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sábado, 21 de marzo de 2009

Cuatro momentos para meditar el Evangelio: IV Domingo de Cuaresma - Ciclo B


I - EN LA OSCURIDAD SE HA DESCUBIERTO LA LUZ

1.- Muy queridos amigos:

¿Se acuerdan cuando hace precisamente cinco años surgía una fuerte polémica generada por el estreno de la película de La Pasión de Mel Gibson?

El día de hoy lo estaba recordando al realizar mi meditación sobre este hermoso texto del Evangelio de san Juan que nos refiere ese rasgo inefable del amor de Dios, y cómo ese amor llega a expresarse, más que explicarse, en ese ser levantado en lo alto el Hijo del Hombre para obsequiarnos la vida eterna.

Al respeto de Jesucristo en la Cruz, el escritor italiano Giovanni Papini, reconvertido al cristianismo cuando en el año 1920 estando al borde de la muerte un sacerdote le supo poner en sus manos un santo Cristo y decirle a aquel hombre que se quejaba de tener las manos vacías: “ahora las tienes llenas”, menciona en su obra titulada: La historia de Cristo: “El mundo tiene una gran cruz invisible, plantada en el centro de la tierra. Bajo esa cruz gigantesca, goteando sangre todavía, van a llorar y buscar fuerzas los crucificados en el alma”.

2.- El ser levantado en lo alto que le refiere el Señor a Nicodemo nos advierte sobre la Pasión que se avecina ya en la proximidad de quince días.

La Pasión vivida por nuestro Señor Jesucristo posee inevitablemente dos claves de lectura: la de aquellos que en el nombre de Dios condenaron por error al mismo Dios y la de Aquel que en la cruz se encuentra ante Dios en apariencia abandonado por Dios.

Por un lado, no tenemos que evitar la afirmación: Jesús, el Nazareno, fue asesinado tal y como lo predicaron los apóstoles (Hch 2,23) y, por el otro lado, en el amor que Él nos tiene y en un proyecto de amor del Dios Uno y Trino, fue El quien quiso dar la vida, ya que tiene poder para dar la vida y tiene poder para recuperarla (Jn 10, 17s).

Es posible que en los próximos días volvamos a ver la proyección de aquella película, por ello te invito para que hagamos las dos lecturas de tal manera que, al tener todos los elementos posibles, interpretemos aquel Misterio que en el viernes santo hizo su presentación en el Gólgota, más que el sólo pretender emitir un veredicto sobre una representación fílmica que puede o no ser de nuestro agrado.

3.- Las causas que tenían aquellos que determinaron la muerte de Jesús representaron en su tiempo un gran conflicto: Sócrates, el “inadaptado de la sociedad helénica” necesitó de setenta años para que su conflicto le llevara a la muerte. En el caso de Jesús existe una celeridad en el proceso y en la ejecutoria.

A pesar de la inevitable lectura teológica que pudo sufrir el relato de la Pasión de Cristo, existen cuatro puntos en los que la crítica histórica se siente segura: primero la muerte en la cruz, segundo la molestia que entre los saduceos (casta sacerdotal) generó su pretensión histórica de reconocerse Hijo de Dios, tercero la condena civil hecha por Poncio Pilato y cuarto el letrero en la cruz que pronunciaba el delito por el que era condenado.

Tácito dejó escrito en sus anales: "Cristo fue condenado al suplicio por Poncio Pilato, bajo el emperador Tiberio."

4.- La crucifixión, al parecer, se usó por primera vez como pena capital para los esclavos entre los Persas. El castigo consistía, en su inicio, en una gruesa estaca de la que pendía el cadáver o la cabeza del ejecutado, espectáculo atroz cuya finalidad era humillar al condenado y que se convirtiera en un elemento disuasivo para todo posible espectador.

Los griegos adoptaron el suplicio y le dieron un viraje político. Platón relata, al introducir el libro II de su REPUBLICA, el destino que un hombre justo podía esperar de los que querían mantener el poder: “El hombre justo será azotado, torturado y encarcelado, le sacarán los ojos y después de padecer toda clase de humillación será crucificado”.

El Imperio Romano lo conserva y le transformará: la crucifixión será para los esclavos, aunque hay vestigios que testifican la crucifixión de alborotadores. Al inicio se tortura al reo, dándole azotes para hacerle sangrar y debilitarle. El maltrato se gradualizaba conforme al delito cometido. Luego se obligaba al ajusticiado a cargar el travesaño o PATIBULUM hasta el lugar de la ejecución, en donde le esperaba el madero vertical llamado STIPES cortado para que embonara a tope con aquél. Los verdugos ataban entonces al condenado y, en el caso de la sedición lo clavaban. Solían colocar sobre la cabeza una inscripción para justificar la ejecución conforme al derecho romano.

El peso del cuerpo descansaba en un escabel que llamaban SUPPEDANEUM clavado en el STIPES. El castigo continuaba en las inclemencias del tiempo y la molestia de los insectos. Las mujeres israelitas les ofrecían un brebaje analgésico elaborado con vinagre. El final venía con el cansancio, al caer el cuerpo y con la asfixia que cortaba la existencia al bloquearse las vías respiratorias.

