Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto.
En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de Él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio.
Él le respondió: «Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros».
Pero ella le respondió: «Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos».
Entonces Él le dijo: «A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija». Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.
Compartiendo la Palabra
Publicado por Fundación Epsilón
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v. 24a Se marchó desde allí al territorio de Tiro.
Tiro era una gran ciudad comercial con un pequeño territorio; compraba productos agrícolas a la región judía de Galilea. Jesús no va a la ciudad, sino al territorio que pertenece a ella. Por otra parte, no era un desconocido para muchos marginados de los alrededores de Tiro y Sidón (3,8). Contra la costumbre judía de no pisar territorio pagano (impuro), Jesús lleva a la práctica la universalidad de su mensaje.
v. 24b Se alojó en una casa, no queriendo que nadie se enterase, pero no pudo pasar inadvertido.
Alojarse en una casa, con una familia del lugar, sin especificar religión ni raza, fue una instrucción que dio Jesús a los Doce (6,8). Se rompe el tabú judío de la impureza de los demás pueblos. Sorprendentemente, sin embargo, Jesús no va a ejercer ninguna actividad en ese territorio (no quería que nadie se enterase): algo impide que empiece su labor y que su mensaje se difunda en ese país.
Con este artificio literario señala Mc el gran obstáculo que presenta la sociedad pagana al mensaje de Jesús y advierte que hay que preparar el terreno para la difusión del mensaje, trabajando en primer lugar por la humanización progresiva de esa sociedad. Este sería el objetivo primario de la misión. Mientras la relación entre los hombres no tenga un mínimo de humanidad y los individuos no alcancen en alguna medida el nivel de personas, no se puede proponer el mensaje. El evangelista lo expone narrativamente en el encuentro que se describe a continuación.
vv. 25-26 Una mujer que había oído hablar de el, y cuya hijita tenía un espíritu inmundo, llegó en seguida y se echó a sus pies. La mujer era una griega, sirofenicia de origen, y le rogaba que echase el demonio de su hija.
La sociedad pagana, antes considerada desde el punto de vista de los esclavos en rebelión (5,2-20: geraseno), está ahora representada por una madre y su hija. Este binomio está en paralelo con el de Jairo y su hija (cf. 5,23 y 7,25: hijita; 5,35 y 7,25.29: su/tu hija; 5,39ss y 7,30: la chiquilla), que en forma figurada describía la situación extrema en que se encontraba el pueblo sometido a la institución religiosa judía.
La madre es una griega, es decir, pertenece a la clase privilegiada, a la ciudadanía libre, aunque ella misma fuera de origen indígena (sirofenicia); representa la clase dominante. La hija, figura de la clase dominada, está infantilizada (25: hijita; 30: chiquilla) y tiene un espíritu inmundo (cf. 5,2), un demonio (26.29.30, cf. 5,15), es decir, está alienada por un espíritu de odio que la lleva a la autodestrucción; no se resigna a su condición, pero su falta de desarrollo humano (infantilismo), efecto de la opresión, la priva de toda iniciativa.
La madre reconoce la superioridad y poder de Jesús (se echó a sus pies), mostrando al mismo tiempo la gravedad de su problema. La situación de su hija le resulta insostenible. Quiere que Jesús la libere del espíritu inmundo, de su actitud de odio, de la que ella, sin embargo, no se reconoce responsable. No analiza la causa que origina esa situación ni se le ocurre que se encuentre en la estructura misma de su sociedad, es decir, en la relación existente entre la clase dominante (madre) y la clase dominada (hija). La sociedad pagana reconocía plenos derechos a una parte de sus miembros y los negaba todos a los restantes, en particular a los esclavos. Pero la clase dominante simplemente no se explica que los sometidos no se contenten con su situación.
v. 27 El le dijo: «Deja que primero se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros».
La respuesta de Jesús sorprende por su tono despectivo, pero replica a la mujer de ese modo para hacerle comprender lo que ella hace dentro de su sociedad. Si los judíos, que se consideran privilegiados como pueblo, llaman perros a los paganos, ella, la clase social privilegiada, trata como perros a los oprimidos que dependen de ella. En esa sociedad, los miembros de la clase dominante tienen derecho a todo e indefinidamente (que primero se sacien los hijos), los de la clase dominada (los perros) tendrán que esperar hasta que los otros quieran. Ese es el obstáculo que impide el cambio de situación, y depende de la clase dirigente que desaparezca. Es decir, no se puede solucionar el problema de la sorda rebelión de los oprimidos sin cambiar la relación entre las clases.
v. 28 Reaccionó ella diciendo: «Señor, también los perros debajo de la mesa comen de las migajas que dejan caer los chiquillos».
Al oír la frase despectiva, la mujer no se marcha. Comprende el reproche y responde reconociendo para los despreciados al menos un mínimo derecho humano, el derecho a la supervivencia, a la vida. No hay que esperar, como decía Jesús, a que se sacien los hijos, pueden comer al mismo tiempo los perros, aunque sean las migajas. Da así un primer paso para disminuir la distancia social.
vv. 29-30 El le dijo: «En vista de lo que has dicho, márchate: el demonio ha salido de tu hija». Al llegar a su casa encontró a la chiquilla tirada en la cama y que el demonio ya había salido.
Jesús la despide (Márchate): ha hecho el mínimo indispensable, reconociendo que debe compartir en cierta medida con la clase dominada. Por este mismo hecho queda liberada la chiquilla, denominación que indica minoría de edad, pero no ya dependencia ni posesión («mi hija»). Aunque sigue siendo menor, el término chiquilla ha designado a los que comen a la mesa y dejan caer las migajas (28); de este modo el evangelista, al designar a la clase dominada con un término que expresa su igualdad con la clase dirigente, propone el ideal que hay que alcanzar.
No es Jesús quien expulsa al demonio, éste sale por el cambio de actitud de la «madre». En cuanto ésta empieza a tomar conciencia de la injusticia que practica, empieza a desaparecer el obstáculo; pero «la chiquilla» aún no tiene vitalidad (tirada en la cama, sin fuerzas); sólo el encuentro con Jesús podría dársela (5,41s).
Jesús no habla a los paganos de la Ley judía ni de normas a las que tengan que atenerse. Es la renuncia a la injusticia de su sociedad la que les abre la posibilidad de acceder al reinado de Dios y formar parte de la nueva comunidad universal.
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