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jueves, 23 de octubre de 2008

Apoyo para la Homilía y la Reflexión personal: El amor y Dios

Mateo 22, 34-40
XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Por P. José Enrique Ruiz de Galarreta, S.J.

TEMAS Y CONTEXTOS

EL EVANGELIO DE MATEO

Mateo y Marcos presentan este episodio en la última semana de la vida de Jesús, en el contexto de las polémicas con todos los poderes de Israel. Jesús ha escapado de la trampa de los fariseos acerca del tributo a César que leíamos el domingo pasado, ha dejado clara la vida eterna, contra los saduceos que no creían en ella (recordemos que la mayor parte de los sacerdotes – al menos los sumos sacerdotes - eran saduceos ), y ahora se enfrenta a un doctor fariseo que le pregunta sobre el mayor mandamiento de la Ley. Mateo y Marcos son muy parecidos en la narración del suceso.
El texto tiene un paralelo magnífico en Lucas 10: 21-37, porque se expone la misma doctrina, pero explicándola con la estupenda parábola del buen samaritano.
La pregunta es "de escuela", no religiosa sino académica. Los fariseos contaban seiscientos trece preceptos en La Ley, y había que saberlos y practicarlos todos. Jesús, una vez más, se sale de la discusión que le proponen y contesta "a lo que le debían haber preguntado". Para ello combina dos textos del Antiguo Testamento: Deuteronomio 6,5 y Levítico 19,18, que dicen así:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas"
"Amarás a tu prójimo como a ti mismo"
En el texto de Marcos se cita el Deuteronomio con un poco más extensión:
"Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es uno solo: amarás...."
y el letrado responde a Jesús corroborando (al parecer con entusiasmo) lo que dice Jesús:
"El letrado respondió:
- Muy bien, maestro; es verdad lo que dices, que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él, que amarlo de todo corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y los sacrificios"
y Jesús le responde:
"No estás lejos del Reino de Dios"
Para Lucas, el letrado "queriendo justificarse", pone una objeción, también "de escuela": "Pero, ¿quién es mi prójimo?"
La pregunta es complicada para los letrados: ¿hay que amar a los romanos, a los samaritanos, a los publicanos...? Y Jesús, otra vez, sube más arriba de lo que le han preguntado y contesta con la parábola del Buen Samaritano, en la que deja claro que no se trata de quién es el prójimo sino de que tú te portes como hermano de cualquiera. Y de paso vuelve a atacar a los "importantes" de Israel, pintando a un sacerdote y un levita que no son buenos hermanos y a un despreciado hereje samaritano que sí lo es.

EL LIBRO DEL ÉXODO
El Libro del Éxodo muestra un avance, aún sumamente lejano, de la universalidad del mensaje de Salvación y del Mandamiento del amor. Es notable, de todas maneras, la superioridad de la legislación de Israel sobre otros pueblos, que nosotros consideramos más "civilizados", en el tema de la opresión de los débiles: la prohibición de prestar con interés, la remisión periódica de deudas, el descanso del sábado...
El texto pertenece a la tradición "Elohista", por lo que podemos suponerle una antigüedad notable ( ¿redactado hacia mediados del siglo VIII aC.? ). Esto nos hace ver que ya en aquellos remotos tiempos Israel ha entendido mucho más que otros pueblos acerca de Dios y del ser humano. Dios protector de los pobres aun en contra de los poderosos es una mentalidad que no existe en ninguna religión de la época, y es una buena muestra de eso que llamamos "inspiración", es decir, la presencia de La Palabra en los escritos de Israel. Es una de las líneas del Antiguo Testamento que llegan a su plenitud con Jesús.
La formulación de la relación Dios-hombres como amor es también característica de Israel. El amor de Dios por su pueblo se formula ya en textos antiguos, ya desde el libro del Génesis, y se expresa plenamente en las Teofanías del Éxodo:
"Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares..."
Y es ésta una singularidad importante de la fe de Israel, anuncio lejano de la plena revelación de Jesús: Dios es "El Salvador", "Dios es Abbá", con toda la revolución de valores religiosos que supone y conocemos bien.
Pero la respuesta del hombre a Dios como amor es aún más tardía. No se encuentra en Génesis ni en Exodo. Hay que acudir al Deuteronomio (6,5; 10,12) y a textos posteriores. Aún más rara es la expresión de amor al prójimo. Hay muchos "mandamientos" de justicia, de piedad... y pocas veces se alcanza la palabra amor en referencia al prójimo. Se encuentra por primera vez en Levítico 19,18, y 19,34, y no se vuelve a encontrar hasta el Nuevo Testamento.


R E F L E X I Ó N

Nos encontramos ante el corazón mismo de la revelación, de la esencia de la Buena Nueva. La Revelación de Jesús es un mensaje triple y único:
- Dios es amor.
- Amarás a Dios
- Amarás al prójimo.
Y las tres afirmaciones, en el fondo, son la misma.
DIOS ES AMOR. Es el centro de la Revelación de Jesús. La revelación de "ABBÄ". Conocemos sobradamente el tema. Este "cambio de Dios", la aceptación de "Abbá" es la diferenciación íntima del que ha entrado en el Reino. Ya nada va a ser igual: ni sus motivos para actuar, ni su oración... "Abbá" lo cambia todo.
No había llegado Israel a formular plenamente la justificación del Primer Mandamiento: "Amarás a Dios". Dios, por más ternura y compasión con que se le represente, sigue siendo para Israel ante todo "El Señor, el Amo, el Poderoso, el Altísimo", y de la religiosidad de Israel se desprende más el respeto y la sumisión, por más que los profetas lo presenten como padre y como enamorado. Amar al Todopoderoso, al "Señor de los Ejércitos", es casi una osadía.
Pero la revelación de Jesús pone punto final a esta distorsión. Podríamos formularla así:
"Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser... porque Él te quiere así, más que tu Madre"
El amor a Dios no se basa en la admiración, en el reconocimiento de su majestad... El amor a Dios es una respuesta: Amo a Dios porque me siento querido por Él. Ahí está la raíz del "mandamiento", y la esencia de la Buena Noticia. En el fondo, la Buena Noticia no es más que esto: "Dios te quiere, como te quiere tu madre, pero en infinito".
Esto es una experiencia interior, no un conocimiento intelectual. La conversión no es un arrepentimiento, un cambio de ideas, una decisión tomada por cálculo. La conversión es la consecuencia de un profundo sentimiento: sentirse querido por Dios cambia la vida, cambia el corazón. Ese cambio es la conversión.
Sentirse querido por Dios no por merecerlo sino por necesitarlo. Dios no me quiere porque soy bueno, justo, santo... Dios me quiere, sin más, como las madres quieren a sus hijos, no porque son listos o guapos. Les quieren antes de nacer, sin conocerlos. Así me quiere Dios. Y ni siquiera mis pecados pueden cambiar a Dios. El amor de mi Madre es mucho más fuerte que mis pecados. Dios es Amor, esa es su Esencia. Éste es el corazón de la Buena Noticia de Jesús.
Y nuestra fe se basa en creerle Dios-amor es la esencia del mundo. Lo contrario del amor es la muerte total. Amar o morir.
Amor o destrucción. La esencia del ser humano es la capacidad de construirse amando. El error es intentar hacer sociedad humana sobre otros cimientos: violencia, poder, justicia. La justicia no es más que un sustituto jurídico o una consecuencia del amor. La justicia sola tampoco es humana. Nadie puede vivir de la justicia, porque en la esencia del ser humano está amasado el pecado, el error. Y la justicia no cura, no cambia al ser humano por dentro. La verdadera justicia está en dar a cada uno lo que le corresponde. Y a los hijos les corresponde amor, y a los pecadores, comprensión y posibilidad de redención... Y esto es ya más, mucho más que justicia.
La esencia del doble mandamiento es, por tanto, mucho más que un "mandamiento", con todo el sabor moralista que la palabra encierra; es la definición de la humanidad: hijos queridos de Dios que sólo queriéndose como hijos podrán realizarse.
Las lecturas de todos estos domingos terminarán en la fiesta de Cristo Rey con la "parábola" del juicio final. Y allí se nos dará otra clave importante de interpretación de todo esto:
" - Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber? ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos o desnudo y te vestimos? ¿ cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
Y el rey les dirá:
- Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis" Ese "conmigo lo hicisteis" viene a ser la más profunda definición de "religión según Jesús". Ni siquiera importa que conozcas a Dios, que te des cuenta de que se lo haces a Él. Lo que importa es que lo hagas. Por esta razón se puede predicar la Buena Noticia a los budistas, los mahometamos, los ateos... y a cualquiera. Lo de Jesús es más que una religión convencional, va más al fondo.

