Por Clemente Sobrado cp
Como veis el título lo he puesto entrecomillado, porque le pertenece a Pagola y espero me dé permiso para utilizarlo. Y lo hago por una experiencia personal. Acostumbrado todas las noches a estar sentado ante el televisor, un día que nos falló el cable, sentía como si me hubiesen privado de algo esencial para ir a dormir. Llamé varias veces a la Telefónica preguntando qué pasaba.Ahí me di cuenta de mi dependencia del aparatito ese que impone a todos silencio y a todos nos tiene atontados delante de él. Se ha convertido en una necesidad de la vida.
Por eso, alguien le llamó con gran acierto “la fábrica del consenso social”. Es como nuestro libro de texto, nuestro nuevo catecismo, al fin todos terminamos diciendo: “lo ha dicho la televisión”, “lo ví en la televisión”. Ahora entiendo la oración de aquel niño que le pedía a Dios que lo “convirtiera en Televisor, porque así sus padres estarían más tiempo con él, le prestarían mucha más atención y le escucharían más”.
¡Qué pena que Jesús no sea un televisor! En el Evangelio de hoy, sale de la nube una voz misteriosa, la del Padre, que nos dice: “Este es mi Hijo el predilecto: escuchadle”.
La verdad es que, si en vez de decir “Este es mi Hijo predilecto”, nos hubiese dicho “este es mi Hijo el nuevo televisor de alta definición”, de seguro que le escucharíamos bastante más. Tendría muchos más hombres y mujeres viéndolo y escuchándolo. Y hasta es posible que terminásemos también nosotros diciendo “lo ha dicho el televisor de Dios”, “lo he visto en el televisor de Dios”.
No tenemos tiempo para escucharnos a nosotros mismos, pero sí para ver y escuchar a nuestro televisor.
No tenemos tiempo para escucharnos como esposos, pero sí para ver y escuchar a nuestro televisor.
No tenemos tiempo para escuchar a nuestros hijos, pero sí para ver y escuchar a nuestro televisor.
No tenemos tiempo para escuchar a nuestros ancianos, pero sí para ver y escuchar a nuestro televisor.
No tenemos tiempo para escuchar al hermano que sufre, pero sí para ver y escuchar a nuestro televisor.
No tenemos tiempo para escuchar a Jesús, pero sí para ver y escuchar a nuestro televisor.
No tenemos tiempo para escuchar a Dios en nuestro corazón, pero nos sobra tiempo para ver y escuchar a nuestro televisor.
No tenemos tiempo para escuchar la Palabra de Dios en el Evangelio, pero nos sobra tiempo para ver y escuchar a nuestro televisor.
Por eso nuestra conciencia “es más televisiva”, que fruto de escuchar la Palabra de Dios.
Nuestra conciencia “es más televisiva”, que fruto de escuchar a nuestros hermanos que sufren.
Nuestra conciencia “es más televisiva”, que fruto de escuchar a Dios que cada día nos habla y se nos revela.
El cristianismo no es la religión “del libro”, sino la “religión de la Palabra”.
Para Juan, el Evangelio comienza “en el principio era la Palabra”.
En el Antiguo Testamento la espiritualidad tenía como idea fuerte: “Escucha, Israel”.
Y ahora en el Tabor, volvemos a escuchar la voz del Padre: “Escuchadle”.
El Dios de nuestra fe, no es tanto el Dios que escribe, sino el “Dios que habla”. No es el Dios que “se hace libro”, sino que “se hace Palabra”. Y por eso la fe se convierte en escucha. Cristiano es el que escucha a Dios, su Palabra. Y esa Palabra es la que nos revela a Dios y es la que está llamada a formar nuestra conciencia, nuestros criterios y nuestra mentalidad.
Pero escuchar implica hacer silencio en el alma.
Escuchar implica crear espacios adecuados.
Escuchar implica regalarse un tiempo sin ruidos.
Y ese debiera ser nuestro quehacer cuaresmal. Escucharle a El.
Tenemos que escucharnos a nosotros mismos, pero sobre todo a El.
Tenemos que escuchar a los hombres, pero sobre todo a El.
Porque sólo El es nuestra verdad y la verdad de los hombres.
Oración
Señor: He escuchado ya mucho a los hombres.
Pero te he escuchado mucho menos a Ti.
Dame la capacidad de escucharte en lo que me dices en tu “Hijo el amado”.
Dame la capacidad de abrir el oído de mi corazón para escuchar lo que me dices.
Que cuando hable, no sea tanto de lo que yo pienso, sino de lo que he escuchado de Ti.
Que también yo pueda decir “Esto dice el Señor”.
Señor: He escuchado ya mucho a los hombres.
Pero te he escuchado mucho menos a Ti.
Dame la capacidad de escucharte en lo que me dices en tu “Hijo el amado”.
Dame la capacidad de abrir el oído de mi corazón para escuchar lo que me dices.
Que cuando hable, no sea tanto de lo que yo pienso, sino de lo que he escuchado de Ti.
Que también yo pueda decir “Esto dice el Señor”.
(Clemente Sobrado C.P.) www.iglesiaquecamina.com
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