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lunes, 26 de enero de 2009

Homilía y Recursos para la Homilía: IV Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B

"JESÚS ENSEÑA CON AUTORIDAD"
Publicado por Agustinos España

Jesús hace una lectura teológica, no científica, del caso que tiene ante sí. Se encuentra frente a un individuo que no es quien es, está desintegrado, ocupado abusivamente por otro. Jesús es el médico que va siempre a la raíz de la situación. Su diagnóstico, más que llegar a las causas de lo que pudiera ser una enfermedad, consiste en descubrir al enemigo: un enemigo común de Dios y del hombre.

En aquel pobre hombre Jesús lee el signo de la presencia del adversario, del que divide, o sea, de aquel que impide el plan de Dios y destruye al hombre, de aquel que se apropia de un poseído de Dios, de una propiedad de Dios, de una criatura de Dios.

A este adversario el evangelista lo llama "espíritu inmundo". Una expresión que no nos dice nada pero que tiene enorme resonancia en todas las páginas del A.T. "Inmundo", en el sentido bíblico más amplio significa todo lo que no es apto para la más mínima relación con Dios, que es "puro" y "santo".

Por tanto, este espíritu representa lo que hay de opuesto a Dios en una determinada realidad del mundo. Es el símbolo de esa radical incomunicación que existe entre el hombre y Dios. Es el símbolo de todo aquello que en el hombre, en cada uno de nosotros, está en radical oposición con Dios.

Por eso es absolutamente necesario que el espíritu inmundo sea expulsado para que el hombre deje de ser un prisionero, un poseído, un alienado, y pueda encontrar la armonía y la unidad perdidas.

¿Quién de nosotros cree que no está de un modo o de otro "poseído"? Estamos penetrados de fuerzas que nos destruyen desde el tuétano de los huesos. Todos los días se nos oye decir: "quiero, pero no puedo; me gustaría... pero algo me retiene; siento la llamada... pero estoy atado por cadenas más fuertes que mi impulso".

Estamos "poseídos" desde niños por valores, actitudes, criterios, comportamientos, todo tipo de educación y consejos. Nos han atado en la escuela, en la familia, en el trato diario con los demás. Un mal estilo de ser persona y de ser cristiano, de relacionarnos con Dios y con los demás, se nos ha colado por el cuerpo, calándonos hasta la médula. Hasta el espíritu, lo más radical de nosotros, está como "poseído".

Nos han inculcado por todas partes esos criterios comunes de la sociedad en que vivimos: que el que más puede, más vale; que el que más vale, más triunfa; que el que más triunfa, más tiene; que el que más tiene, más puede. Y este círculo infernal se repite como una rueda de fuego dentro y fuera de nosotros mismos. De este modo nos posee la ambición, el deseo de tener, la agresividad, el atropello del otro, la atención exclusiva a los propios problemas. Se masca un criterio fundamental: ¡Sálveme yo y sálvese quien pueda! Y otro paralelo: ¡Sálveme yo, aunque se hundan los demás! Sartre, aquel filósofo francés, llegó a decir: "el infierno son los otros". Esto es posesión, espíritu dañino -no deja vivir- y tortura para los demás -impide vivir. Estamos agarrados, penetrados, cogidos y atados muy bien.

Jesús descubre esta situación de posesión y se enfrenta a ella con autoridad. El proyecto de Jesús es todo lo contrario de un hombre poseído. Por eso el diablo se rebela contra Jesús: "¿Qué quieres de nosotros? ¿Has venido a acabar con nosotros?"

Sí, Jesús ha venido a acabar con la posesión; a soltar al hombre de las amarras que lo tienen atado; a desenredarlo de la red que lo enmaraña; a liberarlo en lo más profundo de su ser: ¡Cállate y sal de él! Y salió.

¿Estoy yo liberado o aún hay en mí algún demonio que me posee?

Jesús arranca cada vez parte del mundo a Satanás y lo hace en el Sabbat, el día santo de Dios

JC triunfó definitivamente sobre el mal en la Resurrección, pero continúa su lucha en los cristianos en la medida en que se lo permitimos, en la medida en que no pactamos nosotros con el mal. En los Sacramentos celebramos su victoria, participamos de ella y nos enrolamos en su lucha: ofrecemos al Resucitado el espacio de nuestras vidas y de nuestra comunidad para que él se imponga al mal que anida y vive en nosotros.




RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

"Enseñar", "enseñanza" son palabras frecuentes en los textos del Nuevo Testamento. Aparecen también varias veces en la liturgia de este cuarto domingo ordinario. Jesús es presentado por san Marcos como el maestro "que enseña con autoridad", "una enseñanza nueva" (Evangelio). No es una enseñanza cualquiera, sino la de un profeta, al estilo de Moisés, prototipo del profetismo en la mente de los israelitas, maestro y forjador de su pueblo (primera lectura). San Pablo, como profeta del Nuevo Testamento, imparte a los corintios su enseñanza sobre el matrimonio y el celibato, dos estados y dos caminos para vivir la dedicación y entrega al apostolado en la Comunidad eclesial (segunda lectura). Esta enseñanza profética, nueva y dada con autoridad, se dirige al hombre para que la acoja y sea receptor activo de su eficacia.


Mensaje doctrinal

1. Jesús, el maestro. El hombre, al nacer, no es un ser ya formado; posee sólo la capacidad de educarse. Necesita, por tanto, de maestros. En la historia de la humanidad han existido diversos ámbitos en que el niño y el joven reciben la enseñanza de sus mayores: la familia, la escuela o la universidad, la sinagoga o la iglesia, el ágora, o el foro, la academia o el club de debates, el periódico o la televisión. Todas las enseñanzas que se reciben son -o al menos pueden ser- útiles y enriquecedoras en la obra de la educación de una persona. Jesús no es un concurrente de tales enseñanzas, sino un Maestro que con su enseñanza infunde un alma a todas las demás. Porque su enseñanza incide en la historia, pero mira además al mundo del futuro, más allá de la historia. Jesús tampoco se presenta ni aparece en los evangelios como un contrincante de los maestros religiosos del pueblo judío -y podríamos añadir de los pueblos paganos-, sino como el Maestro que lleva a plenitud toda la enseñanza religiosa del pasado y sobre todo goza del poder de Dios para hacerla eficaz en la vida de los hombres y al servicio de su bien integral. Así es como Jesús, ante la enseñanza de los escribas, pobre de fuerza divina y hecha de fórmulas cristalizadas en la tradición de los mayores, se muestra en el evangelio como el Maestro por excelencia, que posee propia autoridad en virtud del poder de Dios que en él actúa, y que hace pensar a los oyentes en una enseñanza nueva, es decir, definitiva, porque en ella se funden palabra y acción, sentido y eficacia.

2. Prefiguración y prolongación de la palabra. Ya en la tradición judía el profeta de la primera lectura era interpretado como prefiguración del Mesías, que debería aparecer ante sus contemporáneos como otro Moisés, es decir como un profeta y maestro legislador y forjador del nuevo pueblo. No es difícil imaginar que Jesús mismo -y con él los primeros cristianos- se apropiaran esta prefiguración al ser Jesús el Mesías esperado y al ser la comunidad cristiana el nuevo pueblo forjado por la enseñanza y la acción de Jesucristo entre los hombres. Siendo Jesús el profeta por excelencia, él es la clave de toque del verdadero o falso profetismo, como es igualmente el punto de referencia y el juez de cualquier otra forma de profetismo extrabíblico (en tiempo del deuteronomista eran los profetas cananeos del dios Baal). Pablo, por su parte, (vale lo mismo para cualquier otro "maestro" de las comunidades cristianas ¿no es un profeta o maestro autónomo, sino que su enseñanza hace referencia a Cristo Maestro o es una enseñanza iluminada por la presencia de Cristo glorioso en los labios o en la pluma de Pablo, bajo la acción viva y vivificante del Espíritu Santo. Pablo enseña con autoridad, pero no propia, sino la misma autoridad de Cristo presente en él por el poder del Espíritu. Pablo enseña que hay dos estados de vida: matrimonio y virginidad, ambos don de Dios, ambos llamados a la dedicación y entrega en el apostolado. Pero a la vez enseña que el célibe está en condiciones de vivir más radicalmente esa dedicación y entrega apostólicas que quien vive en compromiso matrimonial.

3. A la escucha de la palabra. Toda palabra o enseñanza es como una llamada que espera una respuesta. La enseñanza, por tanto, tiene una estructura dialogal por su misma naturaleza. Se puede aceptar, rechazar o discutir la enseñanza, pero es obligado dialogar con ella. Cuando se trata de la enseñanza evangélica y cristiana , no cabe otra respuesta que la acogida. Una acogida que es primeramente aceptación de la enseñanza recibida, porque es "enseñanza de Dios". Una acogida que lleva una carga no pequeña de estupor, porque se trata de enseñanzas nuevas, que no se escuchan de "otros maestros" a los que diariamente uno escucha. Una acogida que comporta quizá algo de temor reverencial, porque en definitiva se trata de acoger "el misterio" de Dios en nuestra vida tan impregnada de materia y de pensamientos terrenos. Una acogida que, sin embargo, lleva el sello de la victoria sobre las cosas importantes (el sentido de la vida y de la muerte, la realidad del más allá, el amor a Dios y al prójimo como esencia de la existencia). Una acogida, finalmente, que no puede callarse, sino que conduce a la difusión de la enseñanza aprendida, porque "no podemos callar lo que hemos visto y oído".


Sugerencias pastorales

1. Una palabra viva. En el gran mercado de la palabra, hay existente y agobiante, no es fácil encontrar una palabra viva y vivificadora. ¿Cuántas palabras , cuántas "enseñanzas" llegan hoy al oído del hombre, del cristiano? ¡Millones! Entre todos esos millones de palabras, ¿dónde está la palabra que dé vida y alimente el alma en ese día? El maestro cristiano (sacerdote, padre de familia, catequista...), actualizando la enseñanza de Jesucristo debe decir palabras vivas, palabras con fuerza de eternidad, que no pasen sino que perduren y den sentido y sirvan de crisol a todos los millones de otras palabras escuchadas. Ante esta realidad tan estupenda, uno siente la tentación de preguntarse por qué a veces son tan aburridas las clases de religión o las homilías dominicales. ¿Qué estamos haciendo con la Palabra Viva? ¿Por qué, siendo viva, no logra vivificar el corazón del predicador cristiano y del oyente? Algo está pasando que hace de la Palabra viva y eficaz una palabra quizá estéril y muerta, o al menos sin garra o impulso vital y transformador. Oremos todos para que los maestros de la Palabra lleven siempre en sus labios y en su corazón la Palabra de Vida.

2. Actitud ante el maestro. Cuando la palabra del maestro no es viva ni vivificante, no podemos esperar otra actitud sino el aburrimiento y el rechazo. Esto es tan evidente casi como un axioma. Pero, ¿por qué, incluso cuando la palabra está llena de vida e infunde vida, no es escuchada ni acogida? Ya Jesús tuvo que afrontar este rechazo de su Palabra, porque los hombres encontraban "duras" sus enseñanzas. Y Pablo, ¿no tuvo acaso que hacer frente a tantos que no mostraban interés por su evangelio o simplemente lo rechazaban? No nos debe extrañar que la Palabra Viva sea como un parteaguas que divide a los hombres entre quienes la acogen o la rechazan. La Palabra Viva se escucha en la libertad y para hacer hombres libres, pero hay quienes eligen ejercer su libre albredío rechazando la fuente de la libertad. La Palabra Viva es como una semilla que cae en tierra buena, pero está dura, no tiene profundidad, está repleta de hierbajos. Pidamos a Dios que con su gracia limpie y cultive su campo, de modo que los hombres -nuestros feligreses, nuestros alumnos, nuestros hijos- acepten la Palabra Viva para que dé en su corazón y en sus obras frutos abundantes.

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