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jueves, 4 de septiembre de 2008

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: La comunidad como ámbito de perdón y de oración

Publicado por Dominicos.org
Introducción

Jesús dijo: “no he venido a ser servido, sino a servir”. Se preocupó, además, de que sus discípulos fueran servidores. El servicio al otro pertenece a la esencia del cristianismo. Uno de los servicios que podemos hacer al hermano es el de la palabra. Dios nos lo hizo a nosotros: Jesús es la Palabra hecha carne. En Jesús Dios nos dio su Palabra, se dio Él como Palabra. Agradecemos las palabras que la Liturgia nos ofrece en cada celebración. Es servicio de la Iglesia a todo hombre y mujer. Palabra que no es suya, la recibe de Dios. Tiene un vigor especial y surge de una imprescindible necesidad en las circunstancias de nuestro mundo lleno de palabras vacías, superficiales. Cuando no descalificadoras, que generan enfrentamientos. Reflexionemos hoy con la liturgia en el servicio de la Palabra, que hemos de escuchar y de pronunciar. La palabra creadora de comunidad.


Comentario bíblico

* Iª Lectura: Ezequiel (33,7-9): El profeta centinela de la palabra de Dios

I.1. La primera lectura forma parte de un texto que se enmarca en el recuerdo del asedio de Jerusalén por los babilonios y pos­teriormente, ya Jerusalén destruida, el profeta promete un futuro mejor. No po­día ser de otra manera para una comunidad que analiza su situación y consi­dera su responsabilidad. Pero es el mismo profeta quien se convierte en centinela de esta situación y de esta llamada a la responsabilidad personal, con todas sus consecuencias. Ezequiel es un profeta que goza de esta notoriedad teológica cuando defiende en su obra el sen­tido de que ya no es todo el mundo responsable y todo el mundo culpable, sino que cada uno responde según sus obras y su actitud.

I.2. Un centinela, que guarda la ciudad, es la imagen hermosa de la lectura. Los demás pueden descansar, trabajar, pero cuando escuchen la voz del centinela, todos deben acudir para salvar la ciudad, y si alguien no lo hace está perdido; perdido personalmente. Dios es el guardián de Israel (según el salmo 121), pero necesita a los profetas como centinelas para llamar y alertar. Y el pueblo mismo necesita a los centinelas, a los profetas, para que su vida tenga sentido. La religión también los necesita. Por eso, una religión sin profetas está llamada a enquistarse en el pasado y a morir. Este es el sentido profundo del texto de hoy.

I.3. En el texto se perfila, pues, la misión del profeta, de un profeta verdadero: es el centinela de la fidelidad del pueblo de la alianza. Debe cumplir con firmeza y fe la misión de comunicar la palabra de Dios en su integridad; sea una palabra de esperanza o una palabra de juicio. Y el profeta, como cada uno de nosotros, es responsable de no haber anunciado a todos la palabra de Dios, de haber callado. Por eso es tan difícil que un verdadero profeta guarde silencio. Efectivamente se pone el acento en la respon­sabilidad de los que escuchan la palabra del profeta.

* IIª Lectura: Romanos (13,8-10): La felicidad de todos se resuelve en el amor

II.1. Seguimos con la parte exhortativa de la carta a los Romanos, es decir, no es un texto doctrinal, sino parenético. Pero no se trata de cualquier norma práctica, sino de lo que puede considerarse como la “quintae­sencia” de toda la moral, de todo compromiso, de todos los mandamientos, de la ley y de los preceptos. El deber más importante que tiene todo cristiano es amar a Dios y al prójimo; en esto consiste la ley y los profetas; en esto se resuelven todos los mandamientos. Y esto se toma de uno de los decálogos del AT, concretamente de Dt 15,17-21. Y todos estos mandamientos se resumen en uno (reductio in unum), citando Lv 19,18b: amarás a tu prójimo, como te amas a ti mismo. Es muy posible que aquí se esté pensando en lo complicado de todos los preceptos de la ley mosaica, unos 613; por tanto, mejor tirar por la calle del medio: todo se reduce a amar a los otros, tal como nosotros queremos ser amados.

II.2. Pero también es muy importante tener en cuenta que el prójimo, en el ámbito de la Nueva Alianza, no son los que tienen la misma re­ligión o piensan como nosotros, sino todos los hombres. El amor es la única virtud que integra a los enemigos. Dios no los tiene, porque ama a todos los hombres. Esta es la norma de vida que Pablo propone para todo cristiano y que debía ser la de todos los hombres. En esta síntesis breve, Pablo nos presenta toda la praxis de los que han aprendido a ser cristianos en razón de aceptar la gracia salvadora de Dios.

* Evangelio. Mateo (18,15-20): la comunidad como experiencia de perdón y oración

III.1. El evangelio de hoy forma parte de uno de los discursos más significativos del primer evangelio. Mateo se caracteriza por una narra­ción de la actuación de Jesús que viene alentada por una serie de discursos. En este caso, nos encontramos con el llamado «discurso eclesiológico» porque se contemplan en él las normas de comportamiento básicas de una comunidad cris­tiana: perdón, comprensión, solidaridad. Hoy aparece lo que se ha llamado la corrección fraterna, el tema del per­dón de los pecados en el seno de la comunidad, y el valor de la oración común.

