Una de las dimensiones de la madurez es la de llegar a conocerse y sobre todo la de aceptar y asumir las propias limitaciones. Confiar no es tirar la toalla sino aceptarse y luchar por conseguir un fin.
Confiar no es lo mismo que ser estúpido, ni “pasar de todo” , ni dejarse llevar. Es resituarse en el planeta, saberse parte de un todo, renunciar a las caricaturas de uno mismo. Basta con echar una ojeada a la historia.
¿Qué fue de los reyes, emperadores, políticos, escritores y artistas más famosos? Se esfumaron. Incluso sus grandes obras se desvanecerán por la ley de entropía. Siempre, como al terminar las fiestas y ruedas de prensa, se apagan los focos y cesan los flashes. Y ¿qué queda? Queda ese otro tú detrás de ti.
Puedes en cierto modo ser dueño de tu vida, pero al final nadie domina y acabas por ser dominado por algo superior.
Aceptar no es resignarse, ni dejar de luchar contra las injusticias. Es ponerse en hora por dentro con un universo mayor. Al conectarnos con “el dentro”, esa zona de silencio que hay entre dos respiraciones, desconectamos de la cháchara mental que nos hace tanto daño y se abre nuestra conciencia directamente, no por razonamientos.
Eso queremos decir más o menos cuando los cristianos decimos: “En vos confío”, o “Hágase tu voluntad”. Nuestro hacer despierta a una luz mayor.
Creas o no en algo trascendente, al final el universo entero vive de rodillas. Por eso aceptarse es estar enamorado.
Confiar no es lo mismo que ser estúpido, ni “pasar de todo” , ni dejarse llevar. Es resituarse en el planeta, saberse parte de un todo, renunciar a las caricaturas de uno mismo. Basta con echar una ojeada a la historia.
¿Qué fue de los reyes, emperadores, políticos, escritores y artistas más famosos? Se esfumaron. Incluso sus grandes obras se desvanecerán por la ley de entropía. Siempre, como al terminar las fiestas y ruedas de prensa, se apagan los focos y cesan los flashes. Y ¿qué queda? Queda ese otro tú detrás de ti.
Puedes en cierto modo ser dueño de tu vida, pero al final nadie domina y acabas por ser dominado por algo superior.
Aceptar no es resignarse, ni dejar de luchar contra las injusticias. Es ponerse en hora por dentro con un universo mayor. Al conectarnos con “el dentro”, esa zona de silencio que hay entre dos respiraciones, desconectamos de la cháchara mental que nos hace tanto daño y se abre nuestra conciencia directamente, no por razonamientos.
Eso queremos decir más o menos cuando los cristianos decimos: “En vos confío”, o “Hágase tu voluntad”. Nuestro hacer despierta a una luz mayor.
Creas o no en algo trascendente, al final el universo entero vive de rodillas. Por eso aceptarse es estar enamorado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario