Introducción
Celebramos hoy la solemnidad de san Pedro y san Pablo. En este día la Iglesia realiza una colecta especial con la que quiere expresar la comunión con el sucesor de Pedro. Su figura resalta de forma especial en los textos de la liturgia, haciéndonos comprender la importancia de su ministerio de unidad en el seno de la Iglesia. Ese ministerio tiene su raíz en la confianza que el mismo Jesús depositó en su persona, aun conociendo a fondo su fragilidad. La primitiva comunidad cristiana ordenó el canon del Nuevo Testamento de tal forma que sobresaliera la figura de Pedro y su ministerio eclesial.
Comentario bíblico
*
Iª Lectura: Hechos 12,1-11: La liberación del Pedro de su “judaísmo”
I.1. El relato que Lucas ha elaborado sobre la liberación de Pedro de la cárcel, en torno a las fiestas de Pascua (fiestas liberación), es uno de los más sugerentes y delicados que el autor de Lucas-Hechos nos ha querido trasmitir. De esa forma va mostrando cómo los “discípulos”, por causa de Jesús, el Señor, el Mesías, tienen que huir, no solamente de Jerusalén, sino también de un judaísmo y de una religión que podía llevar a encadenar al movimiento cristiano en las “aspiraciones” de los judíos y de las autoridades políticas que saben usar la religión en beneficio propio. Este relato viene después que Pedro ya ha abierto el camino a los paganos (en la familia de Cornelio Hch 10-11) y la fundación de la comunidad de Antioquia que se va a convertir en la alternativa a Jerusalén, en todos los sentidos. Conviene que lleguemos al sentido último de este relato que Lucas nos presenta, que no es simplemente la liberación “milagrosa” de Pedro de la cárcel, sino que va mucho más allá
II.1. Pedro, en la cárcel, está todavía en medio de esta situación: la esperanza del pueblo judío. Y con Pedro, gran parte de la Iglesia que vive en Judea. Podemos decir que para Lucas, Pedro es como la punta del iceberg, y por ello es golpeado directamente en la persecución de Herodes. De ahí que las consecuencias definitivas de esta persecución, urdida desde el judaísmo oficial y ortodoxo, le llevará a Lucas a esclarecer la identidad de la Iglesia frente al judaísmo. La descripción de la liberación milagrosa de Pedro (vv. 6 11) es todo un canon que sugiere un esquema progresivo de significaciones: 1) Pedro está preso durante las fiestas de Pascua y los Ázimos (los días siguientes a la Pascua), lo cual es revelador como confrontación entre la fuerza de la Pascua judía y la Pascua cristiana, donde Jesús ha vencido las cadenas de la muerte resucitando de entre los muertos. Mientras el judaísmo oficial espera que pasen las fiestas, el Señor de los cristianos va a actuar en medio de la situación de opresión que vive la Iglesia y Pedro a la cabeza, para manifestar dónde está la verdadera vida y la verdadera libertad. 2) El papel de Pedro en esta liberación es meramente pasivo, porque es Dios quien se convierte en verdadero protagonista por medio de su ángel. Así sucede siempre en los relatos de liberación milagrosa, como en el éxodo y en otros momentos (Cf. Ex 3,8; 18,4 10; Dt 25,11; 32,29; Jos 9,26; Dn 3).
I.3. Luego la liberación de Pedro no es más que la ocasión para describirnos el proceso de liberación de la Iglesia que se expresa magistralmente en el v. 11: “... y me ha liberado... de todas las esperanzas del pueblo judío”. Como este es un versículo redaccional (es decir, propio e intencionado de Lucas) podemos entender mejor la lección más importante que debemos sacar de la lectura de esta narración. La clave es el hecho bíblico de la intervención de Dios en favor de su pueblo, que ahora es la Iglesia representada por Pedro. Por ello, desde el c. 10 se venía describiendo el proceso de liberación divina sobre el nuevo pueblo (la Iglesia), de tal manera que la protesta de los circuncisos (11,2 s.) era una muestra del sueño que invadía a la comunidad de Jerusalén, mientras Dios daba muestras de su voluntad liberadora. Lucas ha querido terminar de describir todo esto bajo el proceso semiológico de la cárcel, en el contexto de las fiestas de Pascua, para dar más fuerza teológica de la liberación de la esclavitud, como en los tiempos del éxodo. Pedro se ha de marchar de Jerusalén, de lo que representa la ciudad santa para el judaísmo. Es el signo que ha escogido Lucas para decir que comienza una nueva etapa para la Iglesia primitiva.
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IIª Lectura: 2ª Timoteo 4,6-8.17-18: El elogio del predicador del evangelio
II.1. La 2ª Timoteo es de un discípulo que no puede olvidar a Pablo, que lo tiene en su corazón y en su memoria, que vive pensando que el “predicador” del evangelio está vivo y lo estará siempre. En eso lleva razón, sea quien sea el autor de este escrito “pospaulino”. Pablo ha sufrido el martirio, sin duda; pero, como su Señor, sigue vivo y su historia se hace “memoria” viva. Él fue quien, “sacado” de su judaísmo, de su vida personal, de su manera de entender a Dios y la salvación, ha dado la vida por el evangelio, hasta la muerte.
II.2. Este “autoelogio” de Pablo es, desde nuestro punto de vista, una mímesis: “una imitación que se hace de una persona, repitiendo lo que ha dicho y remedándola en el modo de hablar y en gestos y ademanes, ordinariamente con el fin de ridiculizarla”. Esta definición del DRAE se ajusta en todo a esta mímesis, menos en el objetivo final. En el caso de nuestro texto, no es precisamente para ridiculizarla, sino para elogiar al “apóstol” que lo abandonó todo por el evangelio de la gracia y la salvación para todos los hombres. El autor quiere hacer ver a una comunidad cómo se sintió Pablo al final de su vida: desde luego, no desesperado, sino entregado en “libación” al Señor salvador de todos los hombres. La muerte, así, no es más que el camino que lleva a la verdadera vida. Pablo no hizo carrera en el cristianismo, sino que le ofreció a hombres y mujeres de todos los ámbitos religiosos y humanos la liberación de la angustia a la que estaban sometidos.
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Evangelio: Mateo 16,13-19: La “confesión” de Pedro es la “piedra”
III.1. El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras sobre el “primado”. Es evidente que la tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que significa “roca”. El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo, no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo. Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su ministerio.
III.2. Pero el texto en cuestión de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes. No lo debemos ocultar. Y las interpretaciones corresponden a las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los católicos siempre interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. ¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.
III.3. Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego, tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se hace frecuentemente, que los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús nos llevan directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega de estas palabras es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos ante la teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús histórico.
III.4. Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En Cristo, claro está (cf 1 Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo, no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los que son recalcitrantes y rompen la comunión.
III.5. En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la “infalibilidad” doctrinal, sino al servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeo-cristiana que necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa. Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
Solemnidad de san Pedro y san Pablo
Año litúrgico 2007 - 2008 - (Ciclo A)
Te daré las llaves del Reino de los Cielos
Pautas para la homilía
Esta solemnidad es una buena oportunidad para recordar algún episodio de la vida de estas dos columnas de la Iglesia.
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Itinerario espiritual de Pedro
Pedro sobresale en el grupo de los Doce. Aparece el primero en las listas de los apóstoles. Se le nombra con más frecuencia que a los demás. Es del único del que podemos escribir una biografía espiritual.
Pedro nació en Betsaida. Su padre se llamaba Juan. Según el cuarto evangelio su hermano Andrés fue el primer seguidor de Jesús (se le denomina el «protóclitos» o primer llamado). Como su hermano, también era discípulo del Bautista. Pedro estaba casado, vivía en Cafarnaún y se dedicaba a la pesca juntamente con su hermano Andrés y algunos socios. Era propietario de una barca. No obstante, según la mentalidad rabínica formaba parte de ese grupo de personas que ignoraban las sutilezas de la ley.
