Por CAMINO MISIONERO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 5-9
Algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas. Entonces Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?»
Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El, tiempo está cerca". No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin».
EN JERUSALEN PELIGRAN LAS PEREGRINACIONES
«Como algunos comentaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, dijo: "Eso que contempláis, llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra"» (21,5-6). No hay duda de que los que hablan en voz alta pertenecen al grupo de discípulos (cf. Mc 13,1, de quien Lucas depende).
Apenas acaba Jesús de advertirles del peligro fariseo, cuando una facción del grupo de discípulos, que se ha sentido aludida, le recalca la grandiosidad del templo, sin darse cuenta -ni querer darse cuenta- de que ésta no es sino una concreción de la ampulosidad y fastuosidad que ostentan los letrados. Son los miembros más religiosos y observantes del grupo. Son los que se sentirían bien en cualquier religión que les ofreciese seguridades. Los que siguen plenamente identificados con las estructuras sociales, políticas y religiosas de Israel. Se quedan boquiabiertos ante tanta belleza y magnificencia. Su fe, su religiosidad se apoya en estas piedras.
Los comentarios van dirigidos a Jesús, que -por lo que se ve - no se dejaba impresionar por la grandiosidad de aquellas construcciones. Tratan de llamar su atención con el fin de ganárselo para su causa. La respuesta de Jesús más que una jarra es un balde de agua fría. También es la tercera vez que predice la destrucción del templo (cf. 13,35; 19,44). Esos 'días venideros' son los mismos de 5,35: la ejecución del Mesías, el Esposo, coincidirá con la destrucción del templo (cf. 23,45). El derribo material no será sino una consecuencia del éxodo definitivo fuera del templo de la presencia -gloria- de Dios por el hecho de haber convertido ellos 'este lugar', que había sido concebido como 'casa de oración' (19,46), 'tienda de reunión' (Hch 7,46), en 'una cueva de bandidos' (Lc 19,46b), un templo 'fabricado por mano de hombres' (Hch 7,48), para gloria y alabanza... de los poderosos. Dios no quiere edificios singulares que apuntalen el poder, sino lugares funcionales.
LOS FANATICOS ESPECULAN SOBRE LA CAIDA DE JERUSALEN
«Entonces otros le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso?, y ¿cuál será la señal cuando eso esté para suceder?"» (21,7). Mientras los fariseos proclamaban que era necesario orar y observar fielmente la Ley para que no sobreviniese el desastre y algunos discípulos todavía creían en el templo y en su fastuosidad, otros intentan sacar provecho de las palabras proféticas de Jesús -¡pero si se veía venir! - e instrumentalizarlo al servicio de sus ideales nacionalistas y patrióticos. El desastre para éstos no es definitivo, sino el momento en que Dios intervendrá con mano poderosa en favor de su pueblo, la señal para empezar la revuelta (el cumplimiento de la profecía de las setenta semanas de Daniel 9,24-27) -hoy la llamaríamos 'la cruzada' o 'guerra santa'-, revuelta que debería culminar con la derrota de los paganos (Dn 7,27). Cuando los poderosos están demasiado bien armados como para hacer guerras santas, entonces organizamos cruzadas moralizantes, campañas en pro de la vida (en abstracto), movimientos fundamentalistas, todo menos cambiar radicalmente la escala de valores de la sociedad consumista que provoca las crisis mundiales, las guerras civiles y los pequeños desastres familiares.
SIEMPRE EXISTEN MESIAS DISPUESTOS A SALVAR A (SU) MUNDO
Jesús trata de conjurar la mentalidad zelota y fanática que los invade y que irá in crescendo en los momentos de la gran derrota nacional: «¡Alerta!, no os dejéis extraviar; porque muchos llegarán sirviéndose de mi título, diciendo: "Este soy yo" y "El momento está cerca"; no os vayáis tras ellos. Cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico, porque es preciso que esto ocurra primero, pero el fin no será inmediato» (21,8-9). Para Jesús, el desastre no comporta restauración (después de su fracaso en la cruz, los apóstoles le preguntarán si es entonces el momento de la restauración del reino para Israel, Hch 1,6; no han cambiado en absoluto de mentalidad). Ahora bien: dentro de la comunidad judeocreyente surgirán en el momento de la gran prueba falsos profetas que atribuirán a Jesús el papel de restaurador de Israel («Yo soy»: el Mesías nacionalista) y anunciarán la inminencia de su intervención («El momento está cerca»). De profetas siempre los hay, verdaderos y falsos. Tenemos que recuperar el don del discernimiento de espíritus; hemos optado por lo más fácil: apagar el espíritu de profecía; así, no nos estorban los verdaderos profetas, pero hemos dejado vía libre a los profetas de desventuras.
LOS IMPERIOS CAEN COMO MOSCAS
Jesús amplía el horizonte mezquino y cerrado de los discípulos, anunciándoles que, desgraciadamente, guerras, terremotos, hambre y señales asombrosas las habrá siempre (21,10-11). Resume, en pocas palabras, toda la historia de la humanidad futura. Todos los términos que emplea tienen doble sentido: luchas de poder, revoluciones sociales, miserias del tercer, cuarto y... enésimo mundo, crisis económicas asoladoras. Entre la destrucción de Jerusalén y del templo, secuela de la ejecución del Mesías, y los desastres mundiales que se sucederán, se repetirá la historia: la persecución de los discípulos por parte de los poderes judíos y paganos. Esto los confirmará en la verdad de su postura.
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?»
Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El, tiempo está cerca". No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin».
EN JERUSALEN PELIGRAN LAS PEREGRINACIONES
«Como algunos comentaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, dijo: "Eso que contempláis, llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra"» (21,5-6). No hay duda de que los que hablan en voz alta pertenecen al grupo de discípulos (cf. Mc 13,1, de quien Lucas depende).
Apenas acaba Jesús de advertirles del peligro fariseo, cuando una facción del grupo de discípulos, que se ha sentido aludida, le recalca la grandiosidad del templo, sin darse cuenta -ni querer darse cuenta- de que ésta no es sino una concreción de la ampulosidad y fastuosidad que ostentan los letrados. Son los miembros más religiosos y observantes del grupo. Son los que se sentirían bien en cualquier religión que les ofreciese seguridades. Los que siguen plenamente identificados con las estructuras sociales, políticas y religiosas de Israel. Se quedan boquiabiertos ante tanta belleza y magnificencia. Su fe, su religiosidad se apoya en estas piedras.
Los comentarios van dirigidos a Jesús, que -por lo que se ve - no se dejaba impresionar por la grandiosidad de aquellas construcciones. Tratan de llamar su atención con el fin de ganárselo para su causa. La respuesta de Jesús más que una jarra es un balde de agua fría. También es la tercera vez que predice la destrucción del templo (cf. 13,35; 19,44). Esos 'días venideros' son los mismos de 5,35: la ejecución del Mesías, el Esposo, coincidirá con la destrucción del templo (cf. 23,45). El derribo material no será sino una consecuencia del éxodo definitivo fuera del templo de la presencia -gloria- de Dios por el hecho de haber convertido ellos 'este lugar', que había sido concebido como 'casa de oración' (19,46), 'tienda de reunión' (Hch 7,46), en 'una cueva de bandidos' (Lc 19,46b), un templo 'fabricado por mano de hombres' (Hch 7,48), para gloria y alabanza... de los poderosos. Dios no quiere edificios singulares que apuntalen el poder, sino lugares funcionales.
LOS FANATICOS ESPECULAN SOBRE LA CAIDA DE JERUSALEN
«Entonces otros le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso?, y ¿cuál será la señal cuando eso esté para suceder?"» (21,7). Mientras los fariseos proclamaban que era necesario orar y observar fielmente la Ley para que no sobreviniese el desastre y algunos discípulos todavía creían en el templo y en su fastuosidad, otros intentan sacar provecho de las palabras proféticas de Jesús -¡pero si se veía venir! - e instrumentalizarlo al servicio de sus ideales nacionalistas y patrióticos. El desastre para éstos no es definitivo, sino el momento en que Dios intervendrá con mano poderosa en favor de su pueblo, la señal para empezar la revuelta (el cumplimiento de la profecía de las setenta semanas de Daniel 9,24-27) -hoy la llamaríamos 'la cruzada' o 'guerra santa'-, revuelta que debería culminar con la derrota de los paganos (Dn 7,27). Cuando los poderosos están demasiado bien armados como para hacer guerras santas, entonces organizamos cruzadas moralizantes, campañas en pro de la vida (en abstracto), movimientos fundamentalistas, todo menos cambiar radicalmente la escala de valores de la sociedad consumista que provoca las crisis mundiales, las guerras civiles y los pequeños desastres familiares.
SIEMPRE EXISTEN MESIAS DISPUESTOS A SALVAR A (SU) MUNDO
Jesús trata de conjurar la mentalidad zelota y fanática que los invade y que irá in crescendo en los momentos de la gran derrota nacional: «¡Alerta!, no os dejéis extraviar; porque muchos llegarán sirviéndose de mi título, diciendo: "Este soy yo" y "El momento está cerca"; no os vayáis tras ellos. Cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico, porque es preciso que esto ocurra primero, pero el fin no será inmediato» (21,8-9). Para Jesús, el desastre no comporta restauración (después de su fracaso en la cruz, los apóstoles le preguntarán si es entonces el momento de la restauración del reino para Israel, Hch 1,6; no han cambiado en absoluto de mentalidad). Ahora bien: dentro de la comunidad judeocreyente surgirán en el momento de la gran prueba falsos profetas que atribuirán a Jesús el papel de restaurador de Israel («Yo soy»: el Mesías nacionalista) y anunciarán la inminencia de su intervención («El momento está cerca»). De profetas siempre los hay, verdaderos y falsos. Tenemos que recuperar el don del discernimiento de espíritus; hemos optado por lo más fácil: apagar el espíritu de profecía; así, no nos estorban los verdaderos profetas, pero hemos dejado vía libre a los profetas de desventuras.
LOS IMPERIOS CAEN COMO MOSCAS
Jesús amplía el horizonte mezquino y cerrado de los discípulos, anunciándoles que, desgraciadamente, guerras, terremotos, hambre y señales asombrosas las habrá siempre (21,10-11). Resume, en pocas palabras, toda la historia de la humanidad futura. Todos los términos que emplea tienen doble sentido: luchas de poder, revoluciones sociales, miserias del tercer, cuarto y... enésimo mundo, crisis económicas asoladoras. Entre la destrucción de Jerusalén y del templo, secuela de la ejecución del Mesías, y los desastres mundiales que se sucederán, se repetirá la historia: la persecución de los discípulos por parte de los poderes judíos y paganos. Esto los confirmará en la verdad de su postura.
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