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martes, 18 de noviembre de 2008

Homilía y Recursos para la Homilía: XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A

(Mt 25,31-46)
Por Agustinos España



"JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO"

Durante todo el año hemos seguido el evangelio de san Mateo. Hoy es el último domingo: y también su lectura es como el resumen de toda su Buena Noticia: Cristo como Juez Universal, y el amor al hermano como tema de la confrontación de cada hombre con Él. El amor es, pues, el resumen de todo el Evangelio.

* CRISTO, REY DEL UNIVERSO

Cada año es diferente la perspectiva en la que se presenta este misterio de la realeza de Xto. Hoy no se nos ofrece en su aspecto teológico (su origen divino, por ejemplo), sino en su actuación: se le llama Rey, pero las lecturas traducen también esta realeza llamándole Pastor, Juez, Salvador.

El profeta Ezequiel anuncia que el mismo Dios se va a preocupar de su pueblo: como pastor, guía, médico, juez, liberador, reunificador... Es el aspecto que recoge el salmo responsorial, cantando a Dios como nuestro mejor pastor.

Nosotros los cristianos sabemos que esta profecía se ha cumplido perfectamente en Cristo Jesús, en quien Dios se nos ha acercado definitivamente: Pablo le presenta como el Resucitado, que ha vencido al mal, y nos comunica su nueva vida a todos. La solidaridad con Cristo es la clave de nuestra salvación; como la solidaridad con el primer Adán ha sido también la clave de nuestra humanidad. Pero Pablo tiene una perspectiva muy dinámica: el Reino de Cristo no está conquistado del todo. Vencerá progresivamente todo mal y, al final de los tiempos, entregará a su Padre el Reino completo, con todos los que han creído en Él.

Es una proyección escatológica que nos hace ver a Xto como el ya vencedor, pero que todavía no ha realizado plenamente su misión.

El "alfa" y el "omega" que gustaba a Teilhard de Chardin, la "A" y la "Z", el principio y el fin de todo. Cristo, el que da sentido a toda la historia. Él ha inaugurado el Reino, que sigue ahora en la Iglesia y en la humanidad su marcha hacia la plenitud.

La realeza de Cristo se completa con otras imágenes que nos ayudan a entenderla mejor: el Dios de Ezequiel va a curar, guiar, alimentar, librar de peligros a sus ovejas, y también las juzgará, las separará unas de otras y las reunificará. Cristo aparece como el que -después de haberse entregado totalmente por su grey, hasta la muerte- vendrá como Juez, separando a los buenos de los malos al final de los tiempos, concluyendo el ciclo de toda la historia. Le llamamos Señor, Juez, Maestro, Rey, Salvador, Mesías. Son títulos que convergen en una riquísima Persona, la de Cristo, que es la clave para interpretar y vivir la existencia de todo hombre y de todo el cosmos.

UN EXAMEN FINAL SORPRENDENTE: A-H/SERVICIO

La segunda idea que habría que destacar en la homilía es la evaluación final que Cristo Juez va a hacer a la humanidad, y que concluye también el evangelio de Mateo, como resumen de todo su mensaje.

El gesto de sorpresa de los buenos y los malos -en la escenificación que ha hecho Mateo de este juicio- no es extraño: el que la pregunta última sea el haber dado o no de comer a los pobres, el haber visitado o no a los solitarios... parecería en un primer momento que no está a la altura de toda la doctrina sublime del evangelio. Y sin embargo es así: el examen va a ser sobre el amor.

La palabra "amor" no sale en el evangelio de hoy: se traduce en unas actitudes que son mucho más concretas. Las famosas "obras de misericordia", que pueden tener un nombre antiguo, pero que siguen teniendo actualidad muy viva, y que además, sorprendentemente, coinciden con los programas de muchas instituciones, partidos y movimientos de nuestra sociedad: el ayudar a los débiles, el apoyar a los marginados. De eso vamos a tener que responder: ¿qué opción he hecho en mi vida: ser hermano" de los demás, o serles extraño? ¿amar, o quedar al margen? ¿de qué me he querido enriquecer: de dinero, de poder, de éxitos? ¿o de obras de amor a los más necesitados? La confrontación es clara. Todos los pueblos van a comparecer ante el Juez de la Historia, Cristo Jesús. Y como su enseñanza fundamental ha sido el amor (el amor a Dios, el amor a los hombres), la pregunta decisiva va a ser también el amor. Esta conclusión del año litúrgico es claramente educativa para todos nosotros.

Y además, la motivación que el Juez va a proponer es igualmente sorprendente: "a mí me lo hicisteis... no me disteis de comer...". Cristo se ha identificado precisamente con los más oprimidos y necesitados. Es un Rey que se solidariza con los pobres y malheridos. Los valores y contenidos de este Reino quedan muy bien enumerados en el prefacio de hoy, que conviene ya adelantar a la homilía: "un reino eterno y universal; el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz". El que hace la opción, en nombre de Cristo, por todo eso, está ya perteneciendo a su Reino, y oirá las palabras de bienvenida al final. El mundo de hoy opta por otros criterios y otras motivaciones. Los cristianos tenemos ahí nuestra razón de ser y nuestro mejor Modelo. Al final del año (y luego, al final de nuestra vida) la pregunta que ya conviene que nos adelantemos a nosotros mismos es ésta: ¿he progresado en el amor, en la justicia, en la fraternidad? ¿he dado de comer, visitado, ayudado... a Cristo en la persona de los hermanos? Esta es la clave de su Reino y de nuestra pertenencia a él.




RECURSOS PARA LA HOMILÍA

Nexo entre las lecturas

Jesucristo es el Señor y el Rey del Universo. Este domingo, último del ciclo litúrgico, pone ante nuestra mirada y ofrece a nuestra meditación a Cristo Rey y Señor de la historia y del tiempo. La primera lectura, tomada del profeta Ezequiel, pone de relieve que el Señor en persona busca a sus ovejas, sigue su rastro, las apacienta, venda sus heridas cura las enfermas. El Señor en persona va juzgar entre oveja y oveja (1L). Asimismo el salmo 22 destaca el amor y misericordia del Señor, pastor de nuestras almas y guía en nuestros caminos. En la carta a los corintios, en cambio, san Pablo subraya el poder de Cristo que aniquilará todo principado, todo poder y toda fuerza. Cristo tiene que reinar y todos sus enemigos yacerán a sus pies. El último enemigo será la muerte (2L). Finalmente el evangelio nos presenta la venida definitiva del Hijo del Hombre que viene para separar a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de las cabras. El criterio que seguirá el Señor en este día terrible, será el criterio del amor: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber... Ellos, los que hayan practicado el amor a Cristo y a sus semejantes irán a la vida eterna; los otros, al castigo eterno (Ev). Sí, “al atardecer nos juzgarán del amor”.


Mensaje doctrinal

1. Cristo pastor que busca a sus ovejas. El profeta Ezequías nos ofrece uno de los textos más bellos del Antiguo Testamento. En él se repite hasta tres veces que el “Señor mismo” es quien se preocupa de sus ovejas; las busca si se han perdido, las cura si están heridas, les ofrece pastos abundantes si padecen hambre. Los malos pastores, los hombres, han faltado a su deber, han dejado que se pierdan las ovejas, se han aprovechado de ellas; por eso, el profeta anuncia que será Dios mismo quien cuidará del rebaño. Se subraya, sin duda, el cuidado y el interés de Dios por sus ovejas, pero al mismo tiempo se afirma que Él va a juzgar entre oveja y oveja. Dios es justo y ejerce esta justicia con amor.

El salmo 22 toma nuevamente la imagen del pastor para aplicarla al Señor. ¡Cuánta confianza da al hombre saber que “Dios mismo” es su pastor, que “Dios mismo” lo conduce, repara sus fuerzas, lo guía por un camino recto. Este buen pastor será, al final de la vida, quien juzgará nuestras vidas. Es verdad, Cristo Nuestro Señor, que se encarnó y vino a la tierra como el buen pastor en busca de sus ovejas, desea que todas ellas estén en el redil, desea que todas ellas formen parte de su rebaño. No permite que le sea arrebatada ninguna. Esto es lo que Hans Urs von Balthasar llamaba la “provocación de Jesús”, es decir, ese deseo de reunir a todas las ovejas en su propio rebaño. En este sentido la provocación de Jesús es mucho más que una simple llamada o información. Provocar es motivar, es invitar, es mover a la acción, es recoger y separar. El pastor, al final del texto de Ezequías, separa oveja de oveja. Se trata pues de una llamada urgente para decidirse a favor o en contra de Jesús. No hay lugar para términos medios. Quien no está con Jesús estará contra él. Muchos, lamentablemente, se hacen sordos ante los requerimientos del amor divino; muchos no desean participar de la “copa de la salvación”, ni formar parte del rebaño de Cristo. Nos corresponde, como embajadores del único Pastor, anunciar sin cansancio el amor de Dios. Nos corresponde mostrar a los hombres la belleza y la profundidad del amor de Dios para llamarlos a todos a este rebaño y ayudarles a encontrar la felicidad eterna.


2. Cristo rey que vence a sus enemigos. Cuanto más claramente el Reino de Cristo se ofrece como “luz del mundo”, como sobre el monte”, “como levadura de la masa”, tanto más aparece la fuerza del enemigo de Dios que desea contrastar el bien y el amor. Así, en la carta a los Corintios, Pablo habla de todos los principados y potestades que se oponen al Reinado de Dios. Todos los enemigos deben quedar bajo el estrado de sus pies, porque al final de lo tiempos se debe realizar toda justicia. Al final, el mal será definitivamente derrotado por el bien y por el amor; pero recordemos que el triunfo del Reino de Cristo no tendrá lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal. El enemigo de Dios, el diablo, sufrirá la última derrota de frente a Cristo resucitado, Señor de vivos y de muertos. ¡Cómo deberían incidir en nuestras vidas verdades tan fundamentales y decisivas! Cristo tiene que reinar. Cristo reinará y vencerá el último enemigo, la muerte. El mysterium iniquitatis será definitivamente vencido por el mysterium trinitatis.


3. Cristo juez que juzga a los hombres. Este Cristo que vendrá al final de los tiempos nos juzgará acerca del amor. El catecismo de la Iglesia Católica en el no. 678 dice:

Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7?12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38?40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1?3; Jn 3, 20?21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20?24; 12, 41?42). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1?5). Jesús dirá en el último día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40)”.

Conviene, pues, prepararnos apropiadamente practicando el bien y el amor. Un día se pondrá a la luz el secreto de los corazones. Trabajemos hoy para que nuestro corazón esté lleno de Dios y de su amor.


Sugerencias pastorales

1. La práctica de la caridad activa. Puesto que la caridad será el tema del juicio, debemos hacer todo lo que está en nuestras manos para poner por obra la enseñanza de la parábola de Jesús. Es decir, atendamos hoy al hambriento, demos de beber al sediento, vistamos al desnudo, visitemos al enfermo y prisionero... en una palabra, practiquemos el mandamiento del amor. En verdad, es necesario hacer un serio examen de conciencia y preguntarse: ¿Responde mi vida al mandato de Cristo de amar a mis hermanos? ¿Realmente me interesa el bien espiritual y material de mis hermanos los hombres? ¿Me preocupo por hacer algo en favor de los demás? Se trata, pues, de despertar el sentido de responsabilidad ante las necesidades ajenas. El pecado grave que podríamos cometer sería el pecado de omisión: hubiésemos podido dar de comer al que tenía hambre y no lo hicimos; hubiésemos podido dar de beber al sediento y no lo hicimos. Nuestra vida se construyó con una serie innumerable de pequeñas omisiones. En nuestro corazón ha muerto el amor y al atardecer me juzgarán precisamente del amor.

2. Vencer al mal con el bien. El mal aparece en el horizonte de nuestra vida. Vemos que en las relaciones internacionales, en la vida de los pueblos, en la vida familiar y en nuestro propio corazón, se insinúa y se presenta el mal. Ante esta dramática situación hay que responder con el bien. Ante la murmuración hemos de responder con la benedicencia; ante la calumnia y la injuria con el perdón; ante la violencia y la injusticia, con la caridad, el perdón y la justicia. No se puede combatir el mal con el mal, pues sería una contradicción. Al mal lo tenemos que combatir con el bien, con el amor. Ése es el camino que Cristo nos dejó. Así respondió Cristo ante sus perseguidores. Cuando el mal parecía envolverlo por todas partes, su amor y dignidad, su obediencia filial al Padre, su amor a los hombres venció sobre las potencias del mal y de la muerte.

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