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miércoles, 22 de octubre de 2008

XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: UNA UTOPIA

Mateo 22, 34-40
Publicado por Fundación Epsilón

Al Maestro nazareno se la tenían echada en agua. Sus enemigos lo habían sentenciado a muerte, incluso antes de poder atestiguar su delito. Por esto buscaban un motivo político: "¿Hay que pagar tributo al César, sí o no?" Al no caer Jesús en la trampa tendida, los fariseos pasaron al ataque en su propio campo religioso. Un jurista le pregunta con mala idea: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?".

La pregunta iba de Antiguo Testamento y versaba sobre un asunto controvertido entre los abogados del tiempo. Entre la retahíla de preceptos vigentes, ¿cuál ocupaba la cúspide del aparato legislativo? Había opiniones para todos los gustos y Jesús era consciente de ello. Para la mayoría de los rabinos de la época, todas las leyes tenían la misma importancia: "Quien quebranta todos los mandamientos, rechaza el yugo, rompe la alianza y destapa su cara contra la ley; de la misma forma, quien traspasa un solo mandamiento rechaza el yugo, destapa su cara contra la ley y rompe la alianza". Quien más daba, definiéndose, se pronunciaba por el amor a Dios o al prójimo. Uno de estos dos, pero en ningún caso por los dos a la vez. Jesús va a romper una vez más, como de costumbre, el molde.

Le preguntan por el mandamiento principal y responde con dos: el primero y principal es semejante al segundo, que es igualmente principal y prueba indiscutible del primero: el amor a Dios y al prójimo son inseparables; esta es la novedad de la respuesta de Jesús. El amor a Dios pasa necesariamente por el prójimo. Estos dos mandamientos son el corazón de la Antigua ley y de los Profetas. Quien no los cumpla no puede ser buen judío; de nada le servirá poner en práctica el resto del código legal veterotestamentario. (Por "prójimo" se entendía no sólo al amigo o al israelita situado, sino también -y en primer lugar- a las clases marginadas de la sociedad de entonces: los forasteros (mano de obra barata en país extranjero, desamparados ante leyes y tribunales), las viudas (en situación habitual de paro, sin seguridad social ni pensión), los huérfanos (sin calor de hogar ni sustento) y los pobres (como siempre, abandonados a la caridad pública -pública injusticia-).

Pero amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo no es -por más que se haya predicado así- el núcleo del mensaje cristiano. Es más bien una ley antigua ya superada.

El mensaje de Jesús va más allá. Para el cristiano se queda pequeño este molde. Jesús, antes de morir, formuló la nueva ley: "Amaos los unos a los otros como Yo os he amado" Más atrevida y utópica que todo el ya, de suyo, exigente Antiguo Testamento.

Amar al prójimo como Jesús lo amó significa amarlo más que a la propia vida, más que a uno mismo.

Al escribir esto, me doy cuenta de lo lejos que estamos los cristianos no ya del mandamiento nuevo de Jesús -utópico mandamiento que sólo algunos practican- sino de la antigua ley judía.

¿Quién de nosotros está dispuesto a amar de obra y no sólo de palabra a los parados, a los jornaleros, a los marginados, a los pobres, a los sin pensión ni seguridad social ni amparo humano, a los despojos de la sociedad?

Amar a esta gente, como Jesús, daría garantía y crédito a nuestro desprestigiado cristianismo. Para muchos, que se llaman cristianos, todo esto es una utopía (palabra que viene del griego y significa "lugar que no existe")

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