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domingo, 8 de junio de 2008

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: LOS JUSTOS NO NECESITAN A DIOS

Por Jose Ruiz de Galarreta sj
Publicado por Jesuitas de Loyola

TEMAS Y CONTEXTOS


LA PROFECÍA DE OSEAS

Oseas ejerce su actividad en el reino del norte, Israel, entre los años 780 - 750. Son años muy difíciles para Israel. Reina la dinastía de Jehú, que trae al pueblo paz y prosperidad... y con ellas también lujo, explotación, corrupción. Más tarde comienza el declive de la dinastía: asesinatos, usurpaciones, mientras crece el amenazante poder de Asiria, que terminará por destruir el reino de Israel (722).
Oseas es un implacable denunciador de las malas costumbres, del culto a Baal, las alianzas políticas, la ambición de riquezas, las injusticias sociales.
El texto de hoy insiste en el valor del conocimiento de Dios y en la "religión interior", el amor, por encima de los cumplimientos cultuales que tanto satisfacían al pueblo y a sus sacerdotes. Su presencia en este domingo se debe sobre todo a que en el evangelio Jesús lo cita expresamente.

LA CARTA A LOS ROMANOS

Desde el domingo anterior y hasta el domingo 24º, (el 15 de Septiembre) haremos una “lectura continua” de la carta de Pablo a los romanos, una de las más famosas, y de mayor contenido. Esta lectura no está relacionada con las otras dos, sino que sigue su ritmo, independiente del mensaje del Evangelio y la primera lectura.
Hoy leemos un famoso texto en que se presenta a Abrahán como modelo de fe. Toda la Escritura presenta a Abrahán como "padre del pueblo", no solamente porque de él nace fisiológicamente el pueblo, sino porque es "el que se fió de Dios", contra toda evidencia.
Esta confianza ciega de Abrahán en Dios es el modelo de la fe y la religiosidad de Israel:
cumplir lo que Dios quiere, aun contra la evidencia de otras tentaciones: sólo esto hará
posible las bendiciones de Dios.

EL EVANGELIO DE MATEO

El episodio de la elección de Mateo y el consiguiente banquete en su casa está presente en los tres Sinópticos (Marcos 2, Lucas 5). Para Marcos y Lucas, el nombre del publicano es Leví. Fuera de esta diferencia, los tres evangelios son muy coincidentes, y repiten exactamente la máxima final:
"No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores."
La escena se sitúa al principio de la predicación, en Galilea. Y está presente desde estos primeros momentos la sorpresa, indignación y rechazo, de los fariseos y de los escribas. Se trata por tanto de un suceso de fuerte certeza histórica, pero sobre todo de enorme significado. Es sorprendente, y sumamente significativo, el impacto que produce Jesús en estos primeros tiempos de su predicación en Galilea: una admiración y aceptación extraordinaria en la gente normal y especialmente en los más marginales: los leprosos, ciegos, tullidos… y los “pecadores” los más rechazados como impuros o “pecadores públicos”.
Es muy aleccionador, y recomendable, leer todo seguido el evangelio de Marcos desde 1,14 hasta 3,6. La imagen de Jesús que ahí se ofrece, evidentemente pretendida por el
evangelista, es sorprendente, libre, nueva, y produce un radical escándalo en los fariseos y los legistas.
En otro orden de cosas, la identificación de este Mateo con el autor del primer evangelio, aunque ha sido aceptada tradicionalmente, no tiene demasiado fundamento
ni puede demostrarse.

R E F L E X I Ó N

Publicano es un término técnico: recaudador de impuestos al servicio de los romanos (En el caso de Mateo/Leví, ya que la acción se sitúa en Cafarnaúm, quizá simplemente
al servicio de Herodes, rey de Galilea).
Es también una actitud: extorsionador. Porque los romanos, y los reyes en general subastan la recogida de impuestos al mejor postor, que se preocupa mucho de sacarle al pueblo todo lo que puede, y obtiene grandes ganancias. En consecuencia, "publicano" es un término despectivo, es el pecador por excelencia, odiado y rechazado por todos.
Para los fariseos y los escribas, los pecadores públicos por excelencia son las prostitutas y los publicanos.
Y es frecuente en los evangelios la acogida de Jesús precisamente a estas dos clases de personas. Debemos recordar las pecadoras ungiendo los pies de Jesús, "los publicanos y las prostitutas os llevan ventaja en el Reino", los publicanos de las parábolas, Zaqueo .... Aparte de todo esto hay que reseñar y dar importancia al hecho de que uno de los doce es un publicano, y María de Magdala, "de la cual había echado siete demonios", fue el primer testigo de la resurrección.
Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Esto nos lleva a recordar las famosas “comidas” de Jesús. Comidas abiertas, a las que tienen acceso todos, aunque sean mal
vistos por la gente decente, que son los que se quedan fuera de estas comidas, porque
no quieren, naturalmente, mezclarse con “esa gente”. El desagrado de las personas decentes, representados aquí por los fariseos, es violento: para ellos, estas comidas de
Jesús, su trato con esa gentuza, se va a convertir en la evidencia de que Jesús no es de fiar como profeta. Es algo muy semejante a "este hombre no es de Dios, porque no
cumple el sábado". Con esto, el evangelio va presentando poco a poco una doble toma
de postura ante Jesús:
los pecadores y la gente normal fascinados por Jesús le siguen los justos y los sabios
escandalizados por Jesús lo matan Pero llama más aún la atención que Jesús no se limita a aceptar a los que vienen a él “arrepentidos”, como la mujer que unge sus pies, sino que toma la iniciativa, los busca, los llama, los elige. Este es el caso de Mateo, el recaudador llamado por Jesús desde su mostrador de impuestos, sorprendido porque Jesús le llama sin que él haga antes nada.
Este será el caso de Zaqueo, jefe de recaudadores de Jericó, persona rica, elegida por Jesús para alojarse en su casa.
Y es precisamente esa iniciativa de Jesús la que causa una enorme alegría, tanta que produce la conversión. No es primero la conversión y luego la acogida de Jesús, sino al
revés: la oferta de Jesús produce alegría y conversión. La dinámica de Jesús es salir al
encuentro del pecador, ofrecer amistad, lo que provoca tal alegría que mueve a la conversión.
Es mensaje de incalculable valor para la teología del pecado y de la conversión, para la
comprensión del sacramento de la reconciliación y para el conocimiento de Dios. En esta escena, Jesús ha pronunciado la palabra mágica que lo ilumina todo: enfermos. Desde ella se entiende bien tanto su propia actitud como la relación de Dios con el pecador. Nos han vendido la noción de pecado como culpa, desobediencia, rebelión, delito. En consecuencia, nos han vendido también la imagen de Dios como Juez. Lo más que se han atrevido a decir es que el Juez es misericordioso, inclinado al perdón, a olvidar el pasado, siempre que sea pasado, es decir, siempre que haya habido previamente una conversión: si el pecador sale del pecado y se convierte, Dios justo le perdona.
Pero no es así: Jesús no habla de delincuentes sino de enfermos. Y no se pone como juez de culpables sino como médico de enfermos. Esto nos enseña que para Dios, el pecado es nuestra peor enfermedad y que, más que culpables, somos víctimas; por eso no necesitamos jueces sino médicos: y así es Dios. Por eso va Jesús con los pecadores, porque le necesitan: y por eso se van los pecadores con Jesús, porque ven en él una posibilidad de curación.
Y ésta es la Buena Noticia: por fin hay alguien que nos entiende, que sabe en qué consiste nuestro problema: en que no podemos salir de nuestra enfermedad, en que necesitamos médico, no castigo. La perfección de este mensaje se muestra mejor que en ninguna otra parte en el episodio de la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8). Se
enfrentan las dos posturas: los que se creen justos y quieren matar a una pecadora; y
Jesús que quiere salvarla a toda costa. Es una perfecta revelación de quién es Dios, el
único, el verdadero, y de cómo lo entienden “los justos”. Los justos quieren matar al culpable; Dios quiere salvarlo aunque le cueste la vida. Y sigue otra conclusión aún más fuerte: que tire la primera piedra el que no sea pecador. Y desde entonces se confabularon definitivamente para quitarlo de en medio, porque toda su religiosidad y la fuente de su poder era hacer creer a todos (quizá creérselo ellos mismos) que no eran pecadores sino santos, que podían estar de pie ante Dios por su propia justicia. La revolución de Jesús. El Dios de Jesús. Desde Jesús “Dios” significa algo diferente; “pecador” significa algo diferente. Y ambas cosas son una estupenda noticia, algo nuevo y maravilloso: que es el amor de mi Madre, no la justicia de un juez, lo que mueve y explica el mundo y mi propia vida.
Jesús come y bebe, y con todo el mundo. Los santos oficiales ayunan y se apartan de los demás. Jesús ofrece fiesta para celebrar cómo es Dios, los otros ofrecen premios y castigos, méritos y culpas. Jesús proclama que nuestra seguridad se basa en que Dios nos quiere. Los otros prefieren fiarse de su propia santidad. Jesús, el único justo, se mezcla con todos para ofrecerles acogida, medicina, alimento. Los que se dicen justos
se apartan de todos con desprecio.
Y una vez más, los evangelios, además de ser historias de sucesos, además de ser profesiones de fe en Jesús, se convierten en paradigma de la humanidad, de sus actitudes religiosas, y en ellos nos vemos tan retratados que nos sentimos increpados, obligados a tomar partido.
La Buena Noticia es ante todo un cambio de motivación. Conocer cómo es Dios nos sitúa ante él como hijos, constantemente queridos como somos. Ni nuestros pecados pueden cambiar el amor de nuestra madre. Eso nos hace felices, tranquilos ante Dios, motivados, deseosos de dignidad, dispuestos al trabajo, aceptadores de compromisos,
ansiosos de poder corresponder al amor recibido. Y ésta es una motivación mucho más
poderosa que el miedo, la justicia, el cumplimiento. Lo de Jesús no es Ley sino Buena,
Buenísima Noticia. Quien haya pensado en el Dios de Jesús como un juez blando, y en
la Buena Noticia como un tranquilizante para nuestra mediocridad, no se ha enterado De nada. Nada hay más exigente que sentirse hijo, querido y perdonado de antemano: nada hay que urja más a la santidad y al servicio que sentirse querido y perdonado de antemano: nada hay más tranquilizador y más exigente que el amor.

