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lunes, 14 de julio de 2008

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Homilía y Recursos para la Homilía

Publicado por Agustinos España
"EL REINO DE DIOS SE PARECE..."


La liturgia de la Palabra de éste y de los próximos domingos domingos quiere hacernos reflexionar sobre un tema central del Evangelio: el Reino de Dios. Cada domingo, a través de las parábolas, nos acercará a una faceta distinta de este misterio. Hoy la parábola que nos habla del Reino es la de la cizaña y el trigo.

Decimos que a través de las parábolas, Jesús nos va acercando al misterio del Reino de Dios, porque el Reino es ciertamente un misterio, una realidad que no acabaremos de aprehender nunca. El Reino no es como nosotros quisiéramos, ni su lógica es la nuestra, ni su crecimiento obedece a los criterios que nosotros quisiéramos proyectar sobre él. Y esto se pone de relieve claramente en la parábola de la cizaña y el trigo.

El mundo es el campo de la parábola. Y en el mundo, como en aquel campo, observamos la presencia simultánea del bien y del mal. Una presencia no sólo simultánea, sino tan entrelazada y entretejida, que resulta difícil distinguir el bien y el mal. En el campo no crece el trigo en un lado y la cizaña enfrente. Trigo y cizaña se encuentran mezclados. Crecen tan juntos que no se podría arrancar uno sin arrancar la otra. Más aún, cuando nacen -antes del tiempo de la siega, antes del final- tienen las mismas apariencias y no cualquiera podría distinguirlos. Ello hace que sea obligada su convivencia: hay que tolerar el crecimiento de la cizaña, hay que tolerar la presencia del mal. El mal se hace así una especie de "mal necesario".

Lo mismo pasa en la vida del hombre. No existe el hombre absolutamente bueno, ningún hombre es trigo limpio. Tampoco existe el hombre absolutamente malo; todos tenemos un fondo bueno. La frontera entre el trigo y la cizaña no divide el campo en dos partes, ni divide tampoco a la humanidad en dos bloques, los buenos y los malos. La frontera entre el trigo y la cizaña pasa por el corazón de cada uno de los hombres. Todos tenemos trigo y cizaña. Por eso, ningún hombre puede rechazar enteramente a ningún hermano. Porque rechazaría la cizaña, ciertamente, pero también su trigo. No se tratará nunca de eliminar a un hombre porque tenga cizaña, sino de hacer crecer su trigo hasta que sofoque la cizaña.

Tampoco la Iglesia puede pensar que ella acapara todo el trigo y que fuera de ella no hay más que cizaña. Más de una vez la Iglesia lo ha pensado. Pero la verdad es que fuera de la Iglesia también hay trigo y dentro de ella también hay cizaña. La frontera entre el trigo y la cizaña también pasa por el corazón de cada uno de los cristianos.

La parábola nos habla del Reino, no lo perdamos de vista. Y recalca que el dueño del campo corrige la impaciencia de los criados. Ellos querían arrancar la cizaña cuanto antes. El dueño les hace esperar hasta la hora de la siega.

Nosotros, olvidando que somos también trigo y cizaña, quisiéramos más de una vez imponer nuestros criterios en este campo que es el mundo y la Iglesia. Olvidamos que también nosotros tenemos cizaña. Olvidamos que es difícil distinguir el trigo de la cizaña. Olvidamos que detrás de la cizaña hay trigo también.

Olvidamos que no fuimos nosotros los que sembramos y que no somos nosotros los que tenemos que segar.

Y por eso surge la intolerancia, las inquisiciones, las luchas, las diferencias, las cruzadas, las penas de muerte, muchos anatemas... Cada uno creemos que la diferencia entre el trigo y la cizaña se mide según nuestros propios criterios.

Y nos da pena, y nos impacientamos o nos desesperamos al ver el campo lleno de trigo y cizaña. Y nos parece imposible que el Reino deba estar sometido a la servidumbre de tener que tolerar la presencia de la cizaña. Nos causa extrañeza, nos desalienta.

Quisiéramos medir el desarrollo del Reino según nuestros propios criterios. Nos preocupa el número, el éxito, el aplauso, las cuentas... Y nos resulta intolerable que no sea nuestro criterio el que predomine. Nos parece muy bueno el pluralismo, pero a costa de descalificar a todos los que no piensan como nosotros.

Llamamos a nuestros tiempos de pluralismo. Y nos gusta que así sea. Pero a veces nuestro pluralismo no es soportado sino a base de anatemas interiores. El pluralismo -también en la Iglesia- no nos ha educado para la convivencia social. Cada uno sigue convencido de que el trigo lo tiene él y que los demás sólo tienen cizaña.

La fe en el Reino de Dios nos pide -según la parábola- la tolerancia. Es decir, no cabe duda de que la tolerancia se basa en buena parte en la fe. No es a nosotros a los que nos toca juzgar. La justicia total llegará al final. Dios, el dueño del campo, se ha reservado el hacer justicia. Nosotros, mientras, tenemos que convivir en la comprensión, en la tolerancia, en la paz, sin anatematizar a ningún hombre, sin despreciar a nadie, sabiendo con humildad que también nosotros cosechamos cizaña en nuestro propio corazón.

Esta conclusión de tolerancia y humildad sube de tono al aplicarla al interior mismo de la Iglesia. También en la Iglesia tenemos un pluralismo muchas veces no más que soportado y lleno de anatemas interiores. Cada uno suele pensar que la recta opinión (ortodoxia) que se ha de tener hoy día en cuanto a pastoral, liturgia, moral, teología, espiritualidad, etc., es, claro está, la suya. Todos los demás, a derecha e izquierda de uno mismo, no están en la verdad exacta, que es la mía. Esta actitud que tenemos en el corazón tantos cristianos, no es ciertamente la del Reino, según la parábola.




RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

La omnipotencia y la paciencia de Dios. Este tema aparece con claridad en la liturgia de este domingo. El evangelio nos ofrece nuevamente la imagen de un sembrador para hablarnos del Reino de los cielos. El sembrador lanza buena simiente a su campo. Sin embargo, en la noche viene el enemigoy siembra cizaña, una planta cuya harina es venenosa. Los siervos, indignados por la astucia del enemigo, quieren arrancar lo más rápidamente la cizaña que amenaza el crecimiento del trigo, pero el dueño del terreno, mucho más sensato y con experiencia, se los impide porque existe el riesgo de que, junto con la cizaña, arranquen también el trigo. Este sembrador generoso con la buena semilla y paciente ante la adversidad no deseada, es el Hijo del hombre que siembra la buena semilla, los ciudadanos del Reino. Su poder es infinito y también su paciencia. No permite que los segadores arranquen la cizaña, en cambio, los invita a tener paciencia hasta el tiempo de la siega. El trigo deberá crecer junto a la cizaña y todos deberán seguir el ejemplo de paciencia del sembrador. Precisamente porque es todopoderoso y tiene en su mano los destinos del mundo, se manifiesta como paciencia y misericordia.(EV). El libro de la sabiduría llega a la misma conclusión después de preguntarse por qué Yahveh se muestra tan misericordioso en relación a Egipto (Sab 11, 15-20) y Canaan (Sab 12, 1-11). No existe Dios fuera de Ti... Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos... Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación (1L). En la carta a las romanos san Pablo nos muestra cómo el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad y nos enseña a orar como debemos. A través de la acción del Espíritu Santo el cristiano llega a comprender, en cuanto esto es posible, el actuar misericordioso de Dios. Sólo el Espíritu Santo que escudriña los corazones, sabe suscitar el sentimiento y la plegaria apropiada ante la santidad de Dios (2L) .


Mensaje doctrinal

1. En el sembrado aparece, por obra del maligno, la cizaña, hierba mala que atenta contra la buena cosecha. La parábola muestra algo evidente en el mundo que vivimos. Junto al bien y a los ciudadanos del Reino, la buena semilla, existe el mal y existen también los operadores de iniquidad, aquellos que se han dejado arrastrar por el mal. Surge espontáneamente en nuestros corazones, como en los siervos de la parábola, el deseo de poner rápida solución a este estado de cosas. Los segadores no parecen dispuestos a tolerar una situación que exigirá de ellos paciencia, discernimiento, prudencia y moderación. Es preferible extirpar sin más. ¿Cuál es, se pregunta uno, la razón por la que el sembrador aconseja la paciencia y la moderación?. Ciertamente la actitud del sembrador nace de su misma experiencia: hay gérmenes de cizaña que morirán por sí mismos, o no alcanzarán el debido crecimiento. Otras plantas de buena semilla son muy frágiles y podrían sufrir la extirpación de la cizaña. En fin, hay otras plantas que hay que darles tiempo para que lleguen a su plena maduración. El bien de la cosecha total, así como la virtualidad propia de la semilla nueva, imponen la paciencia y la confianza que acompaña el crecimiento del sembrado. Queda claro, por lo demás, que el sembrador es lo suficientemente sabio y prudente para elegir lo más adecuado para el campo y para una cosecha rica y sustanciosa. Precisamente porque este sembrador es todopoderoso y puede intervenir con el poder necesario para invertir la situación, sabemos que la elección de la paciencia y la misericordia es la que mejor. Quien es débil, por el contrario, reacciona con violencia y prepotencia ante el peligro que le asecha. La omnipotencia de Dios se manifiesta en su misericordia.

Por otra parte, ¿cómo podrían los segadores de la Iglesia distinguir de modo definitivo la semilla buena de la mala? El juicio sobre el corazón humano, por su carácter absoluto y definitivo, corresponde sólo a Dios que mira dentro del corazón. Juicio que Dios mismo se reserva para el final de los tiempos. El apóstol Pablo amonesta en este sentido a los corintios: Así que, no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. El iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces recibirá cada cual del Señor la alabanza que le corresponda. 1 Cor 4,5

Así pues, ahora nos encontramos en el tiempo del crecimiento y de la esperanza, aunque también en el tiempo de la paciencia y del sufrimiento. Es el tiempo de la noche, es decir, el tiempo del crecimiento en espera de que la luz ponga al descubierto el pensamiento de muchos corazones. Sembrador y segadores deben pues armarse de paciencia y seguir de cerca el crecimiento de sus plantas, sabiendo en todo caso, que la cosecha está asegurada por la omnipotencia divina. La paciencia de los segadores nace de la paciencia de Dios y de su misericordia que no desespera jamás y siempre re-propone las vías de la salvación. El libro de la sabiduría lo expresa de modo claro y sintético: Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.

2. El grano de mostaza y la levadura. El evangelio nos propone otras dos parábolas del Reino de los cielos que, unidas íntimamente a la parábola del trigo y la cizaña, poseen un elemento característico. Estas parábolas ponen de relieve el contraste entre la pequeñez de la semilla de mostaza y la grandeza del árbol que alberga a las aves; así como el contraste entre la cantidad de la masa y lo exiguo de la levadura: una pequeña cantidad basta para fermentar toda la masa.

Estas parábolas son una llamada entusiasta a la fe y a la esperanza. El Reino de los cielos tiene orígenes minúsculos. Jesús ha sembrado la palabra durante tres años, a un grupo de gentes humildes, en un lugar oscuro del imperio. Sin embargo, de aquellos humildes orígenes ha venido a la luz una realidad espléndida. Esta ley evangélica sigue teniendo vigencia. Todo aquello que se hace por Dios nace en lo pequeño, en lo sencillo para que se manifieste que es Dios, no el hombre, quien da fecundidad y buen éxito a la tarea evangelizadora. El sembrador hará bien en abarcar con una sola mirada: la semilla y el resultado final sin entretenerse en los avatares del crecimiento. En cierto sentido, los hombres de Dios son aquellos que ven la semilla y con la misma nitidez ven el cumplimiento del plan de Dios. En sus pupilas está siempre la promesa de Dios llevada a su plena realización: manteneos firme la esperanza que fiel es el autor de la promesa. (Hb 10,23) Esto lo observamos en la vida de los santos: su mirada va más allá de las dificultades que implica la voluntad de Dios. Cuando hablan de sus proyectos (los proyectos divinos) hablan como de algo presente, como si sus ojos los estuvieran viendo. Es tal la esperanza en la promesa, que viven ya en la ansiedad de que encuentre cabal cumplimiento. Se asombran de que tarde tanto en llegar a pleno crecimiento la obra. Para ellos no hay duda de que la promesa es veraz y la Palabra de Dios eficaz. Por eso, no pierden ocasión alguna para sembrar, ni siquiera la más pequeña de sus semillas. Saben que la más pequeña de ellas esconde la virtualidad de un árbol robusto y crecido. No se dejan engañar por lo pequeño de la semilla. Ver la semilla y ver el árbol crecido es para ellos uno y lo mismo. Así debemos ser nosotros, así debemos entender nuestra vida cristiana y apostólica. La enseñanza del domingo pasado de sembrar con esperanza y de preparar el terreno, se refuerza en este domingo teniendo en cuenta, ciertamente, que habrá cizaña que tolerar y sufrir. La cizaña no pondrá en duda de ningún modo el fruto total de la cosecha. ¡Hay que seguir sembrando! ¡Hay que mirar al futuro sin entretenerse perdiendo el tiempo para complacerse en el pasado! ¡La noche está pasando y el día está por llegar!

Sugerencias pastorales

1. La fortaleza del cristiano. El inicio del cristianismo nació como una semilla pequeña rodeada por numerosos peligros. Después de la Ascensión a los cielos, los apóstoles debían enfrentar una situación bastante compleja. Más tarde las primeras comunidades cristianas se vieron asechadas por los judíos y por la persecución romana. La pequeña semilla se abría paso en medio de ingentes dificultades. A primera vista la semilla estaba destinada a perecer. Sin embargo, en esta circunstancia se manifestó la grande fortaleza del alma cristiana. Ellos supieron sufrir las adversidades, supieron distinguir el mal de aquellos que lo cometían. Informaron su corazón con la misericordia que nacía del corazón de Jesucristo y no sólo perdonaban a sus verdugos, sino hacían todo por convertirlos a la misma fe. Las palabras de san Agustín son un espléndido testimonio de lo que obra el Espíritu Santo en el alma de los fieles: Si pedimos que el criminal no sea castigado, no es porque nos agrade el crimen, sino porque detestamos el cimen o el vicio en el hombre; cuanto más el vicio nos desagrada, tanto más deseamos que el culpable no muera antes de enmendarse. Es muy fácil, y es una inclinación de nuestra naturaleza, odiar a los malvados porque son malvados; pero es mejor amarlos porque son hombres, de modo que reprendamos la culpa y, simultáneamente, reconozcamos la bondad de la naturaleza en la misma persona. Sin duda muchos abusan de la indulgencia y de la bondad divina,,, Pero por el hecho que los malvados perseveren en su iniquidad, no deberá Dios perseverar en su paciencia? San Agustín, Cartas, Lett, 153; 1,3-2,4. PL 33, 654-655

2. Vencer el mal con el bien. Ciertamente nos toca vivir una época en la que, por los medios de comunicación, tenemos inmediato conocimiento del mal en el mundo. No pocas veces este conocimiento oprime el corazón. En ocasiones ya no deseamos ver las noticias en la televisión o leer el periódico pues cada día nos aguarda una nueva serie de muertes e injusticias. ¿Qué hacer ante esta situación? La tentación es la de hacer caso omiso al mal o dejarse aprisionar por él cayendo en el cinismo o en la depresión y desesperación. El mensaje cristiano es diverso: cuanto mayor sean las sombras que cubren el mundo, tanto mayor debe ser la presencia de los ciudadanos del Reino, de la buena semilla que embellece los campos. El mundo entero está en espera de la plena manifestación de los hijos de Dios. Así pues, no nos dejemos aherrojar por las cadenas del mal, sino que venzamos al mal con el bien. Sepamos oponer al mal una acción concreta en favor del bien. Si cada cristiano toma en serio su misión de sembrador, si advierte que la semilla de la Palabra de Dios tiene virtualidad propia para convertirse en árbol frondoso, si entiende que la gracia de Dios es una levadura capaz de fermentar toda la masa, no se quedará ausente en la construcción de este mundo sino hará cuanto esté en su mano para abrir surcos de esperanza a las nuevas generaciones.

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