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miércoles, 3 de junio de 2009

Solemnidad de la Santísima Trinidad - Ciclo B (Mt 28,16-20): Liturgia, Reflexiones, Exégesis y Oración

Publicado por DABAR


La Trinidad: ese profundo misterio cristiano asumido desde la fe, y repito, desde la fe, porque “tres personas distintas y un solo Dios verdadero” no es algo muy comprensible, ¿verdad?

Cuando estudiaba Ciencias Religiosas había una asignatura que se llamaba (supongo que todavía se llama) “Dios, Uno y Trino”, ¡Albricias!, pensé, ¡por fin podré entender el misterio Trinitario!, nada más lejos de la realidad. Hablamos de Dios Padre, de su Hijo Jesucristo, y del Espíritu Santo, las tres personas de la Trinidad,... y ya está. Mi gran decepción llegó al concluir y preguntar ¿cómo Tres podían ser sólo Uno? “Es dogma de fe”, me contestaron, y con eso me quedé.

Nunca olvidaré la sencilla, práctica y visual explicación que una compañera de clase me dio:
“Mira, Concha, imagina un vaso lleno de leche. Como Dios Padre es el Origen, es igual a la leche, hay mayor cantidad y es el elemento fundamental. Jesús es el Cola-Cao que hace la leche más accesible al niño, es quien acerca al Padre al hombre; y la cucharadita de azúcar es el Espíritu Santo, el que aporta energía y empuje al hombre. La cuchara da vueltas para unir las tres sustancias en una: un batido de cacao. Este movimiento, que en teología se llama perijóresis, nosotros lo traducimos por AMOR, el AMOR une al AMANTE y al AMADO en una sola persona: “el batido”.

Quizá no sea teológicamente correcto, pudiera ser hasta herético, pero me parece que esta forma llega a la comprensión del hombre sencillo sin tanta discusión conciliar ni tanta teología.

¿Y a nosotros, qué?, ¿cómo puede esto afectar a mi ser cristiano, a mi vida concreta?
El sentir humano es, en ocasiones, una “trinidad” de unión, amor y relación.

Pensad, por ejemplo, en vuestra familia. Fijaos como “familia” es un singular que define un conjunto de personas con una relación especial: mi familia, somos uno y somos cada uno, pero juntos tenemos entidad propia, relación única y sentido, ¿verdad?

Igual debería pasar con la “familia de los cristianos”, pero ¡qué pocas veces tenemos sentimiento unitario, de comunión, de comunidad!

Nos dejamos llevar por lo que nos diferencia en vez de por lo que nos une, parece que alardeemos de nuestra identidad: “mi” comunidad, “mi” movimiento, “mi” carisma, “mi” parroquia... y no sabemos sentirnos “Iglesia”; preferimos decir “yo soy cristiano”, que “yo soy Iglesia”, soy progre y moderno, o soy conservador,... y no sabemos ser “trinidad”.

En nuestras familias hay roces, diferencias, conflictos... pero en ese “espíritu” que nos une, luchamos en muchas ocasiones por mantener “lo nuestro” a costa de “lo mío”.

Mi reflexión de hoy va encaminada a que cada uno de nosotros y en nuestras diversas comunidades nos preguntemos ¿podemos ser “trinidad” de amor como el Padre, el Hijo y el Espíritu? Seguro que en nuestra naturaleza se encuentra el obstáculo, pero también la grandeza de Cristo Jesús.

Pidamos al Espíritu el don de la fraternidad y el amor para la gran familia de los cristianos y la gran familia de la Iglesia.

CONCHA MORATA
concha@dabar.net




DIOS HABLA

DEUTERONOMIO 4, 32-34.39 40
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre».

ROMANOS 8, 14 17
Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace, gritar: «¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

MATEO 28, 16 20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».




EXEGESIS

PRIMERA LECTURA
El Deuteronomio es como una sinfonía final dentro del Pentateuco, dicen unos; y así se ha editado durante siglos. ¡No!, dicen otros, es la gran obertura de la Historia deuteronomista (Dt, Jos, Jc, 1 y 2 Sam, 1 y 2 R). A la liturgia romana le interesan algunas páginas que le ayuden a iluminar, a contextualizar e historiar determinadas fiestas y solemnidades.

Los versos seleccionados hoy son casi los últimos de la introducción histórica (1,1 - 4,44) que el redactor final colocó al comienzo del libro, antes de re-editar el Decálogo; editado ya en Ex 20.

Comparando ambos relatos descubrimos dos enfoques o encuadres distintos. Allí es Moisés quien escucha cara a cara las diez palabras; aquí es la asamblea. Allí leemos: “Mándales que no traspasen los límites para ver al Señor, porque morirían muchísimos”. Aquí acabamos de leer: “Al oír estos mandatos comentarán: ‘¡Qué pueblo tan sabio y prudente es esa gran nación!’ Pues ¿qué nación grande tiene un Dios tan cercano como está el Señor nuestro Dios cuando lo invocamos?” (Dt 4, 6-7)

El tono épico del Éxodo pide un Dios más distante y prodigioso; el tono pastoral o parenético del Deuteronomio rompe “el límite para subir adonde está el Señor” sin perder solemnidad. ¿Y si ambos escritos reflejasen concepciones distintas, pero en cierta medida compatibles e históricamente coexistentes? La unicidad de Dios ¿implica uniformidad de actitudes y de aproximaciones? La tendencia de los exégetas es a ir reduciendo cada vez más el lapso de tiempo trascurrido entre las distintas fuentes o teologías del Pentateuco; si esto es así, las distintas visiones de Dios no serían sólo fruto del trascurrir histórico; podrían ser reflejo de diversidad de posturas o enfoques coetáneos (o casi) en el momento en que se plasman por escrito. Si los filólogos hablan del eterno presente de la poesía, aquí cabe hablar de eternos presentes en la teología.

Para salir airosos de discordancias tales dentro de la literatura bíblica, se suele recurrir a la “pedagogía de la salvación”: ese lento proceso de revelación de Dios o de hallazgo paulatino de un pueblo. El Dios de Noé, prediluviano y postdiluviano; el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, de Jacob... formularon los antiguos. Los estudiosos nos ayudan a destrenzar el entramado, el tejido actual, deshilvanando las costuras: el Dios del Yahwista, el Dios del Deteueromista... trataron de inculcarnos los modernos métodos histórico-críticos.

No olvidemos, sin embargo, que estos versículos hallan un nuevo valor proclamados en la eucaristía del día de la Trinidad. Más aún desde el prisma del Vaticano II que nos ayudó a salir de esa iglesia “esencialmente monoteísta y vivencialmente atrinitaria” (en palabras de Karl Rahner).

Tenemos certezas también que manan del corazón, de la credibilidad que nos garantiza “el Dios de Jesucristo”; y de la fe de los mayores que empujan nuestras incertidumbres hacia buen puerto. Porque el Espíritu que aleteaba sobre las aguas primordiales alienta también las aguas lustrales del bautismo; e inspira la invocación del que nos enseñó a llamarle ¡Abba!. Su insondable misterio se resiste a las explicaciones de los sabios (mysterium logicum, dirá L. Boff) y sucumbe tiernamente a las invocaciones de la gente sencilla (mysterium salutis): “tan cercano como está cuando lo invocamos”, había aquilatado el redactor deuteronomista.

JEREMÍAS LERA BARRIENTOS
jeremias@dabar.net



SEGUNDA LECTURA
En el contexto general de la vida en el Espíritu, que es el este capítulo de romanos, San Pablo menciona un texto trinitario, paralelo en gran medida al de Gal 4,5-5. Expone la razón más honda del modo de proceder del cristiano, con esperanza, libertad, seguridad, bondad y amor. Pablo conecta el tema de la filiación divina de los seres humanos con el de la Trinidad. Ambos textos, el de Gálatas y el de Romanos se centran en la condición de hijos de Dios/Padre, según el modelo de Cristo y que él ha conseguido por Cristo para nosotros, Hijos libres en el Hijo, no de segunda categoría. Adoptivos, sí, pero tal como era la adopción en aquellos tiempos, es decir, la auténtica, y muy por encima de la biológica. Justo al contrario que ahora.

Pablo presenta la Trinidad no en plan especulativo o insistiendo en misterios incompresibles, la Trinidad inmanente, la de los teólogos griegos o medievales, que resulta – aparte de una posible admiración – perfectamente inútil para la mayoría de los mortales. No quiere, ni sabe, hacer afirmaciones teóricas sobre Dios, sino mostrar su acción salvadora de la humanidad.

Esta sería una forma oportuna de hacer entrar a los cristianos en el misterio trinitario, no pata un hipotético e imposible conocimiento nocional, sino para una vivencia rica de lo central de la fe. Hijos del Padre, por Cristo, en el Espíritu.

