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jueves, 31 de julio de 2008

El Reino es un Banquete Compartido

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A Por
Fernando Torres Pérez cmf


Dicen que estamos en tiempos de crisis. Los informativos de la televisión, de la radio, los periódicos, todos nos hablan de que se avecina una crisis alimentaria. A primera vista, podemos pensar que nuestro mundo, nuestro planeta, no va a ser capaz de producir alimentos para todos.
Y una vez más el hambre se va a extender por unos cuantos países. Como siempre, casi seguro que a África le va a tocar la peor parte. La conclusión es muy posible que, desgraciadamente, se haga cierta. Lo dice hasta el Banco Mundial. El hambre va a llegar.

El laberinto del egoísmo

Pero no es cierto el punto de partida. No es cierto que nuestro planeta no sea capaz de producir alimentos para todos. La verdad es que los precios están subiendo fruto de la especulación y de que los países ricos, una vez más, están –estamos– acumulando. Necesitamos más energía para el desarrollo. Queremos consumir más –mucho más de lo que en verdad necesitamos.
Por eso sube el precio del petróleo, de los fertilizantes, de los abonos, de los transportes. Y para colmo, a alguien se le ha ocurrido que los bio-combustibles –gasolinas hechas a partir de vegetales– pueden ser la solución a la escasez de petróleo. Como consecuencia, se destinan menos tierras a producir alimentos y suben sus precios.
Los pobres son los que más sufren. Siempre ha sido así. Por eso, las lecturas de este domingo cobran más actualidad que nunca. El profeta Isaías pone en boca de Dios mismo palabras que prometen vida y abundancia para todos, incluso para los que no tienen dinero. El camino es escuchar su Palabra. Ahí está la vida. La solución, una vez más, no es el mercado, abandonar la sociedad a los que sólo quieren hacerse ricos.

Jesús, un profeta en acción

Jesús pone en práctica la profecía de Isaías. La gente se reúne en torno a él. Jesús les habla, cura a los enfermos. Siente lástima de esa multitud que busca una vida mejor, que siente hambre, hambre material y hambre de una vida con sentido. Y Jesús les da de comer. Es un gesto que se materializa a base bendecir y compartir. Todos comen del mismo plato. Y llega para todos. El signo es claro. En el lenguaje de las parábolas de los domingos pasados, se diría que “el reino de Dios se parece a un grupo de gente que comparte lo que tiene...”
Jesús no solucionó el problema del hambre en el mundo. Después de él y hasta nuestros días ha seguido habiendo hambre en el mundo. Y ha seguido habiendo personas que han despilfarrado los recursos que son de todos. Pero nos ha enseñado el camino. Cuando hombres y mujeres, pueblos y naciones, se tienden la mano y comparten lo que tienen, el pan se multiplica y llega mucho más. Esa es la mejor y más alta espiritualidad que podemos vivir y experimentar: dar de comer a los que tienen hambre.
Muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia, dentro y fuera de la Iglesia, han hecho ese camino. No han solucionado del todo el problema pero han hecho que muchos otros hayan saciado su hambre y, quizá, hayan comprendido que Dios es padre y no juez, que quiere nuestra vida y no nuestra muerte.

Hoy nos toca a nosotros ser signos de vida

Hoy nos toca a nosotros, creyentes en Jesús, seguir su camino y compartir lo que tenemos para saciar el hambre del mundo, para dar vida y vida en abundancia. En Jesús encontraremos la fuerza que necesitamos para librarnos del egoísmo de muerte que recorre nuestra historia. Como dice Pablo en segunda lectura, “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?”
Ese amor, cuando lo dejamos anidar en nuestro corazón, es fuente de vida para nosotros y para los que nos rodean. Nos empuja a arriesgarnos, a tender la mano a los hermanos, a construir el Reino con nuestros gestos y acciones concretas de cada día (en la política, en el sindicato, en la asociación, con los amigos...), a hacer de la vida un banquete compartido. Eso es ser cristiano, eso es ser discípulo.

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