Por Casiano Floristán - Luís Maldonado
Publicado por Fe Adulta
Te damos gracias, Padre, Señor de la viña de este mundo
y dueño de las viñas que a cada uno nos entregas.
Tú plantaste en los comienzos del cosmos
un árbol de la vida como vid fecunda.
Nosotros, tu pueblo, somos tu viña.
Con el salmista te decimos:
“Vuélvete, mira desde los cielos, fíjate, ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó y que Tú hiciste vigorosa”.
Te damos gracias por nuestros padres, nuestra cultura,
nuestros talentos, nuestras oportunidades.
Sabemos que esperas de nosotros buenos frutos.
Y nos damos cuenta de que abundan en nuestra viña los agrazones.
No obstante nos asociamos hoy, con nuestro canto,
a todos los que participan en tu alabanza,
expresando nuestra alegría y tu santidad.
Santo, santo…
Reconocemos hoy que tu viña sigue plantada aunque oculta.
En realidad, Cristo es la verdadera viña, plantada de nuevo.
Él es la vid y nosotros los sarmientos.
El fruto de tu viña, Padre, como vino nuevo es la sangre de Jesucristo.
Por eso recordamos hoy, Padre, la muerte y resurrección de tu Hijo
mientras esperamos su venida gloriosa.
Padre nuestro, danos a tu Hijo.
El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Haznos participar en tu obra de liberación y redención.
Fortalece con tu Espíritu a los que hemos sido invitados a tu mesa
para que todos nosotros,
con nuestros responsables, el Papa y nuestro Obispo,
caminemos alegres en la esperanza y firmes en la fe
y comuniquemos al mundo el gozo del evangelio.
Acuérdate también, Padre, de nuestros hermanos
que murieron en la paz de Cristo,
y de todos los demás difuntos, admitidos a contemplar la luz de tu rostro,
y llévalos a la plenitud de la resurrección.
Y cuando termine nuestra peregrinación por el mundo,
recíbenos en la mesa de tu Reino en comunión con María y los santos,
para que podamos gozar del vino añejo prometido.
Enséñanos a ser laboriosos en la viña, a escuchar a todo mensajero,
a producir frutos de verdad y de caridad
por los siglos de los siglos.
Amén.
Publicado por Fe Adulta
Te damos gracias, Padre, Señor de la viña de este mundo
y dueño de las viñas que a cada uno nos entregas.
Tú plantaste en los comienzos del cosmos
un árbol de la vida como vid fecunda.
Nosotros, tu pueblo, somos tu viña.
Con el salmista te decimos:
“Vuélvete, mira desde los cielos, fíjate, ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó y que Tú hiciste vigorosa”.
Te damos gracias por nuestros padres, nuestra cultura,
nuestros talentos, nuestras oportunidades.
Sabemos que esperas de nosotros buenos frutos.
Y nos damos cuenta de que abundan en nuestra viña los agrazones.
No obstante nos asociamos hoy, con nuestro canto,
a todos los que participan en tu alabanza,
expresando nuestra alegría y tu santidad.
Santo, santo…
Reconocemos hoy que tu viña sigue plantada aunque oculta.
En realidad, Cristo es la verdadera viña, plantada de nuevo.
Él es la vid y nosotros los sarmientos.
El fruto de tu viña, Padre, como vino nuevo es la sangre de Jesucristo.
Por eso recordamos hoy, Padre, la muerte y resurrección de tu Hijo
mientras esperamos su venida gloriosa.
Padre nuestro, danos a tu Hijo.
El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Haznos participar en tu obra de liberación y redención.
Fortalece con tu Espíritu a los que hemos sido invitados a tu mesa
para que todos nosotros,
con nuestros responsables, el Papa y nuestro Obispo,
caminemos alegres en la esperanza y firmes en la fe
y comuniquemos al mundo el gozo del evangelio.
Acuérdate también, Padre, de nuestros hermanos
que murieron en la paz de Cristo,
y de todos los demás difuntos, admitidos a contemplar la luz de tu rostro,
y llévalos a la plenitud de la resurrección.
Y cuando termine nuestra peregrinación por el mundo,
recíbenos en la mesa de tu Reino en comunión con María y los santos,
para que podamos gozar del vino añejo prometido.
Enséñanos a ser laboriosos en la viña, a escuchar a todo mensajero,
a producir frutos de verdad y de caridad
por los siglos de los siglos.
Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario