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lunes, 30 de junio de 2008

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: HUMILDAD Y MANSEDUMBRE

1. "Mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica" Zacarías 9,9. Muchos siglos antes de que Jesús entrara el domingo de Ramos en Jerusalén montado en un asno, lo había visto Zacarías iluminado con la luz profética en esa actitud mansa y humilde. Pocos eran los que comprendían un Mesías tan modesto como el profetizado por Zacarías. Los que no vivían la interioridad, siempre los más, no entendían un libertador que no viniera como vencedor y triunfador, encumbrado y fortificado en el poder, en los carros, en los caballos, y empuñando los arcos y las armas de la guerra. Pero los pensamientos de los hombres distan de los de Dios como dista el cielo de la tierra (Is 55,9).

2. La capital de Siria, Damasco, y Tiro y Sidón pertenecen al Señor con el mismo derecho que todas las tribus de Israel. El Señor desposeerá a Tiro de la plata y del oro que había amontonado, como experto comerciante por pueblo fenicio; arrojará sus riquezas al mar y lo entregará a las llamas del fuego. Igualmente Ascalón, Gaza y Asdod serán exterminados y el orgullo de los filisteos aniquilado, aunque un resto de ellos acabará siendo de nuestro Dios.

3. ¿Cómo se va a llevar a cabo esta derrota de los enemigos? ¿Con carros y caballos y poder militar? ¿Con la vara de la tiranía empuñada por un jefe vengador? No. La tiranía anidaba en el corazón de aquellas ciudades y de sus reyes. El rey de ese resto, considerado como una tribu más de Judá, viene cabalgando en un asno, y destruirá los carros de Efraín, el reino del Norte, y los caballos de Judá, el reino del Sur. Les vencerá como David a Goliat, con la modestia pobre de una honda. Su victoria será una victoria singular: instalará la paz destruyendo las armas de la guerra. Ese rey y esa victoria están apuntando a Jesús de Nazaret, cuyo reino es interior, también su revolución y su guerra. "El reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17,21). "El reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan".

4. Los violentos, contra la ira propia, que luchan con sus pasiones para ser mansos. Los violentos, contra el odio que ruge en su corazón, y lo vencen con el amor. Los violentos contra su propio egoísmo e interés y triunfan con la caridad y justicia. Así es como la mansedumbre de Jesús triunfará del pecado y vencerá al mal. No pagando el mal con el mal, sino pagando el mal con el bien (Rm 12,21), la injusticia con la justicia. Este rey dictará desde dentro la paz a las naciones, porque todas están convocadas a vivir en su reino.

5. Pero ¿quién es el que entiende este mensaje? El evangelio permanece escondido para los sabios del mundo, para los racionalistas que todo lo quieren experimentar, tocar y contar y medir y escudriñar y contar las divisiones del Papa de Roma, como Stalin: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla" Mateo 11,25. Los sencillos son los que se abren a la luz de la revelación, los que tiene puesta su esperanza en Dios, los "anawim", pobres de Yahvé que confían en él, y no en los poderes y en la ciencia de la tierra. Jesús da gracias al Padre porque eso le ha parecido mejor, porque la característica de su reino es la humildad y la mansedumbre, con las que él viene a este mundo, engreído y razonador, lleno de soberbia y de pretendida mayoría de edad, pero comprobada inhumanidad. Por eso a sus discípulos les dice que aprendan de él, "que es manso y humilde de corazón".

6. En la mansedumbre y en la humildad "encontraréis vuestro descanso". Y vuestra alegría. Sólo el que es humilde de verdad puede vivir en alegría constante. El soberbio es incapaz de vivir contento con el gozo del Espíritu Santo y se conduce con agresividad. El egoísmo concentrado en sí mismo, hace imposible el descanso, que sólo proporciona la humildad. Directamente Jesús se refiere a los doctores de la ley, que habían enmarañado el amor. “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” Mateo 11,25. Como los semitas, sitúa Jesús en el corazón la fuente de la vida emotiva, afectiva y sentimental. Y en el suyo vive la mansedumbre, contraria a la cólera y al frenesí y a la aspereza y a la dureza de corazón. Está describiendo una antítesis entre la persona y actitud de los jefes religiosos de Israel y la suya propia, tan humana, humilde y compasiva. Y también la humildad, contraria igualmente al modo de proceder altanero y soberbio de los fariseos, que se creían sabérselas todas, y juzgaban al pueblo, no ya como un menor de edad, sino como unos malditos: ”Esos malditos que no conocen la ley” (Jn 7,49). Y por eso su magisterio estaba lleno de soberbia, que no buscaba otra cosa que "la vanagloria de su sabiduría unos de otros" (Jn 5,44); de donde nacía el despotismo y las palabras ásperas e iracundas con que trataban a las personas que no admitían sus mandatos y seguían otros caminos, como hacían con Jesús, a quien odiaban porque no se sometía a sus interpretaciones y a su concepción religiosa, que ellos creían infalible. Junto a este defecto pecaban de pormenizadores y minuciosos. “Colaban el mosquito y se tragaban el camello” (Mt 23,24). Era un contrasentido su magisterio: “Están sentados en la cátedra de Moisés, pero no hagáis lo que ellos hacen” (Mt 23,3). Ese rabinismo secaba el alma, quedaba en obras exteriores, era incapaz de entusiasmar. Por el contrario, Jesús anuncia que aceptando el yugo del Señor, se hace ligera la carga, y suave el yugo, porque el evangelio, promovido por el Espíritu Santo, es descanso vida y paz. Lo duro se hace blando, la rigidez se enternece, el amor todo lo allana. “Donde se ama, no se trabaja y si se trabaja, se ama el trabajo”. El Espíritu de Jesús y del Padre lava lo que está manchado, pone paz donde hay guerra, hace humilde al soberbio, en fin, llena a la persona del Espíritu de Cristo. No faltan personas que piensan que son de Cristo, pero no tienen sus sentimientos de reconciliación y misericordia, amor y dulzura, paciencia y magnanimidad, docilidad y obediencia, y sí seguridad excesiva en sus criterios y altanería. A los tales, les dice San Pablo: “El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de él” (Rm 8,9).