III.2. La corrección fraterna es muy importante, porque todos somos pecadores, y tenemos un cierto derecho a nuestra intimidad. Pero se trata de pecados graves que afec­tan a la comunión, y para ello se debe seguir una praxis de admonición, con ne­cesidad de testigos, para que nadie sea expulsado de la comunidad sin una ver­dadera pedagogía de caridad y de comprensión. El poder de «atar y desatar», que en Mt 16 (hace dos domingos) se confería a Pedro, completa lo que allí se dijo: es en la comunidad donde tiene todo sentido el perdón de los pecados. Eso exige dar oportunidades, para que no sea el puritanismo lo específico de una comunidad, como muchas lo han pretendido a lo largo de la historia de la Iglesia. ¡No! No es el puritanismo lo esencial, aunque nuestro texto se resiente de ello, sino ofrecer a los que se han equivocado e incluso ofendido a la comunidad, la oportunidad nueva de integrarse solidaria y fraternalmente en ella. Si leemos el texto en clave disciplinar y jurídica, entonces habremos rebajado mucho el valor evangélico de la comunidad.

III.3. De la misma manera, la oración común enriquece sobremanera nuestra oración personal. Eso no excluye la necesidad de que tengamos experiencias de perdón y de oración personales, pero hay más sentido cuando todo ello se integra en la comunidad. La religión enriquece la dimensión social de la persona humana. Sin duda que estos aspectos tienen otros matices e interpretaciones, pero la dimen­sión comunitaria es la más rica en consecuencias.

Fray Miguel de Burgos, O.P.


Pautas para la homilía

* La Palabra de Dios.

Dios es el origen de la Palabra. Y la Palabra es origen de todo. “Y dijo Dios hágase la luz y la luz fue hecha…” Dios habló y creo. Palabra creadora, hacedora. Eficaz, pues. Y Dios nos dio a nosotros la palabra. Nuestra palabra debe imitar a la de Dios, contribuir a crear un mundo humano, acorde con el que surgió de la Palabra de Dios. Hablemos para construir no para destruir.

* Escuchar la palabra de Dios.

Nadie tiene derecho a la palabra, si no practica el deber de la escucha. Nadie diga que pronuncia “palabra de Dios” si no tiene oídos de Dios. Dios tiene oídos y oye, no como los ídolos, que, dice la Escritura, “tienen oídos y no oyen”. Oye pacientemente, de manera acogedora, interesada en lo que decimos.

* La Palabra al hermano

No siempre es fácil realizar ese servicio de la palabra al hermano. No siempre es fácil tener la palabra oportuna que, como la Palabra de Dios, salve al hermano. Y es más difícil si la palabra la hemos de dirigir para corregir. El evangelio nos habla de la corrección fraterna. La primera lectura nos advierte de la obligación que tenemos de hacerla para no hacernos responsables también nosotros del pecado del hermano. Tenemos todos la misión de vigilar, “ser atalayas”, del hermano. No podemos decir como Caín a Dios cuando le inquiere sobre su hermano: “soy acaso el guarda de mi hermano”. Somos todos guardas de todos, vigías atentos a que el mal no sobrevenga a nuestros compañeros de viaje. El silencio en esos casos en que la palabra puede servir al hermano para apartarle del mal, nos hace cómplices del mal del hermano.

* Palabra en comunidad

El evangelio establece cómo se ha de realizar la corrección fraterna que podríamos llamar oficial, cuando la falta es pública y ha de intervenir la comunidad y sus representantes. Es un alegato a favor de la dimensión comunitaria de la vida humana. Nada de cualquier miembro de la comunidad es irrelevante para la comunidad en pleno: somos responsables unos de otros. Incluso la oración es más eficaz cuando es oración comunitaria. Más aún, donde hay comunidad, aunque sea de dos, Cristo está en medio de ellos. Es evidente que siempre que se cumpla la condición de que “estén reunidos en su nombre. Porque dos o más se pueden reunir, ¡cuántas veces es así!, no precisamente en nombre de Jesús, sino en nombre de otros intereses absolutamente ajenos al proyecto de Jesús.

* Escuchar la palabra del hermano

Hay una condición previa, para ofrecer el servicio de la palabra, prestar el servicio del oído. Ante todo es necesario saber escuchar, no sólo oír, al hermano, tratar de comprender lo que nos dice, tener la paciencia de la escucha, antes de tomar la decisión de la palabra. Nadie tiende derecho a ofrecer la palabra de Dios, si previamente no tiene el paciente y comprensivo oído de Dios, decíamos. Lo mismo ha de suceder con la palabra del hermano. Dialogar es ante todo escuchar al otro. Cuando además se le enjuicia es necesario discernimiento paciente y comprensivo de lo que hace y dice el hermano

* Sobre todo el amor

Pero sobre todo, la palabra al hermano tiene que surgir del amor a él. El reproche por el reproche, que rebaja al hermano ante nuestros ojos, no es cristiano, serviría sólo para creerse superior al hermano; la corrección fraterna o surge del amor o no es fraterna. Si surge del amor será siempre beneficiosa, porque “uno que ama al prójimo no le hace daño, por eso amar es cumplir la ley entera”, como nos dice la segunda lectura. Ha de surgir del amor y de la humildad. De la humildad de quien se sabe también débil, necesitado de la corrección fraterna.

Fray Juan José de León Lastra, O.P.

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