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jueves, 23 de octubre de 2008

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: El amor como encuentro entre Dios y el hombre

Mateo 22, 34-40
XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Publicado por Dominicos.org

Introducción

¿Qué es lo realmente importante en la vida? Cada uno respondemos a esa pregunta de una o de otra manera. Es lo normal, porque cada persona tiene su propia experiencia de la vida. Pero es también arriesgado, porque todos propendemos a absolutizar nuestros puntos de vista, como si una moneda tuviese sólo una cara: la que vemos cada uno. Las raíces de nuestra sabiduría son ambiguas: nos dan vida a la vez pueden ahogarla.
Jesús, hombre libre incluso de los condicionamientos de su experiencia, nos ofrece una perspectiva integradora. Lo más importante no es Dios ni el hombre por separado, sino Dios y el hombre como realidades que se reclaman la una a la otra. Desde que Dios se hizo hombre no es posible encontrarse con Dios dejando de lado al hombre, ni encontrarse con el hombre sin que nos evoque algo de Dios.
En la mirada de Jesús se entrecruzan e iluminan mutuamente todas las dimensiones de la realidad. De ahí su sabiduría, que ve en lo profundo. De ahí su capacidad de amar, que alcanza a todos y a todo.

Comentario bíblico

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Iª Lectura: Éxodo 22, 21-27: La religión defiende a los pobres

I.1. Esta lectura del Éxodo no es homogénea, entre otras razones, porque se trata de un conjunto de prescripciones del famoso Código de la Alianza (Ex 20,22-23,19), que, con el Decálogo (Ex 20,1-17), pretende dar una identidad propia al pueblo que ha salido de Egipto. En ese código podemos rastrear leyes antiguas en las que todavía se perfilan las costumbre y tradiciones de los clanes y familias, probablemente del tiempo de los Jueces (s. XII), como la de los pueblos circunvecinos y otras mucho más recientes. La preocupación social es manifiesta. En el caso de la lectura de este domingo podemos subrayar un denominador común: el cuidado de los más necesitados: huérfanos, viudas y pobres. Aparecen, pues, las exigencias de un Dios misericordioso.

I.2. El mundo de las leyes es muy complicado, tanto por su origen, como por su significación. Así, el problema del préstamo y la usura obliga a promulgar leyes como las de nuestra lectura. Son leyes éticas que todos los pueblos y culturas se han dado para poder convivir. En el caso del Antiguo Testamento, de la ética veterotestamentaria se pretende que el hombre actúe en presencia de Dios. El hecho de que estas prescripciones se hayan establecido en el contexto de la Alianza de Dios con su pueblo le dan una dimensión religiosa y teológica incuestionable: se nos muestra cómo puede realizarse la comunión con Dios en la existencia de los humildes y con el prójimo necesitado.



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IIª Lectura: Tesalonicenses (1,5-10): Dios es nuestra vida, no un ídolo

II.1. Se prosigue con la carta a los Tesalonicenses la lectura continua de la misma, que comenzaba el domingo pasado. El pasaje está lleno de afirmaciones teológicas que muestran, sin duda, lo que Pablo ha trasmitido a esta comunidad con alma, corazón y vida. Muestra una seguridad asombrosa en la fe de esta comunidad nueva, ejemplo para las provincias romanas de Macedonia y Acaya, cuando han debido llevar a cabo una «catarsis» que no es otra que abandonar a los ídolos por el Dios vivo y verdadero. Esto, dicho así, es como el día y la noche, como el ser y la nada, pero para ello hay que cerrar los ojos y no caer en el abismo. Esta es la fe cristiana en su esencia que hace crecer la palabra de Dios como lo que es, nada de palabras vacías, sino palabra de vida, de luz, de profundidad que tiene su tono más alto en aceptar la resurrección de Jesucristo y la nuestra.

II.2. Hoy, que tanto se tiene en cuenta la "interculturalidad" o más todavía la interculturalidad religiosa, no deberíamos avergonzarnos de estas afirmaciones de "abandonar" los ídolos y los dioses paganos. Porque todo aquello que no ofrece vida verdadera al cualquier persona no puede ampararse en el diálogo "intercultural". El cristianismo paulino es un reto, una llamada a la esperanza. Pronto serían acusados los cristianos de creer en "una depravada superstición llevada hasta el exceso"; el exceso era el amor por los hombres que fundamentaban en un "crucificado" (¡inaudito!) que vive una vida nueva y está presente con los suyos para transformar el mundo. Los ídolos, se quiera o no, los fabrican los hombres y no tienen corazón, no acompañan, ni se inmutan. Los cristianos no fabricaron un ídolo, sino que dieron un salto a la vida nueva en ese crucificado que es el Señor. En eso consiste la acusación de "superstitio" que los "aristócratas" romanos combatieron con su pluma.



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III. Evangelio: Mateo (22,34-40): La ética del amor

III.1. El evangelio de Mateo de este domingo nos ofrece la disputa sobre el mandamiento más importante. Sabemos que se unen o se juntan dos textos Dt 6,5 y Lv 19,18 que eran citados frecuentemente en discusiones éticas rabínicas, pero la idea de unirlos tan estrechamente a manera de resumen de toda la Ley y los Profetas fue una idea creativa no solamente brillante, sino, de nuevo, profética, como sucede en todas estas disputas concluyentes en Jerusalén. Lo que asombra en el texto evangélico es la seguridad soberana con que afirma que no hay preceptos como estos, porque en ellos se apoya toda la ley y los profetas. El texto dice que el amor al prójimo es "semejante" (homoía) al primero, dando a entender un orden lógico, pero sin disminuir su importancia. Es más, aquí Jesús nos está llevando a la conclusión de que aunque Dios no es el hombre, lo que podemos llamar la experiencia del amor no es distinta, aunque sean distintos los objetos o las personas amadas. Lo que le da gloria a Dios, precisamente, es que amemos al hombre como lo amamos a El; tendríamos que decir que no es posible amar a Dios más que al hombre.

III.2. Todo lo que no sea eso, evangélicamente hablando, es una falacia. Ya lo veía así el autor de la 1ª Jn 4 donde plantea con una radicalidad teológica inigualable lo que es la identidad cristiana del amor. Si Dios nos ha amado, entonces, entre otras cosas, no se dice que debemos amarlo a El, sino que debemos amarnos los unos a los otros. Es verdad que Dios quiere ser amado, necesita ser amado, como lo necesitamos cada uno de nosotros. Y es desde esa dimensión religiosa desde la que hablaba Jesús, quien con su predicación y con su praxis se empeñó tanto en descubrir a Dios como Abba, porque él y nosotros lo necesitamos así.
III.3. Por lo tanto, la praxis evangelizadora de Jesús nos descubre un Dios nuevo y a la vez, y por ello mismo, nos descubre un hombre nuevo. Es verdad que Jesús de Nazaret lo descubrió desde Dios. Esto es absolutamente irrefutable. Esta fontalidad nos expresa pues, que evangelizar es humanizar en todos los órdenes y desde todas las perspectivas. Jesús hizo coincidir con su evangelización la gloria de Dios y la del hombre. El hecho, pues, de que hoy se insista tanto en la humanización no depende de que vivimos en el siglo en el que el hombre está enamorado de sí mismo, de lo que ha hecho y de lo que tiene que hacer, sino que la misma esencia de la fe y de la identidad cristiana, en el Nuevo Testamento como totalidad, son todavía mucho más humanizantes y humanizadoras que lo que hoy se nos propone.

Fray Miguel de Burgos, O.P.

Pautas para la homilía

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¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?

Esta pregunta que los fariseos hicieron a Jesús sigue resonando en la conciencia de los creyentes. Y al respondérnosla se manifiesta una doble sensibilidad, personal y colectiva.

Hay una sensibilidad “religiosa”, propensa a recordar el primer mandamiento. La respuesta tiene su verdad: Dios, que nos ama con un amor íntegro espera de nosotros un amor total, con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser. Dios no es una fuerza impersonal e ignota. Es alguien empeñado en gozar de la amistad con los humanos. No es una idea para admirar, es alguien que ama y a quien podemos amar.

