grandes desvalores oficiales del Imperio que parecía desintegrarse. Aquí se introduce el mensaje y proyecto mariano del evangelio, de manera que, al lado de Jesús, se va elevando la figura de María, como signo de humanidad cercana, de maternidad fiel, de acogimiento y ternura. Por otra parte, aunque la veneración mariana esté muy vinculada a la piedad popular de los cristianos, ella ha sido poderosamente influida y modelada por la estructura social y dogmática de la misma iglesia, que superó una gran crisis de rechazo y exclusión apocalíptica, para presentarse como sociedad alternativa, como única institución estable del imperio (desde el siglo IV d. C.). De esa forma, la misma mujer perseguida y madre de perseguidos (cf. Ap 12), que había sido rechazada por la gnosis, puede convertirse en Mujer emblemática y figura sagrada de carácter oficial.

3. La consagración con los dogmas.

En sentido estricto, hay un dogma mariano básico (María es la Madre del Hijo de Dios, Madre de Dios) y dos aplicaciones o expansiones modernas (María es Inmaculada y a Ascendido al cielo). Algunos suelen añadir el dogma de la “concepción virginal”. Pero una mayoría de cristianos protestantes y muchos católicos entienden ese dogma como símbolo intenso de la presencia de Dios en María (en el proceso en que ella ha concebido a Jesús). Por eso no hemos presentado ese tema como dogma, sino que lo hemos dejamos como símbolo creyente, que no ha sido fijado de manera dogmática, de forma que las diversas iglesias y grupos cristianos lo entienden formas distintas.

a. Theotokos, Madre de Dios. Ésta es la aportación central del Concilio de Éfeso (431 d. C.), que ratifica la figura y función de María, como Theotokos (madre de Dios), en contra de Arrio (que negaba la divinidad plena de Jesús) y de Nestorio, que distinguía de tal forma el lado humano y divino de Jesús, que decía que sólo era madre del Cristo, no de Dios. En la “persona” de Jesús, no se pueden separar la naturaleza humana y la divina. Por eso, siendo Hijo de Dios, Jesús es Hijo de María, de manera que ella puede llamarse y ser Madre de Dios, no por haber engendrado a la “divinidad”, sino por haber concebido y criado a Jesús, que es Hijo de Dios:

«Porque (Jesús) no nació primeramente un hombre cualquiera, de la Santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió al nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esa manera ellos (los Padres del Concilio) no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios (=Theotokos) a la Santa Virgen, no ciertamente porque la naturaleza del Verbo o su divinidad hubiera tenido origen de la Santa Virgen, sino que, porque nació de ella el santo cuerpo dotado de alma racional, a la cual el Verbo se unió sustancialmente, se dice que el Verbo nació según la carne» (Denzinger-Hünermann 250-251).

María es la madre del “Verbo encarnado”, es decir, del Dios hecho hombre. Ella no es madre de un simple ser humano, ni es madre de Dios en cuanto tal, sino Madre del Dios encarnado, de tal forma que en ella y por ella se ha expresado de un modo fuerte el Espíritu de Dios. Ella no es madre por sí misma (en cuanto pura mujer o mujer casada con un marido de ese mundo), sino que es madre por gracia del Espíritu Santo, como trasmisora de una palabra y de una vida que viene de Dios (que le desborda). Por un lado, ella es una simple mujer creyente (escucha y acepta la palabra del ángel de Dios). Pero, al mismo tiempo, es una mujer en la que actúa y se expresa el Espíritu de Dios. María no es theotokos en un sentido mítico, como una de aquellas “mujeres sagradas” de las religiones antiguas, con las que se decía que el mismo Dios había cohabitado, de un modo sexual. Ella ha sido yes madre del Hijo de Dios siendo simplemente una mujer, una creyente: recibiendo la Palabra de Dios que actúa por su Espíritu divino (no por algún tipo de potencia sexual escondida).

b. Segundo dogma católico: Inmaculada Concepción. El Papa Pío IX, en nombre de la Iglesia católica, en 1854, definió que "la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original... está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles (Denzinger-Hünermann 2803). Este dogma se sitúa en el trasfondo de las disputas sobre el origen pecaminoso del ser humano y, sobre todo, en un contexto donde la misma concepción aparecía vinculada a un tipo de suciedad biológica (básicamente sexual). Por eso, al afirmar que la concepción de María (realizada humanamente, de un modo sexual, por la unión de hombre y mujer) está libre de todo pecado o, mejor dicho, es un acto de purísima gracia, la iglesia ha realizado una opción antropológica de grandes consecuencias, superando una visión negativa del surgimiento humano. Este dogma tiene un carácter pro-sexual. La cohabitación de Joaquín y Ana (a quienes la tradición del Protoevangelio de Santiago hace padres de María) queda integrada en la providencia de Dios, es un gesto de gracia. La misma carne, espacio y momento de encuentro sexual del que surge un niño (María), aparece así como santa. Al decir que María es Inmaculada, se está afirmando que en su nacimiento no hay pecado, que la unión física y humana de Joaquín y de Ana, con el nacimiento de María, su hija pertenece a la providencia de la gracia de Dios.

c. Tercer dogma católico: Asunción en cuerpo y alma. El Papa Pío XII definió en 1950 que "la Inmaculada Madre de Dios, Siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial" (Denzinger-Hünermann 3903). Éste es un dogma de pascua, que vincula a María con la Resurrección y Ascensión de Jesús, diciendo que ella ha culminado su vida en la gloria de Dios. La tendencia helenista, dominante en la iglesia, ha venido afirmando que el alma de los justos sube al cielo tras la muerte, pero que el cuerpo tiene que esperar hasta la resurrección final. En contra eso, abriendo un camino de experiencia antropológica y culminación pascual, este dogma afirma que María ha sido recibida por Dios en su gloria, al lado de Jesús, en cuerpo y alma, es decir, como carne personal o, mejor dicho, como persona histórica. María aparece así como primera cristiana completa, pues, en Jesús y por Jesús, los católicos cristianos la veneran como primera de los resucitados (no en sentido cronológico, sino teológico). En este nivel no existe posible separación de cuerpo y alma: ambos unidos forman la carne de María, su historia personal abierta a la resurrección o eternidad de Dios por Cristo. Inmaculada y Asunción son dogmas que no han recibido, por ahora, el consenso de todas las iglesias, quizá porque unos (católicos) no han sabido presentarlos, quizá porque otros (muchos protestantes) no han tenido la sensibilidad necesaria para integrarlos en su visión de conjunto del misterio; pero pueden ser dogmas muy importantes para situar mejor el sentido y alcance de la vida humana, tal como está simbolizada y expresada en la Madre de Jesús.

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