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sábado, 6 de diciembre de 2008

El adviento es Juan Bautista - II Domingo de Adviento - Ciclo B: (Marcos 1, 1-8)

Publicado por El Blog de X. Pikaza

El comienzo del adviento fue para Jesús San Juan Bautista: ¿Qué buscaba un artesano galileo, con pretensiones davídicas (un nazoreo) al otro lado del Jordán, en la escuela de un profeta bautista? No podemos responder con plena certeza, pero podemos indicar que Jesús fue donde Juan porque en aquel momento compartía su forma de entender la acción de Dios. No sabemos si tenía ya un proyecto propio. Pero, aunque lo tuviera, ese proyecto (de Jesús) quedó vinculado al de Juan: sólo a través de la confesión de los pecados y de la muerte al mundo antiguo, sólo a través del juicio de Dios (que supone la destrucción del mundo viejo) podrá llegar después algún tipo de reino nazoreo, la salvación de los marginados y pobres de su pueblo. Por eso quiero meditar hoy con la lectura del día, sobre la gente y la forma de vida del Bautista, donde Jesús aprendió la lección de Dios. Juan fue su adviento.

Cómo vino Jesús

Vino pidiendo el perdón de Dios, confesando sus pecados (los suyos, los del mundo: cf. Mc 1, 4-5 par), para esperar así la misericordia de Dios y sobrevivir en el día del juicio que se acerca… De esa manera, un día lo dejó todo y se hizo discípulo de Juan, pensando que este mundo acaba por juicio de Dios, por un juicio que viene desde fuera, como huracán, como fuego, como hacha, destruyendo de esa forma a los perversos. Sólo después de esa inmensa destrucción (de la que nos hablan extensamente los libros apocalípticos judíos de aquel tiempo) podría iniciarse la era nueva. No se podía hacer nada: simplemente venir junto al río, confesar los pecados, bautizarse y esperar la gran llama del juicio (en la línea de Jonás, que se sienta y espera que llegue el juicio sobre Nínive: Jon 3-4).

Texto

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: "Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos."" Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaba sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: "Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo (M1, 1-8)

Dos carismáticos

Marcos, el autor de este pasaje, presenta a Juan desde una perspectiva cristiana, como precursor de Jesús (no le presenta por sí mismo). Pero aún así nos ofrece unos datos muy significativos, tanto sobre Jesús como sobre Juan.

Ni uno ni otro han recibido su mensaje de los sacerdotes oficiales, encargados de mantener la sacralidad del templo; por eso, ellos no van a Jerusalén para recibir instrucciones. Tampoco se sitúan en la línea de los escribas oficiales, que frecuentaban las escuelas más significativas y definían lo puro y lo manchado (cf. Mc 6, 1-6; Mc 7, 1-3), ni se apoyaba en las tradiciones de heroísmo nacional guerrero, simbolizadas por los antiguos macabeos o los nuevos celosos.

Ni uno ni otro han empezado siendo filósofos populares de corte cínico (como suponen algunos), ni carismáticos sin más, ni pre-fariseos (como Hillel), ni rabinos de corte popular, sino herederos de la profecía escatológica de la trasformación de Israel, que prepara la entrada del pueblo en la tierra prometida. En este contexto podemos evocar algunos rasgos de Juan, y compararlos, ya desde ahora, con los que ofrecerá después Jesús, para entender así mejor las dos figuras (recordemos que, en este momento, el proyecto la tarea y visión de Jesús es la misma de Juan).

1. La alternativa del desierto.

En un momento posterior, tras dejar a Juan, Jesús iniciará un camino distinto en Galilea (Mc 1, 14), para culminarlo en Jerusalén, pensando que el Reino ha comenzado ya. Juan, en cambio, ha quedado en el desierto hasta el final (hasta que le prenda el rey Herodes; cf. Mc 1, 14), sin cruzar el Jordán ni entrar en la tierra prometida, como los israelitas anteriores a Josué. Pues bien, en ese desierto, junto al río, estuvo por un tiempo Jesús, rechazando con Juan las estructuras sociales y las instituciones sacrales de los judíos instalados que se habían apoderado por fuerza de la tierra, creando en ella un templo para regular el contacto de los hombres con Dios.

El estilo de vida de los dos (de Juan y de Jesús) era un signo de condena para los sacerdotes y los ricos: dejaron el templo de los que quieren controlar a Dios; condenaron las riquezas de los que viven a cosa de los otros. Por eso, ellos quisieron volver al principio de la historia israelita (trazada en los libros que van del Éxodo al Deuteronomio), esperando (y preparando) la llegada del juicio de Dios, que les permitirá entrar ya, muy pronto, en una tierra prometida diferente. Por ahora esperan, hacen penitencia. Después Dios dirá lo que han de hacer.

2. Un río de frontera.

Allí donde acaba el desierto discurre el Jordán y aquellos que lo crucen de verdad (como hicieron antaño Josué y los suyos; cf. Jos 1-4) recibirán la herencia de la tierra prometida, cuando llegue la hora y se escuchen las trompetas del juicio (con el hacha, el huracán, el fuego). Aún no ha llegado esa hora, pero está muy cerca y por eso, al otro lado del río, junto al agua de la vida y del juicio (no en un templo), aguardan ellos (Juan, con Jesús y con otros), preparándose para pasar a la tierra y recibir el don de Dios (Mc 1, 5). En su entorno se forma una agrupación de entusiastas escatológicos, atentos al primer movimiento del agua (cf. Jn 5, 3-4) para atravesar el río y entrar en la tierra prometida. Juan no lo hará, pues le matarán antes de hacerlo. Pero Jesús lo cruzará antes de que llegue el juicio del hacha-fuego-huracán (en su forma externa), pues tendrá una experiencia nueva de Dios, descubriendo que el Reino empieza ya en Galilea, no después sino ahora, no más allá de este mundo malo, sino en el centro de este mundo malo.


3. Vestido de profeta.

Juan y sus discípulos se arropan con pelo de camello y cinturón de cuero (Mc 1, 6). Así recuerdan a Elías, profeta ejemplar (a quien seguirá recordando Jesús), anunciador del juicio de Dios sobre el Carmelo (cf. 1 Rey 18). Estas vestiduras son signo de austeridad profética y de vida de desierto (antes de entrar en la tierra cultivada). Más aún, el camello no es sólo señal de austeridad sino de impureza legal (cf. Lev 11, 4) y de esa forma, Juan y los suyos protestarán contra las normas de los miembros puros de los sacerdotes de Jerusalén y de otros grupos judíos (como los de Qumrán o del farisaísmo). Jesús vestirá por un tiempo como Juan. Pero más tarde, tras su nueva experiencia, al entrar en Galilea, dejará ese vestido de rechazo y protesta, para anunciar e iniciar el Reino de Dios (que es vestido nuevo: cf. Mc 2, 21), entre los marginados e impuros de Galilea.

4. Comida: saltamontes y miel silvestre (Mc 1, 6).

Parece evocar un ideal de vuelta a la naturaleza, antes que los hebreos entraran en la tierra prometida (son alimentos silvestres, no sujetos a las leyes del mercado). Juan y sus discípulos forman, por su comida y vestido, una comunidad contra-cultural y anti-cultual, pues no compran en el mercado, ni acuden al templo, ni acatan las normas de pureza de los «santos» qumranitas. Ellos son unos transgresores (la miel silvestre era impura, por contener restos de mosquitos e insectos. Jesús comerá por un tiempo como Juan, elevando de esa forma su protesta contra el mundo injusto, que Dios destruirá cuando llegue el juicio. Pero después, tras su nueva experiencia, Jesús comerá y beberá, compartiendo la comida con los pobres, en un gesto radical de gozo y comunicación, que será signo y presencia del Reino de Dios. .

5. Conversión y bautismo: anuncio del Más Fuerte.

uan y sus discípulos son penitentes: rechazan este mundo viejo (que va a ser destruido por el juicio) y de esa forma se separan y aíslan, para indicar con su misma vida el rechazo que ellos sienten por aquellos que van a ser juzgados. Pues bien, esta misma vida penitencial, que culmina y se expresa en el bautismo, ofrece a los discípulos de Juan un principio de esperanza. La circuncisión ritual no basta, no basta ser judío (cf. Lc 3, 8; Mt 3, 9); es necesario un gesto de conversión radical, de muerte y nuevo nacimiento, concretado en el río Jordán, en cuyas aguas entran los convertidos, para simbolizar e iniciar así su entrada en la tierra prometida, de la mano de Juan, iniciador de este bautismo (¡yo os bautizo...!: Mc 1, 8).

El signo del juicio de Dios no es ya la división de las aguas del Jordán, ni la caída de los muros de Jerusalén, sino el bautismo de cada uno de cada uno de los candidatos de Dios: Juan ha convocado un grupo de seguidores, llevándoles al desierto y bautizándoles en el río de las promesas, con la certeza de que viene el Más Fuerte, es decir, el mismo Dios (o su delegado final, en línea mesiánica). Según el evangelio, también Jesús se bautizará, como discípulo de Juan (esperando el juicio de Dios); pero, en ese mismo momento o un poco después (saliendo del río), Jesús descubrirá que el juicio ya ha pasado o, mejor dicho, que el juicio se ha transformado en Reino de Dios. De esa manera, llegando hasta el final del camino de Juan, tendrá que dejar a Juan, para iniciar su camino de Reino en Galilea.

6. El río y lo de más allá.

Juan es profeta del río. Permanece al otro lado, llega hasta el agua e introduce a los creyentes (convertidos) en sus aguas de juicio y esperanza. Pero no se atreve a forzar el río e ir más allá, porque sólo Dios puede dividir de verdad las aguas, a fin de que los liberados pasen al otro lado, con la colaboración del Más Fuerte. En el fondo de su gesto hallamos la esperanza de Josué: cuando las aguas se abrieron y los israelitas pasaron a la tierra prometida (cf. Jos 5. Esa esperanza de movimiento de las aguas está al fondo de Jn 5, 1-15). Sólo Dios o su delegado mesiánico puede abrir el agua, para que crucemos de la orilla del desierto a la tierra prometida. Pues bien, llegando hasta el final del camino de Juan, Jesús descubrirá que Dios ya ha llegado, y pasará el Jordán para anunciar e iniciar el camino del Reino de Dios en Galilea . De esa forma, más ser fiel a un nueva experiencia, Jesús tendrá que dejar a Juan; pero sin Juan él no hubiera podido tener esa experiencia, ni ser verdadero Mesías del Reino de Dios.

Una comunidad como la de Juan, que protesta contra el judaísmo de su tiempo, esperando el signo de Dios para cruzar el Jordán e iniciar una vida nueva en la tierra prometida, está en la base del evangelio de Jesús. Ciertamente, el Bautista aguarda el juicio de Dios, un juicio final/final, de destrucción del mundo injusto (¡llega el hacha de Dios!), reuniendo en torno al agua de su bautismo a un pequeño grupo de discípulos, para iniciar después con ellos la tarea del mundo nuevo (del día después). En ese sentido, los discípulos de Juan no fueron sólo penitentes, sino hombres y mujeres de esperanza, animados por la fuerza de la conversión y por la certeza de que Dios les abrirá las puertas de la tierra prometida. Así se situaron, al oriente del Jordán, en la orilla del desierto de las promesas y los nuevos comienzos, dispuestos a escuchar la voz de Dios y ponerse en pie para cruzar el río y llegar a la orilla de la libertad. No necesitan programar lo que vendrá después: será Dios quien hablará, actuará el Más Fuerte.
Entre aquellos que esperaron la apertura del río y la llegada del Más Fuerte estuvo por un tiempo Jesús Galileo, colaborando en las tareas del Bautista, bautizando como él y anunciando también el gran juicio (cf. Jn 4, 1-2). Pero después, impulsado por una experiencia algo distinta de Dios, vinculada a su bautismo (cf. Mc 1, 9-11 par), Jesús dejó el Jordán y vino a Galilea para anunciar e iniciar allí el Reino de Dios, no para después, sino aquí, en este mismo mundo (cf. Mc 1, 14-15).

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