por Enrique Pinti
publicado por LNR del 8 de febrero de 2009
publicado por LNR del 8 de febrero de 2009

La falta de confianza en nosotros mismos y la excesiva severidad y rigidez intolerante para con las carencias de los otros son el otro extremo en el que no hay que caer. Esos padres que asfixian con el mandato de " tenés que ser el mejor " o "si no estás en el cuadro de honor del colegio no merecés ser mi hijo" han llevado a la depresión y a veces al suicidio a muchos jóvenes cuyo único pecado fue no acceder a los mejores puntajes escolares, pero que tenían prendas morales y valores humanos dignos de ser apreciados.
Nuestra propia idea de lo que somos y "el afuera", o sea, la mirada de los otros (los que nos quieren, los que nos odian o los que son indiferentes) son coordenadas que debemos tratar de hacer coincidir a lo largo de nuestra vida. Ignorar a los otros o depender demasiado de ellos son dos caminos equivocados; creer que los que amamos son los mejores en todo o presionarlos al límite para que sean dioses perfectos también son actitudes erróneas. Dejar fluir la vida con naturalidad, creer en el esfuerzo cotidiano, devolver amor con amor y odio con indiferencia es lo más sabio y lo que, a la larga, rinde mejores resultados. El peor favor que se les puede hacer a nuestros seres queridos es convertirnos en sus "agentes de prensa", promocionándolos como los mejores, los más inteligentes, los más cultos y los más hermosos, porque en todo caso lo son para nosotros, pero quizá los otros no tienen la misma perspectiva ni el mismo vínculo afectivo. Lo mismo pasa con nosotros: es muy difícil mantener el equilibrio, verse en el espejo y reconocerse tal cual uno es. Y no sólo los actores y demás miembros de la farándula tenemos la tendencia peligrosa de creernos más de lo que somos -o por lo menos distintos de lo que realmente somos-, y desde allí hacernos el autobombo de que hay "un antes y un después" en el mundo del espectáculo marcado por nuestra aparición en él. No, desde el político hasta el ama de casa, desde el policía hasta el ladrón y desde el médico hasta el albañil, esa característica humana (no de las mejores) nos lleva a la profunda equivocación de construir una realidad virtual que, al derrumbarse, nos llena de pesar. El amor propio y el amor a los demás no deben ser ciegos ni sordos, y a veces sí deberían ser mudos y dejar el elogio para propiedad exclusiva de las abuelas, que por edad tienen todo el derecho de elogiarnos.
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