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domingo, 1 de febrero de 2009

Fiesta de la Presentación del Señor: JESÚS, JUDÍO POR LOS CUATRO COSTADOS

Publicado por Fundación Epsilón

«Al cumplirse los días de su purificación conforme a la Ley de Moisés, llevaron al niño a la ciudad de Jerusalén para presen­tarlo al Señor (tal como está prescrito en la Ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor) y ofrecer un sacrificio (conforme a lo mandado en la Ley del Señor: Un par de tórtolas o dos pichones)» (2,22-24). José y María siguen integrando a Jesús en la cultura y religión judías. Pretenden cumplir con él todos los requisitos que manda la Ley, a la par que purificarse la madre de su impureza legal (nótese la triple mención de la Ley).

La madre, después de dar a luz, quedaba legalmente impura: debía permanecer en casa otros treinta y tres días. El día cuarenta debía ofrecer un sacrificio en la puerta de Nicanor, al este del Atrio de las Mujeres. Por otro lado, todo primogénito varón debía ser consagrado a Dios (Ex 13,2.12.15) para el servicio del santuario y rescatado mediante el pago de una suma (Nm 18,15-16). Lucas no menciona rescate alguno. Habla, en cambio, del sacrificio expiatorio de los pobres (Lv 12,8) ofrecido para la purificación.



EL PUEBLO ACUDE AL TEMPLO

EN ESPERA DE LA LIBERACION DE ISRAEL

Para un buen judío, el templo era el lugar más apropiado para las manifestaciones divinas. Lucas, sin embargo, ya nos ha dejado dicho que la aparición del ángel Gabriel a Zacarías en el recinto más sagrado del templo, el santuario, a la hora de la oración matutina, en lugar de asentimiento había suscitado incre­dulidad; por el contrario, la gran noticia de que fue portador el mismo Gabriel a una muchacha del pueblo, cuando ésta se ha­llaba en su casa, sin que se diga que estaba orando, había encon­trado plena acogida.

Mediante la primera pareja, Zacarías/Isabel, Lucas ha queri­do describir la situación religiosa de Israel, vista desde la perspec­tiva de los responsables de mantener la alianza que Dios había hecho con Abrahán y que había renovado por medio de los profetas (Judea/sacerdote/santuario). A pesar de la completa y humanamente insalvable esterilidad de la religión judía, Dios, fiel a sus compromisos, ha intervenido en la historia de su pueblo para que diera un fruto, el fruto más preciado que podía dar la religiosidad judía: Juan, asceta y profeta.

Lucas se ha servido de una segunda pareja todavía no plena­mente constituida, María/José, para enmarcar el nacimiento del Hijo de Dios en la historia de la humanidad. A pesar de que María estaba sólo desposada con José y de que todavía no con­vivían juntos, fruto de la íntima colaboración entre Dios y una muchacha del pueblo, en representación ésta del Israel fiel, pron­to para el servicio solícito hacia los demás, pero sin gran arraigo religioso (Nazaret/Galilea), ha tenido un hijo: Jesús, el Mesías de Israel y Señor de toda la humanidad.

Ahora Lucas quiere completar la descripción con una tercera pareja, Simeón/Ana, cuyo único lazo de unión es el hecho de confluir en el templo en el preciso instante en que van a presentar a Jesús; ambos son profundamente religiosos, pero a pesar de su edad avanzada mantienen viva la esperanza de una inminente liberación de Israel: representan al pueblo que, a pesar de la incredulidad de sus dirigentes (representados por la primera pareja), sigue acudiendo al templo con la esperanza de ver rea­lizado su sueño de liberación (cf 1,10.21). A través de estos dos personajes, presentados ambos como profetas, Lucas reúne en el momento de la presentación de Jesús en el templo las dos líneas que había trazado en los cánticos de Zacarías y de María.



DICHOSOS LOS DE MIRADA TRANSPARENTE

PORQUE VERAN SU LIBERACION

«Pués mira, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón -un hombre por cierto justo y piadoso- que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo descansaba sobre él» (2,25). El foco («mira») se ha fijado en un nuevo personaje, representativo esta vez de la humanidad profundamente religiosa que procede con rectitud hacia los demás («un hombre», «hom­bre por cierto [lit. "y este hombre"] justo y piadoso»), real («Simeón», nombre propio muy común en el judaísmo), confiado en que el consuelo de Israel -su liberación- estaba en manos de la institución judía («en Jerusalén», en sentido sacral), al tiempo que contaba con la asistencia permanente («descansaba [lit. "estaba"] sobre él») del Espíritu Santo y había sido informa­do por éste de la inminente presentación del Mesías en el templo: «El Espíritu Santo le había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor» (2,26).

