«¿Tú también quieres ver a Jesús en la transfiguración que tiene lugar únicamente ante quienes escalan solos y retirados con él, la alta montaña? Entonces, medita esto con atención: es verdad que el Jesús de los evangelios es conocido por todos aquellos que son incapaces de trepar la alta montaña, de escalarla con su acciones o con sus pensamientos, pero es entonces conocido de modo general, “según la carne”, podríamos decir. Por el contrario, todos aquellos que escalan la montaña, no conocen a Jesús “según la carne”: los evangelios le muestran entonces como objeto de teología, le proponen para ser contemplado “en su forma de Dios”...Además, no es solamente la persona de Jesús la que se transfigura ante los discípulos que condujo aparte con él a la alta montaña, ni su transfiguración consistió exclusivamente en que su cara se volviese brillante como el sol; sus vestiduras también se volvieron resplandecientes como la luz. Ahora bien, las vestiduras de Jesús son las Escrituras y la letra de los evangelios de que está revestido. También los escritos de los apóstoles, donde exponen la verdad acerca de Jesús, son vestiduras de Jesús que, para quienes han escalado la montaña con él están dotados de una blancura deslumbradora... Así, pues, si en tu caminar te encuentras con un hombre que sea capaz, no sólo de hacer teología sobre Jesús, sino también de esclarecer todos los textos evangélicos, no dudes en decirle: un hombre tal ve que las vestiduras de Jesús resplandecen como la luz»(1) .
MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN
Los amantes de la música clásica, tal vez hayan escuchado un hermoso poema sinfónico titulado: “Muerte y transfiguración”. En esta partitura, el autor se identifica con el drama de un artista, que recién durante su agonía y a última hora, alcanza a percibir la realización del ideal por el que había luchado toda su vida.
Esto puede ayudarnos, salvando distancias, a meditar en el misterio de la Transfiguración del Señor; sin olvidarnos que los misterios son más para ser contemplados que para ser penetrados.
Jesús, no les ocultó a sus discípulos el anuncio de la cruz; que asumió hasta las últimas consecuencias. Pero quiso en un cuarto intermedio, transmitirles un mensaje de consuelo; es decir, garantizarles que el fin no sería la cruz sino la luz. Avanzada del triunfo de Jesús sobre la muerte, y promesa de resurrección para los que aún peregrinamos.
Nosotros en el camino de la vida hemos tenido chispazos de luz o nos hemos sentido iluminados por personas que se nos han cruzado en diversas circunstancias. Ellas se convirtieron en mojones preferenciales de nuestra historia.
Cuentan que un joven novicio fue a visitar a un viejo monje para preguntarle qué debía hacer para progresar en la virtud. El anciano le habló largamente de las exigencias y sacrificios que tendría que asumir.
El novicio estuvo conforme con el desafío, pero le pidió un signo que lo motivara y le asegurara que valía la pena jugarse la vida. El monje, poniéndose de pie, y guardando silencio, abrió sus brazos en cruz, y abrazando el horizonte, se fue convirtiendo en una antorcha de fuego, radiante de luz. El joven entonces comprendió, que: “El Señor es como llama de fuego, que arde en la zarza sin consumirla”.
[1] Orígenes, Comentario sobre san Mateo, XII,37-38; PG 13,1067-1070 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1971, K 22.). Orígenes nació hacia el 185. A los 18 años se hizo cargo, a pedido de su obispo, de la escuela catequética de Alejandría. Hacia el 216, se instaló en Cesarea de Palestina, donde el obispo del lugar lo invitó a fundar una nueva escuela de catequesis. Orígenes la dirigió por más de 20 años. Durante la persecución contra la Iglesia fue torturado para que negara su fe. No lo hizo y murió a causa de los tormentos sufridos, entre 253-257. Es con toda probabilidad el genio mayor de la antigüedad cristiana, al menos entre los escritores de lengua griega. Su producción literaria es abundante.




Adelante
Muchos Más Artículos
INICIO
No hay comentarios:
Publicar un comentario