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domingo, 5 de julio de 2009

Domingo XIV del Tiempo Ordinario: Acoger la novedad

Publicado por Entra y Verás

Abrirse a lo nuevo, dejarse sorprender no es una de las costumbres más habituales de los cristianos. En general, nos cuesta dejar a un lado los recelos y las sospechas. El evangelio de este domingo nos presenta como recibieron a Jesús sus paisanos.

Para ser explorador no solo es necesario tener una buena condición física o un buen sentido de orientación sino que también se hace necesaria una cierta capacidad de sorpresa que impida que pase desapercibido cualquier detalle aunque no entre dentro de los parámetros normales. En la vida cristiana sucede algo semejante. Hemos de estar siempre abiertos a lo nuevo, a lo sorprendente. Es bueno dejar que nuestros esquemas, quizá de muchos años de vida cristiana, puedan encontrar un nuevo impulso, sin que eso signifique que lo vivido hasta ahora no haya sido válido.

En el evangelio de hoy a Jesús le sucede exactamente lo mismo. Sus paisanos son incapaces de reconocer la novedad. Se sorprenden por su sabiduría y se ve descalificado por el hecho de que sea su paisano, de que conozcan a su familia. El factor de confianza, de familiaridad, de ser el hijo del carpintero, causa entre sus paisanos desprecio. “Osea que este me va a decir a mí lo que tengo que hacer”. Cuantas veces nosotros despreciamos lo que nos puedan decir aquellos que más nos quieren y asentimos a todo lo que nos viene de fuera o pensamos que aquellos que más nos conocen nos atacan en vez de ver buena voluntad. Al igual que nos sucede hoy, los prejuicios impiden a los habitantes de Nazaret abrirse con confianza a lo que pretende anunciarles. Muchas veces, obramos de la misma forma que los paisanos de Jesús. Nos empeñamos en echar a Dios de la historia, cuando lo que Él trae es una oferta de libertad para todos.

Jesús no era un pensador que explicaba una doctrina, sino un sabio que comunicaba su experiencia de Dios y enseñaba a vivir bajo el signo del amor. No era un líder autoritario que imponía su poder, sino un hombre capaz de curar las heridas del sufrimiento, la marginación, la exclusión…

Además, hablar de Jesús es hablar de un profeta, y hablar de un profeta es hablar de alguien que habla en nombre de Dios con libertad e independencia. Los evangelios nos presentan a Jesús huyendo de la palmada en la espalda. La única vez que aparece aclamado por las gentes es en su entrada en Jerusalén camino de su triunfo definitivo en la cruz. En el resto de las ocasiones a pesar del entusiasmo de la gente, Jesús huye, no se recrea en él. Quiere vivir su libertad dejando a un lado el prestigio social.

La conclusión que podemos sacar es que a Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que vaya introduciendo poco a poco en nosotros la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos enseñe a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús se supone que no se siente atraído solamente por una doctrina, sino invitado a vivir de una manera nueva. Esa y no otra es la clave del seguimiento y la adhesión de la fe. Vivir y no solo cumplir unas normas desencarnadas. Vistas así las cosas la eucaristía de cada domingo, por ejemplo, será para nosotros un momento de encuentro y de novedad, que nos renueve y no sólo un elenco de ritos enlatados y monótonos.

Volviendo al explorador con el que abríamos esta reflexión, tenemos que abrirnos a lo nuevo, sin prejuicios ni sospechas. Son tiempos nuevos los que estamos viviendo, que nos piden respuestas nuevas y creativas. Debemos mantener ágil la cintura de la fe para evitar estancarnos en las doctrinas huecas de las que hace años que escapó la frescura del evangelio. Ojalá no perdamos la capacidad de sorpresa pues será la garantía de que nuestra fe está viva, y la forma en que los encuentros con Jesús sean verdaderamente sanantes, pues sino, seremos meros espectadores de un algo que creemos porque nos han dicho, o por rutina, o por temor pero que no hemos asimilado ni hecho nuestro.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)

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