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jueves, 19 de marzo de 2009

IV Domingo de Cuaresma - Ciclo B: Luz – tinieblas (Jn 3,14-21)

Por Neptalí Díaz Villán CSsR.
Publicado por Misioneros Redentoristas

La comunidad creyente, desde y para la cual se escribe el Cuarto Evangelio (Evangelio según San Juan), vivió desde sus orígenes en un ambiente de conflicto. Al principio el conflicto era con las autoridades judías que no aceptaron a Jesús y, por el contrario, lo persiguieron hasta matarlo apoyados por Roma. En un segundo momento vivió el conflicto con el imperio romano y, ya en la etapa final de la redacción del evangelio, con algunos miembros de las comunidades cristianas que desvirtuaban el camino de Jesús. En este ambiente de conflicto se resaltan elementos contrarios tales como: luz - tinieblas, creer – no crecer, vida – muerte, verdad – mentira.

El objetivo del evangelio es que los interlocutores crean en Jesús como el Mesías y que creyendo tengan vida en abundancia. Jesús es presentado como el camino, la verdad y la vida. Su vida es un proyecto para ser creído, vivido y confesado, celebrado, evaluado y anunciado. Creer en sentido evangélico no es la aceptación intelectual de una verdad, es la realización de la vida enteramente de cara a Dios y al ser humano, a plena luz del día, sincera y honestamente.

Nicodemo era un senador judío. Hacía parte del Concejo de Ancianos, Sanedrín o Sinedrio. Era una figura representativa y distinguida. Representaba la oficialidad del mundo judío que ponía el énfasis en el cumplimiento estricto de la Ley y en la participación del culto. Jesús, antítesis de la rígida estructura, presentó otra forma de vivir la experiencia de Dios.

La estructura religiosa judía era elitista y excluyente. Dejaba por fuera a todo aquel que no comulgara totalmente con las prescripciones de rabinos y sacerdotes. Publicanos, pecadores y prostitutas, así como la gran masa de pobres, considerados malditos por no conocer la ley, quedaban por fuera de la “salvación”. La propuesta de Jesús integraba a todo el mundo. Según el evangelio de Jesús, Dios no excluye ni condena a nadie: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna y nadie perezca. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que se salve por medio de él”.

La estructura religiosa judía y los maestros que la sostenían y vivían de ella, tenían pocas razones para buscar un cambio y muchas para conservar las cosas tal como estaban. Ante la estructura religiosa judía, el Evangelio propone la dinámica del Hijo del hombre “levantado”. Levantado en la cruz como signo de lucha por vivir dignamente, recogiendo la memoria de la serpiente que Moisés levantó en el desierto, camino hacia la tierra prometida. Levantado de la muerte, vencedor de la oscuridad, vivo, resucitado y resucitador. Levantado por Dios y sentado a la derecha del Padre. Jesús es la luz que vence la oscuridad y la voz que se levanta para clamar la libertad, la mano que perdona y que ama.

A la luz de Jesús podemos analizar nuestra vida hoy. Jesús debe ser como un espejo en el que podamos mirarnos, auto analizarnos y descubrirnos, con nuestros aciertos y desaciertos. La luz de Jesús nos ayudará a ver nuestra realidad para contemplarla y admirarla, y a su vez para revisarla y cambiarla. La luz de Jesús nos ayudará a descubrir el pecado que hay en nosotros y el camino hacia la renovación. Como dijo Pablo: “Dios rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos por los pecados nos ha hecho vivir por Cristo”. (Ef 2,4-5 – 1ra lect.).

En este campo la actitud que amenaza gravemente al ser humano es la obstinación en el mal. O sea, cuando pudiendo seguir la luz, “elegimos” la oscuridad.

- “Conócete a ti mismo”, le dice Mafalda a Felipito.

- “Conócete a ti mismo, conócete a ti mismo… No… mejor no lo hago… ¿Qué tal que no me guste a mi mismo?” (QUINO)

No es fácil pasar de la oscuridad a la luz. No es fácil reconocer que nos equivocamos, que nos falta madurar y que no amamos con pureza, que guardamos intereses egoístas y que muchas veces actuamos movidos por resentimientos. Pero si nos dejamos iluminar por la luz de Jesús, seremos testigos del amor misericordioso de Dios. Porque Dios es Dios en tanto que ama y por su misericordia nos salva.

Nosotros seremos verdaderos seguidores de Jesús cuando nos dejemos salvar y amemos como él nos amó. La salvación, siguiendo la segunda lectura, no es fruto del esfuerzo humano sino de la gracia; no es solo cultivo espiritual, es don de Dios. Pero es necesario abrir nuestra vida a la luz, aceptarla y preferirla. Aunque la salvación es un regalo de Dios y nadie se salva porque haga más o haga menos, las obras manifiestan si mi fe es verdadera o falsa. Una fe verdadera hace personas más honestas, misericordiosas y justas. Personas que optan por la vida, la luz y la verdad.

“La perdición consiste en que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,19). ¿Le tenemos miedo a la luz? ¿Tenemos miedo a enfrentar la verdad? La luz nos permitirá vernos tal como somos, la verdad nos hará libres. ¿Preferimos las tinieblas a la luz? Es el tiempo de pasar de las tinieblas a la luz, de la infrahumanidad vacía, codiciosa, opresora e injusta, a la humanidad llena de vida, solidaridad y alegría, justa, fraterna, libre y liberadora. ¡Optemos!

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