Publicado por Homilia.org
El Evangelio de hoy nos trae uno de los planteamientos más controversiales que conseguimos en la Sagrada Escritura. Se trata de aquella parábola de los trabajadores contratados a diferentes horas del día, los cuales terminan todos recibiendo el mismo salario.
Hubo un grupo que comenzó a trabajar a primera hora de la mañana; otro, a media mañana; otro, al mediodía; otro grupo a media tarde, y un último grupo que sólo comenzó a trabajar al final de la tarde. Lo sorprendente de la historia -tanto para nosotros que la leemos u oímos, como para los protagonistas imaginarios que en ella actúan- es que todos recibieron la misma cantidad de dinero. (Mt. 20, 1-16)
¿Por qué esto? Jesucristo, quien es el dueño de la siembra y quien cuenta la parábola, no nos explica el por qué de esta aparentemente “injusticia”. Por ello, para analizar y comprender el mensaje escondido en este relato, debemos darnos cuenta de que el Señor no está pretendiendo darnos una lección de sociología sobre la moral del salario, sino que nos está dando a entender que El, Dueño de la viña -Dueño del mundo por El creado y Dueño también de nosotros- puede arreglar sus asuntos y sus “salarios” como El desea y como mejor le parezca
Así de simple: Dios es libérrimo para hacer con sus cosas lo que desee. Y no tenemos nosotros ningún derecho de cuestionarlo, ni de reclamarle. El mismo lo dice en esta parábola: “¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que Yo quiero”.
La parábola tampoco es para estimular a los flojos a que no trabajen o a los tibios a que dejen la conversión para última hora. Más bien nos indica que Dios puede llamar a cualquier hora: a primera hora del día, o a la última, o al mediodía ... o cuando sea. Nos enseña, también, que al momento de ser llamados -sea la hora que fuere- debemos responder de inmediato, sin titubear y sin buscar excusas.
Esta actitud que debemos tener ante el llamado del Señor nos lo recuerda el Profeta Isaías en la Primera Lectura: “Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca. Que le malvado abandone su camino, y el criminal sus planes. Que regrese al Señor y El tendrá piedad.” (Is. 55, 6).
La parábola también es una advertencia contra la envidia, ese pecado tan feo, que consiste en el deseo de querer que lo bueno de los demás no sea para ellos sino para nosotros. El Señor advierte a los trabajadores envidiosos que reclaman: “¿Vas a tenerme rencor porque Yo soy bueno?”
Dios no admite envidia o rivalidad entre sus hijos. Nada de codiciar lo de los demás. Más aún, Dios desea que nos gocemos del bien de los demás como si fuera nuestro propio bien.
De no ser así, estamos pecando de envidia, ese pecado escondido, más frecuente de lo que creemos. Quizá hasta lo cometemos sin darnos cuenta, porque creemos que es un derecho pensar con envidia.
Otro punto controversial es la frase final de esta parábola, la cual El Señor repite con bastante insistencia en el Evangelio y referida a diferentes situaciones: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. (Mt. 19, 30 - Mt. 20, 16 - Mc. 10, 31 - Lc. 13-30).
¿Qué significado tiene esta sentencia del Señor? Notemos que no dice que los últimos son los únicos que van a llegar y que los primeros no llegarán. Simplemente invierte el orden de llegada. Así que el más importante significado es que todos -primeros y últimos- vamos a llegar. Significa que Dios ofrece la salvación a todos: recibe a los pecadores o incrédulos convertidos en la madurez de sus vidas, pero a la vez mantiene con sus gracias a aquéllos que desde su niñez o su juventud han vivido unidos a El.
Significa también que los que comenzaron su vida cristiana desde temprana edad no tienen derecho a un trato especial y no pueden reclamar mayores derechos o una mejor paga. Significa además, que los llamados posteriormente no deben dudar, ni desanimarse, pensando que llegan tarde.
Si acaso hay personas que han sido fieles al Señor desde la primera hora, deben alegrarse por los de las últimas horas. Alegrarse, porque son almas que recibirán la salvación. Y alegrarse también si mismos, porque los tempraneros han tenido la oportunidad de servir al Señor casi toda o toda su vida.
Todas éstas son enseñazas que se pueden extraer de esta parábola. Pero la más importante de todas ellas, ya la hemos dicho: Dios es libérrimo para arreglar las cosas de su mundo como El desea. Y siempre las arregla para nuestro mayor bien ... aunque a veces nos suceda como a los trabajadores envidiosos: que no estemos de acuerdo con sus planes y que -inclusive- tengamos la osadía de reclamarle.
Sin embargo, Dios ve las cosas de manera muy distinta a como la vemos nosotros, sus creaturas. Y ¿quién las ve mejor? ¿Nosotros o El, que tiene en sus manos todos los hilos?
La Primera Lectura del Profeta Isaías nos trae una de las más bellas y más útiles frases sobre este dilema: nuestra voluntad y la de Dios, nuestros planes y los de Dios, nuestra manera de pensar y la de Dios. En esta frase nos muestra el Señor cómo es de corta y deficiente la visión de nosotros los seres humanos y cómo es de alta y de grande la suya.
Cuando nos cueste entender la Voluntad de Dios y las circunstancias que El permita para nuestras vidas, cuando osemos pensar que Dios es injusto, cuando tengamos la tentación de reclamarle, recordemos esta frase que nos dice el Señor por boca del Profeta Isaías: “Así como dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de sus caminos , mis pensamientos de sus pensamientos” (Is. 55, 9).
Y recordemos también ésta del Salmo 144: “Siempre es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus obras”.
La Segunda Lectura de San Pablo (Flp. 1, 20-24.27) nos recuerda cómo es el verdadero seguidor de Cristo. No es como los jornaleros envidiosos, pendiente de lo que no es tan importante (momento de la llamada, servicios prestados, recompensa, etc.), sino que está pendiente de lo único verdaderamente importante: dar gloria a Cristo.
Nos recuerda el Apóstol que no hay que temer la muerte, pues “la muerte es una ganancia”, y que no importa el momento de morir o cuánto nos toque vivir, si en todo momento buscamos la gloria de Cristo.
Hubo un grupo que comenzó a trabajar a primera hora de la mañana; otro, a media mañana; otro, al mediodía; otro grupo a media tarde, y un último grupo que sólo comenzó a trabajar al final de la tarde. Lo sorprendente de la historia -tanto para nosotros que la leemos u oímos, como para los protagonistas imaginarios que en ella actúan- es que todos recibieron la misma cantidad de dinero. (Mt. 20, 1-16)
¿Por qué esto? Jesucristo, quien es el dueño de la siembra y quien cuenta la parábola, no nos explica el por qué de esta aparentemente “injusticia”. Por ello, para analizar y comprender el mensaje escondido en este relato, debemos darnos cuenta de que el Señor no está pretendiendo darnos una lección de sociología sobre la moral del salario, sino que nos está dando a entender que El, Dueño de la viña -Dueño del mundo por El creado y Dueño también de nosotros- puede arreglar sus asuntos y sus “salarios” como El desea y como mejor le parezca
Así de simple: Dios es libérrimo para hacer con sus cosas lo que desee. Y no tenemos nosotros ningún derecho de cuestionarlo, ni de reclamarle. El mismo lo dice en esta parábola: “¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que Yo quiero”.
La parábola tampoco es para estimular a los flojos a que no trabajen o a los tibios a que dejen la conversión para última hora. Más bien nos indica que Dios puede llamar a cualquier hora: a primera hora del día, o a la última, o al mediodía ... o cuando sea. Nos enseña, también, que al momento de ser llamados -sea la hora que fuere- debemos responder de inmediato, sin titubear y sin buscar excusas.
Esta actitud que debemos tener ante el llamado del Señor nos lo recuerda el Profeta Isaías en la Primera Lectura: “Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca. Que le malvado abandone su camino, y el criminal sus planes. Que regrese al Señor y El tendrá piedad.” (Is. 55, 6).
La parábola también es una advertencia contra la envidia, ese pecado tan feo, que consiste en el deseo de querer que lo bueno de los demás no sea para ellos sino para nosotros. El Señor advierte a los trabajadores envidiosos que reclaman: “¿Vas a tenerme rencor porque Yo soy bueno?”
Dios no admite envidia o rivalidad entre sus hijos. Nada de codiciar lo de los demás. Más aún, Dios desea que nos gocemos del bien de los demás como si fuera nuestro propio bien.
De no ser así, estamos pecando de envidia, ese pecado escondido, más frecuente de lo que creemos. Quizá hasta lo cometemos sin darnos cuenta, porque creemos que es un derecho pensar con envidia.
Otro punto controversial es la frase final de esta parábola, la cual El Señor repite con bastante insistencia en el Evangelio y referida a diferentes situaciones: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. (Mt. 19, 30 - Mt. 20, 16 - Mc. 10, 31 - Lc. 13-30).
¿Qué significado tiene esta sentencia del Señor? Notemos que no dice que los últimos son los únicos que van a llegar y que los primeros no llegarán. Simplemente invierte el orden de llegada. Así que el más importante significado es que todos -primeros y últimos- vamos a llegar. Significa que Dios ofrece la salvación a todos: recibe a los pecadores o incrédulos convertidos en la madurez de sus vidas, pero a la vez mantiene con sus gracias a aquéllos que desde su niñez o su juventud han vivido unidos a El.
Significa también que los que comenzaron su vida cristiana desde temprana edad no tienen derecho a un trato especial y no pueden reclamar mayores derechos o una mejor paga. Significa además, que los llamados posteriormente no deben dudar, ni desanimarse, pensando que llegan tarde.
Si acaso hay personas que han sido fieles al Señor desde la primera hora, deben alegrarse por los de las últimas horas. Alegrarse, porque son almas que recibirán la salvación. Y alegrarse también si mismos, porque los tempraneros han tenido la oportunidad de servir al Señor casi toda o toda su vida.
Todas éstas son enseñazas que se pueden extraer de esta parábola. Pero la más importante de todas ellas, ya la hemos dicho: Dios es libérrimo para arreglar las cosas de su mundo como El desea. Y siempre las arregla para nuestro mayor bien ... aunque a veces nos suceda como a los trabajadores envidiosos: que no estemos de acuerdo con sus planes y que -inclusive- tengamos la osadía de reclamarle.
Sin embargo, Dios ve las cosas de manera muy distinta a como la vemos nosotros, sus creaturas. Y ¿quién las ve mejor? ¿Nosotros o El, que tiene en sus manos todos los hilos?
La Primera Lectura del Profeta Isaías nos trae una de las más bellas y más útiles frases sobre este dilema: nuestra voluntad y la de Dios, nuestros planes y los de Dios, nuestra manera de pensar y la de Dios. En esta frase nos muestra el Señor cómo es de corta y deficiente la visión de nosotros los seres humanos y cómo es de alta y de grande la suya.
Cuando nos cueste entender la Voluntad de Dios y las circunstancias que El permita para nuestras vidas, cuando osemos pensar que Dios es injusto, cuando tengamos la tentación de reclamarle, recordemos esta frase que nos dice el Señor por boca del Profeta Isaías: “Así como dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de sus caminos , mis pensamientos de sus pensamientos” (Is. 55, 9).
Y recordemos también ésta del Salmo 144: “Siempre es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus obras”.
La Segunda Lectura de San Pablo (Flp. 1, 20-24.27) nos recuerda cómo es el verdadero seguidor de Cristo. No es como los jornaleros envidiosos, pendiente de lo que no es tan importante (momento de la llamada, servicios prestados, recompensa, etc.), sino que está pendiente de lo único verdaderamente importante: dar gloria a Cristo.
Nos recuerda el Apóstol que no hay que temer la muerte, pues “la muerte es una ganancia”, y que no importa el momento de morir o cuánto nos toque vivir, si en todo momento buscamos la gloria de Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario