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miércoles, 26 de noviembre de 2008

Velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa - Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas

Publicado por Dominicos.org

Introducción al adviento

Un nuevo año litúrgico comenzamos. Cuando se dice “nuevo” no hay que entender “otro año más”, quedándonos en la coherencia cronológica. Lo de “nuevo” ha de indicar lo que la misma palabra indica: lo que no teníamos hasta ahora se nos ofrece. La liturgia ayuda a ello al hacernos pasar de un año litúrgico que corresponde al ciclo A, a un nuevo año que corresponde al ciclo B. Ese cambio de ciclo implica cambio en la Palabra de Dios que ha de guiar nuestra reflexión y nuestra oración, más aún nuestra vida en este año que empezamos.
Y lo empezamos con el tiempo de Adviento. Esto no es nuevo, cada año empieza con ese tiempo. Pero también en el Adviento tenemos lecturas propias del ciclo B. Eso sí, con el mismo objetivo de los tres ciclos: iniciar el año litúrgico poniendo en el centro a Cristo. En el Adviento suscitando nuestra necesidad de él. Sintiendo la urgencia de su presencia como Mesías que tenían las figuras del adviento, Isaías y Juan Bautista. Y disponiéndonos para sentirle entre y dentro de nosotros, como la otra gran figura del adviento, María. Nos preparamos para acoger a Cristo el Liberador, el Mesías, el ejemplo perfecto de nuestra condición humana, desde la convicción de que a él hemos de dar cuenta de nuestra vida, en su segunda y definitiva venida. Para asegurarnos éxito y premio en esa segunda venida se hizo presente en la primera: recibirle adecuadamente en la primera –tener hambre de él- es asegurarnos su acogida cuando nos presentemos ante él. ¡Buen adviento!

Domingo Primero de Adviento
Velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa

El estado de vigilia es propio de las almas enamoradas. Cuando se vela por obligación, los párpados se cierran y el tiempo se hace pesado…Deseamos que alguien nos haga el relevo en lugares o circunstancias que requieren de nuestra vigilancia. El Amor, por el contrario, no puede hacer otra cosa que velar. Algunas obras de la literatura universal, ilustran esta afirmación: “Duerme tú, Sancho –respondió Don Quijote-, que naciste para dormir; que yo nací para velar…” (Cervantes, Don Quijote de la Macha, capítulo LXVIII) Y es el amor a Dulcinea el que le mantiene despierto y le lanza a la aventura de devolver la esperanza y la ilusión a un mundo colmado de “entuertos”.

El Adviento es una llamada a no dormirnos - como Sancho- en una vida cristiana cómoda y aletargada. A preparar todo nuestro ser de cara al encuentro con el Señor que viene. Esta preparación reclama apertura, imaginación, poner al servicio de los demás los dones recibidos, privilegiar la atención a los más pobres y golpeados de nuestro mundo. En todo caso, reclama nuestro compromiso.

La liturgia de este domingo, de manera especial, nos invita a tomar conciencia de que nuestra vida es un perenne adviento. Nos exhorta, también, a esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, con una auténtica espiritualidad de conversión. A cultivar la nostalgia de que Él esté presente en nuestras personas y en nuestro mundo: “¡Ojalá rasgues los cielos y bajes!


Comentario bíblico

Comenzamos desde ahora un nuevo tiempo litúrgico y el Adviento nos pone en sintonía con las realidades de espera y esperanza que no se pueden sostener, desde luego, en la impronta que marca a una generación frustrada. El Adviento es todo un símbolo que sirve para defender la dignidad de los hombres, de nuestra naturaleza, de nuestras posibilidades e inteligencia, no a costa de Dios, sino porque aceptamos que la humanidad no tiene futuro sin el Dios del Adviento, el Dios de la encarnación, el Dios que lo da todo por nosotros. El Adviento, que viene de parte de Dios como diálogo previo de la Encarnación, es una llamada a deshacer el "infierno de las tinieblas" que a veces nosotros, la humanidad, provocamos de mil formas y maneras.

*Iª Lectura: Isaías (63,16-17;64,1.3-8): Dios Redentor y Padre

I.1. La primera lectura está entresacada del libro de Isaías (63,16-17;64,1.3-8), y es la reflexión de un profeta (conocido por muchos como Tercer Isaías) que después del exilio de Babilonia sabe lo que es la crisis de identidad de su pueblo. Un pueblo que vive sin Dios, buscando simplemente subsistir, no tiene futuro, porque no tiene esperanza. El profeta, puesto en lugar de los sencillos y de las almas anhelantes, nos ofrece un "credo" majestuoso sobre quién es Dios: nuestro padre y nuestro redentor. (Qué anhelo tan fuerte se siente! Quiere que el cielo se rasgue y baje Dios en persona... Y ya percibe el profeta que esto ha sucedido.

I.2. Efectivamente Dios no se ha quedado en su cielo, sino que ha bajado para ser uno de nosotros y enseñarnos a practicar la justicia y la solidaridad. Este Dios ha venido para salvarnos y liberarnos. Esto sucedió, en realidad, en el s. I, con Jesús de Nazaret, el profeta nuevo de Galilea, desde cuando comienza a contarse una historia nueva. Pero muchos siglos antes, hombres, profetas como el Trito-Isaías, lo intuyeron como si lo estuvieran viendo con sus ojos. Desafiando, incluso, la memoria de los padres del pueblo, Abrahán e Israel (considerando éste como uno de los antepasados) que ya no pueden proteger a los suyos (son solo recuerdo), no le queda más remedio que recurrir a Dios. No puede ser de otra manera, porque es el único que puede responder, porque es el único que sabe comprometerse.

I.3. El profeta repasa la situación anterior y comprende que el pueblo se ha olvidado de Dios. ¿Qué puede ocurrir? En las religiones de dioses celosos, la venganza divina se hubiera dado por descontado. Pero cuando se tiene un Dios de verdad, con entrañas de misericordia, que considera a los hombres como hijos, entonces sale a relucir lo que Dios es: padre y redentor (go´el). Sin Dios, padre del pueblo, no hay nada que hacer. Es de los pocos textos del AT que usa esta expresión para hablar de Dios como “padre” del pueblo. Dios siempre sabe inventar algo nuevo para los suyos, y en este caso, el profeta, quita el título a los patriarcas para dárselo a Dios, porque Dios es más “padre” que los epónimos, los antepasados. De eso no se vive y hay que reconocerlo. Así es como se “rasgará” el cielo y vendrá el rocío que en tierra de “desierto” es como el maná, como el agua. Esta es una de las imágenes del Adviento. Y entonces el hombre aprenderá a no ser más de lo que debe ser. De ahí que teniendo a Dios como “padre y redentor”, no importa sentirse como el “barro en manos del alfarero”, porque de sus manos siempre sale un vaso nuevo.



*IIª Lectura: Iª Corintios (1,3-9): El "conocimiento" como experiencia de salvación

II.1. La segunda lectura es, concretamente, el proemio de la carta de Pablo a la comunidad de Corinto, aquella que habría de darle mucho quehacer pastoral y teológico. En esas comunidades había grupos bien diversos; algunos buscarán caminos de perfección y de conocimiento más altos y exigentes. Viven bajo la espera de la venida de Jesucristo y el Apóstol los alienta para que sin perder esa dimensión tan esencial de su fe no olviden que lo más importante, no obstante, es vivir la vida de Jesucristo. En esa tensión escatológica no valen de nada las elucubraciones y los miedos: quien vive la vida del Señor; quien tiene sus sentimientos, heredará la verdadera vida.

II.2. La comunidad, muy heterogénea, muy plural y muy problemática, se vanagloriaba de su elocuencia y de sus carismas (cc. 12-14). Pablo menciona aquí el “conocimiento” de que hacen gala algunos de la comunidad. ¿Qué conocimiento? Quizás el de la inteligencia (la gnosis, de los griegos). ¿Qué les falta? El conocimiento que viene de la revelación de Dios y que los pondrá en trace de esperar el “día de nuestro Señor Jesucristo”, la “parusía”. En aquellos momentos incluso Pablo pensaba que ese día vendría pronto, como manifestación de la acción salvadora de Dios sobre este mundo y sobre la historia. Y para ese día no hay que prepararse con “conocimiento”, sino desde la praxis de una vida llena de sentido.



*Evangelio: Marcos (13,33-37): La vigilancia, una llamada a la esperanza

III.1. El evangelio de Marcos propio del Ciclo B que inauguramos con este Adviento, insiste en el tema de la carta de Pablo. El c. 13 de Marcos se conoce como el "discurso escatológico" porque se afrontan las cosas que se refieren al final de la vida y de los tiempos. Es un discurso que tiene muchos parecidos con la literatura del judaísmo de la época que estaba muy determinada para la irrupción del juicio de Dios para cambiar el rumbo de la historia. Los otros evangelistas lo tomarían de Marcos y lo acomodarían a sus propias ideas. En todo caso, este discurso no corresponde exactamente a la idea que Jesús de Nazaret tenía sobre el fin del mundo o sobre la consumación de la historia.

III.2. Es bastante aceptado que es un discurso elaborado posteriormente, en situaciones nuevas y de crisis, sobre una “tradición” de Jesús y también de algo sucedido en tiempo del emperador Calígula. Aquí, el evangelista, se vale de la parábola del portero que recibe poderes para vigilar la casa hasta que el dueño vuelva. Estamos ante el final del discurso, y se ve que es como una especie de consecuencia que saca, el redactor del evangelio, de la tradición que le ha llegado a raíz de los acontecimientos que han podido marcar la crisis de Calígula, un hombre que no era agraciado ni en el cuerpo ni en el espíritu, como cuenta de él Suetonio (Calig., L). Los judíos habían derribado un altar pagano en Yamnia, y el emperador mandó hacer en el templo de Jerusalén un altar a Zeus. Para los judíos y los judeo-cristianos supuso una crisis de resistencia como oprimidos frente al poder del mundo. En aquél entonces algunos judeo-cristianos no habían roto todavía con el judaísmo y con el templo. No pueden desear otra cosa que legitimar su anhelo religioso en aras de una visión apocalíptica de la historia: sobre todo, es necesaria la fidelidad a Dios antes que la lealtad a los poderes del mundo que oprimen.

III.3. En la historia de la humanidad siempre se repiten momentos de crisis; situaciones imposibles de dominar desde el punto de vista social y político, cuando no es una catástrofe natural. La interpretación religiosa de esos acontecimientos se presta a muchos matices y a veces a falsas promesas. El hecho de que no se pueda asegurar el día y la hora pone en evidencia a los grupos sectarios que se las pintan muy bien para atemorizar a personas abrumadas psicológicamente. El lenguaje apocalíptico, que no era lo propio de Jesús, se convierte para algunos en la panacea de la interpretación religiosa en los momentos de crisis y de identidad.

III.4. Hoy, sin embargo, debemos interpretar lo apocalíptico con sabiduría y en coherencia con la idea que Jesús tenía de Dios y de su acción salvadora de la humanidad. Se pide "vigilancia". ¿Qué significa? Pues que vivamos en la luz, en las huellas del Dios vivo, en el ámbito del Dios de la encarnación como misterio de donación y entrega. Ese es el secreto de la vigilancia cristiana y no las matemáticas o la precisión informática de nuestro final. Esto último no merece la pena de ninguna manera. Pero vigilar, es tan importante como saber vivir con dignidad y con esperanza. Hablar de la “segunda” venida del Señor hoy no tendría mucho sentido si no la entendemos como un encuentro a nivel personal y de toda la humanidad con aquél que ha dado sentido a la historia; un encuentro y una consumación, porque este mundo creado por Dios y redimido por Jesucristo no se quedará en el vacío, ni presa de un tiempo eternizado. Dios, por Jesucristo, consumará la historia como Él sabe hacerlo y no como los Calígula de turno pretenden protagonizar. Es esto lo que hay que esperar, y el Adviento debe sacar en nosotros a flote esa esperanza cristiana: todo acabará bien, en las manos de Dios.

Miguel de Burgos, OP


Pautas para la homilía

*El Amor nos mantiene en vela

Dicen que “el que espera desespera”…Más cuando se trata de esperar a alguien que no ha fijado día ni hora. Pero el Evangelio de San Marcos, lejos de una cronología estática, nos habla de un tiempo cualitativo en el que algo importante va a suceder y, por lo tanto, requiere de nuestra atención y cuidado. Sólo el dinamismo del Espíritu, el Amor al que viene, puede mantenernos en estado de vigilia, de manera expectante y gozosa. También nuestra praxis de la caridad puede acelerar su venida porque “Dios sale al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de sus caminos” (Is 64, 4).

*En la perspectiva del Dios fiel

Marcos insiste en la necesidad de estar atentos porque el Señor quiere revelarnos algo en los acontecimientos de nuestro momento histórico: “¿Qué estás viendo?” (Jr 1, 11-13) Importante mirar a la historia como espacio familiar, lugar propicio para la búsqueda de la verdad y de la vida. Cuando se escribe desde América latina, donde la vida está tan deteriorada y, en ocasiones, es despreciada, el Adviento nos invita a levantar la esperanza de los pobres, para situarnos en la perspectiva del “Dios fiel” (1Cor 1,9), que se acerca a nosotros asumiendo nuestra precariedad. Pero en el deseo de que tengamos vida y vida en abundancia (Jn 10,10)

*El adviento de la vida

En cada etapa de nuestra vida, siempre esperamos algo: culminar unos estudios, conseguir un trabajo, formar una familia, lograr un sueño…Nuestra historia personal, la historia toda de la humanidad, es un adviento, un camino hacia el futuro. Y, en general, es un camino difícil, porque la vida misma así lo es. Si consideramos los puntos rojos del planeta, llenos de genocidios, hambre y guerras, nos puede invadir el desaliento y menguar la esperanza de que otro mundo mejor sea posible. Es pues, la tensión entre el presente y el porvenir, un prestar atención a las sorpresas imprevisibles de Dios que siempre está viniendo, lo que nos sitúa en el adviento de nuestra vida. Para los discípulos y discípulas de Jesús, el futuro es Dios el cual se hace presente en nuestra historia, en la persona del Verbo encarnado.

*Espíritu de conversión

No se trata de cultivar sentimientos de culpa, de pensar que Dios nos ha abandonado, como pensó la comunidad posexílica: “todos éramos impuros” (Is 64, 5), sino de experimentar el hecho de la filiación divina y vivir sus consecuencias: “Tú, Señor, eres nuestro padre,/ tu nombre de siempre es “nuestro redentor” (Is 63, 16) La experiencia de un Dios Padre nos lleva a vivir con hondura la fraternidad, a buscar nuestra verdad y la de los demás, a practicar la justicia y a ser personas gratuitas. Con frecuencia somos personas calculadoras: tú me das, yo te doy. Nada más lejos de la esperanza cristiana y del amor sin límites que Dios nos tiene. La experiencia de hija y de hijo nos hace personas reconciliadoras, y nos regala el don de a ser testigos de la presencia de Cristo, en un mundo con anhelos de liberación y plenitud.

*Encuentro gozoso

El Adviento no deja de ser un gozo anticipado. Es un tiempo cualitativo en el que nuestro corazón se prepara para el Encuentro con “aquel que sabemos nos ama”, en el decir de Teresa de Jesús. Tanto la celebración del Adviento que realizamos cada año, como la vivencia cotidiana de la venida del Señor a nuestras vidas, debe templar la espera con una vida de oración, atención a los signos de los tiempos, con una entrega vital y gratuita a los pobres, enfermos, a los que carecen de esperanza. Desde ya, Dios nos llama a participar en la vida de su Hijo (1Cor 1,9) Encuentro anticipado que se verá colmado en la venida definitiva para cada uno de nosotros y para la historia de la humanidad.


María Teresa Sancho Pascua
Dominica Misionera Sgda. Familia.
Caracas - Venezuela

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