Pero esta respuesta tiene también su trampa, si a Dios lo separamos de la experiencia cotidiana, del horizonte de lo humano. Recluirle en un cielo desencarnado, deshumanizado, es expulsarle de donde Él ha querido estar: en la historia, en lo más interior de nosotros mismos.

Esta trampa, en la que es tan fácil caer, fue advertida por S. Juan: “quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (I Jn 4,20).

Y hay otra sensibilidad “ética”, que reduce la invitación evangélica al compromiso en favor de los otros, al segundo mandamiento. También esta respuesta tiene su verdad. Jesús, siempre conmovido ante las pobrezas de todo tipo que encontraba, había heredado aquella tradición profética que proclamaba como religión auténtica la compasión ante las viudas y los huérfanos, la liberación de todo yugo y la invitación a partir el pan con el hambriento.

Aunque esta respuesta no está tampoco libre de trampa: cualquier paso hacia un reino de justicia en la tierra puede ser un paso en falso sin la perspectiva del Reino de Dios y su justicia. Es la triste historia de las ideologías de los dos últimos siglos de cuya marginación de Dios, so capa de promoción del hombre, algo debiéramos aprender.

Desde la experiencia de Jesús los dos mandamientos se complementan. Posiblemente sea la única forma de escapar a las trampas que encierra una comprensión unilateral de cada uno de ellos por su lado.

*
Abandonando a los ídolos, os volvisteis a Dios

Pablo felicita a los cristianos de Tesalónica por haber abandonado a los ídolos y haberse vuelto a Dios. Conjugar los dos primeros mandamientos nos permite encontrar el verdadero rostro de Dios. Y abandonar a los ídolos, a todos los ídolos.

De nuestras apuestas sesgadas por lo humano, incluso de lo que es bueno, surgen multitud de ídolos que desfiguran el rostro verdadero de Dios y le suplantan. Diosecillos en los que ponemos nuestro corazón, nuestra alma, nuestro ser: las cosas, el dinero, el poder, la fuerza, la seguridad, el confort, el dominio sobre los otros, la absolutización de nuestras ideas y sentimientos… Y, ¿por qué no?, cada uno acaba siendo un dios para sí mismo cuando cerramos nuestras nuestros ojos, oídos y entrañas ante los demás.

También hacemos de Dios un ídolo cuando lo imaginamos cerrado sobre sí mismo y celoso de sus privilegios. Cuando le reducimos al lugar donde sólo cabemos nosotros y los nuestros, a una tradición excluyente, a un culto sin espíritu y sin verdad.

Dejar los ídolos y volver a Dios es también hoy nuestro desafío. Es una experiencia de liberación propia y ajena. Los ídolos recortan nuestro horizonte y achatan nuestras expectativas. Sólo Dios nos ofrece una vida en plenitud. Se ha dicho que Dios no tiene pruebas, sino testigos: son los creyentes coherentes quienes testimonian la verdad de Dios en su libertad interior, en su solidaridad a toda prueba, en su felicidad.

*
Yo soy compasivo

Dios transforma la vida de quienes le aceptan con sinceridad. Y les pone a caminar con Él cada día con sus mismos sentimientos y compromisos. El gran sentimiento de Dios es la compasión, la capacidad de escucha, de hacerse cargo de las situaciones de los humanos, de perdonar, de consolar, de dar constantemente nuevas oportunidades, de sembrar esperanza-

¿Cómo conciliar esa capacidad compasiva de Dios con las tragedias de las personas y del mundo? ¿Qué hace Dios por tanta gente que sufre?

No es cínico, sino creyente, decir que Dios hace lo que puede. Y lo que puede es lo que cuenta el libro del Éxodo: concita a su pueblo a hacer el bien, pone en los corazones humanos sentimientos nobles y comprometidos. Y esto se nota. Hay mucha gente que lo pasa mal y hay mucha gente que hace lo que puede para mejorar la suerte de quienes lo pasan mal. Dios está en las lágrimas de los que lloran y en los gritos de los que claman. Y está también en los oídos y en las manos de quienes limpian esas lágrimas y se hacen eco de esos gritos. En el corazón de quienes han creído en el Dios que prefiere la misericordia al sacrificio.

Fray Fernando Vela, O.P.

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