(Is 55,6-9; Flp 1,20c-24,27a; Mt 20, 1-16)
La parábola de este domingo pone a algunos lectores del Evangelio un tanto nerviosos, porque ven en este relato como un desprecio de los derechos de los asalariados. Jesús no pretende, en este relato, predicar la anulación de los contratos. La historia que cuenta toma prestado algunos rasgos de la vida de los trabajadores, pero, como lo dice Marie Noël: “Es una historia divina. La misericordia de Dios pretende otra cosa que hacer números”. Jesús opone la libertad y la magnanimidad de Dios al autoritarismo y a la tacañería de algunos mandos; Jesús está haciendo alusión a unos jefes religiosos del judaísmo.
El diálogo entre los obreros y el jefe es como una imagen del diálogo entre las criaturas y el Padre del cielo. Se acusa la justicia del amo que paga: ¿por qué dar uno mismo salario para trabajos distintos? Respuesta del Dueño de la viña: “ La justicia no está despreciada ya que hubo al principio un convenio alterno: por consiguiente los primeros obreros han recibido un salario justo.” Hay, en esta reflexión de Jesús una crítica de esas personas que quieren comercializar sus ‘rendimientos’ con Dios.
Y ante todo, el Amo – Dios padre, una vez más – es totalmente libre de utilizar sus bienes según su voluntad. No estamos en una reunión de sindicalistas, en la que se cuestiona la justicia social. ¿por qué traer a Dios ante un tribunal de cuentas?. Todo proceso iniciado contra la justicia de Dios está abocado al fracaso. Hagamos memoria de Job: perdió su proceso ante Dios. Ante Dios la polémica desaparece para dejar su sitio a la adoración. Dios no nos debe nada. Su amor sobrepasa nuestra justicia con sus límites demasiado estrechos.
De hecho, Jesús quiere enseñarnos el ejercicio de una justicia que supera la de los hombres: “¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” La bondad de Dios sobrepasa toda justicia. No conoce ni límites ni discriminación: “Tu mirada ha de ser mala porque yo soy bueno?” (Ez 33). Nunca es demasiado tarde para beneficiar de su amor, que uno haya empezado en la aurora de la vida o que se haya convertido en el último momento.
El diálogo entre los obreros y el jefe es como una imagen del diálogo entre las criaturas y el Padre del cielo. Se acusa la justicia del amo que paga: ¿por qué dar uno mismo salario para trabajos distintos? Respuesta del Dueño de la viña: “ La justicia no está despreciada ya que hubo al principio un convenio alterno: por consiguiente los primeros obreros han recibido un salario justo.” Hay, en esta reflexión de Jesús una crítica de esas personas que quieren comercializar sus ‘rendimientos’ con Dios.
Y ante todo, el Amo – Dios padre, una vez más – es totalmente libre de utilizar sus bienes según su voluntad. No estamos en una reunión de sindicalistas, en la que se cuestiona la justicia social. ¿por qué traer a Dios ante un tribunal de cuentas?. Todo proceso iniciado contra la justicia de Dios está abocado al fracaso. Hagamos memoria de Job: perdió su proceso ante Dios. Ante Dios la polémica desaparece para dejar su sitio a la adoración. Dios no nos debe nada. Su amor sobrepasa nuestra justicia con sus límites demasiado estrechos.
De hecho, Jesús quiere enseñarnos el ejercicio de una justicia que supera la de los hombres: “¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” La bondad de Dios sobrepasa toda justicia. No conoce ni límites ni discriminación: “Tu mirada ha de ser mala porque yo soy bueno?” (Ez 33). Nunca es demasiado tarde para beneficiar de su amor, que uno haya empezado en la aurora de la vida o que se haya convertido en el último momento.
Oración : Alquilados por el propietario
¡Cuánto nos cuesta hacernos
una idea de la amplitud y altura de miras
del Reino del Cielo,
del talante del Padre en sus dominios!
Suerte tenemos de ti, Jesús,
que lo conoces e intentas que lo descubramos.
Nuestro modo de pensar, de valorar,
¡qué alejado está del de Dios!
Él no quiere que nadie quede fuera de juego,
ni el más pequeño, ni el menos afortunado.
No hace distinciones,
porque le sobra generosidad.
Su alegría es que todos sus hijos,
hombres y mujeres, niños y ancianos,
pobres y ricos, fuertes y débiles,
experimenten el gozo de sentirse llamados,
de saberse útiles, como jóvenes,
trabajando por el placer y la honra de trabajar,
sin envidias,
por la sola paga de hacerlo en la viña de Dios.
¡Cuánto nos cuesta hacernos
una idea de la amplitud y altura de miras
del Reino del Cielo,
del talante del Padre en sus dominios!
Suerte tenemos de ti, Jesús,
que lo conoces e intentas que lo descubramos.
Nuestro modo de pensar, de valorar,
¡qué alejado está del de Dios!
Él no quiere que nadie quede fuera de juego,
ni el más pequeño, ni el menos afortunado.
No hace distinciones,
porque le sobra generosidad.
Su alegría es que todos sus hijos,
hombres y mujeres, niños y ancianos,
pobres y ricos, fuertes y débiles,
experimenten el gozo de sentirse llamados,
de saberse útiles, como jóvenes,
trabajando por el placer y la honra de trabajar,
sin envidias,
por la sola paga de hacerlo en la viña de Dios.
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