PARA NUESTRA ORACIÓN

1. Invitados al banquete.
Todos están invitados a comer con Jesús: los que están instalados en el mundo de la justicia no entran, porque no quieren compartir mesa con pecadores. ¿Dónde estoy yo? Invitado al banquete, ¿entro o me quedo en mi mundo de justo mediocre? ¿Creo en el Dios de Jesús o sigo adorando a mi ídolo-juez?
2. Repetir, con gozo: “Yo creo en un solo Dios, el Padre Todopoderoso Creador”, el que engendra, entiende bien a sus hijos y se deja la vida por sacarlos adelante. Yo creo en un solo Dios, el Padre reconocido en Jesús. Yo creo en Jesús, el Justo que come con los pecadores, y me regocijo de estar invitado a la mesa, precisamente por lo pecador que soy.
3. Leer, detenidamente, como disfrutando otra vez de una sinfonía mil veces Escuchada y gustada, el episodio de Zaqueo (Lucas 19,1) y de la adúltera (Juan 8,1). Y disfrutar de cómo es Jesús, de cómo es Dios, de cómo estoy invitado, no solamente a pesar de mis pecados sino, precisamente, porque soy pecador.
4. “Misericordia quiero y no sacrificios”. Pero nosotros la iglesia solemos preferir sacrificios: asistir a culto, dar limosnas, cumplir preceptos ... y no preocuparse gran cosa de los otros. Son dos religiones: amar a Dios en sus hijos, movidos por el corazón, o no amar a nadie más que a mí y buscar mi propia “santidad”
5. ¿Qué será Dios cuando ya no estemos enfermos? Ahora es el médico, porque estamos enfermos: ¿cómo será cuando nos curemos del todo?. Y soñar. Soñar: mi vida no avanza hacia la muerte, sino hacia la salud. Mi encuentro con Dios no es comparecer a juicio, sino sentarme en el banquete con todos mis hermanos, ya todos sanos.
6. Pensar en la eucaristía: puedo entrar en ese banquete porque Dios me quiere, porque él me invita, precisamente porque soy pecador y necesito medico, porque tengo hambre y necesito alimento. Puedo entrar en ese banquete porque soy tan pecador como todos los que están allí, porque si digo al entrar “soy pecador” los demás responden: ”nosotros también”. Sólo entramos a la eucaristía por la puerta del
perdón, y encontramos a los hermanos, hermanos en el pecado y en que hemos recibido la estupenda noticia: Jesús comía con los pecadores.

O R A C I Ó N

Vamos a recitar el salmo 139 disfrutando de él, disfrutando de que Dios me conoce y me comprende, sabiéndome comprendido y aceptado por Él.
Señor, tú me conoces y me comprendes,
que me levante o me siente, Tú lo sabes.
Desde lejos atraviesas lo que pienso
Que camine o que me acueste, Tú lo sabes
mis caminos te son todos familiares.
Aún no asoman las palabras a mi boca
y Tú las conoces ya completas.
Tú me envuelves por detrás y por delante
Tú has puesto tu mano sobre mí.
¡Prodigio de saber que me desborda
profundidad que no puedo alcanzar¡
Eres Tu quien ha formado mis entrañas
quien me ha tejido en el vientre de mi madre.
te doy gracias por tantos misterios
porque soy un milagro, milagro de tus manos.
¡Qué profundos son, Señor, tus pensamientos
qué incalculable tu Sabiduría!
Sondéame, Señor, mira en mi corazón
examina mi alma, comprende mis temores.
Guíame a lo largo del camino
sé mi guardián para la eternidad.

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