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viernes, 31 de octubre de 2008

Apoyo para la Homilía y la Reflexión personal: 2 DE NOVIEMBRE LOS FIELES DIFUNTOS


DEL LIBRO DE LA SABIDURÍA (3; 6,3-9)
Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no les alcanzará tormento alguno. A los ojos de los insensatos pareció que habían muerto y su salida fue tomada como un quebranto, pero ellos están en la paz. Aunque a juicio de los hombres hayan sufrido castigos, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Por una corta corrección recibirán largos beneficios, pues Dios los sometió a prueba y los halló dignos de sí. Como oro en crisol los probó y como holocausto los aceptó. El día de su visita resplandecerán y correrán como chispas en rastrojo. Juzgarán a las naciones y dominarán los pueblos y sobre ellos el Señor reinará eternamente. Los que en él confían entenderán la verdad y los que son fieles permanecerán en el amor junto a él, porque la gracia y la misericordias son para sus santos y su visita para sus elegidos.

DE LA CARTA A LOS ROMANOS (8; 31.39)
¿Qué decir después de esto?
Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?. El, que no ha escatimado a su propio Hijo sino que lo ha entregado por todos nosotros ¿cómo no nos va a conceder con El todo favor? ¿Quién será el acusador de los que Dios ha elegido? A los que Dios justifica, ¿quién los condenará?. ¿Acaso Jesús, el que ha muerto, qué digo muerto, el que ha resucitado y está a la diestra de Dios e intercede por nosotros?
¿Quién nos separará del amor de Jesús?
¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, ,los peligros, la espada? .... Pero en todo esto, no tenemos la menor dificultad en triunfar por Aquel que nos ha amado.
Sí, estoy seguro, ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro ni poder alguno, ni altura ni profundidad ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

DEL EVANGELIO DE LUCAS

Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. El les dijo: « ¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando? » Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: « ¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella? » El les dijo: « ¿Qué cosas? » Ellos le dijeron: « Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron. » El les dijo: « ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? » Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado. » Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: « ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? » Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: « ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

COMENTARIO GLOBAL
El texto de Lucas tiene un paralelo en Marcos, que no deja de ser curioso: “Se apareció disfrazado a dos que iban de camino”. No deja de ser interesante especular la fuente de la que Lucas sacó su narración, puesto que Marcos es tan escueto Mateo no la recoge. Pero tendremos que conformarnos con lo que tenemos, una narración llena de detalles, de símbolos y de misterios. Hagamos un pequeño recorrido por ella. Es el domingo por la mañana, muy temprano, después que las mujeres han vuelto del sepulcro con la noticia de la desaparición del cuerpo de Jesús; han contado la aparición de los ángeles, pero no parece que les hayan creído. Y se marchan. ¿Es una fuga? Ha muerto el maestro, la pequeña comunidad de sus seguidores está aterrada, atrancada por dentro en un casa por miedo. Ya no hay nada que hacer. ¿Se escapan? Parece probable. También más tarde encontraremos a Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos pescando en el lago (Juan 21, ¿que hacían pescando en Galilea? ¿también habían huido de Jerusalén?)
Uno de los dos es Cleofás, el otro no tiene nombre ¿sería su mujer?. No reconocen a Jesús, pero expresan muy bien su estado de ánimo: .”Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó...”. Esperábamos, pero nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron ... ya no esperamos, nos vamos. Jesús les hace re-leer las Escrituras para crean a pesar de la cruz. Le reconocen al partir del pan ... y regresan a Jerusalén, a la comunidad, que también ha tenido la misma experiencia. Han entendido la cruz y han entendido a Jesús. Sin la cruz seguirían creyendo en el Mesías davídico triunfante, por la cruz han descubierto a
Jesús y ahora pueden creer en él, renunciando a lo que esperaban, y esperaban tan mal.
Me gusta pensar en los relatos de la resurrección como testimonios: y no tanto de la resurrección de Jesús como de la resurrección de la fe (aunque mejor diríamos del nacimiento de la fe).
La muerte de Jesús, la muerte en cruz, mató una fe. Y era necesario para que naciera la fe verdadera. Incluso los discípulos creían en un Jesús a su manera. Sólo después de la muerte en cruz pudieron tirar por la ventana su fe anterior y descubrir a Jesús, descubrir a Dios. Antes pensaban sin duda, como la mayoría de Israel, que al justo no le podían pasar cosas malas, porque Dios le cuidaba, que el que respeta al señor será feliz y que la recompensa de portarse bien era la vida larga, los muchos hijos, la abundancia de bienes; que el Mesías enviado pro Dios reinaría en Israel y sometería al mundo de modo que todos los humanos vendrían a adorar a Dios en su (¿de Dios o de Israel?) templo de Jerusalén ... Todo eso tenía que ser destruido y solamente la cruz podía hacerlo. Y lo hizo. Me impresiona mucho pensar en el Sábado, el gran Sabbath fiesta de Pascua, cuando todas las ilusiones habían muerto clavadas en la cruz, sobre todo comparándolo con las Palabras de Pedro el día de Pentecostés: Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado. » (Hechos 2,22 ss)
Es la fe completa: vosotros matasteis al Mesías, no le pudisteis reconocer, pero “Dios estaba con él” (Hechos 10). Dios estaba con el crucificado, ése es el mensaje de la experiencia pascual, ése es el contenido básico de la fe y en eso consiste la “conversión” de los de Emaús. Y es muy oportuno para celebración de hoy. Podría hablarse aquí de que Jesús está vivo después de la muerte, pero prefiero hablar de que la fe de los discípulos no sólo está viva, sino que ha resucitado, esencialmente mejorada, después de la cruz y precisamente por la cruz.
La fe viva después de la muerte. La muerte de cualquier persona, mucho más si la queremos (¿queríamos?) es una violenta agresión a nuestra confianza en Dios, mucho más cuando se produce en forma violenta o dolorosa, cuando tiene consecuencias trágicas para sus familiares o amigos. Mantener la fe en Dios Padre, que nos quiere y nos cuida, en esas circunstancias, en un desafío para la fe. Pero no es un caso único: todo el mal del mundo, todo el dolor del mundo es un argumento violento contra la fe en el amor del Padre y por más que los teólogos o los escritores piadosos se han esforzado por explicarlo o hacerlo razonable, no lo han conseguido.
¿Podemos creer que Dios nos quiere a pesar del dolor, del fracaso, del hambre, de la humillación de tantísimas personas, de la muerte, especialmente si es injusta y llena de desesperación? Sí, podemos, pero no desde la razón, no desde la explicación. Solamente desde la confianza, es decir, como siempre, desde Jesús, desde la muerte de Jesús”.
