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miércoles, 17 de junio de 2009

XII Domingo del T. O. (San Marcos 4,35-40) - Ciclo B: El testimonio de la Fe

Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Tres turistas decidieron un día visitar la famosa cueva de la sabiduría y de la vida.

Hicieron grandes preparativos para el viaje. Cuando al fin llegaron a la cueva un vigilante guardaba la entrada. Antes de entrar tenían que contestar sólo una pregunta. Y un buen guía les acompañaría por las profundas regiones de la cueva de la sabiduría y de la vida.

La pregunta era sencilla: "¿Hasta donde quieren adentrarse en la cueva?"

Los tres viajeros consultaron entre sí y dijeron: "No queremos adentrarnos mucho, un poquito para poder decir que la hemos visitado".

El vigilante llamó a un guía que los acompañó y a los pocos minutos los vio marchar a su país.

Jesucristo, dormido o despierto está siempre en el centro de la barca, la cueva y la vida.

La barca pequeña que cruzaba el lago ayer o la barca grande que surca los mares del mundo de hoy no puede llegar a ningún puerto si Jesús no viaja en ella.

Cruzar fronteras geográficas, hoy, es sencillo. Los medios de transporte y de comunicaciones han convertido el mundo en la aldea global. Todos tenemos experiencias viajeras nacionales o internacionales. Pero, en la experiencia humana, hay unas fronteras muy difíciles de cruzar cristianamente. Las fronteras de género, de raza, de cultura, de lengua, de justicia e injusticia… Nuestra fe en Jesús, centro vital, nos exige cruzarlas y abrazarlas.

En la historia que nos cuenta el evangelista Marcos Jesús está cruzando el lago de Genesaret. De la orilla judía a la orilla gentil. Jesús, el profeta de los judíos, sale al encuentro del mundo gentil, símbolo de la humanidad entera y entre estos dos mundos las fuerzas del mal, la oscuridad de la caverna, el miedo a adentrarse en lo desconocido, el viento, la lluvia, la tormenta… y la barca a la deriva.

Instalados en nuestra zona de seguridad, felices en nuestra orilla, no intentamos lanzarnos a una travesía arriesgada. Pero presumimos de habernos acercado.

¿Qué miedos nos impiden ser más atrevidos para cruzar el lago y llegar a los otros que, tal vez, no nos aceptan?

¿Qué parálisis sufre nuestra fe?

Sería hermoso planificar una actividad que nos pusiera en camino hacia una nueva orilla.

Ser cristiano, en estos tiempos, es algo extraordinario.

Mantenerse firme en la fe y remar a contracorriente no está de moda. Son muchos los que han saltado de la barca para hacer su personal travesía por aguas más placenteras.

"¿Maestro, no te importa que nos hundamos?"

Los que permanecemos aún en la barca de la iglesia, no siempre muy convencidos, ignoramos el oleaje que la sacude por todas partes y anclados en nuestras rutinas de siempre cerramos los ojos y confiamos en que la tormenta cese sin más.

La mejor manera de callar las críticas feroces contra la iglesia, -no tenemos poder para silenciarlas- es el testimonio de la fe, el riesgo de dar la vida, la confianza en el capitán de la barca, Jesucristo, y como Él, a pesar de la tormenta, cruzar el lago para salir al encuentro del alejado, el increyente, el enemigo…

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