El historiador judío Flavio Josefo le llamó a la crucifixión “la más terrible de las muertes” (Gue. J. VII, 202.). Cicerón refiere que conforme al vigor de los ejecutados que no eran clavados, la agonía podía durar hasta 36 horas, de allí que los ejecutores apresuraran la muerte quebrando las piernas, razón por la cual los romanos también le llamaran a la crucifixión “piernas rotas” (Philippicae XIII, 12,27).

5.- Lo anteriormente descrito es lo que se contempló y lo que se vivió en la Galilea de aquellos años treintas de lo que ahora llamamos la era cristiana, y eso fue lo que se interpretó al ver al Mesías de Nazaret pendiendo del madero de la ignominia.

Los cuatro Evangelistas conservaron la realidad de la crucifixión. Y su interés al redactar un Evangelio se centró en explicar, a través de los datos recuperables para su narrativa, el porque aquella Vida terminó en la condena.

San Juan lo refiere así en labios del Sanedrín: “No te condenamos por ninguna de tus obras sino porque siendo hombre te haces a ti mismo Dios” (Jn 10,33).

San Mateo, quien ha escrito para cristianos provenientes del judaísmo, refiere el proceso religioso: habló contra el Templo, ha blasfemado al llamarse “Hijo de Dios”, lo cual le convirtió en "reo de muerte" (Lev 24,14ss).

San Lucas, al escribir para cristianos provenientes de la romanidad, conserva el proceso político: acusado de alborotador, prohibe pagar impuestos al Cesar, se proclama "Rey". Él refiere el recurso a Herodes, en una comprensión legal de los límites territorio-jurisdiccionales que el pueblo romano marcaba.

Lo señalado nos ayuda a juzgar la realidad o irrealidad en torno al factor humano. Pero, ¿qué podemos entender sobre el factor divino y aquel proyecto que se concretó aquel viernes santo en el Gólgota del mundo?

6.- Hoy el Evangelista san Juan nos ofrece una luz ineludible para la comprensión de la visión divina de aquel momento: “Tanto amo Dios al mundo que nos envió a su único Hijo para que todo el que crea en Él no se pierda sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar...”

Decía, con toda razón, Maillot, que Dios Padre nos había dado en Jesús todo y lo mejor: “Dios no tiene otro Hijo de reserva... se trata del Único Hijo. En Cristo Dios, se ha despojado, se ha arruinado a favor de los hombres”.

7.- Jesús al ser levantado en lo alto será erguido como Rey, pero “no de este mundo”. Su reinado se asienta en un desconcertante trono. Da miedo decir que el trono de este Rey es la cruz. La horca, la guillotina, el fusilamiento, la silla eléctrica, la inyección letal,...eso significaba entonces la cruz, y desde ella Jesús se proclama Rey y atrae a todos hacia Él. Su ejército son sus palabras firmes y su poder es la defensa de la verdad.

En la cruz la Palabra articulada se hizo Palabra inmolada. Cristo manifiesta el amor de Dios al mundo hasta el grito inarticulado en el que todo se atestigua. Todo lo que era incomunicable, se expresa con los brazos extendidos, el cuerpo desangrado y el corazón atravesado por la lanza.

La Cruz es la debilidad desconcertante del poder divino, en donde Dios ha extendido sus brazos no para condenar sino para abarcar en un sólo abrazo a todos los hombres.

8.- Es aquí en donde podremos tener el mejor criterio para volver a ver una película tan fuerte como lo es la de “La Pasión” de Mel Gibson.

En la realidad, la muerte de nuestro Señor Jesucristo fue una consecuencia tanto de su obrar y predicar como de la oposición a su obrar y predicar. Pero no será ésta la última Palabra, y Nicodemo lo debe comprender. La resurrección será el sí del Padre pronunciado a lo que la cruz nos ha anunciado, y este momento no merecía dos raquíticos minutos en la película que te he mencionado.

Resulta comprensible, no obstante, el conflicto que vivió el pueblo judío con la trama de la representación fílmica, aunque la presentación histórica no debe ser ignorada. Desde la comprensión de la revelación, tanto el pueblo hebreo como el cristiano contemplamos los vínculos entre nuestros miembros como lazos vitales que crean una comunidad superante de las coordenadas del espacio y del tiempo. Esta es la razón por la cual el Papa Juan Pablo II tuvo valor para pedir perdón por pecados que son parte de nuestro pasado eclesial.

No obstante, hay dos excesos que no están permitidos: ni acusar a los judíos actuales de algo que aconteció en el pasado ni exonerar al Sanedrín de aquel entonces de la historia que se vivió en el viernes santo. La película nos recuerda el amor que Dios nos tiene y que hoy hemos escuchado en nuestros templos.

Se trata de esa luz que ha brillado en la oscuridad de aquella noche en la que Nicodemo estaba buscando a Jesús para hablar con Él.




II - LA CRUZ ES LA EXALTACIÓN.

“En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

1.- Muy queridos amigos:

La imagen de la serpiente levantada por Moisés en el desierto, como un símbolo de salvación para los hombres, referida este día por Jesucristo, es una clara alusión a su muerte en la cruz, principio del desenlace de ésta nuestra cuaresma litúrgica.

La cruz es la manifestación expresa del amor que Dios nos ha tenido. Expresión que nos habla de un Dios que rechaza la muerte y el sacrificio del hombre, y que a cambio de ello nos ha ofrecido su propio sacrificio cruzando el límite de la misma muerte.

Lo anterior, debe hacernos entender, sobre todo en este año que nos encontró con la guerra, en la franja de Gaza, entre Israel y el grupo Hamas, que una guerra en el nombre de Dios es la peor de las aberraciones. Puesto que, para que se evitaran las violencias, los cristianos conocemos que Dios mismo experimentó la violencia; y para que no fuere necesario derramar la sangre del hombre, Dios quiso derramar su propia sangre, en su propia humanidad asumida desde el primer momento de la encarnación de su Hijo muy amado, por obra y gracia del Espíritu Santo en el vientre inmaculado de la Virgen María.

Este domingo te quiero invitar, para que dirijamos nuestra mirada hacia la cruz de Jesucristo, que ha sido levantada en lo alto para que así pueda iluminar esta cuaresma cristiana, vivida en la lamentación, por estar enmarcada en el más aberrante egoísmo del hombre que también ha suscitado una crisis de alcances planetarios.

2.- La cruz ha sido y es considerada el símbolo religioso más característico del cristianismo, incluso es el signo específico de nuestra religión. Este símbolo, contradictorio por sus orígenes históricos, ha sido asimilado en la historia y se ha contemplado en él todo el contenido de la salvación revelada plenamente en Jesucristo. Se trata del signo que permite accesar inmediatamente a nuestra mente cada una de las dimensiones del amor que Dios nos ha tenido.

Así pues, la cruz, que en el principio fue un instrumento de castigo, se convierte en instrumento de redención, y se ha transformado en uno de los términos esenciales que nos son útiles para así evocar nuestra salvación.

No existe nada tan sensato como la locura de esta cruz y nada tan fuerte como el amor expresado en esta aparente debilidad divina.

3.- Y la verdad es que provoca tristeza auténtica, el descubrir que los cristianos vayamos renunciando al rostro claro del amor que Dios nos tiene. Me parece lamentable que andemos en el recorrido de nuestra vida como si fuéramos limosneando un poco de cariño tras residuos de frugales migajas, en tantas creencias equivocadas e inseguridades erróneas, mientras que en Cristo poseemos el abundante banquete de la verdad y de la vida.

¡Qué triste que, habiendo echado al saco del olvido la grandeza de nuestra fe, vayamos suplicando una serie de esperanzas vacías en otros lugares! Es verdaderamente lamentable el que, como lo decía Jeremías, hayamos dejado el manantial del agua viva y ahora andemos en búsqueda de esas cisternas agrietadas o, lo que es peor, de esos recipientes que poseen aguas estancadas, y muchas veces hasta pestilentes.

4.- Ustedes no me lo van a creer pero existió en el siglo XVII un hombre que se llamó Cornelio Jansenio, el cual se separó del catolicismo, y que afirmaba rotundamente que Cristo había venido al mundo por la salvación de unos cuantos elegidos.¿A quién me recuerda esto? ¿A quién me recuerda esto?...

Afirmaba Jansenio que Jesucristo solamente había venido al mundo por los hombres buenos, ¡¡por supuesto que él estaba dentro de los hombres buenos!! Oye, ¡qué extraño pensamiento de alguien que se quería llamar cristiano y que olvidaba que Cristo vino al mundo para salvar y no para condenar! Se le olvidaba (como a tantas gentes en nuestros días) que el Señor Jesús vino al mundo como el divino médico, no por los sanos sino por los enfermos, que vino al mundo no por los justos sino por los pecadores. No ha venido a condenar sino a salvar.

Resulta repugnante para cualquier cristiano serio, el que sigan predicando por las calles algunas gentes que repiten un mensaje atrofiado pero que se han memorizado desde hace muchos años, muy distante del Evangelio de este domingo ya que predican ellos que: Dios Padre había sido ofendido por el hombre y que esa ofensa adquirió matices de inmensidad por razón de aquel que fue ofendido. De tal manera que esa ofensa no podía ser saldada por un hombre ni tan siquiera por un ángel, sino que tenía que venir el Hijo de Dios a hacerse hombre para saldar esa ofensa contra el Padre Eterno.

5.- ¡Qué extraño pensamiento de esos que ignoran el mensaje de Jesucristo en el Evangelio de san Juan y que en esa predicación distorsionada presentan al Padre Eterno como si fuese alguien infantilmente caprichoso y vengativo, como si fuese alguien que pareciera negarse a dar el perdón! Se les olvida el texto del Evangelio que hemos escuchado y en el cual tan claramente se nos habla del amor del Padre. ¡Están despojando al Evangelista san Juan del centro de su mensaje! El Padre ha amado tanto al hombre que le dio a su Hijo amado no para condenar al mundo sino para perdonarlo.

¡Que mensajes tan distintos y tan distantes de lo que el Evangelio hoy felizmente nos anuncia! ¡Qué raro que el día de hoy siga habiendo hombres atemorizantes y atemorizados por mensajes de condena y de coacción espiritual y que se renuncie a recordar que Dios es ante todo Padre! ¡Qué extraña actitud la del hombre que prefiere el mensaje de un Dios vindicativo que castiga, en lugar de contemplar el rostro de un Padre que ama y, que la prueba del amor que nos tiene, es precisamente su Hijo a quien ha enviado a la tierra!

En Cristo, conforme lo ha expresado Dios a través del apóstol san Pablo, hemos conocido las dimensiones de la anchura y de la longitud, de la altura y de la profundidad del amor más puro que existe.

6.- ¿A qué nos invita la Palabra de Dios el día de hoy?

Este es el contenido cristiano, no el del mensaje de una guerra en el nombre de Dios. ¡Pidámosle a Dios que nuestra humanidad viva su Pascua de transformación!

¿Cómo y con qué derecho podríamos silenciar el contenido de la Revelación que se ha manifestado en forma tan bella en el Evangelio de San Juan? “ Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17).

La serpiente de bronce, que fue signo de salvación para el pueblo hebreo, ha sido superada en supremacía por aquel que siendo levantado en lo alto atrae a todos los hombres hacia sí mismo.

La cruz no es, en manera alguna, una humillación que será seguida por la exaltación, sino el principio de la glorificación. La “exaltación” de Jesús en la cruz concede a los creyentes la vida de Dios, puesto que Cristo exaltado en la cruz “atraerá a todos hacia sí mismo”.

La hora de la glorificación del Hijo Eterno del Padre, nos podrá hacer entender cómo es que San Juan ha favorecido en sus escritos la comparación de la cruz con el árbol de la vida.

En el libro del Génesis se nos relataba como Dios había colocado en el jardín del Edén el árbol de la Vida, cuyo fruto comunicaba el don de la inmortalidad. Ante el conocido fracaso del primer hombre y de sus pretensiones, el Evangelista san Juan, nos muestra a Jesucristo desde el árbol de la cruz, como aquel que ha dado vida en plenitud a la nueva humanidad, y lo ha hecho al entregar su espíritu y haciendo que de su costado manara sangre y agua. Ahora desde la cruz se ha abierto el camino que conduce al paraíso hallado, y nosotros podremos comer de los frutos de la cruz, verdadero árbol de la vida. El antiguo signo de maldición se ha convertido ahora en el árbol de la vida en plenitud.

7.- Es Cristo, el Rey de la Paz, que en la cruz ha vencido con la mansedumbre y con su propia vida, la violencia de Caín y la de todos los hombres.

La alternativa de Cristo no es pues la opción de la violencia, ni la oportunidad de la venganza, no es ni una opción por el odio ni el mensaje del rencor. La alternativa de Cristo es la del mensaje del amor y la proclamación de la entrega. El cristiano verdadero es aquel que debe ser capaz de descubrir esperanza aún en la desesperanza.

La alternativa de Cristo es la que nos ha transformado a nosotros, y la que puede transformar al mundo, pero para ello debemos mostrarnos transformados.

8.- Y así comprendemos que el amor no es tan solo una definición, sino que el amor es el distintivo fundamental de la enseñanza de Cristo y de la vida del cristiano, como nos lo ha recordado el Papa Benedicto XVI en su carta-encíclica “Deus est caritas”. El amor cristiano – es decir, el amor a Dios y el amor a nuestro prójimo- es el que ennoblece y el que enriquece siempre al hombre. El amor es aquel que hace que tú y yo, y cualquier persona, nos parezcamos un poco más a Dios.

Pero se trata de amar a Dios y de amar al prójimo. Dios no quiere el don de mi amor para Él en su altar sin el don del amor a mi prójimo en la vida diaria. Alguien podría preguntarnos acerca del costo del ser cristianos y la respuesta inmediata tendría que ser: el amor es el precio.

Y es que el amar al hermano es la proyección del Amor que le ofrcemos a Dios. Al Padre se le ama en los hijos. ¿No es así?... Y no obstante, nuestro tiempo nos muestra el rostro de una rara especie de místicos, tanto en la Iglesia Católica, como en aquellos que nos decimos cristianos, y así en el pueblo judío y también entre el pueblo musulmán: Las Personas que hacen la guerra en el nombre de Dios.

Ser cristiano significa amar a Dios y amar al prójimo en un acto indistinto que empieza en nuestra misma casa y que se proyecta a cada momento de nuestro existir. Ser cristiano significa amar a Dios y amar al prójimo a pesar de nuestros cansancios y desalientos. Amar es el único costo de ser cristiano.

Si fuéramos congruentes, coincidiríamos con la forma en que cristianamente lo llegó a pensar la Beata Madre Teresa de Calcuta: “El vestido del amor lleva una orla que se arrastra por el polvo, y barre la suciedad de las calles y caminos, y puesto que puede, debe hacerlo.”




III - LA CONDENA DE LOS QUE CONDENAN.

Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en Él no será condenado: pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.

1.- Apreciables y gentiles amigos:

La Palabra de Dios debe extenderse a todas las naciones; se concentra en Jesucristo, pero esto en orden a su universalización. La obra salvadora que el Señor nos ha traído tiene como destinatario a todo el mundo tal y como nos lo señala el Evangelio.

La Buena Nueva debe predicarse a toda creatura. La Iglesia será infiel a la Palabra de Dios, en el momento en que olvide las dimensiones de universalidad que se contienen en el mensaje de la salvación.

La Iglesia no puede olvidar que, lejos de ser una dueña caprichosa y en ocasiones hasta perezosa, es sierva, guardiana y es intérprete de la Palabra que Dios nos ha enviado y, por la cual ha sido engendrada (1Cor 4,15).

Todos nosotros, los cristianos de la actualidad creemos sin haber oído, visto ni contemplado al Dios vivo. Nuestra fe ha nacido gracias al testimonio apostólico (1Jn 1,3; 4,14-15; Jn 17,20; 19,35) y a la fe en ese testimonio, que se ha seguido manifestando en los sucesores de los Apóstoles. Reconocemos en ellos las mociones del Espíritu Santo (Jn 15,26; 16,7-15).

2.- ¿Cómo y con qué derecho podríamos silenciar el contenido de la Revelación que se ha manifestado en forma tan bella en el Evangelio de San Juan? “ Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17).

¿Cómo borrar las palabras que le escribe San Pablo al Obispo de Éfeso, que ya desde ése entonces, junto con Tito y otros Obispos, sucedían en sus funciones a los Apóstoles de Jesucristo, quienes ya habían entregado su vida en el testimonio de la fe? “Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad”. (1Tim 2,3-4).

Resulta claro, en algunos que se dicen cristianos, la poca comprensión que se tiene del mensaje de Jesucristo, al querer reducir el Reino de Dios a un pequeño grupo de predestinados. ¡Nada hay más aberrante que esto! Su Santidad Juan Pablo II nos hablaba de aquellos que no han escuchado adecuadamente el mensaje cristiano y con ello reitera, en congruencia con el Evangelio de Jesucristo, la doctrina ya expuesta en el Decreto de la Nostra Aetateen su número 2, así como en el número 21 de la Dominus Jesus: “Ellos se salvarán por caminos que sólo Dios conoce.”

Resulta doloroso para nosotros el que por nuestro mensaje inadecuado, quizá más que por las palabras por nuestrtas actitudes, haya personas que no quieran recibir los beneficios de Jesucristo. Ante los hombres que defienden sus proposiciones, debemos ser muy respetuosos, pero sin olvidar que en Jesucristo hemos conocido no proposiciones humanas sino la Verdad Divina. Las verdades del Reino se aceptan con libertad y nunca a la fuerza. “Aquél que te creó sin ti, no te salvará sin ti” decía ya San Agustín a los cristianos del siglo V.

Y en esto de la obra de Cristo, y lo que debe ser el obrar del cristiano, la cruz tiene un lugar muy especial. Es por ello que debemos continuar nuestra reflexión sobre la cruz, auténtico árbol de la vida.

3.- La cruz conserva toda una carga de significación en el pensamiento cristiano: se trata del memorial de la Pasión de Jesucristo y de nuestra redención, es símbolo de la inmolación espiritual del cristiano, es signo de penitencia y de unión a los padecimientos de Cristo, es signo del sacrificio y de la propia entrega de la vida. Lo anterior le podrá hacer entender, a cualquier hombre, el porque la Iglesia contempla la cruz de Cristo, como signo de bendición y la propone como camino de espiritualidad en la fiesta de la Santa Cruz.: “ Sólo tú has sido exaltado por encima de todos los cedros; de ti estuvo suspendida la vida del mundo; en ti triunfó Cristo; en ti venció la muerte a la muerte para siempre”.

4.- La cruz nos recuerda el corazón abierto, en donde se derrama lo último de la sustancia de Jesús: sangre y agua, se trata de los sacramentos de la Iglesia. De la misma manera en que la primera mujer nació del costado del primer hombre dormido, ahora el Dios que se ha hecho hombre, quiere que en su dormición terrena pueda salir de su costado la nueva humanidad. La Iglesia tiene su origen en la cruz.

Los cristianos hemos encontrado en la imagen de la Santa Cruz, un camino por el cual transitamos en la vida diaria.

Los cristianos hemos comprendido que debemos adquirir los mismos rasgos de Jesucristo, tanto en nuestras acciones como en nuestros sentimientos. Sólo al configurarnos con Cristo habremos dejado atrás al hombre viejo y nos habremos revestido del hombre nuevo. Sabemos que Jesús es el camino verdadero para recorrer en la vida y que la cruz no es sólo un distintivo sino un proyecto de vida.

La cruz es un verdadero signo de bendición que nos enorgullece. Es posible que en los inicios de la Iglesia, como lo refiere el mismo san Pablo, los círculos en los que se movían los cristianos se mofaran al contemplar la Cruz. En nuestro tiempo, es posible que no exista alguien que se ría de la cruz al contemplarla físicamente, pero sí se ríen de su significado y de todo aquello a lo que nos invita.

5.- La cruz de Cristo es el signo del misterio de la salvación. Se trata de una economía que al llegar a su plenitud nos muestra a los grandes personajes del Antiguo Testamento, como si fueran aquellos generales de guerra que conocían tan solo parcialmente la estrategia a realizar. Hoy el Señor nos ha revelado el mensaje oculto en la serpiente que levantó Moisés en el desierto. El sentido pleno de la revelación se ha conocido en aquel que es la Palabra y que es el Hijo Único del Padre. Una vez que se ha consumado la victoria de Dios, hemos conocido todo el MISTERIO. Se trata del misterio del amor que Dios nos tiene y que le tiene a todo el mundo.

La Cruz conserva toda una carga de ejemplaridad para todos nosotros, el discípulo sabe que nunca será superior a su Maestro, y que debe aprender a reproducir todo aquello que su Maestro le ha dejado como ejemplo, incluyendo el cargar la cruz como camino de vida.

Que la cruz es solidaridad, es algo que la Iglesia ha visto desde siempre en la forma misma de la cruz: expansión hacia todas las dimensiones del mundo, brazos abiertos que quieren abrazarlo todo. El llevar una cruz el cristiano o tenerla en sus espacios de vida será un recuerdo constante de que el cristiano debe aprender a abrazar, al igual que su Maestro, a todos los hombres.

6.- Queridos amigos:

Alguien dice que lo que vive en su vida ya le tocaba y que tiene que soportar a aquellos que son su cruz… La cruz no está hecha para soportarse sino para tomarse. El dolor, que acompaña tantas veces la vida de todo hombre y de cualquier cristiano, puede ser un medio que Dios le envía para ejercitar y robustecer sus virtudes y para unirse a los padecimientos de Cristo Redentor. La cruz cuando se acepta nos produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada o con una íntima rebeldía que sale enseguida al exterior en forma de tristeza, de amargura, de desazón o hasta de malhumor.

La cruz es, pues, para el cristiano una invitación a ejercitarse en las virtudes. Se trata de cultivar las que no se tienen y de crecer en aquellas que se poseen.

El cristiano debe ser consciente de que la cruz del Señor Jesús le espera cada día de la vida. Dificultades, enfermedades, desastres económicos y naturales, la muerte de un ser querido, contrariedades, imprevistos, infortunios, incertidumbres, incomprensiones. Diría San Francisco de Sales que nunca se ha sabido de qué madera se hizo la cruz de Cristo, porque en realidad la cruz está hecha de todos los tipos de madera que te puedas imaginar. Démonos cuenta de que todo tipo de situaciones pueden contribuir a la santificación del cristiano.

7.- El contemplar la imagen de la cruz nos llevará a asumir nuevas actitudes en nuestra vida. La cruz nos debe recordar aquello que creemos: el sufrimiento es redentor.

Si lo que creemos es verdad, si nuestro sufrimiento puede ser redentor, si cada una de nuestras lágrimas cuenta, entonces nos daremos cuenta de una verdad: ¡cuántos sufrimientos se han perdidos! Porque sólo tiene valor de redención lo que se ofrece y se sufre en unión de Jesús crucificado. ¡Y qué pocos lo sabemos! Nuestro dolor, en sobradas ocasiones, no produce más que los peores frutos: cólera, rebeldía, odio, desesperación, desconfianza, molestia y hasta blasfemia. Y es que así razonamos las personas cuando no miramos a la Cruz de Cristo.

La estación de la cruz puede ser crucial para así roer el hueso duro del dolor, del sufrimiento, en todas sus dimensiones. Porque ninguna filosofía ni ciencia ni ideología ni humanismo ni religión son capaces de explicar la presencia del mal en la vida humana y en el mundo. Se trata de un enigma humano que sólo se ilumina con la Cruz de Cristo.

8.- El hombre rebelde ante el mal llega a acusar a Dios y a dudar de Él. El cristiano también interroga a Dios, pero, al contemplar la Cruz, no puede olvidar que el Hijo de Dios fue torturado en el Monte Gólgota por los hombres que le acusaron y que le hicieron morir.

El hombre rebelde no puede soportar la idea de que Dios sea el responsable del mal injusto. Pero el cristiano no olvida que el Hijo de Dios se puso voluntariamente del lado de las víctimas inocentes que sufren injusticias, y no de parte de los asesinos.

El hombre rebelde se niega a aceptar la imagen de un Dios impotente o que haya soportado la maldad humana, y termina, tarde o temprano, por negar a Dios. El cristiano se atreve a reconocer, en ese hombre tan lleno de bondad y de poder, que fue capaz de aceptar el suplicio de la cruz, el rostro mismo de Dios.

9.- ¡Pidámosle a Dios que este año tengamos una Pascua de vida verdadera para la humanidad! Pidamos que en nuestra ciudad, en nuestro Estado, en nuestro País y en el mundo entero que ya no se derrame la sangre inocente, puesto que Dios ha querido derramar la suya propia con el fin de salvarnos a todos los hombres. Solamente en la cruz la condenación ha sido condenada para siempre.



IV - LA CRUZ EN EL CENTRO.

La causa de la condenación es esta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

1.- Muy queridos amigos:

Cuando estudiaba el segundo año de la filosofía leía, o mejor dicho estudiaba entre otros libros, el libro de las Congesiones de san Agustín, y recuerdo que al igual como lo hacía con otros libros ponía una serie de escaños en la orilla del mismo cuando alguna expresión me resultaba incomprensible, o con la cual no estaba totalmente de acuerdo.

Fue así que al leer el capítulo séptimo de la Confesiones puse una interrogación al margen cuando san Agustín nos hablaba de su segunda conversión. Un servidor no consideraba que pudiera existir una segunda conversión, ya que la conversión se da una sola vez en la vida y aunque la llamamos conversión a otros momentos, en realidad consideraba que en algunos momentos nos alejamos y regresamos, o se debilita nuestra vida y se vuelve a fortalecer.

Hoy, ha pasado el tiempo, y considero que mi propia vida me ha ofrecido la más excelente oportunidad como para experimentar aquello que san Agustín ha llamado su segunda conversión. El refiere que la primera conversión le hizo hombre religioso, y que la segunda le hizo cristiano… Hablemos en este momento sobre esto.

2.- Es importante recordar que la pasión de Jesús es más que un drama sangriento, más que una anécdota terrible. En la cruz, por de pronto, gira la visión del hombre y se trastorna el rostro que atribuimos a Dios.

Si preguntamos a los contemporáneos de Jesús qué es para ellos un hombre grande, la respuesta es muy simple: un verdadero hombre es el que vive una existencia de grandeza, el que vive y muere noble y heroicamente, el que desconoce la vulgaridad de la vida, el que está conducido por una voluntad de poder, de gloria y magnificencia. Estos y sólo éstos son hombres. Al lado está una sub-existencia propia de esclavos, vulgar, mediocre, ensuciada por el dolor, con una muerte insignificante. Estos hombres no son parte de la realidad, no pertenecen a la humanidad propiamente dicha, son sus detractores.

Pero al acercarnos a la vida y muerte de Jesús nos encontramos con que él asume esta segunda vida sin grandeza y no parece tener interés alguno en salirse de ella. Su pobreza es la pobreza de los pobres, no la de un Sócrates filosófico o la de un asceta hierático. Sus amigos son gente sin personalidad. Su vida carece de todo brillo: ni sus compañeros le entienden, sus propios adversarios le valoran poco, el fracaso se cierne constantemente sobre su obra.

3.- Pero es, sobre todo, su muerte la que carece de la «grandeza» de los héroes. Sócrates tiene una muerte brillante: es el filósofo que se sacrifica por su idea al dársele a beber la cicuta. César consiguió una muerte heroica: cayó bajo los puñales de sus amigos. ¡Qué muertes más distintas de la de este Jesús cubierto de salivazos, burlado por los soldados, condenado a muerte sin que quede muy clara la causa, traído y llevado a tribunales que le desprecian y no saben muy bien cómo quitárselo de en medio, crucificado entre dos ladrones y con la soledad de los amigos que le abandonan, despojado de su vestido de fiesta, privado del derecho a morir con pudor y dignidad para convertirse en un espectáculo para los hombres y los ángeles! No hay honor en su muerte, que parece tener más de vergonzosa que de soberana.

Por mucho que los cristianos tratemos de embellecer su muerte nunca lograremos arrancarla del patíbulo infame. Es cierto: “la pasión y muerte de Jesús” -como dice Romano Guardini- “son, desde un punto de vista humano, torturantes y difíciles de soportar”.

Y nos obligan a preguntarnos si la verdadera grandeza del hombre no consistirá precisamente ni en la grandeza, ni en el heroísmo, ni en el brillo ni en el esplendor, ni en el poder. Ser hombre debe de ser otra cosa. Morir lleno debe de ser otro modo de morir. Los verdaderos valores del hombre tienen que ser forzosamente otros. La pasión de Jesús tendrá que descubrírnoslo.

4.- Pero si la cruz nos cambia el concepto del hombre auténticamente grande, mucho mas nos cambia el concepto de Dios.

El Dios de todas las religiones es el Dios del poder, de la omnipotencia. El Dios de Sócrates es la sublimidad del pensamiento supremo. El Dios de los hindúes es el gran universo que teje todas las existencias individuales. El mismo Dios del antiguo testamento es el Señor de los ejércitos, el hacedor de los milagros.

Pero el Dios que vamos a encontrar en la cruz es bien diferente. Como dice Hans Ur von Balthasar, “al servir y lavar los pies a su criatura, Dios se revela en lo más propio de su divinidad y da a conocer los más hondo de su gloria”.

En realidad desde su nacimiento las cosas llevaron ese mismo tono: nació como menesteroso, y mantuvo ese escenario toda su vida. Lo dirá Ernest Bloch, el teórico comunista: “Un cuadro como ese no lo inventa uno ni mucho menos lo sostiene”.

Su menesterosidad se repetirá al pedir panes prestados para multiplicarlos, una barca para predicar, un cenáculo para celebrar la pascua y para instituir el sacramento de la Sagrada Eucaristía, un borrico prestado para que en él entrara y se cumpliera el anuncio de Zacarías 9,9 y así al morir se tendrá que pedir un sepulcro prestado para que en él descanse el dueño de todo y de todos.

5.- No es ya un Dios de poder, es un Dios de amor, un Dios de servicio. Es un Dios que baja y desciende y así muestra su verdadera grandeza. Deja de ser primariamente absoluto poder, para mostrarse como absoluto amor. Su verdadera soberanía se muestra en el no aferrarse a lo propio, sino en el dejarlo. Crece entregándose. Por eso el hombre puede amarle, más que adorarle únicamente. Como escribe el pacifista Emile-August Chartier conocido como Alain: “Se dice que Dios es omnipotencia. Pero a la omnipotencia no se la ama. Y así el poderoso es el más pobre de todos. Sólo se ama la debilidad”.

Porque, como lo recuerda Dietrich Bonhoeffer: “Cristo nos ayuda no con su omnipotencia, sino con su debilidad y sus sufrimientos”.

¡Qué ingenuos somos al creer que Dios creció en su encarnación! “La encamación” -como dice san Cirilo de Jerusalén- “no es un incremento, sino un vaciamiento”. Y es la cruz quien nos va a mostrar verdaderamente ese rebajarse de Dios, esa kénosis de la que tanto hablan los padres griegos. Oigamos sus palabras por medio de Orígenes:“No hay por qué tener miedo a decir que la bondad de Cristo aparece mayor, más divina y realmente conforme a la imagen del Padre, cuando se humilla obediente hasta la muerte y muerte de cruz, que se hubiera tenido por bien indeclinable el ser igual a Dios y se hubiera negado a hacerse siervo por la salvación del mundo”. De san Juan Crisóstomo: “Nada hay tan sublime como el que Dios derramara su sangre por nosotros” De san Gregorio de Nisa: “Prueba mucho más patente de su poder que la magnitud de sus milagros es el que la naturaleza omnipotente fuera capaz de descender hasta la bajura. La altura brilla en la bajura, sin que por ello quede la altura rebajada”. Y se san Atanasio: “No vino a más, sino que, siendo Dios, tomó la condición de siervo, y, al hacerlo, lejos de venir a más, se puso por los suelos”.

6.- La cruz nos descubrirá así al verdadero Dios: al Dios humilde. Y humilde en el sentido más radical de la palabra: el grande que se inclina ante el débil, el todopoderoso que valora lo pequeño no porque reconozca que «también lo pequeño tiene su valor», sino que lo valora «precisamente porque es pequeño».

Por todo esto debemos afirmar que la cruz de Cristo es «revolucionaria», porque está llamada a cambiar nuestros conceptos, nuestras ideas sobre la realidad. A cambiar, sobre todo, nuestra vida.

Porque -y este es el mensaje del Evangelio en este domingo- desde la cruz Jesús no nos dice: miren cuánto sufro, admirenme, sino miren lo que yo he hecho por vuestro amor, tomen su cruz, síganme. Jesús no murió para despertar nuestras emociones, sino para salvarnos, para invitarnos a una nueva y distinta manera de vivir. Una cruz que no conduce al seguimiento es cualquier cosa menos la Cruz de Cristo.

7.- Por eso acercarse a la cruz es arriesgado y exigente. Y es que la cruz invita a la «segunda conversión». Como te decía que le sucedió a san Agustín: primero se convirtió al Dios único y bueno y se convirtió en un buen hombre religioso. Y, después, en su segunda conversión se convirtió al Dios crucificado. Porque después de descubrir a Dios amable, bondadoso, paciente, misericordioso aún no era cristiano. Sólo cuando Dios se hizo concreto para él en el Crucificado descubrió que “todo el fulgor del mundo redimido brota de la sedienta raíz del Dios paciente”. Y es Cristo desde la cruz el que atrae a todos hacia sí mismo

Jesús lo dijo bien tajantemente con una de sus características más típicas: los líderes (políticos, humanos) que buscan seguidores les muestran un horizonte de éxitos y les ocultan, o minimizan, las dificultades que encontrarán por el camino. Cristo, por el contrario, apenas habla de su resurrección y, cuando lo hace, como en la transfiguración hace dos semanas, lo hace casi a escondidas, como sigilosamente. En cambio deja bien claro el dolor que tendrán que pasar sus seguidores para llegar al triunfo.

8.- Sus órdenes a los suyos son tajantes en este sentido: Si alguno quiere venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y que me siga (Mt 16,24). Y esto no se lo pide sólo a sus discípulos y elegidos. El evangelista tiene buen cuidado de recordar que esta frase fue pronunciada para la multitud junto con los discípulos (Mc 8,34). Y Mateo lo dirá más tajantemente: Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.

Todos los cristianos auténticos lo han entendido así. “Hay que seguir desnudos al Cristo desnudo”, clamaba san Jerónimo. Y, en nuestro tiempo, ese gran enamorado de la cruz como lo fue Charles de Foucauld no quería que en sus comidas le sirviesen vino, no por hacer una mortificación, sino porque quería ver siempre, gracias a la transparencia del agua, los instrumentos de la pasión que había dibujado en el fondo de su vaso.

Inventarse, pues, un cristianismo light, debilitado, descafeinado, descrucificado, es ignorarlo todo sobre la persona de Cristo. Y no es esto una invitación a la tristeza. La verdadera cruz le habla al creyente mucho más de amor que de dolor, o, en todo caso, de ese dolor que surge del verdadero amor.

El signo de la cruz no es un adorno, pero tampoco un estorbo. La cruz es una bendición. San Agustín lo dijo hermosamente: “Los hombres signados con la cruz pertenecen ya a la gran casa”.

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