La vida humana y Dios mismo se entiende desde Jesús, desde lo que dice y desde lo que hace. No creemos en Dios Padre porque sea evidente sino porque Jesús lo creía así. Y no aceptamos la muerte como algo razonable sino porque Jesús siguió creyendo en el Padre a pesar de morir en la cruz. Jesús fue capaz de superar la agónica tristeza de Getsemaní y, más aún, el desamparo del “¿por qué me has abandonado?”, y morir gritando “en tus manos me encomiendo”. El resumen de la fe de Jesús está en estas palabras: Jesús cree que su vida está en buenas manos, aunque la evidencia grita lo contrario. Y ésa, quizá sólo esa es nuestra fe en la muerte y en lo que venga “después”.
La muerte de una buena persona, que ha tenido una vida razonablemente satisfactoria, que ha llegado a la vejes sin especiales molestias, rodeada de hijos y nietos ... parece hasta razonable; ya no podía esperar más que deteriorarse y sufrir. El deterioro de la salud, de las facultades, hacen insoportable la idea de durar indefinidamente. Hasta aquí, la muerte puede presentarse como razonable: los seres vivos, tal como los conocemos, no están hechos para durar indefinidamente. Pero esto es sólo resignación.
Los que creemos en Jesús nos atrevemos a afirmar que la muerte es solamente un accidente de la vida, que la vida sigue después. Esto es completamente absurdo, porque la evidencia de los ojos proclama lo contrario; esto solamente lo mantenemos porque es la fe del mismo Jesús. Y por nada más. Jesús muestra esa fe al morir y la había mostrado en docenas de ocasiones, en docenas de parábolas, en las que la referencia a la vida tras la muerte está presente hasta el punto de que sin ella apenas se entiende el mensaje. Pero lo muestra sobre todo al morir, y al morir de mala manera. Todo el horror de la cruz no puede contra la fe de Jesús, que no es conocimiento, sino confianza en el Padre. Por eso, y sólo por eso, podemos vivir sin miedo a la muerte y podemos morir sin miedo, porque no tenemos miedo a Dios sino confianza en él.
Pero hay más. La fe cristiana ha visto luego en la muerte de Jesús un argumento para creer más en Dios. este es el mensaje del texto de la carta a los romanos. Contra un espantosa teología de la redención, según la cual Dios exige la muerte sangrienta de su hijo para perdonar nuestros pecados, el texto de hoy entiende mucho más: la muerte de su hijo es el enorme sacrificio que hace el Padre porque nos quiere: “no escatimó ni a su único hijo”. Jesús no escatimó su muerte. Jesús pudo dar esquinazo a sus enemigos, hasta las puertas mismas del huerto de los olivos. Pero fue hasta el final porque esa era su misión, fue hasta el final para que pudiéramos creer en él. Y en Jesús vemos el corazón del Padre, que va hasta el final, hasta “consentir” la muerte de Jesús, para nosotros.
Es emocionante el final del texto de Pablo Estoy seguro, ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro ni poder alguno, ni altura ni profundidad ni criatura alguna
podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor. Y hasta aquí podemos llegar. Creo en Jesús porque fue capaz de llegar hasta el final: creo en Dios padre porque Jesús creyó en él; confío en mi Padre porque ni la muerte en cruz fue capaz de romperle a Jesús esa confianza; creo que mi vida está en manos de mi padre incluso cuando toda evidencia está en contra, porque a Jesús le pasó lo mismo.
Éste quizá es el momento de recoger las ideas de la primera lectura, aunque sean tan incompletas y tan restrictivas. Israel iba teniendo la convicción de que estamos en manos de Dios, aunque lo restringía a “los justos” y se olvidaba de todo el mundo. La diferencia entre lo de Jesús y el libro de la Sabiduría (aunque son casi contemporáneos) es abismal.

NUESTRA CELEBRACIÓN.

Nosotros la Iglesia evocamos a todos los Santos, los no canonizados... y a todos los difuntos. Con el mismo espíritu restrictivo del libro de la Sabiduría, hablamos de los “fieles” difuntos. Se supone que los infieles no nos preocupan. Celebramos por tanto el recuerdo de vivos, no de difuntos. Por los difuntos se llora, pero no es nuestro caso, aun cuando los lloremos, porque los echamos de menos. Nuestro caso es la fe de que en manos de Dios la vida no se acaba. Cuando a una madre se le muere un hijo, esto no sucede porque la madre no le quiere, sino porque no puede evitarlo. Pero nuestra Madre Dios nos quiere y pude evitarlo. A Dios no se le mueren los hijos.
Y es toda nuestra fe: todas las demás representaciones, el cielo, el infierno, el purgatorio, el juicio, la expresión “con los mismos cuerpos y almas que tuvieron” y tantísimas otras fórmulas que empleamos y en las que nos han hecho creer como si fueran de fe, no son más que sueños, crueldades o mitos que no expresan más que ignorancia.
Nuestra fe termina en la de Jesús: “en tus manos”. Y es más que suficiente.

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