Por Ángela C. Ionescu
Publicado por Ecclesia
¡Qué terrible es el peso de la redención!
¡Oh Dios, cómo entiendo ahora tu muerte!
Era tan necesaria que tengo escalofríos.
No quedaba más salida que tu entrega
y no era posible más que hacerla eterna.
Entiendo que debes morir todos los días.
Sólo así puede subsistir el mundo
sin sucumbir de pronto, aniquilado
por el cataclismo de su pecado.
Es incesante la Eucaristía.
En cada momento es necesario que mueras,
sólo tu muerte nos sostiene y hace posible la vida.
No podría de otro modo existir nada.
El pecado tiene una boca infinita
que engulle con avidez cuanto has creado.
Si todas las manos están manchadas
y todas las miradas son furtivas,
si todas las bocas tienen sabor de manzana
y todos los pasos son esquivos,
oh Dios, es necesario que mueras.
Es necesario.
No hay manos que puedan presentar la ofrenda,
ni ojos que, sin blasfemia, osen alzarse al cielo.
Hasta el rostro más amado esconde a Judas,
y aquel que reclinara la cabeza en tu pecho
moja ahora el pan contigo
y palpa la bolsa.
En cada corazón está agazapada
la íntima traición que sólo tú conoces
y el peso de la cruz es insufrible.
Debes morir,
arrástrate al Calvario.
Publicado por Ecclesia
¡Qué terrible es el peso de la redención!
¡Oh Dios, cómo entiendo ahora tu muerte!
Era tan necesaria que tengo escalofríos.
No quedaba más salida que tu entrega
y no era posible más que hacerla eterna.
Entiendo que debes morir todos los días.
Sólo así puede subsistir el mundo
sin sucumbir de pronto, aniquilado
por el cataclismo de su pecado.
Es incesante la Eucaristía.
En cada momento es necesario que mueras,
sólo tu muerte nos sostiene y hace posible la vida.
No podría de otro modo existir nada.
El pecado tiene una boca infinita
que engulle con avidez cuanto has creado.
Si todas las manos están manchadas
y todas las miradas son furtivas,
si todas las bocas tienen sabor de manzana
y todos los pasos son esquivos,
oh Dios, es necesario que mueras.
Es necesario.
No hay manos que puedan presentar la ofrenda,
ni ojos que, sin blasfemia, osen alzarse al cielo.
Hasta el rostro más amado esconde a Judas,
y aquel que reclinara la cabeza en tu pecho
moja ahora el pan contigo
y palpa la bolsa.
En cada corazón está agazapada
la íntima traición que sólo tú conoces
y el peso de la cruz es insufrible.
Debes morir,
arrástrate al Calvario.
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