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sábado, 10 de enero de 2009

Fiesta del Bautismo del Señor: EL INICIO DEL MINISTERIO DE JESUS,EL PUNTO ALFA DE LA NUEVA HUMANIDAD (Mc 1,7-11)

Por J. Mateos y F. Camacho
Publicado por Fundación Epsilón

A diferencia de los datos rigurosamente históricos que encua­dran el comienzo del ministerio del Bautista, los datos que des­criben la unción mesiánica de Jesús trascienden las categorías y la experiencia del hombre y no son, por consiguiente, científica­mente comprobables. Al doble «gobierno/gobernador» de Tiberio/Poncio Pilato corresponde ahora un doble «bautizarse»; a los tres «tetrarcas», tres acontecimientos relativos a la esfera divina; al «sumo sacerdote», de cariz religioso, la oración de Jesús. Ofrezco la traducción literal de este pasaje, incorporándole la nueva puntuación que justifiqué en la revista Bíblica (65/1984):

«Sucedió que,
después de bautizarse el pueblo en masa
y -habiéndose bautizado Jesús,
mientras oraba-
después que se hubiese abierto el cielo
y que hubiese bajado el Espíritu Santo sobre él
en forma corpórea como de paloma
y que se hubiese oído una voz del cielo:
«Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado",

también él, Jesús, comenzaba como a la edad de treinta años, siendo hijo -según se creía- de José (1º), de... Josué (28º)... de David (42º)... de Abrahán (56º)... de Henoc (70º)... de Adán (76º), de Dios (77º).»

Con dos encabezamientos solemnes, uno repleto de datos históricos y el otro rebosante de rasgos metahistóricos, Lucas enmarca el que podríamos llamar punto Alfa de la historia del Hombre nuevo, momento en que Jesús inaugura el reinado de Dios entre los hombres. Juan inició su predicación dirigiendo a todo el pueblo de Israel la enmienda como respuesta a la situa­ción de opresión en que vivía el pueblo bajo el poder despótico ejercido por los gobernantes extranjeros y por sus propios diri­gentes, civiles y religiosos; Jesús ha acudido al Jordán como uno más, pero no para sellar con el bautismo de agua una actitud interior de conversión, sino para sancionar con un gesto signifi­cativo su plena disposición interior a aceptar hasta la misma muerte (sentido de la inmersión en el agua), a fin de llevar a término el encargo que le había sido confiado. Los acontecimien­tos externos que tienen lugar después de haberse bautizado, en el momento en que se puso a orar y durante la plegaria, sirven para describir la experiencia interior que acaba de tener Jesús en el momento de su unción mesiánica. A la disposición expre­sada por Jesús de entrega incondicional, corresponde por parte de Dios la donación total de su Espíritu.

La fortísima experiencia que ha tenido Jesús en su unción mesiánica se describe a base de tres imágenes, dos visuales y una auditiva. El «cielo abierto» de par en par, después de siglos en que se ha mantenido «cerrado», por haber acallado el pueblo de Israel la voz de los profetas, abre una nueva etapa en la historia, la comunicación definitiva y permanente del hombre con Dios. Se trata de una imagen visual estática. La segunda, en cambio, es dinámica: la bajada del Espíritu Santo sobre Jesús para ungirlo con la unción del rey mesiánico (Is 11,1-5), del Servidor de Dios con misión universal (42,1 -7), del Profeta-Me­sías (61,1-4). No se trata ya de una inspiración puntual, por el estilo de los profetas, sino de una unción permanente, al reposar el Espíritu «sobre él».

La forma de paloma alude al Espíritu creador de Gn 1,2; la calificación de «corpórea» subraya que se trata de una experien­cia real y tangible, aunque describa una experiencia personal. Los evangelistas suelen echar mano de imágenes y figuras exter­nas para describir experiencias interiores. La unión efectiva y permanente entre el Espíritu de Dios y el hombre Jesús cierra una etapa de la revelación (AT) y abre una nueva: la creación culmina en Jesús, el Hombre perfectamente acabado, el Hijo del hombre.

El texto de la comunicación celeste, imagen auditiva, varía según los manuscritos. La que figura en la mayoría de traduccio­nes: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto», es igual a la de Marcos. Seguimos la que se encuentra en algunos manuscritos y muchos Padres de la Iglesia latinos y griegos antiguos, inspirada en el Salmo 2,7, por considerarla propia, si bien no exclusiva de Lucas (cf. Hch 13,33; Heb 1,5; 5,5).

En el preciso momento en que Jesús se ha puesto a orar abriendo un diálogo permanente del hombre con Dios, éste ha derramado sobre él la plenitud de su Espíritu dándole a luz como Mesías.


«QUINCE» Y «TREINTA AÑOS», HISTORIA Y METAHISTORIA

El matiz anafórico «también él» y la comparación «como a la edad de treinta años» postulan un término de referencia. Lucas alude con frecuencia a paradigmas del AT. En el caso que nos ocupa, quien empezó a reinar precisamente a los «treinta años» fue David. Jesús, a quien Dios, su Padre, acaba de otorgar el trono de David (cf. 1,32), empieza su reinado que no tendrá fin (cf. 1,33) a la misma edad que David. De todos modos, esta cifra es más simbólica que real: «treinta años» representan la madurez (3 x 10) del individuo, así como «cuarenta» hace referencia a la duración de la vida humana en aquella época / de una generación.

Pero al comparar el inicio del ministerio precursor de Juan con el mesiánico de Jesús se puede observar todavía otro elemen­to de contraste: Juan inició su singladura el «año decimoquinto»; Jesús, a los «treinta años»; el ministerio de Jesús comienza a la edad madura del hombre, en el duodécimo período de la historia de la humanidad, después que de José hasta Dios, pasando entre otros por Josué, David, Abrahán, Henoc, Adán, se contabilizasen once septenarios (7 x 11 = 77).

Lucas no se propuso establecer la genealogía de Jesús, sino, al contrario, la de José, de cuya estirpe procedía -«según se creía»- Jesús, siendo así que en realidad venía directamente de Dios: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado.» Dios acaba de dar a luz su proyecto sobre el hombre en la persona de Jesús: carne + Espíritu son los dos componentes esenciales del Hom­bre nuevo, tal y como Dios lo había proyectado desde el comien­zo de la creación y que ahora, por vez primera, ha podido ma­nifestar como ya realizado.

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