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viernes, 15 de mayo de 2009

VI Domingo de Pascua - Ciclo B (Juan 15,9-17): Liturgia, Reflexiones, Exégesis y Oración


Publicado por DABAR

Permaneced

En muchas ocasiones anteriores he mencionado una convicción mía sobre la que nunca me he explicado. Creo que cuando, a través de siglos, traducciones y censuras, una palabra del Evangelio llega hasta nosotros de una determinada manera, no es porque sí. Porque en muchos, muchísimos textos, parecen exactamente elegidas las palabras que más dan que pensar, o los verbos que más llaman a ponerse en marcha. Y esto pasa también en el Evangelio de hoy, contado por San Juan.

Jesús nos habla hoy de un mandato suyo, un mandato personal. Que amemos como El nos ama. Que estemos en el Padre como el Padre está en nosotros. Que nos dejemos traspasar por su amor para expresarlo y expandirlo a nuestro alrededor. Pero no nos propone que nos esforcemos para llegar al amor de Dios. Ni habla de algo que, si somos buenos ganaremos con nuestro esfuerzo personal. Y llegamos a mi palabra buena de hoy: Jesús nos dice: Permaneced en mi amor.

Y esta es la cuestión. Permanecer significa quedarse donde ya se está. No es ir, ni es buscar ni conseguir, ni acceder trabajosamente. A estas alturas vamos a tener que descubrir que a Dios no tenemos que ganárnoslo, ni es mérito nuestro estar en su cercanía. Venimos de Él, y seguimos cerca cuando nuestros mayores nos enseñan su camino y nos facilitan su proximidad en nuestra vida cotidiana. Y permanecemos en Él cuando, ya mayores y por propia decisión, intentamos vivir a su manera. En estos tiempos se valora, sobre todo, el esfuerzo personal y lo que conseguimos cada uno solitos. Y resulta revolucionaria la idea de que lo único que dará sentido real a nuestras vidas, es reconocer que lo más importante nos ha sido dado. No es cosa nuestra. Es cosa de Dios.

Nacemos en Su amor, y ni un pelo de nuestra cabeza cae sin que Él lo sepa. No somos conscientes de la enormidad de esta verdad, porque si lo fuéramos no necesitaríamos hablar tanto de autoestima. Somos, cada uno, el único amor de Dios. Y podemos empeñarnos en lo que queramos, que nuestra función principal en este mundo es y será siempre trasparentar ese amor, ponerle rostro para nuestros prójimos, reflejarlo y amplificarlo para que llegue a todos. Sobre todo a los que más difícil tienen lo de sentirse favoritos del Padre.

Permanecer tiene también un significado activo, que lo aleja de sinónimos como apalancarse, apoltronarse, afincarse y aguantar. Permanecer suena a poder marcharse, pero elegir seguir. A mirar alrededor, enterándose bien de lo que hay por ahí afuera, y decidir atenerse a la previa decisión. A no cambiar de barco a mitad de travesía. A persistir, trabajar y esperar.

Permaneció María en su quehacer de madre, sin dejarse apabullar por sus dudas. Permaneció el padre del hijo pródigo, mirando cada día el horizonte por si veía venir al hijo. Permanecemos nosotros cada vez que elegimos quedarnos cerca de Dios, o lo que es lo mismo, cerca de los que nos necesitan.

Desde hace años me acompaña en mi mesa de trabajo un cuadrito en el que bordé un poema de H.W. Lonfellow. Dice así:
Levantémonos, pues, y hagamos
con el corazón dispuesto a todo.
Sin dejar de construir, sin dejar de perseguir
Aprendamos a trabajar y a esperar.

Con el tiempo ha adquirido para mí el valor de una oración, pues me parece un resumen estupendo de lo que ha de ser mi vida como cristiana en este momento de este mundo.

Permanezcamos en el empeño del amor, de la paciencia que no exige ver los frutos, del trabajo constante y callado, de la espera esperanzada. Permanezcamos en Él como Él permanece en nosotros. Dejemos al Padre que llevamos dentro manifestarse en la Madre que todos podemos ser para nuestros otros.

A. GONZALO
aurora@dabar.net


DIOS HABLA

HECHOS DE LOS APOSTOLES 10, 25 26. 34 35. 44 48
Cuando iba a entrar Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero, Pedro lo alzó diciendo: «Levántate, que soy un hombre como tú». Pedro tomó la palabra y dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea». Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todo los que escuchaban sus palabras. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles. Pedro añadió: «¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?» Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos.

I JUAN 4, 7 10
Queridos hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

JUAN 15, 9 17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».



EXEGESIS

PRIMERA LECTURA
Todo el capítulo 10 de Hechos está dedicado al episodio de la conversión del centurión Cornelio. La razón de ello es que tan suceso representa la primera apertura de gran estilo hacia los gentiles por parte de la iglesia primitiva. Por ello, además de la escenografía – detalle menos importante – se insertan dos elementos básicos de Hechos: el anuncio del Evangelio y la venida del Espíritu Santo.

La lectura presente es una especie de resumen de este largo relato, con una insistencia especial sobre el segundo punto, el relativo al Espíritu. Naturalmente no se pueden separar ambas cosas: el Espíritu viene sobre quienes han creído en Jesús , a los que se las anuncia el Evangelio, que es el mismo Cristo, y se han abierto a él.

Sin embargo, lo más típico de la combinación presente es destacar la igualdad de los seres humanos ante Dios. Hace ver cómo Dios se adelanta y supera los prejuicios y divisiones humanas, por aparentemente bien fundamentadas que estén como era el caso de la iglesia naciente ( y es el de la iglesia posterior en muchos otros casos). Nadie puede creerse superior a otros, aunque sea el primer Papa. El Espíritu es común y se derrama sin distinción sobre quien uno no esperaría.

El problema básico de esta lectura y de otras parecidas es pensar que eran cosas de los primeros tiempos cristianos y que hoy día ya no los sabemos todo, porque llevamos veinte siglos. Pero eso, ¿no es despreciar al Espíritu que sigue siendo hoy infinitamente sorprendente aun para nuestra iglesia?.

FEDERICO PASTOR
federico@dabar.net



SEGUNDA LECTURA
Lo característico de esta nueva y repetida exhortación joánica al amor, su omnipresente tema – como debería ser realmente el nuestro – es su motivación

Conocer a Dios es amar al prójimo. Lo primero porque el conocimiento bíblico en general y joánico en particular, es comunicación, relación, ayuda, don y mucho menos ideas y pensamientos por muy teológicos y profundos que sean. A Dios no basta con “saberlo”, cosas, por otra parte imposible. Si no se vive hacia los demás, es inútil. Dios es así y ponerse en contacto con él es participar de ese modo de ser, el Amor, el cual, si es real y no meramente mental o ideológico, se realiza en los demás.

Amor palpable, histórico, tangible, histórico, costoso… como es patente en la historia de la encarnación, nacimiento, vida y muerte del Hijo, que acaba en la resurrección sólo después de haber pasado por ahí.

Gratuidad total en el amor de Dios a nosotros que exige coherentemente una respuesta en la misma línea.

La propiciación no es sacrificio expiatorio de tipo pagano para contentar a un Dios ofendido por nuestros pecados, sino comunicación, insisto, gratuita e inmerecida, de Dios a los seres humanos en Cristo.

FEDERICO PASTOR
federico@dabar.net



EVANGELIO
Texto. Continuación del texto del domingo pasado. La expresión dar fruto, central el domingo pasado, vuelve a aparecer al final del texto de hoy: Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure (v.16).
Desde su comienzo el texto está dominado por un campo semántico: amar (cinco veces), amor (cuatro veces), amigo (tres veces). Este campo semántico concreta el fruto que Jesús pedía a sus discípulos el domingo pasado. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado (v.12). De ahí que, a la insistente invitación de Jesús a sus discípulos a continuar unidos a él, sigua hoy la invitación a mantenerse en el amor que él les tiene: permaneced en mi amor (v.9).
Amándose unos a otros, los discípulos no hacen sino reproducir el modelo de actuación divina: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo (v.9). De ahí que los discípulos tengan la condición de amigos y no la de siervos. De ahí también que esta condición sea la fuente y la razón de la alegría, tanto de Jesús como de los discípulos. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud (v.11).

Comentario. Los destinatarios de la nueva invitación de Jesús somos también hoy nosotros. Sobre nosotros recae el encargo de dar continuidad a un modo de ser y de proceder cuyo origen está en Dios. Nosotros somos responsables de hacer visible en el mundo que Dios es amor.
¿Cómo hacer esto? Muy sencillo de formular: amando. A dar este fruto nos ha destinado Jesús.
Amando nos hacemos partícipes del modo de ser divino y nos convertimos en seres libres, al corriente de lo que hace su señor, con capacidad de pedir a él y de recibir de él.

ALBERTO BENITO
alberto@dabar.net



NOTAS PARA LA HOMILIA

La alegría pascual va poco a poco desvelándonos la novedad de la que hablaba Jesús y que nadie le entendía. El Espíritu Santo tiene un papel fundamental en la comprensión de toda la predicación de Jesús por parte de los apóstoles, de los testigos oculares que vivieron con Jesús hasta el momento de su prendimiento. Y así lo exponen ellos, y lo acentúa bien San Lucas en su evangelio y en su libro de los Hechos de los Apóstoles. Ante la palabra de Pedro en casa de Cornelio, el Espíritu Santo desciende sobre todos los que escuchaban, judíos y paganos. El propio Pedro convence a los circuncisos de que el evangelio de Jesús está abierto a los gentiles. La decisión es de Dios. Pedro, el instrumento elegido por Él para crear un nuevo pueblo de Dios, escogido de entre toda la humanidad. La realidad se iba imponiendo: los que abrazaban la fe en Jesús no eran sólo judíos que habían aceptado su Palabra y su Evangelio, sino también personas y grupos del mundo de los gentiles. A partir de ahora, esto provocaría ciertas discusiones entre los de uno y otro grupo. Uno de esos casos es lo que provocaría el llamado Concilio de Jerusalén. Pero más tarde, la comunidad de los cristianos tendría que romper definitivamente con la sinagoga y continuar su andadura sin las rémoras de las tradiciones judías que algunos pretendían continuar después de la Pascua de Jesús en el seno de las comunidades cristianas. En definitiva, el judaísmo terminaría quedando atrás por haber sido llevado ya a su plenitud, según palabras de Jesús en el evangelio de Mateo.

La segunda lectura y el evangelio pertenecen a la obra de San Juan. Él desarrolla toda una teología del amor y la plasma, sobre todo, en la primera de sus cartas y en el discurso de Jesús en la última cena, al que pertenece el párrafo que hemos leído en el evangelio de hoy. En él, Jesús pronuncia su mandamiento nuevo: amarse unos a otros como él les ha amado. En el punto y seguido añade que el amor más grande consiste en dar la vida. Luego Jesús va a predicar con el ejemplo, pues, con su entrega en la cruz, está expresando el máximo amor por los suyos. Sin embargo, antes, había relacionado el amor con la observancia de los mandamientos. Dicho de otra manera, con la obediencia. Puesto que él ama al Padre, por eso le obedece. Quien ame a Jesús debe demostrarle en que le obedece. Y la obediencia a Jesús se concreta en el mandamiento del amor hasta dar la vida. Pero la obediencia de Jesús y la que Jesús está pidiendo no parten de una actitud servil de esclavo, sino desde una actitud de servicio por amor, pues ya no os llamo siervos porque un siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. La confianza que merece el que te ha tratado con uno un amigo porque te ha dado las explicaciones de lo que hace, los porqués de lo que te pide, es que confíes en él y que le respondas con ánimo de corresponder a su confianza a través de servirle con amor. De hecho, al siervo no hay que darle explicaciones; basta con decirle en qué consiste su trabajo. Dios le ha revelado a Jesús el porqué de su entrega y de su muerte; Jesús ha revelado a los suyos el plan de Dios, los porqués de la continuación de la obra comenzada por Jesús. Finalmente, alguien podría pensar que, en el ejercicio de su libertad, se puede arrogar el mérito de haber optado por Jesús, por la obediencia a Dios. Para evitar tal arrogancia, Jesús nos recuerda que, aunque eso fuera así, el mérito es de Dios porque nos ha elegido primero. Luego no estaríamos sino correspondiendo a su elección generosa para con nosotros. Algo parecido nos había dicho ya en la segunda lectura: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo...”.

Finalmente, Juan relaciona el amor con el conocimiento de Dios y viceversa. Puesto que Dios es amor, no le conoce quien no ama. Pero como todo el que ama ha nacido de Dios, pues lo conoce aunque crea no conocerle. El evangelista Juan nos aporta do referencias a la encarnación: una como manifestación del amor que Dios nos tiene; la otra, como propiciación de nuestros pecados. Recordemos en el énfasis que la obra de Juan pone en explicarnos que en el reconocimiento de Jesús estamos en la vida de Dios, mientras que quien le niega permanece en la muerte. Así, la venida de Jesús al mundo, a cada persona que le reconoce y cree en él, supone que le ha sido manifestado el amor de Dios y que ha sido liberado, por la muerte de Jesús, de sus pecados; además de haber sido incorporado a la vida eterna. Concluyamos igual que comenzamos: Amémonos unos a otros porque el amor es de Dios.

JUAN SEGURA
juan@dabar.net



PARA LA ORACION

Dios misericordioso, fuente del amor que hay en el hombre porque le participaste la esencia de tu propio ser, mueve los corazones de la humanidad entera a la búsqueda de los frutos del amor que se manifiestan en una voluntad de concordia y de justicia entre los pueblos, y que los que seguimos a tu Hijo Jesucristo desde la fe y el discipulado estemos siempre dispuestos a amar a todos como nos amó él.
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Trabajo, fatiga, sudor; paro, tedio, depresión; alegrías y tristezas, éxitos y fracasos se significan ahora en los dones que te presentamos. Que el pan y el vino eucarísticos sean para todos fuente de tu gracia y consuelo, causa de santidad para quienes los reciben.
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En verdad es bueno recordar cómo nos has amado. Porque, por amor, saliste en nuestra búsqueda enviándonos al que es tu Hijo Unigénito, tu Palabra creadora, para que, con su entrega en la cruz y su glorificación en la resurrección, diera comienzo a una nueva humanidad liberada del pecado y de la muerte, llamada a una santidad y a una felicidad eternas. Por eso te damos gracias y nos unimos a la Iglesia del cielo en cantar tus alabanzas.
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Después de recibir el alimento eucarístico, sacramento del amor que nos tienes, ayúdanos a mantenernos en ese amor de cuya fuente brota, necesariamente, la relación de amor fraterno que nos has encargado.




LA MISA DE HOY

MONICIÓN DE ENTRADA
Os damos a todos la bienvenida a nuestra celebración dominical en este sexto Domingo de Pascua. A partir de la Pascua y por poca de los apóstoles, va abriéndose camino la Buena Noticia de Jesucristo y van surgiendo conversiones y bautismos, incorporaciones a la comunidad de discípulos, a la Iglesia naciente. Hoy veremos cómo el Evangelio de Jesús trasciende los límites del judaísmo y se abre a los no circuncidados, a los paganos. El propio Pedro bautizará un grupo de ellos en casa de Cornelio, en Cesarea. Reconozcamos pues la fuerza de la Pascua y no pongamos límites a la tarea evangelizadora de la Iglesia, pues cada corazón de cada ser humano está capacitado para reconocer y seguir a Cristo.

ASPERSIÓN
En la muerte y la resurrección de Jesús hemos nacido a la fe cristiana. La comunidad lo expresa en el sacramento del Bautismo. En cada Pascua renovamos nuestras promesas bautismales. Comenzamos hoy rociándonos con el agua bendecida, en recuerdo de nuestro Bautismo y como expresión de nuestra pertenencia a la Iglesia. Este gesto nos purificará para celebrar mejor estos sagrados misterios.

MONICIÓN A LA PRIMERA LECTURA
Dios nos ha elegido a todos en su Hijo Jesucristo. Nadie queda fuera de su elección, nadie queda fuera de la salvación de Dios. Los circuncisos se muestran extrañados, pero el Espíritu los ha elegido a todos. Todos, pues, reciben el bautismo por manos de Pedro.

SALMO RESPONSORIAL (Sal 97)
El Señor revela a las naciones su salvación.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor revela a las naciones su salvación.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
El Señor revela a las naciones su salvación.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Acla¬ma al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.
El Señor revela a las naciones su salvación.

MONICIÓN A LA SEGUNDA LECTURA
San Juan reflexiona en su primera carta acerca del amor de Dios y llega a la conclusión de que el amor es la esencia de Dios. Reflexiona acerca del sentido de la encarnación de Jesús y concluye que es la mayor manifestación del amor que Dios nos tiene. Concluye que sólo quien sabe de amor puede conocer y entender a Dios; el que no ama y no se sabe amado no podrá comprenderlo nunca.

MONICIÓN A LA LECTURA EVANGÉLICA
El discurso de Jesús en la última cena, recoge en el fragmento que leemos hoy, el mandamiento nuevo. Jesús fundamenta el amor que nos tengamos unos a otros en el amor que le tengamos a él. Y ese amor nace de que antes que amar, somos amados. Y la forma en la que hemos sido amados es la máxima: la que ha dado su vida por nosotros. Es amando a Jesús y su forma de amar como aprenderemos a amarnos entre nosotros.

ORACIÓN DE LOS FIELES
Llevemos a Dios, por medio de su Hijo resucitado, nuestra oración y nuestra inquietud.
- Para que la Iglesia no ponga límites a su misión evangelizadora. Roguemos al Señor.
- Para que los que un día fuimos incorporados a la Iglesia en nuestro bautismo vivamos en el seguimiento de Jesucristo. Roguemos al Señor.
- Para que el amor cristiano inunde a todas nuestras parroquias, movimientos y comunidades. Roguemos al Señor.
- Para que quienes han dado su vida por Jesús y por el Evangelio sean modelo de amor y entrega para todos los cristianos. Roguemos al Señor.
- Por los enfermos, por los que trabajan en su cuidado y por los equipos de Pastoral de la Salud y movimientos apostólicos que les llevan la alegre presencia del Señor resucitado. Roguemos al Señor.
- Por todos nosotros, para que en el amor a Jesús vivamos también un amor fraternal entre nosotros. Roguemos al Señor.
Escúchanos, Padre, y atiende la oración de los que queremos seguir a tu Hijo Jesucristo, vencedor de la muerte y del pecado. Él, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.

DESPEDIDA
No perdamos de vista durante la semana la celebración de hoy y la tarea de amar que Jesús nos ha puesto al modo en que él nos amó. En la alegría de la Resurrección de Jesucristo, podemos ir en paz.


CANTOS PARA LA CELEBRACION

Entrada. A las fuentes de agua viva (si se hace el rito de la aspersión); Cristo ayer (Himno del Jubileo 2000); Qué alegría (de Manzano); Cristo te necesita (1CLN-729); Juntos cantando la alegría.
Salmo. LdS; Aleluya, el Señor es nuestro rey (1CLN-515); Aclama al Señor, tierra entera.
Aleluya. 1CLN-E 2; Iubilate Deo omnis terra.
Ofertorio. Te presentamos el vino y el pan; Venid y vamos (popular a la Virgen en mayo).
Santo. 1CLN-I 5.
Comunión. Permaneced en mi amor; Si me falta el amor (de Madurga); Venid a la Cena (disco “Nuevos cantos para el año litúrgico”).
Final. Un mandamiento nuevo (popular, CB-210); Regina coeli.


Director: José Ángel Fuertes Sancho •Paricio Frontiñán, s/n• Tlf 976458529 Fax 976439635 • 50004 ZARAGOZA
Tlf. del Evangelio: 976.44.45.46 - Página web: www.dabar.net - Correo-e: dabar@dabar.net

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