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viernes, 4 de julio de 2008

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: "Darwinismo social"



El inglés Herbert Spencer, uno de los primeros sociólogos de la historia, en su obra “La Estática Social” (1851), y en otros escritos, defendió la competencia como un medio para la evolución, la prosperidad y las libertades individuales en la sociedad; esta teoría clasificaba a los grupos sociales según la capacidad para dominar la naturaleza. Según Spencer, las personas que alcanzaban riqueza y poder eran consideradas las más aptas, mientras que las clases socioeconómicas más bajas, eran las menos capacitadas. Con la publicación de “El origen de las especies por medio de la selección natural” (1859), y “La descendencia humana y la selección sexual” (1871) de Charles Darwin, obras que conmocionaron el mundo, los seguidores de esta teoría tuvieron más elementos para defenderla, darla a conocer y presentarla como el camino hacia la prosperidad de los pueblos. A esta tendencia ideológica se le llamó el Darwinismo Social.

Estamos hablando de una de las corrientes que sirvió y sirve como base filosófica para el imperialismo, el racismo, el fascismo, el capitalismo y otros ismos que consumen vorazmente la humanidad, como el nazismo de Adolfo Hitler quien la empleó para justificar la promoción a muerte de una “raza superior” que debía dominar al mundo. Creo que no es necesario mencionar las consecuencias de las pataletas de este “niño malcriado”, como creo que tampoco es necesario hablar de las consecuencias del neoliberalismo salvaje y otros engendros de nuestro tiempo, cuyos defensores, impulsados por el Darwinismo social, se creen poseedores de la verdad, con la plena potestad para invadir, masacrar y arrasar con todo, porque su cultura y su sangre, así como su doctrina, son superiores. Según ellos, lo que hacen es apenas lógico y totalmente justificable; al fin de cuentas lo que hacen es liberar al mundo del terrorismo, del eje del mal, del error doctrinal o del imperio del relativismo.

Darwinismo Social es un concepto de la modernidad, pero una costumbre de épocas viejas. En tiempo de Zacarías (1ral lect.), después del exilio en Babilonia, todo el pueblo quería la reconstrucción, pero había dos corrientes: una liderada especialmente por Esdras y Nehemías, centrada en el poder del monarca, su cohorte y la pureza de la raza, y otra impulsada por las aspiraciones de las comunidades que intentaban reconstruir la identidad nacional a partir de elementos universales, pluralistas y comunitarios. Frente a los promotores de la monarquía y de líderes al estilo de guerreros triunfadores como David, o diplomáticos equilibristas como Salomón y demás reyes de Israel o de Judá, Zacarías, que representaba los intereses de las comunidades, propuso un líder para encaminar la nación por los rumbos de justicia, paz y solidaridad. Éste líder no se caracterizaba por la capacidad de imponer sus ideas y aplastar a sus opositores, sino por una vida sencilla, justa, modesta y pacífica. “¡Alégrate, ciudad de Sión! ¡Grita de júbilo, Jerusalén! Mira a tu rey que viene a ti defendido por Dios y victorioso, humildemente montado en un asno, en la cría de un animal de carga.” (Za 9,9)

Así mismo, en tiempo de Jesús la política de “La Pax Romana” (otro nombre del “Darwinismo social”) era el pan de cada día. Los romanos y sus aliados devoraban al pueblo; frente a ellos, los rebeldes celotas esperaban un Mesías guerrero al estilo de David que impusiera orden para todos. Según ellos tenían que usar la fuerza para liberar a Israel. Jesús no fue un pacifista romántico ni un engañador que prometiera el premio celestial a una vida resignada con la cabeza gacha. Su propuesta del Reino de Dios era precisamente la liberación de todo tipo de esclavitud y la vida en la plena libertad al interior y exterior del ser humano, propuesta que extendía para todos los seres humanos. Pero la realización de ese proyecto tenía que hacerse por medios pacíficos y procesualmente, como el grano de mostaza o la levadura en la masa (Lc 13,18-21), no con la violencia, el poder y la imposición de su voluntad.

La propuesta de Jesús no la aceptaron ni los celotes por pacífica, ni las autoridades judías montadas en su curubito de poder, aliadas con el imperio, que se valieron de todo tipo de artimañas para desprestigiarlo y perseguirlo hasta verlo colgado en el ignominioso madero de la cruz. Ellos tenían en sus manos la política, la economía, la religión y el conocimiento; eran los doctos, los sabios y entendidos, los altos dignatarios, los sagrados y puros ministros, la raza especial, la casta privilegiada, la gente bien, las buenas familias; pero Jesús desenmascaró su hipocresía y los llamó “raza de víboras, sepulcros blanqueados, manipuladores de la conciencia, usurpadores de la llave del saber, guías ciegos, saqueadores de los bienes ajenos”, (Lc 7,52; Mt 12,34. 23,13ss). La reacción de éstos “sabios y entendidos” no se hizo esperar y por eso se encargaron de desprestigiarlo: primero porque era un campesino provinciano (Jn 7,41), luego lo acusaron de violar el sábado (Mc 2,23-27), de ser un blasfemo (Mc 2,7), de engañar a la gente, de ser un impostor y embaucador, creíble sólo para los ignorantes y malditos que no conocían la ley (Jn 7,46-49). Finalmente dijeron que estaba poseído por Belzebú, el príncipe de los demonios (Mc 3,22).

Afortunadamente hubo gente que atendió el llamado y siguió sus pasos. Gente sencilla, de mente y corazón abierto, con o sin conocimiento intelectual, con o sin dinero, de dentro o de fuera, pero todos cansados y agobiados al ser testigos de las injusticias y del dolor propio o ajeno. Quienes atendieron a su mensaje fueron en su mayoría quienes no eran invitados al banquete del mundo y descubrieron que en vez de buscar ser invitados a dicho banquete, debían hacer el propio con los medios que tenían e incluir a todos los marginados. Quienes estuvieron dispuestos a ponerlo todo al servicio del Proyecto, y asumir el yugo liberador de Jesús: el trabajo por el Reino.

Vale la pena aclarar que, el camino de Jesús no es un total rechazo a toda forma de organización o a todo tipo de estructura; el camino de Jesús implica ponerse el yugo, así como el buey, para arar la tierra y hacerla producir, pero en libertad. Un yugo liberador es un trabajo comprometido por el Reino, un yugo liberador implica, esfuerzo, sacrificio, entrega, pero nunca esclavitud ni sometimiento al imperio del mal. El yugo de Jesús es liberador y por tanto llevadero y su carga es ligera.

¿A qué grupo pertenecemos? ¿Le jugamos al Darwinismo Social en sus múltiples presentaciones? ¿Será compatible el Darwinismo Social con el Reino de Dios? ¿Estamos dispuestos a ponernos el yugo de Jesús? Los seguidores de Jesús tenemos que ser, como Él, mansos y humildes de corazón. Evitar la embriaguez que dan el poder y el dinero, y no dejarnos engañar por ilusiones segregacionistas del mundo presente. Con el Espíritu de Jesús (Rom 8,9.11-13 – 2da lect.) tenemos que ser capaces de dar muerte al pecado para tener vida en Él y así ser testigos de la revelación de Dios en el día a día, comprometidos con su causa.

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