Aunque se llamaba Simón, Jesús le cambió ese nombre por el de Pedro (piedra). En la Biblia el nombre expresa la esencia o la misión de una persona. En la historia de la salvación el cambio de nombre marca una etapa importante en la vida. Los evangelistas Marcos y Mateo asocian su llamada con el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea. Tuvo el privilegio, junto con Santiago y Juan, de presenciar la resurrección de la hija de Jairo y la transfiguración de Jesús. En Cesarea habla en nombre de los Doce para declarar que Jesús es el Mesías, el Hijo del Dios vivo. En ese momento Jesús le promete las llaves de la Iglesia y le das el poder de atar y desatar. Pedro se convierte así en el mayordomo de la casa de Dios; recibe jurisdicción para resolver los casos difíciles y el poder para admitir o excluir en la Iglesia; su decisión es válida en el Reino de los cielos, siempre que se inspire en la misericordia (en perdonar hasta setenta veces siete). Pedro más que ningún otro del grupo de los Doce está especialmente ligado al proyecto de Jesús sobre su Iglesia. En ese mismo momento se opone a la pasión de Jesús y éste lo reprende duramente.
Cuando en la última Cena Jesús anuncia a sus discípulos que todos le dejarán solo en la pasión, Pedro promete su fidelidad hasta la muerte. El Getsemaní Pedro también sucumbe al sueño y concentra en su persona los reproches de Jesús: «Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?» Da la impresión de que Jesús esperaba más de él. Durante el primer interrogatorio que le hacen a Jesús, Pedro dice a la criada del Sumo Sacerdote que no tiene nada que ver con él; pero enseguida se siente arrepentido y llora amargamente.
Pedro encabeza la lista de las personas a las que se les apareció Jesús resucitado. Para la primitiva Iglesia él el primer testigo de la resurrección. Después de Pentecostés lidera al grupo de los discípulos. Él hace los mismos milagros que Jesús. La primera lectura de hoy nos lo presenta curando a un lisiado de nacimiento. Pedro es también el primero que acoge a los gentiles en la Iglesia.
Su itinerario espiritual es un modelo para todo cristiano. Destaca por su apego apasionado a Jesús, su generosidad impulsiva, la viveza de su arrepentimiento y la firmeza inquebrantable de su fe; por el lado contrario nos sorprende su incomprensión de Jesús en algunos momentos y sus cobardías, alguna vez reprochadas por san Pablo.
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El amor a Jesús, condición indispensable de toda actividad pastoral
El evangelio de este día nos sitúa, después de la resurrección de Jesús, a orillas del lago de Tiberiades, donde se ha producido una nueva pesca milagrosa. Después del almuerzo que Jesús ofrece a los siete discípulos que presenciaron el prodigio, el mismo Señor entabla conversación con Pedro y le hace tres preguntas. Le pregunta en primer lugar si le ama más que los otros discípulos. Pedro responde afirmativamente, pero añadiendo: «tú sabes que te quiero». A estas alturas Pedro es consciente de su fragilidad y del conocimiento profundo que Jesús tiene de él. Las otras dos preguntas se limitan a preguntarle si le ama. Pedro responde siempre afirmativamente. Estas tres preguntas probablemente le hicieron pensar en su triple negación. Por eso a la tercera pregunta se entristeció. Este examen centrado en el amor a Cristo confirmó a Pedro en su ministerio pastoral al frente de la Iglesia; pero parece insinuarnos que cualquier ministerio pastoral debe ejercerse siempre desde la comunión de amor con Cristo. Sólo desde ahí tiene sentido y se vuelve eficaz. Después de ser examinado sobre el amor, Jesús anuncia la muerte con la que Pedro dará gloria a Dios. Según la tradición fue crucificado en torno al año 67, en tiempo de Nerón.
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El encuentro de Pablo con Cristo
De san Pablo también tenemos muchos datos por los Hechos de los Apóstoles y por sus propias cartas. Su nombre judío era Saulo, y su nombre romano Pablo, que significa «el pequeño». Nació hacia el año cinco después de Cristo, en Tarso, en Cilicia, ciudad cosmopolita, abierta a los intercambios comerciales, culturales y religiosos. Aunque de origen judío, sus padres habían conseguido la ciudadanía romana. Su padre era tejedor, y el mismo Pablo tratará de ganarse la vida en algunos momentos como tejedor de tiendas. Tarso era, además, lo podríamos llamar hoy una ciudad universitaria. Allí Pablo adquirió la cultura griega (lengua, literatura, orientaciones filosóficas). Su familia lo envió a Jerusalén. Estudió a los pies de Gamaliel I el Anciano, maestro moderado –de la línea del gran Hillel–, quien había aconsejado al Sanedrín tener paciencia con los discípulos de Jesús para saber si ese movimiento venía o no de Dios. No obstante, san Pablo se convirtió en un perseguidor encarnizado de los cristianos. Presenció la lapidación de Esteban, la aprobó y colaboró en ella guardando las ropas de quienes le apedrean. Pidió a los Sumos Sacerdotes cartas para continuar esta persecución y se dirige a Damasco con ese objetivo. Cerca ya de la ciudad Jesús resucitado le salió al paso. Esta revelación cambió completamente su vida. De perseguidor pasó a ser perseguido y dedica toda su vida, todo su ingenio y todos sus recursos a la predicación del Evangelio. Los valores aprendidos en Tarso, tales como la libertad responsable, la inteligencia buscadora, la unidad y diversidad de la sociedad, etc., siguieron presentes en sus cartas. Pablo abrió el Evangelio a las naciones paganas, de ahí que se le denomine «el Apóstol de las gentes». Aprovechó los lazos de comunicación entre las sinagogas de la diáspora y las rutas terrestres y marítimas del imperio romano para difundir el Evangelio.
Poseía una rica personalidad marcada por los contrastes: tierno y abrupto al mismo tiempo; razonador y sensible; polémico y contemplativo; poseía también una gran capacidad para adaptarse a auditorios diversos.
Después de muchas fatigas y penalidades a causa del Evangelio, Pablo entregó su vida en Roma hacia el año 67. Fue decapitado, como correspondía a un ciudadano romano ajusticiado por haber cometido un delito grave.
La segunda lectura de esta solemnidad está tomada de la carta a los Gálatas, verdadero testimonio espiritual, donde Pablo habla en primera persona de su conversión, de su vocación y de la especial revelación con la que fue agraciado. Desde su conversión no quiso conocer otra cosa que a Cristo. Él constituyó toda su sabiduría y toda su vida. Pablo llegó a decir que todo lo consideraba basura en comparación con Cristo, e incluso que es Cristo el que vivía en él. La comunión con Cristo fue su pasión y su fuerza, como debe serlo también de los cristianos de todos los tiempos.
Fray Manuel Ángel Martínez, O.P.
Celebramos hoy la solemnidad de san Pedro y san Pablo. En este día la Iglesia realiza una colecta especial con la que quiere expresar la comunión con el sucesor de Pedro. Su figura resalta de forma especial en los textos de la liturgia, haciéndonos comprender la importancia de su ministerio de unidad en el seno de la Iglesia. Ese ministerio tiene su raíz en la confianza que el mismo Jesús depositó en su persona, aun conociendo a fondo su fragilidad. La primitiva comunidad cristiana ordenó el canon del Nuevo Testamento de tal forma que sobresaliera la figura de Pedro y su ministerio eclesial.
Comentario bíblico
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Iª Lectura: Hechos 12,1-11: La liberación del Pedro de su “judaísmo”
I.1. El relato que Lucas ha elaborado sobre la liberación de Pedro de la cárcel, en torno a las fiestas de Pascua (fiestas liberación), es uno de los más sugerentes y delicados que el autor de Lucas-Hechos nos ha querido trasmitir. De esa forma va mostrando cómo los “discípulos”, por causa de Jesús, el Señor, el Mesías, tienen que huir, no solamente de Jerusalén, sino también de un judaísmo y de una religión que podía llevar a encadenar al movimiento cristiano en las “aspiraciones” de los judíos y de las autoridades políticas que saben usar la religión en beneficio propio. Este relato viene después que Pedro ya ha abierto el camino a los paganos (en la familia de Cornelio Hch 10-11) y la fundación de la comunidad de Antioquia que se va a convertir en la alternativa a Jerusalén, en todos los sentidos. Conviene que lleguemos al sentido último de este relato que Lucas nos presenta, que no es simplemente la liberación “milagrosa” de Pedro de la cárcel, sino que va mucho más allá
II.1. Pedro, en la cárcel, está todavía en medio de esta situación: la esperanza del pueblo judío. Y con Pedro, gran parte de la Iglesia que vive en Judea. Podemos decir que para Lucas, Pedro es como la punta del iceberg, y por ello es golpeado directamente en la persecución de Herodes. De ahí que las consecuencias definitivas de esta persecución, urdida desde el judaísmo oficial y ortodoxo, le llevará a Lucas a esclarecer la identidad de la Iglesia frente al judaísmo. La descripción de la liberación milagrosa de Pedro (vv. 6 11) es todo un canon que sugiere un esquema progresivo de significaciones: 1) Pedro está preso durante las fiestas de Pascua y los Ázimos (los días siguientes a la Pascua), lo cual es revelador como confrontación entre la fuerza de la Pascua judía y la Pascua cristiana, donde Jesús ha vencido las cadenas de la muerte resucitando de entre los muertos. Mientras el judaísmo oficial espera que pasen las fiestas, el Señor de los cristianos va a actuar en medio de la situación de opresión que vive la Iglesia y Pedro a la cabeza, para manifestar dónde está la verdadera vida y la verdadera libertad. 2) El papel de Pedro en esta liberación es meramente pasivo, porque es Dios quien se convierte en verdadero protagonista por medio de su ángel. Así sucede siempre en los relatos de liberación milagrosa, como en el éxodo y en otros momentos (Cf. Ex 3,8; 18,4 10; Dt 25,11; 32,29; Jos 9,26; Dn 3).
I.3. Luego la liberación de Pedro no es más que la ocasión para describirnos el proceso de liberación de la Iglesia que se expresa magistralmente en el v. 11: “... y me ha liberado... de todas las esperanzas del pueblo judío”. Como este es un versículo redaccional (es decir, propio e intencionado de Lucas) podemos entender mejor la lección más importante que debemos sacar de la lectura de esta narración. La clave es el hecho bíblico de la intervención de Dios en favor de su pueblo, que ahora es la Iglesia representada por Pedro. Por ello, desde el c. 10 se venía describiendo el proceso de liberación divina sobre el nuevo pueblo (la Iglesia), de tal manera que la protesta de los circuncisos (11,2 s.) era una muestra del sueño que invadía a la comunidad de Jerusalén, mientras Dios daba muestras de su voluntad liberadora. Lucas ha querido terminar de describir todo esto bajo el proceso semiológico de la cárcel, en el contexto de las fiestas de Pascua, para dar más fuerza teológica de la liberación de la esclavitud, como en los tiempos del éxodo. Pedro se ha de marchar de Jerusalén, de lo que representa la ciudad santa para el judaísmo. Es el signo que ha escogido Lucas para decir que comienza una nueva etapa para la Iglesia primitiva.
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IIª Lectura: 2ª Timoteo 4,6-8.17-18: El elogio del predicador del evangelio
II.1. La 2ª Timoteo es de un discípulo que no puede olvidar a Pablo, que lo tiene en su corazón y en su memoria, que vive pensando que el “predicador” del evangelio está vivo y lo estará siempre. En eso lleva razón, sea quien sea el autor de este escrito “pospaulino”. Pablo ha sufrido el martirio, sin duda; pero, como su Señor, sigue vivo y su historia se hace “memoria” viva. Él fue quien, “sacado” de su judaísmo, de su vida personal, de su manera de entender a Dios y la salvación, ha dado la vida por el evangelio, hasta la muerte.
II.2. Este “autoelogio” de Pablo es, desde nuestro punto de vista, una mímesis: “una imitación que se hace de una persona, repitiendo lo que ha dicho y remedándola en el modo de hablar y en gestos y ademanes, ordinariamente con el fin de ridiculizarla”. Esta definición del DRAE se ajusta en todo a esta mímesis, menos en el objetivo final. En el caso de nuestro texto, no es precisamente para ridiculizarla, sino para elogiar al “apóstol” que lo abandonó todo por el evangelio de la gracia y la salvación para todos los hombres. El autor quiere hacer ver a una comunidad cómo se sintió Pablo al final de su vida: desde luego, no desesperado, sino entregado en “libación” al Señor salvador de todos los hombres. La muerte, así, no es más que el camino que lleva a la verdadera vida. Pablo no hizo carrera en el cristianismo, sino que le ofreció a hombres y mujeres de todos los ámbitos religiosos y humanos la liberación de la angustia a la que estaban sometidos.
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Evangelio: Mateo 16,13-19: La “confesión” de Pedro es la “piedra”
III.1. El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras sobre el “primado”. Es evidente que la tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que significa “roca”. El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo, no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo. Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su ministerio.
III.2. Pero el texto en cuestión de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes. No lo debemos ocultar. Y las interpretaciones corresponden a las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los católicos siempre interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. ¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.
III.3. Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego, tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se hace frecuentemente, que los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús nos llevan directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega de estas palabras es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos ante la teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús histórico.
III.4. Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En Cristo, claro está (cf 1 Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo, no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los que son recalcitrantes y rompen la comunión.
III.5. En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la “infalibilidad” doctrinal, sino al servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeo-cristiana que necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa. Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
Solemnidad de san Pedro y san Pablo
Año litúrgico 2007 - 2008 - (Ciclo A)
Te daré las llaves del Reino de los Cielos
Pautas para la homilía
Esta solemnidad es una buena oportunidad para recordar algún episodio de la vida de estas dos columnas de la Iglesia.
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Itinerario espiritual de Pedro
Pedro sobresale en el grupo de los Doce. Aparece el primero en las listas de los apóstoles. Se le nombra con más frecuencia que a los demás. Es del único del que podemos escribir una biografía espiritual.
Pedro nació en Betsaida. Su padre se llamaba Juan. Según el cuarto evangelio su hermano Andrés fue el primer seguidor de Jesús (se le denomina el «protóclitos» o primer llamado). Como su hermano, también era discípulo del Bautista. Pedro estaba casado, vivía en Cafarnaún y se dedicaba a la pesca juntamente con su hermano Andrés y algunos socios. Era propietario de una barca. No obstante, según la mentalidad rabínica formaba parte de ese grupo de personas que ignoraban las sutilezas de la ley.
Aunque se llamaba Simón, Jesús le cambió ese nombre por el de Pedro (piedra). En la Biblia el nombre expresa la esencia o la misión de una persona. En la historia de la salvación el cambio de nombre marca una etapa importante en la vida. Los evangelistas Marcos y Mateo asocian su llamada con el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea. Tuvo el privilegio, junto con Santiago y Juan, de presenciar la resurrección de la hija de Jairo y la transfiguración de Jesús. En Cesarea habla en nombre de los Doce para declarar que Jesús es el Mesías, el Hijo del Dios vivo. En ese momento Jesús le promete las llaves de la Iglesia y le das el poder de atar y desatar. Pedro se convierte así en el mayordomo de la casa de Dios; recibe jurisdicción para resolver los casos difíciles y el poder para admitir o excluir en la Iglesia; su decisión es válida en el Reino de los cielos, siempre que se inspire en la misericordia (en perdonar hasta setenta veces siete). Pedro más que ningún otro del grupo de los Doce está especialmente ligado al proyecto de Jesús sobre su Iglesia. En ese mismo momento se opone a la pasión de Jesús y éste lo reprende duramente.
Cuando en la última Cena Jesús anuncia a sus discípulos que todos le dejarán solo en la pasión, Pedro promete su fidelidad hasta la muerte. El Getsemaní Pedro también sucumbe al sueño y concentra en su persona los reproches de Jesús: «Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?» Da la impresión de que Jesús esperaba más de él. Durante el primer interrogatorio que le hacen a Jesús, Pedro dice a la criada del Sumo Sacerdote que no tiene nada que ver con él; pero enseguida se siente arrepentido y llora amargamente.
Pedro encabeza la lista de las personas a las que se les apareció Jesús resucitado. Para la primitiva Iglesia él el primer testigo de la resurrección. Después de Pentecostés lidera al grupo de los discípulos. Él hace los mismos milagros que Jesús. La primera lectura de hoy nos lo presenta curando a un lisiado de nacimiento. Pedro es también el primero que acoge a los gentiles en la Iglesia.
Su itinerario espiritual es un modelo para todo cristiano. Destaca por su apego apasionado a Jesús, su generosidad impulsiva, la viveza de su arrepentimiento y la firmeza inquebrantable de su fe; por el lado contrario nos sorprende su incomprensión de Jesús en algunos momentos y sus cobardías, alguna vez reprochadas por san Pablo.
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El amor a Jesús, condición indispensable de toda actividad pastoral
El evangelio de este día nos sitúa, después de la resurrección de Jesús, a orillas del lago de Tiberiades, donde se ha producido una nueva pesca milagrosa. Después del almuerzo que Jesús ofrece a los siete discípulos que presenciaron el prodigio, el mismo Señor entabla conversación con Pedro y le hace tres preguntas. Le pregunta en primer lugar si le ama más que los otros discípulos. Pedro responde afirmativamente, pero añadiendo: «tú sabes que te quiero». A estas alturas Pedro es consciente de su fragilidad y del conocimiento profundo que Jesús tiene de él. Las otras dos preguntas se limitan a preguntarle si le ama. Pedro responde siempre afirmativamente. Estas tres preguntas probablemente le hicieron pensar en su triple negación. Por eso a la tercera pregunta se entristeció. Este examen centrado en el amor a Cristo confirmó a Pedro en su ministerio pastoral al frente de la Iglesia; pero parece insinuarnos que cualquier ministerio pastoral debe ejercerse siempre desde la comunión de amor con Cristo. Sólo desde ahí tiene sentido y se vuelve eficaz. Después de ser examinado sobre el amor, Jesús anuncia la muerte con la que Pedro dará gloria a Dios. Según la tradición fue crucificado en torno al año 67, en tiempo de Nerón.
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El encuentro de Pablo con Cristo
De san Pablo también tenemos muchos datos por los Hechos de los Apóstoles y por sus propias cartas. Su nombre judío era Saulo, y su nombre romano Pablo, que significa «el pequeño». Nació hacia el año cinco después de Cristo, en Tarso, en Cilicia, ciudad cosmopolita, abierta a los intercambios comerciales, culturales y religiosos. Aunque de origen judío, sus padres habían conseguido la ciudadanía romana. Su padre era tejedor, y el mismo Pablo tratará de ganarse la vida en algunos momentos como tejedor de tiendas. Tarso era, además, lo podríamos llamar hoy una ciudad universitaria. Allí Pablo adquirió la cultura griega (lengua, literatura, orientaciones filosóficas). Su familia lo envió a Jerusalén. Estudió a los pies de Gamaliel I el Anciano, maestro moderado –de la línea del gran Hillel–, quien había aconsejado al Sanedrín tener paciencia con los discípulos de Jesús para saber si ese movimiento venía o no de Dios. No obstante, san Pablo se convirtió en un perseguidor encarnizado de los cristianos. Presenció la lapidación de Esteban, la aprobó y colaboró en ella guardando las ropas de quienes le apedrean. Pidió a los Sumos Sacerdotes cartas para continuar esta persecución y se dirige a Damasco con ese objetivo. Cerca ya de la ciudad Jesús resucitado le salió al paso. Esta revelación cambió completamente su vida. De perseguidor pasó a ser perseguido y dedica toda su vida, todo su ingenio y todos sus recursos a la predicación del Evangelio. Los valores aprendidos en Tarso, tales como la libertad responsable, la inteligencia buscadora, la unidad y diversidad de la sociedad, etc., siguieron presentes en sus cartas. Pablo abrió el Evangelio a las naciones paganas, de ahí que se le denomine «el Apóstol de las gentes». Aprovechó los lazos de comunicación entre las sinagogas de la diáspora y las rutas terrestres y marítimas del imperio romano para difundir el Evangelio.
Poseía una rica personalidad marcada por los contrastes: tierno y abrupto al mismo tiempo; razonador y sensible; polémico y contemplativo; poseía también una gran capacidad para adaptarse a auditorios diversos.
Después de muchas fatigas y penalidades a causa del Evangelio, Pablo entregó su vida en Roma hacia el año 67. Fue decapitado, como correspondía a un ciudadano romano ajusticiado por haber cometido un delito grave.
La segunda lectura de esta solemnidad está tomada de la carta a los Gálatas, verdadero testimonio espiritual, donde Pablo habla en primera persona de su conversión, de su vocación y de la especial revelación con la que fue agraciado. Desde su conversión no quiso conocer otra cosa que a Cristo. Él constituyó toda su sabiduría y toda su vida. Pablo llegó a decir que todo lo consideraba basura en comparación con Cristo, e incluso que es Cristo el que vivía en él. La comunión con Cristo fue su pasión y su fuerza, como debe serlo también de los cristianos de todos los tiempos.
Fray Manuel Ángel Martínez, O.P.
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