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jueves, 12 de marzo de 2009

III Domingo de Cuaresma - Ciclo B: "El décalogo" (Juan 2, 13-25)

Por Neptalí Díaz Villán CSsR.
Publicado por Misioneros Redentoristas

“Las armas os dieron la independencia, las leyes os darán la libertad” (Francisco de Paula Santander, llamado el hombre de las leyes). Dentro del grupo de Hapirú y Shasú (mercenarios, cabreros, campesinos, esclavos, etc) que se agruparon en las montañas de Judea, el más paradigmático fue el liderado por Moisés y Aarón, que llegaba huyendo de la esclavitud en Egipto. Su testimonio de lucha para escapar y para pasar por un inmenso y peligroso desierto, lo convirtió en un ejemplo a seguir.

En las montañas de Judea estaban alejados de las ciudades estado cananeas y del poderoso imperio Egipcio, pero allí mismo aparecían nuevos amos que intentaban tomarse el poder. Por eso se dieron muchos conflictos entre ellos. Aunque no estaban bajo el dominio de algún imperio, todavía no se podían considerar pueblo propiamente dicho, hasta que se organizaran con una ley que garantizara la justicia y el derecho para todos, y funcionara debidamente.

Poner de acuerdo a estos grupos tan diferentes y siempre dispuestos a defenderse de los demás, no debió ser tarea fácil. Sin duda allí la mano de Dios tuvo que actuar.

Todo gobierno en el mundo antiguo actuaba en nombre de los dioses. Israel no fue la excepción; por eso la Ley se promulgó en nombre del Dios en el cual ellos creían. Los dioses representaban la identidad de un pueblo. Encerraban su historia, sus costumbres, su concepción de mundo, y demarcaban su proyecto.

El decálogo quiso ser la hoja de ruta para garantizar que el pueblo en formación viviera independiente de los demás pueblos que intentaban esclavizarlo (los ídolos), y construyera la libertad. El decálogo quiso garantizar un orden generador de libertad y bienestar para todos, empezando por reconocer y seguir el nombre de Dios y por respetar a los demás seres humanos.

El Decálogo no es la novedad cristiana, pero sin lugar a dudas es un gran testimonio de organización a partir de una experiencia profunda con el Dios que salva, y sigue teniendo validez ética-moral, aunque sabemos que para nosotros los cristianos nuestra máxima ley es Cristo, y más que la ley escrita debemos descubrir el espíritu de la ley, reinterpretarla a la luz del evangelio y de los acontecimientos, y vivir lo más honestamente posible de cara a Dios y de cara al ser humano.



LA TOMA

El Cuarto Evangelio (Juan) nos presenta el relato de la purificación del templo al principio del ministerio público de Jesús, para darle realce a tal acontecimiento y para presentar con Jesús, el nacimiento de una nueva forma de vivir la experiencia religiosa. Recordemos que el evangelio de Juan es el menos histórico y el más simbólico de todos los evangelios.

El templo era el centro de las instituciones y el vano orgullo del pueblo dada la fastuosidad de su construcción. Quería ser el símbolo de la unidad nacional, de la gloria y del poder de Dios. Pero se había convertido en un centro de corrupción y en un elemento justificador de la explotación a la gente.

Todos en Israel tenían algo que ver con el templo. Desde los 21 años cada persona debía pagar el tributo al templo, aún aquellos judíos de la diáspora, o sea los que vivían fuera de Palestina en diferentes partes del imperio romano, los cuales canalizaban grandes cantidades de dinero. El templo se había convertido en un gran negocio, en una especie de banco antiguo con gran poder. Debido a que la moneda imperial se consideraba sacrílega y con ella no se podía pagar el “sagrado” tributo, el templo imprimía su propia moneda para el cambio, trabajo que unos comisionistas hacían con buenos dividendos para ellos.

Había sacrificios de primera, de segunda y de tercera. Los principales sacrificios se hacían con toros y ovejas. Algo a lo cual no todos podían acceder debido a los costos. El toro era el símbolo del poder, de los hacendados y ganaderos que habían impuesto al primer rey de la historia del pueblo (Saúl) y seguían dominando y excluyendo a los empobrecidos por ellos mismos. Los más pobres mandaban ofrecer su sacrificio con palomas.

Todo judío llegaba a Jerusalén con una profunda fe y con la esperanza de encontrarse con Dios. Jerusalén era la ciudad Santa, donde estaba el Santo templo del Altísimo atendido por los santos sacerdotes y levitas. El lugar donde se hacían los santos sacrificios y donde se pagaba el sagrado tributo. El lugar del encuentro con Dios.

Jesús llegó sin duda con esta idea. Como sabemos, él era de Nazareth, a varios días de camino, que recorrían los creyentes con fe y con ánimo de encontrarse con el Señor. Pero todas sus esperanzas fueron frustradas al conocer la cruda realidad, la gran traición a la gente y a Dios. “El celo por tu casa me devora, los insultos que te hacen recaen sobre mí” (Sal 69,10). Sabiendo como era Jesús, su reacción no podía ser otra que manifestarse y denunciar, tomándose el templo pacíficamente. No se trató de una acción espontánea y a luz de la rabia. Fue un acto reflexionado y bien planeado, que contó con el apoyo de sus discípulos.

La acción se cumplió en el atrio del templo, en el llamado atrio de los gentiles, donde se daba todo el comercio. Fue un mal día para los empleados oficiales y rebuscadores que se ganaban la vida vendiendo una palomita para el sacrificio, algo de comer o de tomar para satisfacer las necesidades primarias o algún producto para llevar de recuerdo. Pero la toma no fue tanto contra los pequeños vendedores que se ganaban la vida rebuscándose unas monedas para comer, sino contra toda la estructura económica e ideológica que sostenía semejante monstruo con piel de oveja.

Si era el templo de Dios debía mostrar su rostro misericordioso y generar libertad, pero lo habían convertido en un elemento de opresión y de engaño. Si era la casa del Padre debería continuar con el proyecto salvador de Dios, debía ser un lugar de encuentro y de acceso libre, donde el pueblo sintiera la presencia de Dios que camina con él en las luchas de cada día. Pero las autoridades lo tenían secuestrado y extorsionaban al pueblo; lo habían aislado y convertido en amenaza mortal, en instrumento que fundamentaba el orden discriminatorio y en el medio perfecto para acrecentar las arcas de los comerciantes y de los principales sacerdotes. Además, por orden del imperio, se ofrecían sacrificios por el bienestar del emperador romano. Estaba convertido en una cueva de bandidos, de asaltantes bien organizados, con licencia para robar; en un templo de adoración a Mamón (término con el que designaban el dinero mal habido).

La manifestación de Jesús y sus acompañantes provocó una parálisis en las actividades del templo. Algunos estudiosos ven aquí una toma armada del poder al estilo celota (guerrilleros de la época). Pero Jesús no actuó de forma violenta; si hubiera sido violenta habrían intervenido los soldados romanos, pero no fue así. Fue una manifestación pacífica, de rechazo a la opresión, que permitió desenmascarar la estructura excluyente y marginadora del centro judío, que había retenido para sí la alianza y el acceso a ella.

¿Quería Jesús acabar con el templo? ¿O quería que el templo fuera un medio para salvar al pueblo? Sobre esto hay opiniones encontradas. Lo que si es claro es la toma del templo buscaba rechazar toda forma de esclavitud y la justificación de la opresión en nombre de Dios, para mostrar a un Dios cercano que acompaña al pueblo en sus procesos de salvación. Toda institución religiosa cristiana, toda acción, toda estructura y todo proyecto, debe generar vida. De lo contrario pierde sentido y entonces es mejor acabarlo y construir algo nuevo.

En la redacción final del evangelio, esto es muy claro. El templo ya no era lugar de encuentro con Dios. Cuarenta y seis años habían durado construyéndolo y restaurándolo, y no habían terminado. Jugando con los números podríamos decir que era la perfección de la imperfección. Una falacia escondida bajo un manto sagrado.

Las autoridades que le reclamaron a Jesús, mantenían semejante mentira, mientras destruían el templo vivo, el ser humano, como hicieron con él. Pero a partir de esa experiencia extrema y dolorosa surgió algo nuevo. “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. (Es una clara alusión a la muerte y resurrección de Jesús). Tres significa el tiempo en que Dios actúa y lo nuevo que surge a partir de la experiencia con Jesús.

Nos corresponde hoy revisar si estamos siendo fieles al Espíritu del Señor. Nos corresponde estar muy vigilantes, como dice el evangelio, porque en no pocas ocasiones los templos se convierten en cuevas de bandidos y los lobos se visten con pieles de ovejas. Nos corresponde estar vigilantes porque nuestra debilidad humana nos puede hacer utilizar el camino de Jesús, como excusa para satisfacer mezquinos intereses latentes en el interior de todo ser humano, y que en cualquier momento se pueden manifestar.

Señor: Tú que tienes palabras de vida eterna y penetras el interior de cada uno, arranca de nuestros corazones todo interés mezquino y egoísta. No permitas que con nuestro apoyo ideológico o con nuestra indiferencia, nos convirtamos en legitimadores de la insultante concentración de riqueza de nuestro mundo que condena a la marginalidad a tantos seres humanos[1]. Ayúdanos a ser justos y veraces. Ayúdanos a estar vigilantes ante cualquier desviación de tu proyecto y confiados en tu gracia salvadora que supera nuestras limitaciones humanas. Ayúdanos a construir iglesias renovadas con tu amor misericordioso, templos vivos[2] donde sobreabunde la gracia y familias gestoras de un nuevo mundo donde podamos sonreír.



[1] “Si en el mundo el 20% de la población acapara el 80% de los recursos y ese 20% más rico "es" cristiano, ¿qué pensar del "Templo" cristiano? Si los máximos multimillonarios actuales "son" cristianos, ¿qué decir de sus capellanes? (En: Comentarios bíblicos de www. koinonia.org)

[2] Por si acaso, templo en sentido evangélico son nuestros cuerpos. O sea que nuestros cuerpos sean templo del Espíritu Santo y por tanto estemos llenos de la gracia de Dios.

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