7. Creo que es oportuno que nos preguntemos, si nuestra práctica religiosa, no ha decaído en el rabinismo, porque entonces tendríamos la explicación de la esterilidad de la comunidad cristiana, sobre todo, en cuanto a vocaciones de consagrados. Me da la impresión de que se ha hecho una religión tan light, que ha perdido su mordiente y atractivo. Se ha relegado al Espíritu Santo a la sombra. La doctrina del Concilio y las Encíclicas de los Papas, sobre todo de Juan Pablo II, yacen empolvadas en los archivos y la doctrina primorosa, se predica en muy limitados círculos eclesiales. La delicadeza del amor de Cristo, la herida de su costado, las filigranas del amor, están demodés, y a todo lo que se aspira es a tener un neófito más: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mares y tierras para hacer un prosélito y, cuando llega a serlo, lo hacéis hijo de la gehenna dos veces más que vosotros” (Mt 23,15). "Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Jesús contrapone la suavidad de su carga a la dureza de los mandatos de la ley humana. Pues la religión verdadera suprime todo lo que sea yugo pesado e impropio de ser llevado por la persona humana; hace desaparecer los gestos amenazadores, el hablar altanero y suficiente, a fin de suscitar una genuina igualdad y fraternidad leal y desinteresada, que suprime el cálculo de beneficios que la amistad puede reportar. Y sustituye la ley del "do ut des", por la gratuidad. De esta manera, la ley del Señor, aunque parece yugo, es suave, porque él la lleva con nosotros, y nos da fuerza amorosa para llevarla. El yugo, que es cosa de dos, cuando es insoportable es cuando nos empeñamos en llevarlo a solas. Ya madura Santa Teresa, escribía "ahora todo va con amor". Con las fuerzas de Dios, "nada hay más dulce que guardar los mandamientos del Señor" (Eccl). Quienes los guardan, cuentan con la ayuda del "Señor, que sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. El, que es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, bueno con todos y cariñoso con todas sus criaturas" Salmo 144.

8. Alguna vez llamó a sus discípulos torpes, tardos para entender, necios e incluso satanás a Pedro, pero hoy, arrebatado de gozo del Espíritu, experimentando un cariño inmenso por aquellos pobrecitos, da gracias al Padre porque a ellos les ha revelado los misterios que ha escondido a los sabios y entendidos. No son los defectos y limitaciones y debilidades humanas las que cierran el don de la gracia, sino el engreimiento, la altanería y la soberbia de quienes se creen superiores y no aceptan ideas nuevas de nadie. He visto sabios creyentes y científicos agnósticos y ateos. Pero no dejo de recordar lo que Pasteur decía: porque he estudiado mucho tengo la fe de un bretón; si hubiera estudiado más tendría la fe de una bretona.

9. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Es éste un momento excepcional en la vida de Cristo en que pone de manifiesto con alborozo, que su alma goza de la visión beatífica, que es uno de los misterios que nunca llegaremos a comprender de la Persona Divina y naturaleza humana de Jesús; y que además tiene el poder de revelar su filiación divina y la paternidad del Padre, que se complace en él, y está dispuesto a compartir con los hombres sencillos de corazón y humildes de alma y de costumbres.

10. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Para ser recibido en audiencia por los grandes hay que solicitarla, buscarse recomendaciones y ponerse en cola. El Señor nos llama a todos sin distinción, porque es manso y humilde y su amor es infinito. Llama a todos los que están atormentados por las preocupaciones, abatidos por la tristeza, hundidos en el pecado, no para amenazarlos y castigarlos, sino para perdonarlos y aliviarlos, porque tiene sed infinita de salvarlos y de que sean felices. No quiere vernos abrumados como gente sin pastor y sin fe y sin amor de nadie.

11. En este momento privilegiado, en que nos estamos encontrando con el Señor, en su Palabra y en su Eucaristía, ejerce él su misión de pastor, consolador, padre, comida y bebida, que nos confortan. La presencia de Cristo en la Eucaristía, es una presencia activa, que no se limita a contemplarnos desde lejos; ahí y por ella actúa por el Espíritu Santo en los cristianos y de modo especial en el sacerdote, desarrollando la obra de la salvación. Pidámosle al Padre que nos quiera revelar su acción misteriosa, que nos redime.

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