Publicado por Juan Jauregui
(El sacerdote sale de la parte trasera de la Iglesia precedido por una cruz procesional y siete velas rojas apagadas, portadas por siete niños y que después se encenderán...)Moniciones de entrada
(A)
Durante cincuenta días la Iglesia ha ido proponiendo a los fieles lo que es la nueva vida según el Espíritu. Ahora, el final es la celebración del envío del Espíritu sobre los discípulos para que todo lo dicho y escuchado pueda ser realidad en ellos.
La imagen mejor del día de Pentecostés es la imagen de la “nueva creación”. Es posible una creación nueva, es posible la novedad, es posible el hombre nuevo, es posible la aspiración secreta que el hombre lleva dentro, es posible una raza nueva de profetas que anuncien la obra de Dios en el mundo, es posible la renovación interior del hombre. Es posible lo imposible, por obra del Espíritu.
Los sencillos podrán entender los secretos de Dios; los soberbios quedarán al margen de la salvación. Dios, misterio profundo de amor, abre las puertas de su misterio a todos los de corazón pobre.
(B)
Hoy, día de Pentecostés, evocamos una experiencia eclesial muy importante: El Espíritu desciende sobre los apóstoles, los llena de coraje y los lanza a evangelizar, dando testimonio del Señor Jesús. Pentecostés es la fiesta cristiana de la madurez, de la comunidad en acción. Se nos ha dado el Espíritu Santo para hacer fraternidad, Reino de Dios, y para difundir apasionadamente el Evangelio.
Celebremos gozosamente este don en nuestra Comunidad. Sin duda que hay pecado en nosotros; pero el Espíritu es iluminación, empuje, acierto y generosidad.
(C)
¡Ven Espíritu Santo! Este es el grito que lanza hoy toda la Iglesia. En esta fiesta de Pentecostés celebramos que Dios derrama su amor sobre nosotros, dándonos su Espíritu y que, con Él, la vida de Jesucristo es también vida para nosotros.
Pentecostés es una fiesta de reunión y de convivencia. Es lo contrario de Babel, que significa confusión. Los apóstoles después de la muerte de Jesús estaban asustados, y el Espíritu los unió. Eran débiles, y los hizo fuertes.
Jesús nos envía su Espíritu a todos los cristianos para que podamos realizar en nuestras vidas lo que Jesús nos ha enseñado.
Bendición y aspersión del agua
El día de Pascua se bendijo el agua, símbolo de nuestro bautismo y que nos recuerda que hemos nacido a una vida nueva con Cristo. Hoy repetimos este signo porque es el Espíritu Santo el que nos hace renacer.
Bendición:
Padre, Tú has hecho que la muerte de Jesús sea fuente de vida para los hombres.
Todos: Ven y bendícenos.
Cristo, Tú nos has regalado tu palabra de vida.
Todos. Ven y bendícenos.
Espíritu Santo. Tú haces que vivamos de la misma manera que Jesús resucitado.
Todos: Ven y bendícenos.
Sacerdote: Dios Padre, que estás con nosotros renovando tus maravillas por medio de los sacramentos, ben+dice esta agua y concede que todos los que hemos sido bautizados vivamos testimoniando tu Pascua y comunicando a todos los hombres la alegría de tu salvación. Por Jesucristo nuestro Señor.
(El sacerdote toma el hisopo y hace la aspersión...)
Oración: Que Dios Padre nos purifique del pecado y nos envíe su Espíritu para que vivamos unidos en Cristo hasta que estemos con él en el cielo. Amén.
Oración colecta
Que tu Espíritu, Señor, nos una a todos los que, en el mundo,
quieren ser testigos de tu amor.
En unión con el Papa que preside la Iglesia.
En unión con los hombres que consagran su vida a instaurar la paz
y la comprensión entre los pueblos.
En unión con todos los que trabajan para convencer a las naciones ricas a que den
sin esperar nada a cambio.
En unión con todos los que dan sin calcular y reparten sus bienes,
los superfluos y los necesarios.
De esta forma,esta tierra endurecida empezará a ser más habitable para todos
y Jesucristo vivirá con cada uno de los hombres. Tú que vives...
Escuchamos la Palabra
Monición a la Lectura
En la fiesta de Pentecostés los discípulos de Jesús, con María, su madre, reciben la fuerza del Espíritu, tal como había prometido el Señor. Se manifiesta como viento y como fuego, como lengua común, para que todos puedan escuchar la palabra. Los discípulos quedan transformados por esta maravillosa energía que les viene del cielo.
Monición al Evangelio
Pentecostés señala el comienzo de una nueva época en la historia del hombre; ahora es el tiempo de la justicia, del perdón y del amor, es el tiempo de que construyamos entre todos el Reino de Dios, y de que la Iglesia esté en la primera fila de los más esforzados trabajadores en esta tarea.
Homilías
(A)
Resulta patente que la fe en el Espíritu está cubierta de cenizas, no llamea. Los Santos Padres lamentaban que fuera el “gran desconocido”.
No. No se trata de promover una devoción más a la tercera persona de la Trinidad., sino de una actitud en el modo de vivir la fe. Si no tenemos una fe viva en la presencia y la acción del Espíritu, nuestro cristianismo se reduce a voluntarismo, moralismo o minimalismo rastrero.
Si no cuento con la acción del Espíritu, si soy yo el que tengo que valerme para vivirlo según mis propias fuerzas, si tenemos que salir a la mar con nuestro botecito, sin motor y sin velas, sólo con remos, sentiremos miedo como los apóstoles y nos quedaremos muy cerca de la costa, seremos muy tímidos y apocados a la hora de hacer nuestros compromisos. Nuestra vida humana y cristiana no tendrá entusiasmo ni alegría ni empuje. Pero, si creemos que llevamos dentro la fuerza divina del Espíritu de Jesús, seremos imparables. En la Ascensión recibimos la encomienda, en Pentecostés se nos dice a todos los discípulos: No temáis porque “seréis revestidos con la fuerza del Espíritu”.
Todos creemos que el Espíritu hizo maravillas en aquel puñado de pescadores; nadie duda de que los transformó de apocados en intrépidos. Pero la fe viva no consiste en eso solamente, sino en creer que aquellos milagros son paradigmas de los que el Espíritu puede y quiere realizar en los creyentes de todos los tiempos. Por ejemplo, Jesús nos pregunta como al paralítico: “¿Crees que puedo curarte, recrearte, hacerte nacer de nuevo mediante la acción del Espíritu? Tener fe es responder: “Sí, Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”.
La verdadera fe en el Espíritu no consiste sólo en saber que existe, que procede del Padre y del Hijo y que fue derramado sobre el grupo apostólico, sino en creer que habita dentro de nosotros, en la familia, en la comunidad y en la parroquia, como fuente de energía, con la cual podemos ser hombres y mujeres nuevos, revestidos de coraje para dar testimonio en el mundo, como aquellos sencillos hombres y mujeres que convivieron con Jesús. Pero, para ello, se necesita una fe llameante. ¿No sabéis que sois templos del Espíritu Santo?.
La Iglesia ora en la liturgia de hoy: “Oh Dios... no dejes de realizar en el corazón de tus fieles aquellas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica”. Dentro de nosotros habitan unas energías, unas potencialidades que ni soñamos. Sólo la fe en el Espíritu las libera.
¿Qué es lo que hace el Espíritu?
En un primer momento, congregar, unir; es Espíritu de comunión. Así nos lo presentan los escritos del Nuevo Testamento. La comunidad de Jerusalén es fruto de la acción del Espíritu que congrega en fraternidad por encima de diferencias de raza, cultura y nación. Es el Espíritu el que hace que tengan “un solo corazón y una sola alma”.
Reunidos en comunidad, el Espíritu nos hace nacer de nuevo, como dice Jesús a Nicodemo, nos transforma en hombres y mujeres nuevos: generosos, alegres, libres, fuertes... hasta el punto de provocar el comentario: “¡Qué cambiado estás, pareces otro!”.
El Espíritu nos fortalece y enriquece con carismas para que, como los primeros discípulos, seamos testigos de Jesús en el mundo: “Recibiréis la fuerza del Espíritu para que seáis mis testigos”. Recibimos los dones del Espíritu no sólo para nosotros, sino para cumplir nuestra misión de ser sal, fermento y luz en el mundo, para que sembremos con generosidad las semillas del bien, para que construyamos el Reino.
Para que el Espíritu realice maravillas, repita sus milagros, es necesario:
Tener conciencia viva de su presencia dinámica en la interioridad de cada persona, de cada comunidad y de cada familia. Él es el manantial oculto, como le manifiesta Jesús a la Samaritana.
Dejarse llevar por sus impulsos de superación. Cuando a través del testimonio de otros cristianos, de experiencias fuertes, recibimos la llamada: ¿por qué no cambias? ¿por qué no das un paso adelante? ¿por qué no te liberas de la mediocridad? ¿por qué no te comprometes?, es el Espíritu que nos empuja desde dentro. No rechacéis las llamadas, “no apaguéis el Espíritu”.
Creer vivamente que puede y quiere hacer maravillas. No sólo ha hecho prodigios, “milagros”, en otros tiempos y en otros lugares, sino que los puede repetir en nosotros. El Espíritu es como el genio que un niño lleva dentro dormido y que es preciso despertar. Si creemos de verdad en la acción del Espíritu, si seguimos sus impulsos, hoy mismo será Pentecostés.
(B)
La Iglesia anda hoy preocupada por muchas cosas. Las gentes abandonan la práctica religiosa. Dios parece interesar cada vez menos. Las comunidades cristianas envejecen. Todo son problemas y dificultades. ¿Qué futuro nos espera? ¿Qué será de la fe en la sociedad de mañana?
Las reacciones son diversas. Hay quienes viven añorando con nostalgia aquellos tiempos en que la religión parecía tener respuesta segura para todo. Bastantes han caído en el pesimismo: es inútil echar remiendos, el cristianismo se desmorona. Otros buscan soluciones drásticas: hay que recuperar las seguridades fundamentales, fortalecer la autoridad, defender la ortodoxia. Sólo una Iglesia disciplinada y fuerte podrá afrontar el futuro.
Pero, ¿dónde está la verdadera fuerza de los creyentes? ¿De dónde puede recibir la Iglesia vigor y aliento nuevo? En las primeras comunidades cristianas se puede observar un hecho esencial: los creyentes viven de una experiencia que ellos llaman “el Espíritu” y que no es otra cosa que la comunicación interior del mismo Dios. Él es el “dador de vida”. El principio vital. Sin el Espíritu, Dios se ausenta, Cristo queda lejos como un personaje del pasado, el evangelio se convierte en letra muerta, la Iglesia es pura organización. Sin el Espíritu, la esperanza es reemplazada por la charlatanería, la misión evangelizadora se reduce a propaganda, la liturgia se congela, la audacia de la fe desaparece.
Sin el Espíritu, las puertas de la Iglesia se cierran, el horizonte del cristianismo se empequeñece, la comunión se resquebraja, el pueblo y la jerarquía se separan. Sin el Espíritu, la catequesis se hace adoctrinamiento, se produce un divorcio entre teología y espiritualidad, la vida cristiana se degrada en “moral de esclavos”. Sin el espíritu, la libertad se asfixia, surge la apatía o el fanatismo, la vida se apaga.
El mayor pecado de la Iglesia actual es la “mediocridad espiritual”. Nuestro mayor problema pastoral, el olvido del Espíritu. El pretender sustituir con la organización, el trabajo, la autoridad o la estrategia lo que sólo puede nacer de la fuerza del espíritu. No basta reconocerlo. Es necesario reaccionar y abrirnos a su acción.
Lo esencial hoy es hacer sitio al Espíritu. Sin Pentecostés no hay Iglesia. Sin Espíritu no hay evangelización. Sin la irrupción de Dios en nuestras vidas, no se crea nada nuevo, nada verdadero. Si no se deja recrear y reavivar por el Espíritu Santo de Dios, la Iglesia no podrá aportar nada esencial al anhelo del hombre de nuestros días.
(C)
Comenzamos por recordar que la fiesta de Pentecostés es una de las fiestas más grandes del calendario cristiano. Jesús había hablado muchas veces a sus discípulos de que les enviaría el Espíritu Santo, al que él nombra, según los momentos, como Espíritu Consolador., Espíritu de la Verdad, Paráclito o Fuerza de lo Alto. Al despedirse Jesús de sus discípulos, les recomendó que aguardaran unidos lo que les había prometido: la venida del Espíritu. Durante la fiesta judía de Pentecostés, estando los discípulos reunidos, ocurrieron cosas maravillosas. Cuenta la primera lectura que se “llenaron todos del Espíritu Santo”. Ese día, los cristianos sintieron en su alma la presencia del Espíritu de Dios. Debió de ser una experiencia nueva, iluminadora, fuerte, gozosa, impresionante. En la mañana de aquel día de fiesta, los cristianos salen a las calles invadidos por una locura o un delirio especial. Hasta oyen comentarios de gentes que los toman por borrachos. Pero lo que está ocurriendo en su interior es algo infinitamente más hermoso e inefable: sienten en su alma la presencia del Espíritu de Dios que los inunda. No estaban solos ni abandonados a sus pobres fuerzas. Otra presencia les guía y les empuja. Y es que el Espíritu de Dios anda en aquella pequeña Iglesia. Desde ese momento, el evangelio de Jesús se va haciendo vida en cada comunidad cristiana. Veremos a los primeros cristianos que comparten sus bienes, se perdonan, se ayudan como hermanos, contagian su fe y la celebran con alegría de corazón. Es el Espíritu de Dios el que los sostiene.
Sabemos bien que el Espíritu de Dios también va con nosotros poniendo en pie multitud de grupos, comunidades, gentes generosas, misioneros, catequistas, mártires...etc. ¿Cómo, si no, podríamos explicar, por ejemplo, que en estos tiempos haya personas que marchen de misioneros al corazón de África, donde pueden morir asesinados en cualquier momento? ¿Cómo explicar que haya personas que están gastando su vida con los más desgraciados de la tierra: pobres, enfermos, desamparados?
El Espíritu de Dios está en toda obra buena que salga de nosotros. Y hay muchas obras buenas que llevan la marca del Espíritu de Dios y hay muchas personas buenas que traslucen rasgos de Jesús.
Son todas esas personas que se desviven para hacer que el mundo funcione un poco mejor. Sabemos que nuestras parroquias son un vivero de gentes generosas.
Jesús decía: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Recibid el Espíritu Santo”. Resulta bonito pensar que cada uno de nosotros es enviado para hacer presente a Jesús en nuestro mundo. Llevamos dibujada en el alma la figura entrañable de Jesús y la tienen que ver los niños, los pobres, los que sufren, los desgraciados del mundo. Hacemos presente a Jesús en nuestro pueblo, en nuestra casa y en nuestro trabajo. NO vamos por la vida solo con nuestra pobreza. El Señor nos ha equipado bien. Para hacer nuestra tarea de cristianos, Jesús también nos da a nosotros su Espíritu. Eso es lo que celebramos en esta fiesta de Pentecostés.
Plegaria de los fieles
(A)
Pidamos al Padre que nos envíe y nos robustezca con la fuerza del Espíritu de Jesús.
Todos: Envía, Señor, tu Espíritu de amor
Que tu Espíritu llene la tierra.
Que tu Espíritu llegue a todos los hombres.
Que tu Espíritu ablande los corazones empobrecidos.
Que tu Espíritu ilumine a los que están en la noche.
Que tu espíritu nos regale sus dones.
Que tu Espíritu nos inspire lo que te es grato.
Que tu Espíritu guíe a los que te buscan.
Que tu Espíritu nos dé el gusto de las bienaventuranzas.
Envía tu Espíritu, Señor, para que siempre vivamos en tu presencia. Por JNS...
(B)
Movidos por el Espíritu, oremos con unánime corazón a Dios nuestro Padre, por mediación de su Hijo Jesucristo, diciendo:
Todos: Envía, Señor, tu Espíritu de amor.
Que tu Iglesia no se convierta en un fin en sí misma y se deje animar por tu Espíritu. OREMOS...
Que los pastores de tu Iglesia sepan descubrir, valorar y desarrollar los dones de cada cristiano al servicio del bien común. OREMOS...
Para que los cristianos por medio del discernimiento en el Espíritu ayuden al mundo a encontrar los cauces de la paz y la justicia. OREMOS...
Para que nuestra comunidad (parroquial) celebre esta fiesta como un auténtico día de envío y compromiso. OREMOS...
Envía, Padre, tu Espíritu y derrama sobre todos la abundancia de tus dones. Por JNS
(C)
Conscientes de nuestra incapacidad para todo, te pedimos, Padre, en este día santo de Pentecostés, que derrames sobre nosotros el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús:
Todos: Envía, Señor, tu Espíritu de amor.
Para que la Iglesia se santifique.
Para que todos los pueblos caminen hacia el entendimiento y la solidaridad.
Para que los sufren se sientan confortados.
Para que los que dudan se sientan iluminados.
Para que los que están divididos se reconcilien.
Para que los que viven en soledad y tristeza sean consolados.
Para que los que viven en el vicio y el pecado sean liberados.
Para que los que luchan por la justicia se sientan gratificados.
Para que a todos los hombres llegue tu Espíritu.
Para que todos nosotros recibamos la abundancia de tus dones.
Envía, Señor, tu Espíritu para que sea siempre nuestra fuerza y nuestro consuelo.
Ofrenda:
Gesto: Globo terráqueo y siete velas pequeñas.
Nuestro mundo vive inmerso en el desconcierto y en la inseguridad. No ve claro el rumbo de la historia, no entiende sus propias actuaciones, no vislumbra el sentido de su vida.
El cristiano ha visto iluminados estos interrogantes por Jesucristo. Y tiene una tarea urgente: compartir esa luz para que otros también puedan ver.
Presentamos como símbolo este globo terráqueo que nos representa a todos: niños y jóvenes, hombres y mujeres, que compartimos el mismo suelo, el mismo aire, las mismas inquietudes. Las velas que colocamos alrededor nos recuerdan la misión del cristiano: ser luz
(Se realiza el gesto...)
Oración sobre las ofrendas
Tú has encendido, Señor, una nueva luz en nuestro interior
gracias al fuego del Espíritu Santo que ha iluminado nuestros corazones.
Haz que, guiados por esa luz podamos encontrar la verdad,
ponerla a tu servicio y darla a conocer a todos los que viven a nuestro alrededor. Por JNS...
Prefacio
En verdad es justo y necesario,
nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar, Señor,
Padre Santo, Dios todopoderoso.
Pues, para llevar a plenitud el misterio pascual,
enviaste hoy el Espíritu Santo
sobre los que habías adoptado como hijos
por su participación en Cristo.
Aquel mismo Espíritu que,
desde el comienzo,
fue el alma de la Iglesia naciente;
el Espíritu que infundió el conocimiento de Dios
a todos los pueblos;
el Espíritu que congregó
en la confesión de una misma fe
a los que el pecado
había dividido en diversidad de lenguas.
Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría
y también los coros celestiales,
los ángeles y los arcángeles,
cantan el himno de tu gloria
diciendo sin cesar:
Santo, Santo, Santo...
Padrenuestro
Este es el día, Señor, en el que das tu aliento de vida a este mundo hambriento y sin fuerzas: en el que enciendes un fuego de amor en el corazón de los hombres; éste es el día en el que estamos llamados a reunirnos para formar una sola familia.
Movidos por el mismo Espíritu, te admiramos y llenos de alegría te decimos: Padre nuestro...
Nos damos la Paz
Señor Jesús, tu Espíritu está en medio de nosotros oculto, pero cercano y dispuesto a traernos tu Paz. Que este Espíritu de amor haga realidad entre nosotros la Paz que todos deseamos...
Compartimos el pan
El Espíritu es vínculo de unidad. Por eso, al compartir hoy entre nosotros la Paz, dejemos que el Espíritu sea quien restaure nuestras relaciones y fortalezca nuestra unidad. Que la paz del Señor Resucitado esté con todos vosotros...
Oración
Cristo, Señor, no nos dejes huérfanos.
Envíanos el soplo del Espíritu que nos haga saltar de alegría.
Envíanos el Espíritu que seque nuestras lágrimas.
Envíanos el Espíritu que haga surgir nuevas esperanzas
y nos muestre los caminos que nosotros solos no podemos seguir.
Envíanos el Espíritu que haga germinar en nosotros
la palabra que nos dejaste y los gestos que realizaste entre nosotros
para que no se apaguen los signos del reino que has inaugurado
y vive y vivirá para siempre. Amén.
Envío
Ven, Espíritu Santo, quedan aún muchos muros por derribar;
todavía no hemos aprendido a hablar lenguas que todos entiendan,
y sigue habiendo guerras estúpidas sin terminar....
Todos: “Ven, Espíritu de amor”.
Ven, Espíritu Santo y envía tu aliento sobre todos
los que construyen el futuro, sobre los que conservan los valores,
sobre los que protegen la vida, sobre los que creen y esperan...
Todos: “Ven, Espíritu de amor”.
Ven, Espíritu de Amor, y llena las casas de los hombres,
las ciudades y los pueblos de los hombres, el mundo y el universo de todos los seres.
Ven, Espíritu Santo y permanece siempre con nosotros y en nosotros.
Todos: “Ven, Espíritu de amor”.
Bendición
El Espíritu Santo que hemos recibido no es para nuestro lujo personal y para encerrarlo en nuestros corazones, sino para proclamarlo y hacerlo presente en la construcción de la comunidad y en la creación de un mundo mejor. Hagámoslo, desde ahora ya, con alegría y valentía, siguiendo el ejemplo de la primera Iglesia, sabiendo que es el Espíritu quien nos ayuda y fortalece con su presencia vivificadora. Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre. R/. Amén.




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