Ciro y su significación
Ciro el Grande, segundo de nombre, que reinó en el siglo sexto antes de Cristo, ha dejado su fama en la historia por el inmenso imperio persa gracias a sus conquistas. Pero ha dejado su nombre en la Biblia por permitir a los judíos exiliados regresar a Israel y volver a construir el Templo en Jerusalén. Aparece en el libro de Isaías como un hombre providencial de quien Dios se ha servido para realizar sus designios sobre su pueblo (ver v.4) y merece recibir de Dios mismo el título de “consagrado”, llamado personalmente para cumplir una misión: “Te llamé por tu nombre, te di un título aunque no me conocías”. En eso se nos da una enseñanza fundamental sobre la soberanía absoluta de Dios, que se ejerce sobre todas las cosas y también en el desarrollo de la historia: misteriosamente Dios la dirige, más allá de las apariencias y a través de las múltiples causalidades creadas, hacia la meta que él se propone. Su libertad es también absoluta: escoge a quien quiere, donde quiere, cuando quiere. Por eso puede afirmar: “Yo soy el Señor y no hay otro”
Eso no debe en absoluto guiarnos hacia un cierto fatalismo, pues la palabra de Dios nos invita al mismo tiempo a afirmar la realidad de nuestra libertad y de nuestra responsabilidad. Hemos por consiguiente de expresar esa doble afirmación, aunque nuestra mente limitada tiene dificultades en ver cómo eso se concilia, lo que no ha de extrañarnos ya que por definición el misterio de Dios nos sobrepasa.
El impuesto al César
A primera vista el Evangelio de hoy tiene poca relación con la primera lectura. Jesús ha de enfrentarse a un complot tramado por los fariseos: éstos “quieren comprometer a Jesús con una pregunta”. Para realizar su proyecto, después de intentar ensoberbecerle, alabándolo: “sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios sin que te importa nadie…” y viene
la pregunta trampa. “Es lícito pagar impuesto al césar o no?
No buscan una enseñanza o una iluminación: quieren simplemente desprestigiar a Jesús. Si contesta: “sí”, se enfrenta a muchos de sus conciudadanos, y especialmente a los fariseos, más bien nacionalistas y anti-romanos. Para eso tienen sus motivos religiosos: ¿cómo el pueblo elegido puede estar sometido a una autoridad distinta de la de Dios? Pero si contesta: “no” será muy fácil acusarlo ante las autoridades romanas. Jesús no se deja pinchar así, y hace ver a sus interlocutores que ha descubierto su juego: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis?” Y después de pedir ver la moneda del impuesto que lleva la imagen del César y su inscripción, lo reduce al silencio con estas palabras: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
La respuesta de Jesús
La respuesta de Jesús tiene una consecuencia inmediata: está salvado de la trampa en que querían meterle: Mas es una acusación en contra de los fariseos. Su modo de actuar los condena. Si practicaran lo que piden, respetarían a Jesús y no buscarían situaciones para hacerle daño. Ellos son los que no dan a Dios lo que le deben. Por eso no los imitemos.
Esa respuesta puede también tener un significado más amplio. Jesús expresa que no es asunto suyo el reglamento del impuesto: no ha venido a solucionar los asuntos puramente humanos o tomar posición sobre aspectos políticos. Ha venido para cumplir la misión que el Padre le ha encargado: salvarnos guiándonos hacia el Padre, y dándonos la verdadera vida. Si sabemos acoger su mensaje y vivir la caridad, entonces encontraremos más fácilmente las justas respuestas que nos pone la vida concreta, y dando a Dios lo que es de Dios, daremos a los hombres lo que es de los hombres.
Ciro el Grande, segundo de nombre, que reinó en el siglo sexto antes de Cristo, ha dejado su fama en la historia por el inmenso imperio persa gracias a sus conquistas. Pero ha dejado su nombre en la Biblia por permitir a los judíos exiliados regresar a Israel y volver a construir el Templo en Jerusalén. Aparece en el libro de Isaías como un hombre providencial de quien Dios se ha servido para realizar sus designios sobre su pueblo (ver v.4) y merece recibir de Dios mismo el título de “consagrado”, llamado personalmente para cumplir una misión: “Te llamé por tu nombre, te di un título aunque no me conocías”. En eso se nos da una enseñanza fundamental sobre la soberanía absoluta de Dios, que se ejerce sobre todas las cosas y también en el desarrollo de la historia: misteriosamente Dios la dirige, más allá de las apariencias y a través de las múltiples causalidades creadas, hacia la meta que él se propone. Su libertad es también absoluta: escoge a quien quiere, donde quiere, cuando quiere. Por eso puede afirmar: “Yo soy el Señor y no hay otro”Eso no debe en absoluto guiarnos hacia un cierto fatalismo, pues la palabra de Dios nos invita al mismo tiempo a afirmar la realidad de nuestra libertad y de nuestra responsabilidad. Hemos por consiguiente de expresar esa doble afirmación, aunque nuestra mente limitada tiene dificultades en ver cómo eso se concilia, lo que no ha de extrañarnos ya que por definición el misterio de Dios nos sobrepasa.
El impuesto al César
A primera vista el Evangelio de hoy tiene poca relación con la primera lectura. Jesús ha de enfrentarse a un complot tramado por los fariseos: éstos “quieren comprometer a Jesús con una pregunta”. Para realizar su proyecto, después de intentar ensoberbecerle, alabándolo: “sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios sin que te importa nadie…” y viene
la pregunta trampa. “Es lícito pagar impuesto al césar o no?
No buscan una enseñanza o una iluminación: quieren simplemente desprestigiar a Jesús. Si contesta: “sí”, se enfrenta a muchos de sus conciudadanos, y especialmente a los fariseos, más bien nacionalistas y anti-romanos. Para eso tienen sus motivos religiosos: ¿cómo el pueblo elegido puede estar sometido a una autoridad distinta de la de Dios? Pero si contesta: “no” será muy fácil acusarlo ante las autoridades romanas. Jesús no se deja pinchar así, y hace ver a sus interlocutores que ha descubierto su juego: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis?” Y después de pedir ver la moneda del impuesto que lleva la imagen del César y su inscripción, lo reduce al silencio con estas palabras: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
La respuesta de Jesús
La respuesta de Jesús tiene una consecuencia inmediata: está salvado de la trampa en que querían meterle: Mas es una acusación en contra de los fariseos. Su modo de actuar los condena. Si practicaran lo que piden, respetarían a Jesús y no buscarían situaciones para hacerle daño. Ellos son los que no dan a Dios lo que le deben. Por eso no los imitemos.
Esa respuesta puede también tener un significado más amplio. Jesús expresa que no es asunto suyo el reglamento del impuesto: no ha venido a solucionar los asuntos puramente humanos o tomar posición sobre aspectos políticos. Ha venido para cumplir la misión que el Padre le ha encargado: salvarnos guiándonos hacia el Padre, y dándonos la verdadera vida. Si sabemos acoger su mensaje y vivir la caridad, entonces encontraremos más fácilmente las justas respuestas que nos pone la vida concreta, y dando a Dios lo que es de Dios, daremos a los hombres lo que es de los hombres.
Oración : Política plural
La respuesta,
la lección que les diste, Señor,
a aquellos «entrevistadores»,
podría -por su validez y vigencia-
ser retransmitida por todos los medios,
por todas las televisiones del siglo XXI.
Por favor, que Dios sea nuestro único absoluto,
que los poderes temporales, los césares,
mejor o peor -todo hay que decirlo-,
cumplan su cometido. Habrá que respetarlos.
Que nuestras armas,
que son la oración y la verdad,
una verdad que podemos imponer
únicamente a nuestra propia conducta
personal y social -a ambas, eso sí-,
no se confundan de campo.
Que tu Iglesia, Señor,
la nuestra,
se sitúe por encima de partidismos
plenamente libre hacia Ti y hacia todo el mundo.
La respuesta,
la lección que les diste, Señor,
a aquellos «entrevistadores»,
podría -por su validez y vigencia-
ser retransmitida por todos los medios,
por todas las televisiones del siglo XXI.
Por favor, que Dios sea nuestro único absoluto,
que los poderes temporales, los césares,
mejor o peor -todo hay que decirlo-,
cumplan su cometido. Habrá que respetarlos.
Que nuestras armas,
que son la oración y la verdad,
una verdad que podemos imponer
únicamente a nuestra propia conducta
personal y social -a ambas, eso sí-,
no se confundan de campo.
Que tu Iglesia, Señor,
la nuestra,
se sitúe por encima de partidismos
plenamente libre hacia Ti y hacia todo el mundo.
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