Por Santiago Agrelo ofm
Arturo lo escribió así: “Ante un problema las palabras sin soluciones no valen para nada. Es fácil hablar cuando se está seguro, pero los bombardeados por Gadafi, qué tienen que hacer, ¿morir y aceptar esto?”
A este interlocutor anónimo le recuerdo que en Libia, desde que se aplica ‘su solución’, las explosiones han robado a los pobres el sueño y el pan.
A este interlocutor anónimo le recuerdo que, desde que se aplica ‘su solución’, Trípoli ha dejado de ser una capital viva para ser una ciudad muerta: todo está cerrado, escuelas y oficinas, comercios y mercados. Y hay que hacer colas interminables para encontrar un pedazo de pan.
A este interlocutor anónimo le recuerdo que trescientas mujeres nigerianas, llegadas a Libia en redes de trata, han sido asesinadas desde que se aplica ‘su solución’.
A este interlocutor anónimo le recuerdo que las palabras, las ideas, son siempre parte esencial de la respuesta que se ha de dar a un problema. Lamentablemente, el ruido de las armas y el tintineo de los intereses impiden oír las palabras y contrastar las ideas.
La ONU ha hecho sus opciones. Los gobiernos han tomado sus decisiones. Los mandos militares han puesto en marcha sus operaciones. Mi interlocutor es muy libre de darse por satisfecho con lo que otros han decidido, y puede sentarse en su sala de estar a la espera de ver el desenlace de este drama. Por mi parte, prefiero buscar otras opciones, tomar otras decisiones, poner en marcha otras operaciones.
El evangelio, hermano mío, es un libro de “palabras sin soluciones”, que están pidiendo a gritos ser escuchadas: “Habéis oído que se dijo: «Ojo por ojo, diente por diente». Pues yo os digo: no hagáis frente al que os agravia… Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”.
El Padre nuestro, oración hecha de “palabras sin soluciones”, te regala como hermanos a todos los hijos de Dios.
Dios, que quiere que todos los hombres se salven, para cumplir sus designios, no halló nada más eficaz que enviarnos su Palabra, así de frágil, así de humilde, así de ligera, así de pobre… “sin soluciones”.
Las palabras del evangelio, creídas, habrían hecho de papel las armas en tus manos, pues no las necesitarías contra nadie; y las habrían hecho de cuajada en manos de los demás, pues no las necesitarían contra ti.
Eso sí, para ese hablar desarmado hace falta más valor que para hacer una guerra.
Por favor, hermano mío, no desprecies las palabras.
A este interlocutor anónimo le recuerdo que en Libia, desde que se aplica ‘su solución’, las explosiones han robado a los pobres el sueño y el pan.
A este interlocutor anónimo le recuerdo que, desde que se aplica ‘su solución’, Trípoli ha dejado de ser una capital viva para ser una ciudad muerta: todo está cerrado, escuelas y oficinas, comercios y mercados. Y hay que hacer colas interminables para encontrar un pedazo de pan.
A este interlocutor anónimo le recuerdo que trescientas mujeres nigerianas, llegadas a Libia en redes de trata, han sido asesinadas desde que se aplica ‘su solución’.
A este interlocutor anónimo le recuerdo que las palabras, las ideas, son siempre parte esencial de la respuesta que se ha de dar a un problema. Lamentablemente, el ruido de las armas y el tintineo de los intereses impiden oír las palabras y contrastar las ideas.
La ONU ha hecho sus opciones. Los gobiernos han tomado sus decisiones. Los mandos militares han puesto en marcha sus operaciones. Mi interlocutor es muy libre de darse por satisfecho con lo que otros han decidido, y puede sentarse en su sala de estar a la espera de ver el desenlace de este drama. Por mi parte, prefiero buscar otras opciones, tomar otras decisiones, poner en marcha otras operaciones.
El evangelio, hermano mío, es un libro de “palabras sin soluciones”, que están pidiendo a gritos ser escuchadas: “Habéis oído que se dijo: «Ojo por ojo, diente por diente». Pues yo os digo: no hagáis frente al que os agravia… Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”.
El Padre nuestro, oración hecha de “palabras sin soluciones”, te regala como hermanos a todos los hijos de Dios.
Dios, que quiere que todos los hombres se salven, para cumplir sus designios, no halló nada más eficaz que enviarnos su Palabra, así de frágil, así de humilde, así de ligera, así de pobre… “sin soluciones”.
Las palabras del evangelio, creídas, habrían hecho de papel las armas en tus manos, pues no las necesitarías contra nadie; y las habrían hecho de cuajada en manos de los demás, pues no las necesitarían contra ti.
Eso sí, para ese hablar desarmado hace falta más valor que para hacer una guerra.
Por favor, hermano mío, no desprecies las palabras.
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