«Impulsado por el Espíritu fue al templo. En el momento en que introducían los padres al niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley, también él lo cogió en brazos y bendijo a Dios diciendo:



"Ahora, mi Dueño, puedes dejar a tu siervo

irse en paz, según tu promesa,

porque mis ojos han visto la salvación

que has puesto a disposición de todos los pueblos:

una luz que es revelación para las naciones paganas

y gloria para tu pueblo, Israel"» (2,27-32).



A diferencia de Zacarías, quien, inspirado por el Espíritu Santo en un momento puntual, entonó un cántico de liberación, aunque circunscrito al pueblo de Israel (cf. 1,67), Simeón actúa permanentemente movido por el Espíritu. Acude al templo, no para celebrar un rito (Zacarías 1,9) o para cumplir un precepto (los padres de Jesús, 2,27 [por cuarta vez se menciona su entera sumisión a la Ley: cf. 2,22.23.24]), sino movido por una inspira­ción divina.

Como en otro tiempo Abrahán (Gn 15,15), Jacob (46,30) y Tobías (Tob 11,9), «también él» podrá «irse en paz» porque ha visto realizado lo que esperaba. «Ahora» se corresponde con el «hoy» del ángel a los pastores (cf. 2,11): ya se ha inaugurado la etapa final de la historia humana. «Siervo/Dueño», mentalidad veterotestamentaria de respeto y sumisión a Dios; falta todavía un buen trecho hasta que este niño nos revele la nueva relación «Hijo/Padre». Simeón tiene los ojos tan aguzados, gracias a la permanencia en él del Espíritu Santo, que ha logrado penetrar en lo más hondo del plan de Dios: con su mirada profética ha logrado traspasar los limites estrechos de Israel e intuir que la salvación que traerá el Mesías será «luz» en forma de «revela­ción» para los paganos, liberándolos de la tiniebla/opresión que los envuelve (Is 42,6-7; 49,6.9; 52,10, etc.), y de «gloria» para el pueblo de Israel (46,13; 45,13).



EL ESTANDARTE IZADO EN LO ALTO

COMO SIGNO DE CONTRADICCION

Ante la incomprensión de los padres del niño en todo lo que hace referencia a su futura función mesiánica (se anticipa la incomprensión de que será objeto Jesús entre los suyos), Simeón, dirigiéndose a la madre y usando el mismo lenguaje de María en el cántico, revela que Jesús será un signo de contradicción y que esto lo llevará a la cruz: «Mira, éste está puesto para caída de unos y alzamiento de otros en Israel, y como bandera discutida -también a ti, empero, tus aspiraciones las truncará una espa­da-; así quedarán al descubierto los razonamientos de muchos» (2,34-35).

El foco, ahora, trata de atraer la atención de María, «la madre» (se excluye José, dejando entrever que éste habría ya muerto antes de que se produjeran estos hechos), sobre el gran revuelo que levantará en Israel la aparición de Jesús, su rechazo por parte de unos, para quienes se convertirá en tropiezo (Is 8,14), y su aceptación por parte de otros, para quienes se conver­tirá en cimiento o piedra angular (cf. Lc 20,17-18; Is 28,16), o -dicho con otra imagen (muy querida del evangelista Juan ([Jn 3,14; 8,28; 12,32.34])- el Mesías será izado en forma de señal o estandarte, al que unos darán la adhesión y otros rechazarán de plano (Is 11,12).

La idea del rechazo del hijo inclina a Lucas a proyectar, a modo de inciso parentético, el efecto de dicho rechazo sobre la madre, por personificar ésta el Israel fiel a la promesa: «tus aspiraciones (lit. "tu psyche [griego] / nephesh" [hebreo]) las truncará una espada», entendiendo por «espada» la muerte de su hijo (cf. Jn 19,25-27), con el fracaso de la salvación que de él se esperaba y la destrucción de Jerusalén por el ejército roma­no, que echará abajo para siempre la esperanza de una restaura­ción gloriosa. La cruz pondrá de manifiesto las perversas inten­ciones de muchos en Israel. Ya desde un principio se apunta que la misión de este niño no estará coronada de éxito, sino que representará un gran fracaso a los ojos de su pueblo.



VIRGEN, CASADA Y VIUDA:

LA HISTORIA DE ISRAEL EN FASCÍCULOS

La figura femenina de Ana se corresponde con la masculina de Simeón, formando una pareja ideal (ambos son profetas): «Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Esta era de edad muy avanzada: después de su virgini­dad había vivido siete años con su marido y luego, de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día» (2,36-37). La descripción es muy minuciosa, como corresponde a un per­sonaje representativo, al igual que lo era la de Simeón.

La cifra 84 es un múltiplo de 12 (12x7), alusión a las 12 tribus de Israel, mientras que el número 7 tiene, entre otros, valor de globalidad; asumiendo, además, que el período de vir­ginidad hubiese durado catorce años (dos septenarios), momento en que solía darse una hija en matrimonio, y que había vivido de casada siete años (otro septenario), su viudez habría durado sesenta y tres años (llenando los nueve septenarios restantes), es decir, tres cuartas partes de su existencia.

Mediante las tres etapas de la larga vida de Ana, traza Lucas los períodos más importantes (tres es marca de totalidad) de la vida del pueblo de Israel representada por ella: «virginidad», cuando Dios pactó con ella una alianza y la tomó por esposa; «casada con su marido», período de buenas relaciones de Dios con su pueblo; «viuda», por la ruptura de la alianza.

La alusión a la tribu de Aser, una de las diez tribus del norte, confirma el alcance de su representatividad. La mención de la «edad muy avanzada», situada ya en el límite, contrasta con la doble mención de la «edad avanzada» de Zacarías e Isabel (cf. 1,7.18). De una parte, Ana está muy arraigada al pasado (genea­logía) y a la institución judía (templo); de otro, por su calidad de «viuda», dice relación con el pueblo de Israel, que ha enviu­dado de su Dios, mientras que como «profetisa» lanza un grito de esperanza ante semejante desastre nacional.



¿LIBERACION NACIONAL O LIBERACION DE LOS OPRIMIDOS?

«Presentándose en aquel instante, se puso a dar gracias a Dios y a hablar del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel» (2,38). Tanto Simeón como Ana convergen en el pre­ciso momento en que Jesús es presentado a Dios en el templo. Simeón continúa la línea del cántico de María: «caída» de los opresores y «alzamiento» de los oprimidos por ellos; Ana, la de Zacarías: «la liberación de Israel» de los enemigos externos. Lucas logra así que se entrecrucen los contenidos de los himnos de María (Madre por la venida del Espíritu Santo sobre ella) y Simeón (hombre sobre el que reposa el Espíritu Santo) con los de Zacarías (inspirado por el Espíritu Santo) y Ana (profetisa). María-Simeón hablan del «auxilio» (1,54) / «consue­lo» (2,25) que Dios viene a traer a los pobres y humillados de Israel frente a los ricos y poderosos que lo oprimen; Zacarías-Ana, de la «liberación de Israel» (1,68) / «de Jerusalén» (2,38) por obra de Dios frente a los enemigos de fuera. Las dos tenden­cias están muy enraizadas en Israel y ambas cuentan con el respaldo del Espíritu Santo.

En su calidad de Salvador/Liberador, Jesús irá más allá: su muerte dejará perplejos a los que aguardaban la liberación/res­tauración de Israel (cf. 24,21; Hch 1,6; 3,21); su mensaje no se limitará a proclamar la liberación de los oprimidos frente a los opresores ni se circunscribirá a Israel, sino que creará una comu­nidad de hombres y mujeres libres que, siguiendo su ejemplo, se pongan al servicio de los demás. De momento, el Espíritu profético sigue la línea de los profetas del Antiguo Testamento. Será en Jesús donde el Espíritu Santo podrá desplegar plenamen­te toda su fuerza y dinamismo, sin las limitaciones inherentes a todo profeta, condicionado por la tradición patria.



VUELTA A LA REALIDAD COTIDIANA DE NAZARET

«Cuando dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret» (2,39). Se cierra así, mediante una inclusión (Galilea-Nazaret: 2,4 // 2,39), la prolongada -teológicamente hablando- estancia de Jesús y de sus padres en Judea (Belén-Jerusalén), durante un período de «cuarenta días» contando a partir del nacimiento del niño hasta su presentación en el templo, habida cuenta que «cuarenta» connota un período relativamente largo, completo y cerrado; en años, el de una generación. Por quinta y última vez se menciona el cumplimiento efectivo de la Ley por parte de los padres de Jesús. Un decreto del César ha puesto en marcha todo ese pro­ceso. Una vez terminado, regresan a Nazaret de Galilea, como quien cierra un largo paréntesis destinado a encuadrar el naci­miento de Jesús en las coordenadas nacionales y religiosas del judaísmo.



PRIMER COLOFON: INFANCIA DE JESUS

RODEADA DEL FAVOR DIVINO

«El niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y el favor de Dios descansaba sobre él» (2,40). Durante los primeros años de su vida (antes de alcanzar los doce años, momento de su presentación a Israel), Lucas subraya el crecimiento y afianza­miento del niño, en paralelo con el de Juan Bautista (cf. 1,80), pero acentuando su superioridad respecto al precursor. La sabi­duría va dando a Jesús una visión profunda sobre el plan de Dios. La presencia continua del favor divino indica una limpidez sin obstáculos. Jesús, que había nacido en la más completa mar­ginación, no se separa de su entorno familiar, mientras que Juan, que había visto la luz rodeado de sus familiares, parientes y vecinos, aguardó en el desierto el momento de su presentación a Israel.





El relato evangélico de la presentación de Jesús en el Templo que nos propone la liturgia hoy, por medio de la Buena Noticia narrada y testificada por la comunidad de Lucas, presenta la acción de Dios en medio de una cultura y tradición concreta.

Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, no actúa a pesar de nosotros, sino a través de nosotros. De esta forma es como podemos comprender el misterio de la encarnación. Jesús para poder asumir el papel de salvador de la humanidad, tenía que ser integrado a un pueblo, a una cultura y religión. El Mesías, no debía caer del cielo de forma arbitraria. El Mesías para poder redimir a la humanidad tuvo que asumir la misma humanidad con todas sus consecuencias.

Jesús, al ser judío, tenía que cumplir con lo prescrito por la ley mosaica. Para un judío de verdad, el templo era el lugar más apropiado para las manifestaciones divinas, y a él acudían constantemente para escuchar al Dios que se les revelaba, muchas veces de forma falsa.

El Templo ha sido para Lucas también un espacio -el más propicio- para que se gestara la incredulidad. Este evangelista nos ha presentado la situación religiosa de Israel mediante una primera pareja Zacarías/Isabel. La religión judía además de haber ayudado al pueblo a caer en incredulidad, la actitud de Zacarías, también había sido una experiencia de esterilidad, el caso Isabel.

Frente a la primera pareja que representa el caso de Israel y su religión, Lucas nos presenta una nueva pareja María /José y en el seno de esta pareja nace el Hijo de Dios en la historia de la humanidad. Esta pareja intermedia va a representar al Israel fiel, al Israel del que nacerá Jesús Mesías para el pueblo y Señor de toda la humanidad.

En el juego literario del final del segundo capítulo de su evangelio, Lucas nos presenta una tercera pareja, Simeón/Ana, cuyo único lazo de unión es el hecho de confluir en el Templo en el preciso momento en que María y José van a presentar a Jesús. Simeón y Ana están vinculados activamente a la religión judía, los dos son de edad avanzada, pero a pesar de esas dos características, ellos mantienen viva la esperanza de una inminente liberación de Israel. Ellos son el símbolo que representa a la gran masa del pueblo de Israel que, a pesar de la incredulidad y esterilidad de sus dirigentes religiosos, esperan contra toda esperanza ver realizado el sueño de la liberación.

El personaje Simeón, al confesar que sus ojos han visto al liberador, abre la posibilidad de la liberación no sólo a Israel, sino que ensancha el proyecto e incluye a los paganos también en la obra y misión del Mesías. Jesús según las palabras de Simeón es luz para alumbrar al paganismo: "Luz para alumbrar a las naciones", que son en definitiva las destinatarias de la Buena noticia contada por Lucas.

Ana también se convierte en un símbolo que exige interpretación. Con Ana, Lucas presenta de forma resumida la historia de Israel en etapas. El Israel virgen del que Dios se enamoró, el Israel con el que Dios se casó y el Israel que enviudó por no ser fiel y por prostituirse con otros proyectos sustentados por otras divinidades. Pero este símbolo se convierte en el grito de esperanza del Israel que se enfrenta a un inminente desastre nacional.

Los mensajes de Simeón y de Ana se convierten en cantos de liberación en la misma línea de los profetas del Antiguo Testamento. Pero Jesús en su calidad de salvador y liberador irá más allá. Su muerte dejará en incertidumbre a los que con ansias aguardaban la liberación de Israel; su mensaje no se limitará a proclamar la liberación de los oprimidos frente a sus opresores ni se circunscribirá a Israel, sino que creará una comunidad de hombres y mujeres libres, quienes ya sin cadenas y sin opresión alguna se disponen a seguir su ejemplo y se ponen completamente al servicio de los demás.

Con Jesús el Espíritu Santo podrá desplegar toda su fuerza y dinamismo, sin que la limitación de la nacionalidad sea un impedimento para que el proyecto de Dios se llegue a realizar plenamente en el mundo y en la historia.

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