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viernes, 16 de enero de 2009

El encuentro - II Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B: (Jn 1,35-42)

por Jesús Burgaleta
Publicado por El Libro de Arena

La experiencia de la fe nace del encuentro con Jesús.

Cuando hablamos del «encuentro» no sé cuántas fantasías raras nos pasan por la cabeza. Pensamos que es una experiencia espectacular, un sentimiento apabullante, una especie de trance que nos derriba y nos cambia radicalmente.
Este modo de imaginar nos origina muchos problemas, pues aunque el encuentro con Jesús es la experiencia más radical del vivir de cualquier persona, se da habitualmente de un modo sencillo, progresivo, sutil y, a veces, hasta sin excesivos sentimientos.
Al encuentro con Jesús se llega por muchos y diferentes sentidos.
El «encuentro» comienza a fraguarse desde el primer momento en que nos preguntamos, inquirimos, buscamos. Se va alumbrando en medio de los anhelos, las expectativas, los deseos radicales, las experiencias profundas de nuestra condición terrena.
El «encuentro» no se produce como por arte de magia; como nadie se enamora si no está abierto y predispuesto a la experiencia del amor. Para que se dé el «flechazo» es necesario que alguien de un modo o de otro haya colocado la diana. El «encuentro» supone siempre una actividad, una búsqueda, una apertura y predisposición.
En la narración el Evangelio que estamos celebrando nos damos cuenta de que dos discípulos se encuentran con Jesús después de haber pasado por la escuela de Juan Bautista. Allí aprendieron a esperar, a indagar, a intuir, a excitar las expectativas, a abrirse al Mesías. Estos dos discípulos agudizaron el oído para poder escuchar el mensaje: «Este es el Cordero de Dios». Y empezaron a encontrar en Jesús lo que con tanta ansiedad esperaban: el inicio de la liberación del pueblo, la inauguración de la nueva Alianza con Dios y el nacimiento de la nueva humanidad.
Sin embargo, los que no buscan no pueden percibir lo que «pasa» a su lado; no se encuentran con nada, ni con nadie.
Pero puede ocurrir que busquemos a Jesús, y hasta queramos encontrarnos con él, con el sólo propósito de ver saciadas en él sólo nuestras propias expectativas. Sobre esta actitud tenemos que tener un fuerte espíritu crítico. El mismo Jesús nos invita a revisarnos: «Jesús se volvió y al ver que le seguían les preguntó: ¿Qué buscáis?».
Es que podemos tener motivos que no tienen nada que ver con Jesús. ¿Qué buscamos los que estamos aquí diciendo que le seguimos? ¿Seguridad, tranquilidad, huída del sentido trágico de la vida, soluciones fáciles a los problemas, ahogar los sentimientos de culpa que no somos capaces de resolver…?
¿Qué buscamos? ¿Alienarnos, poder, que nos salven, tener un pasaporte para el futuro, un consuelo…? Hay muchas intenciones que no corresponden a lo que Jesús es.
El «encuentro» con Jesús es, indudablemente, una respuesta a nuestras expectativas más profundas. Pero es también algo más: es la novedad, la sorpresa, lo inimaginablemente gratuito. Lo que el hombre busca es Dios y Dios es un don que sobrepasa con creces todos nuestros anhelos.
La experiencia del «encuentro» con Jesús es una invitación a «seguirle»: «Venid». Es decir: ir detrás de las huellas que la vida de Jesús va dejando. Lo cual sugiere que el «encuentro» consiste en realizar su misma trayectoria, estar en su misma orientación, tener sus mismos objetivos y metas.
«Encontrarse» con Jesús es entrar en su misma alternativa de vida. Dejar lo anterior –la convivencia con Juan, antesala de lo definitivo– y comenzar a «convivir» con Jesús. «Ver» dónde vive, descubrir el significado de la vida de Jesús y «quedarse con él», participar de su vida, permanecer en su ámbito de influencia. «Y se quedaron con él».
Esto es «encontrarse» con Jesús: descubrir, desde Él, el acontecimiento de la vida de cada uno como un proyecto de amor. Y vivirlo. Recibir el amor, que viene de Dios, y hacer de la vida una obra de amor para todos.
¿Nos hemos encontrado con Jesús? Pues él esta pasando a nuestro lado.
Permanezcamos ahora durante un tiempo en silencio.

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