Son bastantes los cristianos que no saben muy bien en qué Dios creen. Su idea de Dios no es unitaria. Se compone más bien de elementos diversos y heterogéneos. Junto a aspectos genuinos provenientes de Jesús hay otros regresivos que pertenecen a diferentes estados de la evolución religiosa de la humanidad. Junto a subrayados sublimes del amor de Dios hay miedos primitivos a caer en sus manos.
Se intenta conciliar de muchas maneras amor e ira de Dios, bondad insondable y justicia rigurosa, miedo y confianza, tribunal imparcial y gracia. No es fácil. En el corazón de no pocos sigue vigente una imagen confusa de Dios, que hace daño e impide vivir con gozo y confianza la relación con el Creador.
En la conciencia humana brota de manera bastante espontánea la imagen de un Dios patriarcal, contaminada por la proyección de nuestros deseos y miedos, nuestras ansias y decepciones. Un Dios omnipotente, preocupado permanentemente por su honor, dispuesto siempre a castigar, que sólo busca de los hombres reconocimiento y sumisión.
Esta imagen de Dios puede alejarnos cada vez más de su presencia amistosa. Por lo general, las religiones van introduciendo entre Dios y los pobres humanos mucho culto, muchos ritos y prácticas. Pero su cercanía amorosa corre el riesgo de diluirse.
Jesús representa, para muchos investigadores, la primera imagen verdaderamente sana de Dios en la historia universal. Su idea de un Dios Padre y su modo de relacionarse con él están libre de falsos miedos y proyecciones. El cambio fundamental que introduce es éste: la actitud religiosa hacia un Dios patriarcal se funda en la convicción de que el hombre existe para Dios; la actitud de Jesús hacia su Padre se funda en la seguridad de que Dios existe para el hombre.
El evangelio de Marcos narra el bautismo de Jesús en el Jordán sugiriendo la nueva experiencia de Dios que Jesús vivirá y comunicará a lo largo de su vida. Según el relato, el «cielo se abre» pero no para descubrirnos la ira de Dios que llega con su hacha amenazadora, como pensaba el Bautista, sino para que descienda el Espíritu de Dios, es decir su amor vivificador. Del cielo abierto sólo llega una voz: «Tú eres mi Hijo amado».
Es una pena que, a pesar de decirnos seguidores de Jesús, volvamos tan fácilmente a imágenes regresivas del Antiguo Testamento abandonando su experiencia más genuina de Dios.
Se intenta conciliar de muchas maneras amor e ira de Dios, bondad insondable y justicia rigurosa, miedo y confianza, tribunal imparcial y gracia. No es fácil. En el corazón de no pocos sigue vigente una imagen confusa de Dios, que hace daño e impide vivir con gozo y confianza la relación con el Creador.
En la conciencia humana brota de manera bastante espontánea la imagen de un Dios patriarcal, contaminada por la proyección de nuestros deseos y miedos, nuestras ansias y decepciones. Un Dios omnipotente, preocupado permanentemente por su honor, dispuesto siempre a castigar, que sólo busca de los hombres reconocimiento y sumisión.
Esta imagen de Dios puede alejarnos cada vez más de su presencia amistosa. Por lo general, las religiones van introduciendo entre Dios y los pobres humanos mucho culto, muchos ritos y prácticas. Pero su cercanía amorosa corre el riesgo de diluirse.
Jesús representa, para muchos investigadores, la primera imagen verdaderamente sana de Dios en la historia universal. Su idea de un Dios Padre y su modo de relacionarse con él están libre de falsos miedos y proyecciones. El cambio fundamental que introduce es éste: la actitud religiosa hacia un Dios patriarcal se funda en la convicción de que el hombre existe para Dios; la actitud de Jesús hacia su Padre se funda en la seguridad de que Dios existe para el hombre.
El evangelio de Marcos narra el bautismo de Jesús en el Jordán sugiriendo la nueva experiencia de Dios que Jesús vivirá y comunicará a lo largo de su vida. Según el relato, el «cielo se abre» pero no para descubrirnos la ira de Dios que llega con su hacha amenazadora, como pensaba el Bautista, sino para que descienda el Espíritu de Dios, es decir su amor vivificador. Del cielo abierto sólo llega una voz: «Tú eres mi Hijo amado».
Es una pena que, a pesar de decirnos seguidores de Jesús, volvamos tan fácilmente a imágenes regresivas del Antiguo Testamento abandonando su experiencia más genuina de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario