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sábado, 13 de septiembre de 2008

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: CON LA MISMA MEDIDA

EN RESUMEN

Eclesiástico 27, 33. 28, 9. La convivencia entre las personas es una lección difícil de aprender. Con frecuencia se vuelve un mal que hemos de soportar, quizás porque anteponemos lo propio y queremos sobresalir en todo. El autor del Eclesiástico nos dice que siempre hay que perdonar y que la mutua convivencia exige comprensión.

Salmo 102, 1 – 12. El creyente que perdona a su hermano, encuentra a su vez un Dios “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”. Perdónanos, le decimos al Señor, como nosotros también sabemos perdonar.

Romanos 14, 7 – 9. En la vida y en la muerte somos del Señor, nos dice San Pablo. Esta pertenencia a Dios es lo que nos llena de grandeza y de dignidad, pero no es algo que nosotros podemos conseguir. Es un don de Dios: El nos elige y esta elección se ha sellado con la muerte y Resurrección de Jesús.

Mateo 18, 21 – 35. Una parábola muy expresiva, bien fácil de entender, aunque no de vivir. El perdón de Dios, expresado en Jesús, llega a todas las personas y a toda persona. Es entrega total, desinteresada, gratuita y se nos invita a tener, como Dios Padre con nosotros, un perdón ilimitado hacia los demás.

REFLEXIÓN

Con la misma medida

El salmo 109, como otros más de la Biblia, es despiadado: “Queden sus hijos huérfanos y viuda su mujer. El acreedor le atrape todos sus bienes y ni uno solo de él se compadezca. Sea dada al exterminio su posteridad”. Algunos defienden tanta crueldad señalando que no expresa un deseo sino sólo un presagio: Así sucederá a quienes se apartan de Dios. Otros señalan que estas palabras del salmista se refieren no al pecador, sino a su crimen.

Explicaciones que no alcanzan a convencernos. Preferimos aceptar que esos salmos de venganza los escribió alguien lejano todavía de la enseñanza de Jesús. Porque el Maestro nos conduce desde la ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente” a una actitud opuesta: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, orad por los que os persiguen y calumnian”.

Esta lección se hizo patente cuando Pedro, queriendo parecer avanzado en el amor fraterno, le pregunta a Jesús: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”. Bondad exagerada, pues según ciertos rabinos Dios sólo alcanza a perdonar tres veces. A la cuarta vez que lo ofendamos se agota su misericordia.

El Señor le responde a Pedro con una cifra: “Hasta setenta veces siete”, que en la mentalidad judía significa: Siempre. Señalando además que el perdón cristiano no es asunto de contabilidades: “El amor no lleva cuentas”, escribirá más tarde san Pablo.

Para ilustrar su lección Jesús cuenta enseguida una parábola, donde un rey perdona a su empleado una deuda astronómica: Diez mil talentos. Pero este hombre ruin, apenas salido de palacio, encontró a un compañero que le debía apenas cien denarios. Y agarrándolo por el cuello, lo quería ahorcar, sin hacer caso de sus ruegos. Aquí los biblistas sí hacen cuentas: La segunda cantidad es seiscientas mil veces menor que la primera.

Tal conducta indignó a los allegados al rey, quienes de inmediato le contaron lo sucedido. Éste llamó a su empleado y le dijo: “Miserable, cuando me suplicaste te perdoné toda la deuda. ¿No debías también compadecerte de tu compañero?”.

Y Jesús nos presenta una tajante moraleja: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre Celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.

¿Qué será perdonar de corazón?. Un extenso programa del cual podemos señalar las etapas iniciales. De entrada, dar de alta a muchos prójimos que hemos calificado como enemigos. Somos más bien nosotros quienes nos erigimos en adversarios suyos, porque tal vez obstaculizan nuestro orgullo, nuestra envidia sistemática, nuestra ansia de protagonismo. Minimizar luego las supuestas ofensas recibidas. Un desacato, una palabra adversa, una actitud no son gran cosa. Pero adquieren una dimensión cósmica, cuando hieren nuestra vanidad.
Y enseguida renunciar a vengarnos. Pero hay venganzas y venganzas. Las hay directas, visibles y sangrientas. Y otras más que consisten sólo en una palabra, una mirada, o un silencio. Son exquisitas, bien educadas, casi dulces. Aunque talvez más destructivas y funestas.
Escuchemos a los sabios antiguos: “La venganza es tarea de los dioses”. Y Goethe nos enseñó: “La más alta venganza consiste en no tomar venganza”.

CALIDOSCOPIO

Otros posibles temas para la homilía:

• Reflexionar acerca de las exigencias de la convivencia humana en diversas circunstancias y sobre la necesidad de aceptar al otro tal cual es. Teniendo presentes sus gustos, temperamentos, maneras de ser y de pensar.

• Indicar el ideal del evangelio: Que reproduzcamos en nuestras vidas los criterios y actitudes del Señor. Quien vive de esa forma, lleva a la práctica la fe que profesa y no hace mal a nadie.

• Volver la mirada en las enseñanzas de San Pablo y sobretodo al mensaje central de la carta a los romanos. Allí nos queda claro que en cualquier circunstancias cada cual ha de vivir y de actuar para el Señor.

• Relacionar los términos perdón y amor. Entendemos que el amor es reconocimiento y sólo a través del amor reconocemos al otro. E igualmente al Señor que nos ha perdonado.

• Enfatizar en la dimensión teológica del perdón: La corrección fraterna explica una nueva dimensión del perdón que ya no es tarifado sino ilimitado, expresado en la cifra exorbitante de setenta veces siete.

*ASTERISCO

Condición indispensable


Hay unas líneas de san Mateo, que es necesario recordar este domingo. Complementan la enseñanza de Jesús a Pedro sobre el perdón. Las encontramos al final de capítulo 5 de su evangelio: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre Celestial, que hace salir su sol sobre buenos y malos y derrama la lluvia sobre justos e injustos”.

Una enseñanza que se conecta directamente con aquella del perdón. Pero nos preguntamos: ¿Qué es qué es primero, amar o perdonar?
No sabríamos responder. Todo depende de la calidad de la ofensa, del temperamento de la cada persona, de la madurez de cada quien, del nivel cristiano que hayamos alcanzado. Podríamos afirmar que amor y perdón se funden como aquellos cuerpos químicos, que luego de mezclarse ya es imposible separar.

Pero Jesús nos presenta ese perdón fraterno, como requisito indispensable para ser hijos del Padre Celestial. ¡Menuda pérdida, si alcanzamos esa meta!.

Por lo tanto, aunque el perdón cristiano es todo un proceso, lo importante es comenzar. Esforzarnos. No cultivar meticulosamente rencores. Mantener el corazón limpio de toda venganza. Que el Señor hará lo demás.

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