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miércoles, 18 de marzo de 2009

IV Domingo de Cuaresma - Ciclo B: ABRIR LOS OJOS (Jn 3,14-21)

Por José Antonio Pagola
Y no se acerca a la luz Jn 3, 14-21

Puede parecer una observación excesivamente pesimista, pero lo cierto es que las personas somos capaces de vivir largos años, sin tener apenas idea de lo que está sucediendo en nosotros.

Podemos seguir viviendo día tras día sin querer ver qué es lo que en verdad mueve nuestra vida y quién es el que dentro de nosotros toma realmente las decisiones.

No es torpeza o falta de inteligencia. Lo que sucede es que, de manera más o menos consciente, intuimos que vernos con más luz nos obligaría a cambiar.

Una y otra vez parecen cumplirse en nosotros aquellas palabras de Jesús: "El que obra el mal detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras".

Nos asusta vernos tal como somos. Nos sentimos mal cuando la luz penetra en nuestra vida. Preferimos seguir ciegos alimentando día a día nuevos engaños e ilusiones.

Lo más grave es que puede llegar un momento en el que, estando ciegos, creamos verlo todo con claridad y realismo.

Qué fácil es entonces vivir sin conocerse a sí mismo ni preguntarse nunca "¿Quién soy yo?". Creer ingenuamente que yo soy esa imagen superficial que tengo de mí mismo, fabricada de recuerdos, experiencias, miedos y deseos.

Qué fácil creer que la realidad es justamente tal como yo la veo, sin ser consciente de que el mundo exterior que yo veo es, en gran parte, reflejo del mundo interior que yo vivo y de los deseos e intereses que yo alimento.

Qué fácil también acostumbrarnos a tratar no con personas reales, sino con la imagen o etiqueta que de ellas me he fabricado yo mismo. Hermann Hesse en su pequeño libro "Mi credo", lleno de sabiduría, escribía: "El hombre al que contemplo con temor, con esperanza, con codicia, con propósitos, con exigencias, no es un hombre, es sólo un turbio reflejo de mi voluntad".

Probablemente, a la hora de querer transformar nuestra vida orientando nuestros pasos por caminos más nobles, lo más decisivo no es el esfuerzo por cambiar. Lo primero es abrir los ojos y ver.

Preguntarme qué ando buscando en la vida. Ser más consciente de los intereses que mueven mi existencia. Descubrir el motivo último de mi vivir diario.

Tomarme un tiempo para responder a esta pregunta: ¿Por qué huyo tanto de mí mismo y de Dios? ¿Por qué, en definitiva, prefiero vivir engañado sin buscar la luz?

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