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miércoles, 29 de octubre de 2008

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: Conmemoración de los Fieles Difuntos


Jb 19,1.23-27a: Yo sé que está vivo mi Redentor
Salmo responsorial 24: A ti, Señor, levanto mi alma.
Flp 3,20-21: Nuestra patria está en los cielos
Mc 15,33-39;16,1-6: Jesús, lanzando un grito, expiró


Las grandes ciudades son como jardines de vida. La vida es especialmente la humana, con todas sus manifestaciones. Sobre esos jardines de vida se levanta dominadora la muerte. Ni individuos, ni colectividades, ni instituciones logran escapar a su dominio. Todo lo humano está condenado a morir. Y cuanto más floreciente sea la vida, más trágico será el espectáculo cuando por ella pase, como por un campo de batalla, la muerte. La vida es una lucha sin tregua contra la muerte. Comer, beber, cuidarse... son operaciones tácticas que no esquivan, sin embargo, a la muerte. Sobre la vida domina la muerte. Es lo que parece.

Los grandes cementerios representan el reino de la muerte. Pero sobre ellos se levanta, dominadora, la vida. El destino del hombre no es ni puede ser la muerte. Su destino es la vida. Nada más cierto para los hombres que la necesidad de la muerte; nada más cierto para el cristiano que la existencia de la vida después de esa muerte. “El que cree en mí, aunque muera vivirá” (Jn 11,25). Es la palabra de Jesús pronunciada en una ocasión solemne, antes de despojar a la muerte de su presencia en la persona de Lázaro, primicia y argumento de la resurrección de todos los creyentes.

Aunque todo viviente esté avocado a la muerte, sobre la muerte domina la vida. El cristiano tiene una firme persuasión: la existencia del alma inmortal y la resurrección de los cuerpos en el último día. El hombre, creado a imagen de Dios, es también eterno en su destino. Y como Dios es padre, el destino de sus hijos es compartir su dicha para siempre.

El cristiano sabe, además, que hay alguien que ha vencido a la muerte. Jesucristo se enfrentó con ella, y se dejó engullir por ella para vencerla. La muerte no pudo retenerlo en el sepulcro. El era la resurrección y la vida. Era también la cabeza. Por eso todos los que le siguen en la comitiva de los creyentes son también más fuertes que la muerte.

Cristo no se contentó con triunfar de la muerte descorriendo la piedra del sepulcro; quiso bautizar y transformar la muerte para darnos por ella nueva vida.

Jesús hizo pasar la muerte de la categoría de necesidad a la de libertad. El cristiano es un hombre configurado con Cristo, destinado a seguir sus pasos en la vida y en la muerte. La condición del cristiano es mortal, pero la fe le obliga a desear la llegada del momento en que pueda exclamar: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).

Hoy es también la fiesta de los fieles difuntos. Es continuación y complemento de la de ayer. Junto a todos los santos ya gloriosos, queremos celebrar la memoria de nuestros difuntos. Muchos de ellos formarán parte, sin duda, de ese «inmenso gentío» que celebrábamos ayer. Pero hoy no queremos rememorar su memoria en cuanto «santos» sino en cuanto difuntos.

Es un día para presentar ante el Señor la memoria de todos nuestros familiares y amigos o conocidos difuntos, que quizá durante la vida diaria no podemos estar recordando. El verso del poeta «¡Qué solos se quedan los muertos!» expresa también una simple limitación humana: no podemos vivir centrados exhaustivamente en un recuerdo, por más que seamos fieles a la memoria de nuestros seres queridos. Acabamos olvidando a nuestros difuntos, al menos en el curso de la vida ordinaria.

Por eso, este día es una ocasión propicia para cumplir con el deber de nuestro recuerdo agradecido. Es una obra de solidaridad el orar por los difuntos.

Puede ser buena ocasión para hacer una catequesis sobre el sentido de la oración de petición respecto a los difuntos, para lo que sugerimos esquemáticamente unos puntos:

-el juicio de Dios sobre cada uno de nosotros es sobre la base de nuestra responsabilidad personal, no en base a otras influencias (una oración de intercesión que actuaría como "argolla, enchufe, recomendación, padrino, coima...");

-Dios no necesita de nuestra oración para ser misericordioso con nuestros hermanos; nuestra oración no añade nada al amor infinito de Dios;

-no rezamos para cambiar a Dios, sino para cambiarnos a nosotros mismos;

-la «vida eterna» no es una simple prolongación de nuestra vida en este mundo; la «vida eterna», como todo el resto del lenguaje religioso, es una metáfora, que tiene contenido real, pero no un contenido “literal-descriptivo”.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 122 de la serie «Un tal Jesús», de los hermanos LÓPEZ VIGIL, titulado «Hasta la muerte de Cruz». El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://www.untaljesus.net/texesp.php?id=160012
Puede ser escuchado aquí: http://www.untaljesus.net/audios/cap122b.mp3


Para la revisión de vida

- La muerte es la realidad más seria de la vida. Vivir es caminar hacia la muerte, inevitablemente. ¿Es la muerte, la certeza de mi muerte futura -próxima o lejana, incierta en todo caso-, una realidad con la que cuento? ¿O soy de los que nunca pienso en ello y no integran esa dimensión real de su existencia a su vida diaria?


Para la reunión de grupo

- Leer y comentar estos dos pensamientos:
- No cometí fraude contra los humanos, no atormenté a la viuda, no mentí ante el tribunal, no conozco la mala fe, no hice nada prohibido, no mandé diariamente a un capataz de trabajadores más trabajo del que debía hacer, no fui negligente, no estuve ocioso, no quebré, no desmayé, no hice lo que era abominable a los dioses, no perjudiqué al esclavo ante su amo, no hice padecer hambre, no hice llorar, no maté, no ordené la traición, no defraudé a nadie... ¡Soy puro, soy puro, soy puro! (Fórmula para defenderse el alma en el juicio, en el Libro de los Muertos, Escritura Sagrada de los egipcios).
- El pensamiento de que me tengo que morir y el enigma de lo que habrá después, es el latir mismo de mi conciencia. Como Pascal, no comprendo al que asegura no dársele un ardite de este asunto, y ese abandono en cosa en que se trata de ellos mismos, de su eternidad, de su todo, me irrita más que me enternece, me asombra y me espanta, y el que así siente es para mí, como para Pascal, cuyas son las palabras señaladas, un monstruo. (UNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida, Austral, 11ª edición, pág. 38).


Para la oración de los fieles

- Para que la Iglesia busque siempre la santidad por el camino de las bienaventuranzas. Roguemos al Señor.
- Para que los creyentes recorramos el Camino que es Jesús, con autenticidad, como transformación gozoza de nuestras vidas. Roguemos...
- Para que todas las personas que viven en la práctica las bienaventuranzas, sean del credo que sean, alcancen la dicha de la vida eterna. Roguemos...
- Para que nuestra condición de hijos de Dios nos ayude a vivir siempre con ilusión, gozo y esperanza. Roguemos...
- Para que todos nosotros nos reunamos un día con toda la Humanidad en el Reino de Dios y gocemos para siempre de su misma vida. Roguemos...


Oración comunitaria

Dios Eterno, Misterio inabarcable, Fuerza creadora, sin principio ni fin, Sabiduría escondida: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato, y ayúdanos a sentir, en la fe, la presencia espiritual de nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la existencia y en el amor. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

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