FEDERICO PASTOR
federico@dabar.net


EVANGELIO
Observaciones preliminares. Galilea: remite a Mt.4,12-16. El monte: remite a Mt.5,1. El final del evangelio de Mateo remite a los dos enclaves iniciales de la actividad de Jesús. En el evangelio de Mateo, ambas referencias desbordan el interés puramente geográfico para adquirir valor de símbolos. Galilea: símbolo de apertura, de universalidad. El monte: símbolo de enseñanza, de revelación. Ellos se postraron, pero algunos dudaban: esta traducción, al igual que otras muchas, atribuyen la adoración a todos y la duda a algunos. Es, sin embargo, textualmente posible la siguiente traducción: Ellos se postraron y, sin embargo, dudaban. Es decir, todos se postran y todos dudan. Se me ha dado pleno poder: remite a la visión del capítulo 7 del libro de Daniel: una figura humana acercándose al anciano sentado en el trono; la figura humana es investida de poder sobre todos los pueblos. Haced discípulos de todos los pueblos: esta magnífica traducción del original griego no es en absoluto sinónima de convertir a todos los pueblos. Bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: esta fórmula trinitaria refleja la praxis bautismal de la Iglesia avanzado el siglo primero. La expresión en el nombre de expresa dedicación, consagración a Dios que es Padre, Hijo y Espíritu.

Texto. Presencia del Resucitado en medio de los once, que se postran en señal de adoración, aunque también dudan. ¿De Jesús y de su dimensión divina? Es improbable este tipo de duda en un evangelio, en el que la identidad divina de Jesús ha sido ya reconocida por los discípulos en vida terrena de éste (véase Mt. 14,33).
La duda guardaría más bien relación con la situación y función de los once a partir de la resurrección de Jesús. ¿Cuál va a ser su situación, cuál va a ser su función a partir de ahora, cuando Jesús ya no vive terrenalmente?
Los vs.18-20 son la respuesta a esa duda. Jesús, a quien Dios, resucitándolo, ha conferido señorío y poder universales, les envía a una misión universal, ya no limitada a los solos judíos, como ha sido la misión de Jesús. Jesús ha sido el germen y, en cuanto tal, limitado al enclave judío. Los once representan el desarrollo ilimitado de ese germen.
Como rito de consagración en el pueblo de Dios universal, los once administrarán el bautismo, con la invocación trinitaria explícita.
Se inaugura así el tiempo de la Iglesia, cuyo final no es inminente. Los once deberán vivir y actuar en este tiempo con la certeza de que Jesús, aunque se haya ido físicamente, está realmente con ellos. Emmanuel era Dios con nosotros en la historia del pueblo elegido. Ahora es Jesús glorificado con su Iglesia por siempre.

Comentario. El texto sanciona el final de la etapa local y el comienzo de la etapa global. Resuena aquí la gran promesa hecha a Abrahán en Gén.12,2-3: Haré de ti un gran pueblo; con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.
Hacer discípulos de todos los pueblos significa que cualquier persona, sin importar la nación, el color o la lengua, puede ser discípulo de Jesús. La formulación empleada expresa ampliación, no imposición ni proselitismo; hay que entenderla desde la perspectiva de la superación de la estrechez y particularismo judíos. A partir de ahora los gentiles pueden ser miembros del pueblo de Dios universal, sin haberse tenido que integrar antes en el pueblo de Dios judío.
El nuevo Señor universal es Jesús, cuyo poder lo ejerce en la línea expresada en el Sal.72: defensa de los desvalidos (los que teniendo derecho no lo pueden hacer valer) y quebranto de los explotadores (los que teniendo derecho hacen uso abusivo del mismo).
Los once representan la oferta de Dios a todos los hombres sin excepción. Cualquier tentación de fundamentalismo, de preeminencia o de prioridad tiene en este texto una total desautorización.

ALBERTO BENITO
alberto@dabar.net



NOTAS PARA LA HOMILIA

¿Recordáis ese cuento, un tanto surrealista, que escribió Lewis Carroll, llamado “Alicia en el país de las maravillas”? En concreto, hay un detalle que me venía hoy a la cabeza al intentar encontrar una forma de explicar la fiesta de hoy. Se trata de la escena en la que Alicia asiste a una fiesta en la que el motivo de celebración es el no-cumpleaños de los asistentes. ¡Grotesco, sí, pero todo un motivo para poder celebrar la inmensa mayoría de los días del año! Esos personajes estaban celebrando algo que podían celebrar a diario, y que incluso podía convertir sus vidas en motivo de fiesta permanente.

Salvando las distancias, yo hoy tengo la sensación de estar celebrando lo mismo de siempre… y es que los cristianos, tenemos motivos para celebrar todos los días de nuestra vida algo mucho más importante que nuestro no-cumpleaños… cada vez que nos reunimos en el día del Señor para celebrar la Eucaristía, celebramos exactamente lo mismo: el acontecimiento pascual, que no es otro que la muerte y resurrección de Cristo que nos ha dado su salvación. Celebramos el amor de Dios; un amor que hoy miramos desde una perspectiva distinta, la trinitaria, que nos invita a mirar el amor de Dios, ése que celebramos cada día y cada hora de nuestra vida, desde tres perspectivas distintas.

Un amor paternal que cuida y protege
Tenía tentación de titular este epígrafe, como hacen algunos teólogos actuales, “Un amor maternal” en lugar de paternal, como he puesto finalmente. Y es que no podemos dejar de decir y afirmar que el Dios en el que creemos es Padre, un padre bueno, que nunca abandona, que cuida, que protege, y que además sabe educar a sus hijos, sabe reprender con amor, sabe enderezar el árbol torcido para que crezca erguido y recto, sabe ser severo pero siempre por amor a su hijo. Pero también maternal, porque es el dios que se deshace en ternura con sus hijos, que no teme repetir un “te quiero” incluso al más travieso o revoltoso o díscolo; un Dios con un amor paternal y maternal que no consiente, pero tiene paciencia, que no es sobreprotector, pero que tampoco nos deja abandonados a nuestra suerte. Un Dios que dice de sí mismo: aunque tu padre y tu madre te abandonaran, yo no te abandonaré jamás. Ése es el amor de un Dios que nos ha creado por amor, que ha decidido establecer un pacto con nosotros que él jamás romperá, que desde antes de nuestra concepción ya pensaba en nosotros, nos conocía y decidía amarnos. Ésa es la primera perspectiva desde la que hoy podemos mirar al Dios que nos Ama, y le vemos como el Padre del cielo.

Un amor de amigo que llega hasta la muerte
Pero a ese Dios amor, a ese Dios que nos ama, podemos verle también desde otro ángulo. No es un Dios que ha decidido quedarse en el Cielo, trascendente, lejano, terrible, al que ni siquiera se le puede mirar cara a cara o pronunciar su nombre. Es el Dios que porque nos ama tanto ha decidido ser cercano y dejarnos pronunciar su nombre (Jesús); nos ha dejado ver su rostro, el de Jesús de Nazaret, pero también el de todo aquel que sufre y que encarna en sí el mismo rostro de Jesús; es el Dios que por amarnos tanto se ha negado a aceptar la inmensa distancia que nos alejaba de él por culpa de nuestro pecado, y ya que éramos incapaces de volver a Él ha decidido encarnarse, hacerse hombre, acampar entre nosotros, para que el hombre y Dios estuvieran todo lo cerca que jamás deberíamos haber dejado de estar; es el Dios que ante el pecado no se queda en el juicio y la condena, sino que en Jesús nos ha mostrado un nuevo camino y una nueva forma de hacer las cosas; y es el Dios que nos ha enseñado desde la coherencia que quien ama lo hace hasta el final, hasta dar incluso hasta la última gota de sangre por aquellos a los que ama, y que en el caso de ese Jesús que es Dios hecho hombre ha sido un derramamiento de sangre por todos y cada uno de los que existieron, existimos y existirán. Sólo un gran amigo es capaz de dar la vida por aquellos a los que ama, y en el caso de Jesús su muerte fue una entrega de infinito amor por toda la humanidad. Es un amor tan inmenso como inmensa debería ser nuestra felicidad al celebrarlo.

Un amor que llena y empuja
¿Podía Dios amarnos más aún? Algunas personas cuando ven cercana su muerte deciden plasmar en unas líneas una especie de testamento espiritual en el que deciden quedarse, como recuerdos, en el corazón de aquellos a los que amaron y que le amaron. Nuestro Dios fue mucho más allá. Decidió entregarnos su propio Espíritu, su propio aliento, para que viviera en nuestros corazones, para vivir Él mismo dentro de nosotros, y de ese modo llenarnos, llevarnos a plenitud, y ser nuestro ánimo, nuestra fuerza, nuestro empuje, respetando al mismo tiempo nuestra propia libertad. Un Dios inmanente, interior, Espíritu Santo, que nos habla de nuevo del amor tan grande de ese Dios que decidió que iba a estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Motivo de ser celebrado, claro.

Nuestro amor
Y en esta fiesta de hoy, la misma de cada domingo, sí, pero en la que nos fijamos en ese Dios al que llamamos Uno y Trino, en este día en que miramos el misterio (¿no es un misterio que alguien, en el Cielo o en la tierra, pueda amar tan intensamente?), nosotros, hijos de dios, creados a su imagen y semejanza, podemos hacernos una simple pregunta que es al mismo tiempo esencial para ser buenas imágenes suyas: ¿cómo amo yo? ¿A quién amo? ¿Con qué condiciones? ¿Hasta dónde llega mi amor hacia el otro? La mejor forma de celebrar esta fiesta de hoy y de cada domingo no es otra que responder de la única manera auténtica de contestar al amor que se recibe: dando amor.

RAMON GARCÍA
ramon@dabar.net




PARA LA ORACION

Gracias, Señor, por infundir en nuestros corazones la alegría festiva de sentirte entre nosotros. Esa presencia tuya regalándonos tu amor nos recuerda tu promesa de seguir con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Danos tu mismo Espíritu para ser también nosotros capaces de cumplir nuestra promesa de vivir como hijos tuyos y discípulos de Jesús.
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Son los pequeños gestos cotidianos los que a veces pasan más inadvertidos, pero los que manifiestan el mayor amor en el cuidado a los otros. Como la madre buena, pones sobre nuestra mesa el pan de cada día, lo que tenemos, lo que nos alimentas. Pones también, Señor, ese vino que nos recordará que estás dispuesto a derramar tu sangre por nosotros. Que el ofrecértelos de nuevo transforme nuestros corazones y nos haga entregarnos también nosotros igual que tú a los demás
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Quien ha descubierto el amor en su vida, no encuentra ya razones para vivir triste. Pero si además el paso del tiempo muestra que ese amor es incondicional, gratuito, fiel y sincero, el gozo y la alegría se desbordan. Así es como vemos tu amor, Señor: paciente, leal, tierno, entregado, sincero, y pleno. Por eso, cuando vemos nuestra debilidad y nuestras caídas y te vemos a ti siempre dispuesto a la reconciliación y amarnos, nuestro corazón canta de alegría y agradecimiento a tu amor.
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Un corazón que se siente amado es necesariamente un corazón agradecido. Por ese amor tan grande que nos tienes, te damos las gracias, Señor. Haz que ese agradecimiento nos transforme y nos haga fieles imágenes tuyas, capaces de amar hasta el extremo, y que de ese modo tu Espíritu viva en nuestros corazones todos los días de nuestra vida.




LA MISA DE HOY

MONICIÓN DE ENTRADA
Cada domingo nos reunimos y desde el principio se nos invita a celebrar esta fiesta del Señor. Una celebración que no necesita de nuevos motivos para darle sentido, puesto que tenemos un motivo más que suficiente para que toda nuestra vida sea una celebración. Y este motivo no es otro que una sencilla afirmación. Dios nos ama.
Lo que celebramos es tanto como el Amor de un Dios Padre, compasivo y misericordioso, que nos da su Hijo Jesús para salvarnos, y nos guía con su Espíritu para que, teniendo un mismo sentir y pensar, vivamos en paz, vivamos en su presencia.
Con ese amor alegrando nuestros corazones y nuestros rostros, demos inicio a nuestra fiesta. Sed todos bienvenidos.

SALUDO
Que el amor de Dios, que nos cuida como Padre bueno del Cielo; de Jesús, el amigo que da su vida por nosotros; y del Espíritu Santo que vive en nuestros corazones, esté con todos vosotros.

ACTO PENITENCIAL
No siempre somos fieles a ese amor de Dios, ni respondemos a Él amando. Recemos un momento recordando todo lo que nos aparta del amor de Dios y de los hermanos:
- Tú, que eres un Padre paciente, que nos guías pero también aceptas nuestro ritmo, y nos llamas siempre a hacer las cosas mejor. Señor, ten piedad.
- Tú, que nos diste la prueba de que quien ama se entrega por completo y hasta las últimas consecuencias. Cristo, ten piedad.
- Tú, que nos das tu propio Espíritu para que tengamos en nosotros tu misma vida, la vida eterna. Señor, ten piedad.

MONICIÓN A LA PRIMERA LECTURA
A Israel Dios ya se le mostró como el buen padre: el que cuida, el que protege, el que guía, y el que muestra cuál es el camino para que a su hijo, en este caso el pueblo en el desierto, le vaya bien. Nadie en el mundo ha hecho tanto por otro como dios por su pueblo. Escuchémoslo

SALMO RESPONSORIAL (Sal 32)
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos, porque él lo dijo, y existió, él lo mandó, y surgió.
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempos de hambre.
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

MONICIÓN A LA SEGUNDA LECTURA
Por el bautismo hemos recibido un Espíritu nuevo, el de Dios, que vive en nuestros corazones y nos anima. Es a ese espíritu al que se refiere Pable cuando habla a los Corintios, y junto a ellos nos dirige ahora también a nosotros su mensaje sobre ese espíritu de salvación que se nos ha dado.

MONICIÓN A LA LECTURA EVANGÉLICA
Como los discípulos de Jesús, quizás a nosotros a veces nos sobrevengan dudas sobre qué debemos hacer, cómo debemos hacerlo, cómo actuar… el bautismo que recibimos nos inició en un camino, que consiste en el de continuar ese camino mirándolo todo con los ojos de Dios, de su amor, y anunciar y compartir con el mundo la salvación que ser hijos suyos nos ha regalado. Dejemos que su Espíritu en nosotros abra nuestros corazones para escuchar su Palabra.

ORACIÓN DE LOS FIELES
Si Dios nos ha dado lo más querido, su Hijo y su Espíritu, atenderá todas nuestras necesidades y las del mundo entero. Presentémoslas ahora.
Para que la Iglesia sepa manifestar el rostro de Dios Padre a todos los hombres, especialmente a los más necesitados, sin juzgar, siendo paciente, y tratando a todos con amor tierno y paternal. Oremos.
Para que cuantos nos llamamos cristianos hagamos de nuestra vida una tarea continua por amar a los demás como Jesús nos ha amado, entregando nuestra vida y nuestro día a día al servicio de los hermanos. Oremos.
Para que el Espíritu de Dios entre en los corazones de tantos que aún no conocen a Jesús, y les mueva a cambiar sus vidas, y seguir el mismo camino al que todos fuimos llamados por el bautismo. Oremos.
Para que nuestra comunidad sea un lugar marcado por el amor, y que viviendo como la gran familia de los hijos de Dios seamos lugar de paz, de acogida, de reconciliación y germen de nuevas vidas nacidas a la fe. Oremos.
Oración: Acoge, Padre, nuestra oración, inspirada por tu Espíritu, y concédenos cuanto te pedimos por Jesucristo nuestro Señor.

BENDICIÓN FINAL
Que la bendición de Dios, nuestro Padre, os haga sentir el profundo amor de padre que derrama sobre nosotros todos los días de nuestra vida.
Que la presencia de Jesús, nuestro amigo, ilumine nuestro caminar, para seguir la ruta que Él nos marque.
Y que así, luz del mundo y sal de la tierra, el Espíritu nos lleve a ser transmisores de la fe a todos los hombres.


CANTOS PARA LA CELEBRACION

Entrada. Vine a alabar a Dios (CB-225 – del Cd titulado ’20 Canciones famosas para las celebraciones); Alabaré, alabaré (1 CLN-612); Un solo Señor (1 CLN-708); En el nombre del Padre (12 Canciones religiosas y litúrgicas para el siglo XXI).
Salmo. LdS; la antífona Oh Señor, envía tu Espíritu (1 CLN-524); salmo ‘Levanto mis ojos...’ (1 CLN-524).
Aleluya. Aleluya, aleluya, Gloria al Señor (del disco ’16 Cantos para la Misa); Gloria, Gloria, Aleluya.
Ofertorio. Canta Aleluya al Señor (del disco ‘Quiero alabarte I’); Siempre es Pentecostés (de Gabarain).
Santo. (1 CLN-I 3); el Santo del disco ’15 Canciones religiosas y litúrgicas para el siglo XXI).
Comunión. Cerca de ti, Señor (popular); En su mesa hay amor (del grupo Kairoi); Dentro de mí (del disco Cantos para participar y vivir la misa).
Final. Yo estaré con vosotros (del disco ‘siguiendo las pisadas de Cristo); Canción del testigo (1 CLN-404).


Director: José Ángel Fuertes Sancho •Paricio Frontiñán, s/n• Tlf 976458529 Fax 976439635 • 50004 ZARAGOZA
Tlf. del Evangelio: 976.44.45.46 - Página web: www.dabar.net - Correo-e: dabar@dabar.net

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