AMARÁS AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO

Como a ti mismo. La clave está en que no hay diferencia entre el amor que me tengo a mí y el que tengo a los demás. Esto se da entre hermanos, en la familia. Entre hermanos y en la familia usamos mejor la primera persona del plural que la primera persona del singular. Esto caracteriza a un matrimonio que se quiere de veras. Que rara vez dice "yo", sino "nosotros".
Esto es lo que diferencia a los cristianos. Saber quién es Dios, saber quién es el hombre, vivir para el bien de los demás. Saber y sentir que eso es la mejor manera de vivir para el propio bien. Es el egoísmo correcto, buscar mi mayor bien y descubrirlo en servir... y olvidarme de que busco mi bien. Es decir, realizarse en el amor, no en el odio, no en el triunfo sobre alguien... Y recordemos que todas las parábolas del Evangelio van en esta dirección. El Hijo pródigo, el Buen samaritano... Eso es entrar en el Reino.
Por eso, la proclamación unitaria de nuestra fe es: "Hemos descubierto (Jesús nos ha descubierto) el secreto de todo, el secreto de Dios y del mundo: el amor es el que mueve todo para bien. Aceptar ese Dios, ese hombre, ese modo de vivir; eso es el Reino.
Este es el mensaje preciso de Juan. Creo que es suficiente leer detenidamente este fragmento de su primera carta.
Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo.
Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero.
Si alguno dice: « Amo a Dios », y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.
(1Jn 4:7-21)


PARA LA ORACIÓN PERSONAL

1.- Contemplación. Acto de fe.
Es difícil aceptar que Dios ama. ¿Cómo lo podremos decir hoy a las víctimas de las guerras, a
los que mueren de hambre en Africa, a los gamines de las ciudades de América...?
En el amor de Dios se cree, se cree mirando a Jesús. En Jesús conocemos cómo es Dios. Vemos cómo es Dios viendo a Jesús jugarse el prestigio por salvar pecadores, por curar leprosos, jugarse la vida por salvar a la adúltera, llegando hasta la misma cruz.
Sólo podemos creerlo mirando a Jesús, sobe todo a Jesús crucificado. "Dios ama tanto al mundo que ha entregado a su Hijo".
Contemplación del amor de Dios ante Cristo crucificado. Aceptar lo incomprensible. Decirle que, a pesar de la evidencia del mal, creemos en el amor de Dios.

2. Vivir esa fe.
Más difícil aún vivir en el amor en un mundo de extraños, competidores… ¿Qué significa eso
exactamente en nuestra vida de todos los días?. Para vivir así y entenderlo bien, es imprescindible mirar cómo lo vivió el mismo Jesús: imperturbable servidor de todos los humildes, arriesgado sanador, recuperador de los despreciados, rompedor de tabúes a favor de extranjeros, marginados, mujeres, endemoniados … Radical opositor de poderosos, de santones, de sacerdotes, a los cuales también quería, y quería salvar,… y los maldecía en público. Jesús ¿amaba a los que le estaban crucificando? Pedía excusas por ellos a su Padre.
Jesús no se siente enemigo de sus enemigos: ruega por ellos, llora porque no les puede ayudar. Una vez más, hacemos nuestra la bella y tradicional jaculatoria: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo”
Más difícil aún hablar de amor en una sociedad en que se mata, se secuestra, se amenaza en
nombre de presuntos derechos conculcados de un pueblo que algunos sienten, como Israel, elegido, diferente, privilegiado. Arrogándose la representación exclusiva de ese pueblo, sin que ese pueblo se la haya dado, hay quienes se arrogan también el derecho sobre la vida, la libertad y las opiniones de muchos, incluso de personas que nada tienen que ver y son solamente víctimas fáciles, objetivos sin riesgo. Difícil tener corazón suficientemente fuerte para conservar el amor a los enemigos y no dejarse llevar por el deseo de la pura y seca justicia, perfectamente justificable y humano, pero inferior a las exigencias de Jesús.
Más difícil aún cuando otros, que no matan ni secuestran, prestan a los que matan y secuestran más apoyo que a los muertos, secuestrados y amenazados, y a las familias de éstos. Difícil convivir y más difícil aún amar, no sólo a los asesinos sino a sus amigos; porque
como amigos de asesinos aparecen todos aquellos que no rechazan expresamente lo que hacen y se muestran más cercanos a ellos que a sus víctimas.
Más difícil aún celebrar la eucaristía con quienes están dispuestos a celebrarla con amigos y justificadores de asesinos. Y cuando quienes tienen alguna autoridad en la iglesia parecen dudar entre la defensa de los asesinados, secuestrados y amenazados y la justificación de las víctimas, más difícil todavía conservar la comunión y presumir que todo eso se hace por fidelidad a la palabra de Jesús.
Pienso que la radicalidad de Jesús fue precisamente una toma de postura radical a favor del que sufre y en contra del que hace sufrir. Y no hay mayor sufrimiento que perder la vida, no hay víctimas más víctimas que los inocentes que son privados de los más básicos derechos, hasta del derecho a vivir, sin estar algunos ni siquiera lejanamente implicados en los intereses o exigencias de sus asesinos. Personalmente no me cabe duda alguna de que esos son los primeros que deben ser amados, defendidos y amparados, y que, si hay quienes no los
consideran primeros en ese amor, defensa y amparo, esos tales padecen una profunda obcecación, que les hace confundir gravemente los criterios del evangelio, subordinándolos a otros criterios que a muchos nos parecen lejanos, ajenos, e incluso opuestos a los valores y criterios de Jesús.
En nuestra oración personal, comparando nuestros criterios y valores con los de Jesús, es necesario que roguemos insistentemente por nosotros, los que queremos seguir a Jesús y tomamos opciones tan distintas, tan opuestas que nos enfrentan incluso en la manera de interpretar ese seguimiento. Debemos rogar intensamente por nuestra conversión, la de todos, porque nadie puede arrogarse la posesión de la verdad. Jesús tenía muy claras las ideas, se ponía certeramente al lado de las víctimas. Pidamos a Dios su misma luz y su mismo valor.
Pidamos a Dios que todos los que decimos que queremos seguir a Jesús lo hagamos libres de engaños y de presunción.

ORAMOS JUNTOS

Propongo hacer un acto de fe, recitando juntos parte
del fragmento de Juan que hemos leído.
Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.
En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados.
Si Dios nos amó de esta manera,
también nosotros debemos amarnos unos a otros.
A Dios nadie le ha visto nunca.
Si nos amamos unos a otros,
Dios permanece en nosotros
y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.
En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros:
en que nos ha dado de su Espíritu.
Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene,
y hemos creído en él.
Dios es Amor
y quien permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en él.
No hay temor en el amor;
sino que el amor perfecto expulsa el temor,
porque el temor mira el castigo;
quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.
Vivamos en el amor, porque él nos amó primero.
Si alguno dice: « Amo a Dios », y aborrece a su hermano,
es un mentiroso;
pues quien no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios a quien no ve.
Y hemos recibido de él este mandamiento:
quien ama a Dios, ame también a su hermano.

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