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lunes, 15 de septiembre de 2008

Exaltación de la cruz: Amor en exclusiva

Publicado por Entra y Veras

Según un antiguo testimonio, se comenzó a festejar en el aniversario del día en el que se encontró la Cruz. Su celebración se extendió con gran rapidez por toda la cristiandad.


Vida, paz, justicia, amor, encuentro, plenitud, acogida, descanso, escucha, ternura, misericordia, cercanía… a cambio de confiar y seguir adelante. Eso sí que es un buen reclamo publicitario pero podemos preguntarnos si otra vez nos están vendiendo la moto o es de verdad una promesa firme. ¿Nos encontramos en un auténtico chollo, una ganga para estos tiempos de crisis? ¿Se prolongan las rebajas o es la garantía de ternura con que una madre acuna a su bebé? Aquí no hablamos de rebajas, ni de gangas, ni de chollos ni de ofertones. Aquí hablamos de amor del bueno, del verdadero, del que no caduca. Hablamos de amor en exclusiva, porque no tiene ni tendrá igual jamás. Lo curioso, lo que puede llamar la atención a quienes no son creyentes, es que el reclamo publicitario sea una cruz. Sí, una cruz. ¡Qué barbaridad, un instrumento de tortura, de máximo suplicio, convertido ahora en reclamo, en bandera de amor y felicidad!

La Cruz nos revela no la ira, ni la venganza, ni el rencor, sino el amor y el perdón. La cruz no es un designio arbitrario de Dios, ni un castigo hacia Jesús, sino la consecuencia de la opción de Dios por nosotros en la encarnación, en el acercamiento a nosotros por amor y en el amor, le lleve a donde le lleve sin salirse de la historia, sin manipularla desde fuera. No está crucificado el asesinado sino el entregado por sí mismo. Sus brazos clavados en la cruz abrieron de una vez por todas el horizonte que permite divisar que otro mundo es posible. Desde el fracaso hizo brotar la vida. La cruz es la bandera de la fidelidad absoluta. La cruz es la prueba inequívoca de ese amor desbordante, incontenible, capaz de abrazar perdonando incluso a los que lo han matado.

Juan, en el evangelio, aprovecha el encuentro con Nicodemo para presentarnos en qué consiste el amor de Dios hacia todos la humanidad, y lo hace en un acontecimiento concreto, cifrado en el espacio y el tiempo; con una entrega total, pues se trata del Hijo único, y en un ambiente hostil, lo cual da muestra de la gratuidad del don. Este amor conduce a la salvación siempre y cuando haya un asentimiento de fe, un querer salvarnos.

Una vez más volvemos a insistir en que Dios que no se queda de brazos cruzados, sino que se deja conmover por el dolor humano y lo comparte desde dentro para poder vencerlo y sembrar en el mundo la esperanza, para ensanchar el horizonte del sufrimiento de manera que ya nadie pueda sentirse solo ante el dolor y el sufrimiento; pues no hay desde entonces muerte en la que no se presienta vida, ni oscuridad en la que no haya un rayo de luz esperanzada. Pero este gesto solamente puede entenderse desde la óptica de un amor apasionado en el que parece que Dios necesitase de nosotros para ser feliz.

Ser fieles a Jesús, querer ser sus seguidores no puede dejar de lado la responsabilidad de escuchar el clamor de los que hoy siguen siendo crucificados, de forma que seamos capaces no sólo de la solidaridad, sino también de la esperanza activa que brota del manantial de la resurrección y que sabe, como decía Unamuno, que sólo proponiéndose lo imposible se logra todo lo posible. Sin tener esto en cuenta, difícilmente podemos atrevernos a mirar cara a cara, con honradez, a Cristo crucificado que nos reclama a la vez que nos abraza; difícilmente también la eucaristía será para nosotros la comunión con ese Jesús entregado totalmente que nos obliga a ser fieles a su memoria.

La cruz nos marca ese punto de encuentro definitivo, verdadero, con Dios. Sólo la vida entendida como donación, como entrega, como fue la de Jesús, puede leer en medio de la vida este lenguaje aparentemente absurdo. El amor definitivo no depende de un fracaso, por doloroso y destructivo que pueda ser, sino de descubrir en ese dolor la presencia de Aquél que padece con nosotros. Aquí no hablamos de chollos, hablamos de amor. Seamos más o menos creyentes, contemplar la cruz siempre será reclamo para amar más y mejor, para entrar en la simple profundidad de una ternura que acaricia en la aspereza del dolor porque, Él no puede dejarnos solos.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)

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