El Viernes Santo no hay celebración de la Eucaristía, por una antigua tradición de la Iglesia, más o menos explicable. En su lugar se celebra una "Acción Litúrgica" que tiene tres partes:
• la lectura de la Palabra
• la oración
• la adoración de Cristo Crucificado.
La comunión, introducida recientemente, no parece tener mucho sentido desplazada de la celebración de la Eucaristía pero tiene hoy una significación muy especial.
1.- LAS LECTURAS.
Acudimos a La Palabra para refrescar nuestra fe. Recibimos un mensaje fundamental, la lectura de la Pasión, precedido de otros dos, que subrayan aspectos parciales de nuestra fe en Jesús Crucificado: el primero, de la profecía de Isaías y el segundo de la Carta a los Hebreos.
Primera lectura, del Profeta Isaías ( 53 )
Al final del llamado Libro de Isaías aparece en cuatro textos una figura un tanto enigmática, que se ha llamado “El Siervo de Yahvé”. Es la viva contraposición del Mesías Davídico triunfante. Frente a la figura de la presencia poderosa de Dios que viene desde el poder, la figura del “siervo sufriente”, el que carga con las culpas de otros. Es le teología de la cruz, en toda su crudeza.
La Iglesia ha visto en estos párrafos una prefiguración de Jesús, que no es la presencia mesiánica triunfadora sino la entrega incondicional, a través del sufrimiento incluso hasta dar la vida.
He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así como se asombraron de él muchos - pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana - otro tanto se admirarán muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó verán, y lo que nunca oyeron reconocerán.
¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló? Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.
El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes. (Is 52:13-53:12)
Segunda lectura, de la carta a los Hebreos. (4,14 – 5,10)
En toda esta carta, se toman figuras del Antiguo Testamento para explicar desde ellas a Jesús. Aquí se compara a Jesús con el Sumo Sacerdote del templo de Jerusalén que, siendo hombre pecador como los demás, ofrece sacrificios por el pueblo. Así Jesús, uno de nosotros, asume la vida y muerte del hombre en sacrificio agradable a Dios. Es importante darnos cuenta de que esta es una manera de explicar a Jesús para gente que conocía muy bien la función de los sacerdotes, los sacrificios, las expiaciones ... los ritos judaicos. Para nosotros, todas estas
comparaciones resultan un poco lejanas. No debemos olvidar que son expresiones simbólicas. Nos merecen gran respeto, pues con ellas expresaron su fe en Jesús las primeras comunidades de creyentes.
Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos - Jesús, el Hijo de Dios - mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y
hallar gracia para una ayuda oportuna.
Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para
siempre, a semejanza de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec.
Tercera Lectura. LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN.
Las lecturas culminan con la Pasión. Es el relato de Juan, en el que la figura de Jesús aparece majestuosa, dueño de sí mismo. Ni siquiera se hace alusión al "abandono" de Jesús. ( Juan es el único evangelista que tampoco habla del sudor de sangre y la angustia de Getsemaní). Es una pasión triunfal, en que Jesús asume la cumbre de su vida como una ofrenda libre y consciente. Ya hemos estudiado detenidamente la Pasión. Ahora se trata de “proclamarla”. Hacemos una lectura como creyentes. Debemos "disfrutar" de la lectura, como modo de contemplación: contemplemos el amor de Dios hecho visible en Jesucristo.
Reunida ante Jesús crucificado, la Iglesia entra en oración, agrupando ante Él todas las necesidades de la humanidad. Pasamos revista a todas las personas del mundo, creyentes y n o creyentes. Es un momento enormemente intenso, puesto que ponemos ante la muerte de Cristo todo el mundo, como acogiéndolos a todos junto a Jesús crucificado, y pidiendo por la salvación de todo el género humano.
3. LA ADORACIÓN DE LA CRUZ
La cruz, el patíbulo en que está colgado Cristo muerto, es el escándalo. Que alguien muera ahí es para que todos odiemos la cruz, la aborrezcamos, como símbolo vivo de la humillación de Jesús.
Pero desde la fe, la cruz se convierte en la demostración máxima de la entrega de Jesús: Jesús fue consecuente hasta el final, por eso creemos en Él. Más aún, en esa entrega de Jesús conocemos a Dios mismo. Jesús es capaz de ir hasta el final, hasta la misma cruz, por la fuerza del mismo Dios que estaba en Él. Por eso veneramos su cruz, porque en ella hemos podido conocer mejor de qué es capaz el amor de Cristo y el amor de Dios.
"Por la cruz a la resurrección" se convierte así en la síntesis profunda de la vida del cristiano. La aceptación de la cruz como elemento de salvación es la aceptación de la vida en servicio, como aceptación de la voluntad de Dios sobre nosotros. Es la aplicación de las lecturas de Filipenses y de Hebreos. Adoramos hasta el patíbulo de Cristo, porque el Espíritu de Dios ha podido dar sentido hasta a esa muerte infamante.
La adoración de la cruz es un signo de respeto y amor por algo tan unido al momento más dramático de la vida de Jesús. Pero tiene más sentido. Es la aceptación de la vida como cruz, la profesión de fe en que la cruz no es final sino camino. En la cruz que adoramos está Jesús muerto; solamente podemos adorarla porque sabemos que Jesús no está muerto, que ahora, mientras le contemplamos muerto, está vivo y sentado a la diestra de Dios.
Hoy no se celebra la Eucaristía. La Iglesia lo ha hecho así como señal de duelo. Hoy no hay “celebración”. Es una antigua costumbre, más o menos razonable. Pero los cristianos echaban de menos la comunión, y desde hace algunos se la incluye en la celebración.
Hoy, Viernes Santo, con el recuerdo vivido y cercano de Jesús entregado hasta la muerte en cruz, comulgar adquiere un significado muy especial: se trata de comulgar con Él, en el sentido más profundo de la palabra comulgar; estar de acuerdo, estar con él, aceptarlo, adherirse a Él.
Esta comunión con Jesús subraya, hoy más que nunca, el sentido de compromiso que tiene la fe. Comulgar con Jesús significa aceptar una invitación: Jesús se sentía hijo y vivió como hijo; Jesús entregó su vida para que nos enterásemos de que somos hijos y viviéramos como hijos; Jesús invitó, y sigue invitando a vivir así.
Comulgar significa aceptar: aceptar que soy hijo, aceptar vivir como hijo, aceptar el encargo de anunciar esto, de preocuparse por los hijos. Siempre es así la comunión, pero hoy parece que este aspecto de adhesión a Jesús queda subrayado de manera muy especial, porque se hace en el momento en que contemplamos lo que le costó a Jesús todo eso.
Aceptar a Dios a pesar de la cruz, del mal de la vida y del mundo.
Aceptar que la cruz de los demás es mi cruz y estar dispuesto a compartirla.
Aceptar que la cruz es sólo camino, pero no final.
Aceptarlo porque creemos en Jesús, el Hijo entregado hasta la muerte.
Tuvo mucha razón el pueblo cristiano cuando reclamó que el Viernes Santo no podía pasar sin COMULGAR CON EL CRUCIFICADO.
• la lectura de la Palabra
• la oración
• la adoración de Cristo Crucificado.
La comunión, introducida recientemente, no parece tener mucho sentido desplazada de la celebración de la Eucaristía pero tiene hoy una significación muy especial.
1.- LAS LECTURAS.
Acudimos a La Palabra para refrescar nuestra fe. Recibimos un mensaje fundamental, la lectura de la Pasión, precedido de otros dos, que subrayan aspectos parciales de nuestra fe en Jesús Crucificado: el primero, de la profecía de Isaías y el segundo de la Carta a los Hebreos.
Primera lectura, del Profeta Isaías ( 53 )
Al final del llamado Libro de Isaías aparece en cuatro textos una figura un tanto enigmática, que se ha llamado “El Siervo de Yahvé”. Es la viva contraposición del Mesías Davídico triunfante. Frente a la figura de la presencia poderosa de Dios que viene desde el poder, la figura del “siervo sufriente”, el que carga con las culpas de otros. Es le teología de la cruz, en toda su crudeza.
La Iglesia ha visto en estos párrafos una prefiguración de Jesús, que no es la presencia mesiánica triunfadora sino la entrega incondicional, a través del sufrimiento incluso hasta dar la vida.
He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así como se asombraron de él muchos - pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana - otro tanto se admirarán muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó verán, y lo que nunca oyeron reconocerán.
¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló? Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.
El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes. (Is 52:13-53:12)
Segunda lectura, de la carta a los Hebreos. (4,14 – 5,10)
En toda esta carta, se toman figuras del Antiguo Testamento para explicar desde ellas a Jesús. Aquí se compara a Jesús con el Sumo Sacerdote del templo de Jerusalén que, siendo hombre pecador como los demás, ofrece sacrificios por el pueblo. Así Jesús, uno de nosotros, asume la vida y muerte del hombre en sacrificio agradable a Dios. Es importante darnos cuenta de que esta es una manera de explicar a Jesús para gente que conocía muy bien la función de los sacerdotes, los sacrificios, las expiaciones ... los ritos judaicos. Para nosotros, todas estas
comparaciones resultan un poco lejanas. No debemos olvidar que son expresiones simbólicas. Nos merecen gran respeto, pues con ellas expresaron su fe en Jesús las primeras comunidades de creyentes.
Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos - Jesús, el Hijo de Dios - mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y
hallar gracia para una ayuda oportuna.
Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para
siempre, a semejanza de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec.
Tercera Lectura. LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN.
Las lecturas culminan con la Pasión. Es el relato de Juan, en el que la figura de Jesús aparece majestuosa, dueño de sí mismo. Ni siquiera se hace alusión al "abandono" de Jesús. ( Juan es el único evangelista que tampoco habla del sudor de sangre y la angustia de Getsemaní). Es una pasión triunfal, en que Jesús asume la cumbre de su vida como una ofrenda libre y consciente. Ya hemos estudiado detenidamente la Pasión. Ahora se trata de “proclamarla”. Hacemos una lectura como creyentes. Debemos "disfrutar" de la lectura, como modo de contemplación: contemplemos el amor de Dios hecho visible en Jesucristo.
2. LA ORACIÓN UNIVERSAL
Reunida ante Jesús crucificado, la Iglesia entra en oración, agrupando ante Él todas las necesidades de la humanidad. Pasamos revista a todas las personas del mundo, creyentes y n o creyentes. Es un momento enormemente intenso, puesto que ponemos ante la muerte de Cristo todo el mundo, como acogiéndolos a todos junto a Jesús crucificado, y pidiendo por la salvación de todo el género humano.
3. LA ADORACIÓN DE LA CRUZ
La cruz, el patíbulo en que está colgado Cristo muerto, es el escándalo. Que alguien muera ahí es para que todos odiemos la cruz, la aborrezcamos, como símbolo vivo de la humillación de Jesús.
Pero desde la fe, la cruz se convierte en la demostración máxima de la entrega de Jesús: Jesús fue consecuente hasta el final, por eso creemos en Él. Más aún, en esa entrega de Jesús conocemos a Dios mismo. Jesús es capaz de ir hasta el final, hasta la misma cruz, por la fuerza del mismo Dios que estaba en Él. Por eso veneramos su cruz, porque en ella hemos podido conocer mejor de qué es capaz el amor de Cristo y el amor de Dios.
"Por la cruz a la resurrección" se convierte así en la síntesis profunda de la vida del cristiano. La aceptación de la cruz como elemento de salvación es la aceptación de la vida en servicio, como aceptación de la voluntad de Dios sobre nosotros. Es la aplicación de las lecturas de Filipenses y de Hebreos. Adoramos hasta el patíbulo de Cristo, porque el Espíritu de Dios ha podido dar sentido hasta a esa muerte infamante.
La adoración de la cruz es un signo de respeto y amor por algo tan unido al momento más dramático de la vida de Jesús. Pero tiene más sentido. Es la aceptación de la vida como cruz, la profesión de fe en que la cruz no es final sino camino. En la cruz que adoramos está Jesús muerto; solamente podemos adorarla porque sabemos que Jesús no está muerto, que ahora, mientras le contemplamos muerto, está vivo y sentado a la diestra de Dios.
4. LA COMUNIÓN
Hoy no se celebra la Eucaristía. La Iglesia lo ha hecho así como señal de duelo. Hoy no hay “celebración”. Es una antigua costumbre, más o menos razonable. Pero los cristianos echaban de menos la comunión, y desde hace algunos se la incluye en la celebración.
Hoy, Viernes Santo, con el recuerdo vivido y cercano de Jesús entregado hasta la muerte en cruz, comulgar adquiere un significado muy especial: se trata de comulgar con Él, en el sentido más profundo de la palabra comulgar; estar de acuerdo, estar con él, aceptarlo, adherirse a Él.
Esta comunión con Jesús subraya, hoy más que nunca, el sentido de compromiso que tiene la fe. Comulgar con Jesús significa aceptar una invitación: Jesús se sentía hijo y vivió como hijo; Jesús entregó su vida para que nos enterásemos de que somos hijos y viviéramos como hijos; Jesús invitó, y sigue invitando a vivir así.
Comulgar significa aceptar: aceptar que soy hijo, aceptar vivir como hijo, aceptar el encargo de anunciar esto, de preocuparse por los hijos. Siempre es así la comunión, pero hoy parece que este aspecto de adhesión a Jesús queda subrayado de manera muy especial, porque se hace en el momento en que contemplamos lo que le costó a Jesús todo eso.
Aceptar a Dios a pesar de la cruz, del mal de la vida y del mundo.
Aceptar que la cruz de los demás es mi cruz y estar dispuesto a compartirla.
Aceptar que la cruz es sólo camino, pero no final.
Aceptarlo porque creemos en Jesús, el Hijo entregado hasta la muerte.
Tuvo mucha razón el pueblo cristiano cuando reclamó que el Viernes Santo no podía pasar sin COMULGAR CON EL CRUCIFICADO.
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