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domingo, 26 de diciembre de 2010

Domingo de la Sagrada Familia (Mt 2, 13-15.19-23) - Ciclo A: EXILIO, EXODO, LIBERACION



Jesús de Nazaret empezó su vida huyendo al exilio. Lo perseguían por cuestiones políticas. Su familia su/rió las con­secuencias de esa persecución que acabaría llevándole a la muerte. Pero su exilio, como toda su vida y su muerte, fue el anuncio de un nuevo éxodo, de un nuevo camino hacia la libertad. Dos mil años después, muchos hombres viven en el exilio. ¿Llegará el día en que la libertad se instale definitivamente en nuestro mundo?


HERODES Y SUS SUCESORES

Parece como si no hubieran pasado dos mil años. Herodes murió, pero su estilo sigue presente. No, Herodes no es una simple anécdota de la historia (un rey cruel que mandó matar en una ocasión a los niños menores de dos años, los Santos Inocentes); Herodes es la personificación de la crueldad del poder, que siempre se ensaña en los inocentes, aunque éstos hayan llegado a la mayoría de edad.

Sí, es tristemente aleccionador el paralelismo que se puede apreciar entre Herodes y muchos otros personajes de la historia, desde Herodes hijo, que siguió amenazando a Jesús, has­ta... Veamos:

-Llevaba un título que, de hecho, no ejercía; se llamaba rey, pero quien mandaba de veras era el emperador de Roma.

-Poco poder tenía, pero ese poco lo utilizaba en contra de los intereses y de la voluntad del pueblo; de su acción de gobierno sólo salían beneficiados él y los cuatro que estaban a su alrededor.

-Con esta premisa, es fácil deducir que la base de su poder no era otra que la violencia ejercida con la máxima crueldad.

-Eso si: era un eminente defensor de la religión y de las tradiciones; una de sus grandes obras fue la reconstrucción del templo de Jerusalén, que llevaba varios siglos destruido. Y seguro que alguna vez se hizo llamar rey por la gracia de Dios.

-Probablemente era un apasionado defensor de la fami­lia en cuanto institución tradicional; pero no le importaba des­terrar o diezmar a las familias si eso daba mayor firmeza a su trono.

¿Verdad que no es difícil encontrar muchos sujetos para estas cualidades?


SOLUCIONES «EFICACES»

Como cualquier tirano, Herodes tenía miedo a perder el poder. Por eso se asustó cuando llegaron unos extranjeros pre­guntando por el Rey de los judíos que acababa de nacer (Mt 2,1-3), ¡sin que él hubiera tenido noticias de ello! Y en un alarde de sagacidad política decidió que la mejor manera de acabar con el problema era eliminar los nacidos en los dos últi­mos años: «Entonces Herodes, viéndose burlado por los ma­gos, montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo en Belén y sus alrededores... » A todos; así no habría fallo.

La historia se repetía: muchos siglos antes, José, hijo de Jacob, había llevado a toda su familia a Egipto huyendo del hambre (Gn 47,1-12). Aquella familia pronto se convirtió en un grupo tan numeroso que el faraón se asustó (Ex 1,8-10). Y la solución al problema fue, ya entonces, matar a todos los recién nacidos, sin darles tiempo para crecer (Ex 1,15-22). Así no serían nunca un peligro para el poder.


UN DIOS LIBERADOR

En ambos casos tuvo que intervenir el Señor, mostrándose, ya desde el principio, como el Dios liberador de los oprimidos. Y así, con el empuje y la fuerza de su Espíritu, en las dos ocasiones se inició un largo camino, un éxodo, un proceso de liberación. El primero terminó en la creación de un pueblo de hombres libres (Ex 3-15); el segundo, el que empezó Jesús, aún en marcha, sigue siendo una posibilidad abierta para la liberación de todos los hombres y todos los pueblos. Posibili­dad que se hará efectiva si es libremente acogida.


UNA FAMILIA UNIVERSAL

Anuncio y propuesta de ese proceso de liberación univer­sal es el camino que tiene que realizar la Sagrada Familia, aquella humilde familia formaba por José, chapucero' de pro­fesión; María, su mujer, una sencilla muchacha de Nazaret, y Jesús, exiliado político recién nacido y perseguido por el po­der hasta la muerte.

Al aceptar cada uno de sus miembros la misión que el Se­ñor les había encomendado, aquella familia se convirtió en semilla de esa otra familia que propondría Jesús: la de los que ponen por obra el designio del Padre del cielo (Mt 12,49-50); la de los que empujan hacia su liberación a este mundo; la de los que luchan sin tregua para que la humanidad entera sea una familia y este mundo llegue a ser definitivamente un mun­do de hermanos.

He aquí una tarea central de las familias cristianas: ser ámbito de libertad en sí mismas y, al mismo tiempo, unidad de acción en favor de la liberación de todos los hombres y to­dos los pueblos oprimidos, siempre en defensa de todos los inocentes perseguidos por cualquier tiranía. Cuando las fami­lias vivan de esta manera, asumiendo los riesgos que esto les traiga, las familias podrán llamarse de verdad «cristianas» y estará más cercano el día en que la libertad se instale defini­tivamente en nuestro mundo.

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