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viernes, 19 de septiembre de 2008

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: Una amable invitación de parte de Jesús

Is 55, 6-9; Fip 1, 20-26; Mt 19, 30 – 20, 26.

A. Podemos empezar con una encuesta sobre las lecturas y el evangelio de hoy: ¿Quién descubrió la palabra central que aparece en las tres lecturas? Quiero dar la respuesta y espero no equivocarme: El término principal de las tres lecturas es “conversión”.

B. Pero no se trata solamente de una conversión a mejorar la vida y a ser más bueno, sino de un convertirse a una relación más profunda y más vital con Dios y con Cristo, pero también con mis hermanos. Entonces la homilía de hoy debe apuntar la conversión, pero no como una dura exigencia, sino como una invitación amable.

1. El evangelio de hoy es una amable invitación de parte de Jesús. Jesús quiere mover a su prominente auditorio a la conversión. ¿Cuál es su método? No usa amenazas, no inculca miedo y temores y no habla de condenación y del infierno; pero sí anuncia y revela el amor de Dios, de un Dios que nos quisiera abrazar; nos habla de un Dios que nos llama de la oscuridad y perdición a su luz y a su amor. Nos invita a entregar al Padre la confianza del niño que conoce el miedo, pero no solamente de palabras, como lo hizo el primer hijo de la parábola quién dijo sí, sí, y después no va y vive el no, no. El otro hijo dijo un no rotundo al padre y dueño de la viña. El padre no lo reta y no lo castiga, sino permanece tranquilo, le deja abierta la puerta de la casa y la puerta de su corazón. El que había dicho su no rotundo, su no quiero, más adelante va y cumple con el encargo de su padre. Se arrepiente de haber dicho no, y no solamente dice sí, sino lo pone en práctica realizando la voluntad del padre.

2. El evangelio nos quiere ayudar a descubrir nuestra actitud correcta en la vida: No basta con decir Sí y después vivir el No, sino debemos descubrir la gran posibilidad de la conversión, de decir el Sí y de ponerlo en práctica realizando de voluntad del Padre. Jesús menciona como Juan Bautista predicó la conversión diciendo: los cobradores de impuestos y los pecadores dieron fe al Bautista, se arrepintieron y se convirtieron. Pero ustedes – Jesús predica a los prominentes del pueblo de Dios, a los sumos sacerdotes y ancianos – ustedes no han dado fe a Juan, no se han arrepentido y no se han convertido. Seguramente pensaron los sumos sacerdotes: nosotros estamos siempre cerca de Dios por nuestro oficio, y no necesitamos de una conversión.

Ahora nosotros debemos tener cuidado para no caer en una gran equivocación: no debemos preguntar ¿Quiénes de nosotros son los sumos sacerdotes y quienes son los recaudadores de impuestos, los pecadores y prostitutas. Es decir, no mirar a la derecha y a la izquierda y pensar: los sumos sacerdotes son los demás y el pecador soy yo, o a la inversa. No, debemos mirar el propio corazón para discernir si me siente más como los sumos sacerdotes o como los pecadores. Ambas actitudes son negativos: ante Dios no debemos cultivar complejo de inferioridad enfermizo y tampoco sentimiento orgullosos de superioridad.

En esto podemos aprender de María, la Inmaculada y la sin pecado personal. Ella se reconoce pequeña ante Dios, su pequeña servidora: pero al mismo tiempo se experimenta colmada de ricos dones y regalos de parte de Dios: grandes cosas hizo en mí el Todo-poderoso. Quien descubre su pequeñez ante Dios, se deja regalar por Dios más fácilmente, se abre más prontamente para el amor y la misericordia de Dios. No complejos de inferioridad, sino humildad y humildad filial.

3. Ahora comprendemos mejor cuál es la finalidad de nuestra conversión, hacia dónde nos lleva la conversión: la meta de nuestra conversión no es en primer lugar: ser y vivir todavía mejor, más virtuosa- y más heroicamente; la meta de nuestra conversión es Dios, es Cristo; es una relación más filial, un a comunión más íntima con el Dios del amor. Con eso tendremos también una inagotable fuente de fuerza para el amor con los hermanos como se nos pide san Pablo en la segunda lectura. El amor es una fuerza unitiva y asemejadora. Quien se deja conquistar por una amistad con Cristo y se asemeja a él sin mayor esfuerzo propio.

C. Hoy estamos invitados a vivir como cristianos una cultura cristiana de conversión. Con nuestro examen de conciencia de la noche podemos arrepentirnos de toda lejanía de Dios y encomendarnos nuevamente a la misericordia de Dios. (También el sacramento de la reconciliación pertenece a esta cultura cristiana de conversión. Amén. HG.JF.

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