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miércoles, 22 de abril de 2009

III Domingo de Pascua - Ciclo B (Lc 24,35-48): EL MENSAJE DEL DOMINGO


Las lecturas de este domingo [Hechos de los Apóstoles 3, 13-15.17-19), Salmo 5 (4), 1ª Carta de Juan 2, 1-5a; Evangelio según san Lucas 24, 35-48] nos invitan a meditar sobre el mensaje central de nuestra fe: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, Dios hecho hombre, está vivo después de su muerte en la cruz y se hace presente en medio de nosotros, iluminándonos para que comprendamos su obra salvadora y animándonos a dar testimonio de ella. Meditemos especialmente en el Evangelio y apliquémoslo a nuestra existencia cotidiana, teniendo en cuenta también los otros textos bíblicos.


1. “Contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo lo reconocieron cuando partió el pan”

Los dos discípulos a quienes Jesucristo resucitado les había salido al encuentro cuando caminaban hacia la aldea de Emaús, uno llamado Cleofás y el otro seguramente el mismo evangelista Lucas (Lc 24, 13-34), no habían formado parte del grupo de los doce “apóstoles” pero eran también seguidores de Jesús. Ellos habían reconocido su presencia precisamente por el mismo gesto que su Maestro antes de morir había dicho que fuera repetido en memoria suya. Fueron de prisa a contar a los apóstoles y demás discípulos y discípulas que estaban en Jerusalén la experiencia pascual que habían tenido, y se encontraron con que también en esta primera comunidad, en la que se destaca a Simón Pedro, existía ya la certeza de la resurrección de Cristo.

El término bíblico “partir del pan” se refiere a la Eucaristía. Cada vez que se repite en el momento de la consagración del pan y del vino aquello que Jesús dijo a sus primeros discípulos que hicieran en memoria suya, no sólo recordamos lo que Él mismo realizó, sino que se actualiza para nosotros su misterio pascual, es decir, su único sacrificio redentor y su paso de la muerte a la vida, una vida nueva que se hace presente en medio de nosotros y que en la comunión nos alimenta espiritualmente para que podamos continuar el camino de nuestra existencia renovados y plenos de esperanza.



2. “Entonces hizo que entendieran las Escrituras”

Los dos discípulos que se dirigían a Emaús habían sido ilustrados por el propio Jesús resucitado para comprender el sentido de las profecías que en el Antiguo Testamento se referían al Mesías prometido. Ahora reciben una ilustración similar todos los miembros de aquella primera comunidad conformada por sus discípulos y discípulas. ¿En qué radica dicho sentido? En que el Mesías tenía qué padecer y morir para resucitar, como lo indica el Evangelio y lo dice asimismo Pedro en su discurso presentado por la 1ª lectura de hoy.

Justamente en ello consiste el misterio pascual de Jesucristo: en su paso por la muerte de cruz para resucitar a una vida nueva y gloriosa. No buscando el sufrimiento por sí mismo, sino asumiéndolo como la consecuencia de haberse entregado plenamente al servicio del Reino de Dios Padre, un reino de justicia, de amor y de paz en beneficio de toda la humanidad, empezando por los excluidos, los rechazados, los marginados. Su cruz fue así el testimonio de la solidaridad completa de Dios hecho hombre con todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, para abrirnos a todos, si nos identificamos con Él y nos solidarizamos también con ellas, a la esperanza activa en un porvenir de vida gozosa y sin fin.


3. “Ustedes deben dar testimonio de estas cosas”

Cuando Jesús resucitado pronuncia estas palabras, les está dando a sus primeros discípulos la misión de proclamar su resurrección no sólo de palabra, sino también y ante todo con los hechos. “En esto reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros”, les había dicho en la última cena, como nos lo cuenta el Evangelio según san Juan. Y en la 2ª lectura, tomada de la 1ª Carta de Juan, su autor escribe: “quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él”.

“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección…”, decimos en la Misa después de la consagración del pan y del vino. Este anuncio y esta proclamación del misterio pascual de Cristo tenemos que manifestarlo con el testimonio de nuestra vida, cumpliendo el mandamiento del amor y realizando así lo que celebramos en la Eucaristía.

Pidámosle pues al Señor que nos abra el entendimiento comunicándonos su Espíritu Santo, para que no sólo comprendamos el mensaje que nos transmiten los textos bíblicos, sino que también lo vivamos y lo proclamemos de tal modo que, como dice el verso del Salmo, brille sobre nosotros el resplandor de su rostro y demos un testimonio claro y luminoso de su resurrección.-

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