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jueves, 13 de noviembre de 2008

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: FOMENTAR LA PRODUCCION (Mt 25,14-30)

Publicado por Fundación Epsilón

La parábola de este domingo parece ir en la misma direc­ción que las empresas capitalistas: hay que producir; y el que no produzca se queda en el paro. O aún peor. ¿Será posible que en el evangelio se haya colado una cosa así?

AUMENTAR LA PRODUCTIVIDAD

En el evangelio de hoy se lee la parábola «de los talentos», o «de los millones». Se trata de aquel «hombre que, al irse de viaje, llamó a sus empleados y les dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco millones, a otro dos, a otro uno, según sus capacidades; luego se marchó». A su vuelta les pidió cuentas. Y a los que habían hecho producir su dinero, les dijo: «Muy bien, empleado fiel y cumplidor. Has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho; pasa a la fiesta de tu señor». Pero a uno que conservó, sí, la cantidad que había recibido, pero improductiva...: « Empleado negligente y co­barde! ¿ Sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues entonces debías haber puesto mi dinero en el banco, para que al volver yo pudiera recobrar lo mío con los intereses. Quitadle el millón y dádselo al que tiene diez». La parábola del evangelio termina con esta frase: .... porque al que produce se le dará hasta que le sobre, mientras que al que no produce se le quitará hasta lo que había recibido». (En la mayoría de las traducciones, incluida la oficial, se lee: «porque al que tiene se le dará hasta que le sobre, mientras que al que no tiene se le quitará hasta lo que había recibido». Pero está claro, por lo que se cuenta en el conjunto del relato, que el que tiene es el que ha producido) y el que no tiene es el que no ha producido. El último, el que sólo recibió un millón, tenía ese millón, pero improductivo.)

Eso de aumentar la productividad es una consigna vigente en todas las empresas capitalistas: lo importante es producir mucho y muy rápido, aunque al final se produzca más de lo que se vende y... sea necesario reconvertir la empresa convir­tiendo en parados un buen puñado de trabajadores. Pero para el capital la ganancia habrá sido abundante, rápida y con pocos riesgos.

Leída con esta mentalidad resulta difícil encuadrar esta parábola en el conjunto del evangelio: ¿Cómo compaginar esta parábola con otros pasajes del mismo evangelio de Mateo («Di­chosos los que eligen ser pobres...», «No podéis servir a Dios y al dinero», etc.: Mt 5,3; 6,24)?


PRODUCIR... ¿QUE?

Dos cuestiones es necesario resolver: en qué consisten, qué son esos millones y qué es lo que hay que producir.

Y no nos debe resultar demasiado difícil. Porque si Dios es incompatible con la riqueza, es imposible que sea dinero lo que entrega a los suyos. Por tanto, esos millones -esos ta­lentos- que aquel señor entrega a sus empleados tienen que representar un valor más cercano al ideal evangélico: los millo­nes deben de estar en relación con aquel tesoro escondido del que habla otra parábola (Mt 13,44), han de ser riquezas no de

las que se amontonan en la tierra, sino de las que se amonto­nan en el cielo. Los millones, en general, son las cualidades de cada persona y, más en concreto, la capacidad de cada cual de contribuir a la realización del proyecto que Dios tiene para la humanidad. Concretando aún más: el capital que hemos reci­bido de Dios es la fe, el haber encontrado a Jesús y conocido su mensaje, el saber que Dios es Padre y quiere que todos sea­mos hermanos, habernos enterado de que este mundo no tiene por qué ser un valle de lágrimas, sino que Dios quiere que convirtamos la existencia humana en una fiesta y que alcan­cemos la felicidad de todos por medio del amor. El capital es Dios mismo, que se nos ha mostrado en Jesús como amor basta la exageración y que se nos da en su Espíritu como fuerza para amar de esta manera; y es un capital más o menos grande en la medida en que nosotros tengamos capacidad para recibirlo y aceptarlo.

Ese es el capital. Y el producto que se espera es doble: hacer eficaz el amor que Dios nos manifiesta contribuyendo, junto con todos los que han asumido ese mismo compromiso, a que el proyecto de Dios se realice, colaborar para que la co­munidad cristiana, la Iglesia, viva y realice de verdad el evan­gelio; y, en segundo lugar, compartir esa riqueza con todos aquellos que la quieran aceptar, dar a conocer la Buena Noti­cia de Jesús a quienes no la conozcan e invitarlos a sumarse a la tarea de convertir este mundo en un mundo de hermanos, siendo así un canal a través del cual corre y se comunica el amor de Dios a los hombres.


PRODUCIR... ¿ CUANTO?

El cuánto es relativo: cada uno debe producir según su ca­pacidad. Y todos los que lo hagan así recibirán el mismo pre­mio: «Muy bien, empleado fiel y cumplidor. Has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho; pasa a la fiesta de tu señor».

De esto se deducen dos conclusiones: la primera es que Dios no da su amor para que se guarde escondido, ni para que se disfrute en exclusiva, sino para que se comparta, para que se comunique, para que, actuando en nosotros, produzca más amor.

Y la segunda es que no estamos participando en una com­petición, a ver quién produce más. No se trata de producir más que los demás, sino de producir el máximo que cada uno pueda.

Por tanto, al evaluar nuestro compromiso cristiano no nos desanimemos si vemos que nuestro esfuerzo no consigue los resultados que a nosotros nos gustaría; pero tampoco nos des­cuidemos pensando que otros hacen menos. Dios no nos va a comparar con lo que han producido los demás (Dios no es un patrón capitalista); nos preguntará si hemos dado todo el fru­to que correspondía a nuestras capacidades.

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